Cuando desperté después de esa noche tan fantástica, mágica y esplendorosa, romántica y febril, a la vez, mi marido, ya se había ido. Yo seguía sudorosa, mi corazón hecho una fiesta, estremecida y con deseos de volver a estar entre los brazos de él y que no dejara, nunca, de besarme y abrazarme. Me levanté pensando en lo de temer un bebé con Rudolph. No estaba del todo convencida de lo que me había dicho Alondra. Si no se pudiera almacenar el semen ¿qué sentido tendría crear bancos para su conservación? Eso martillaba mis sesos. Después de ducharme, abrí mi laptop y empecé a buscar sobre los bancos de semen. Como les decía, dudada de lo que me había dicho Alondra, de que los espermatozoides tenían muy corta vida. Yo había leído en alguna oportunidad que ese tipo de almacenamiento aseguraba la vida humana por los siglos de los siglos, incluso. Y en efecto, encontré lo que estaba buscando en menos de lo que canta un gallo. Habían muchísimas páginas científicas al respecto. " L
Waldo se apareció sonriente cuando le hacía fotos a una modelo que contratamos para que posara con el nuevo diseño de vestidos de una importante casa de modas. Ellos, los dueños de esa línea, querían trípticos diversos para ser repartidos entre sus clientes. Habían inaugurado nuevas tiendas en diferentes mall y centros comerciales y deseaban una fortísima campaña de publicidad ya que las ropas que promovían era exclusivas y se pondrían de moda en todo el mundo. -Quería hablar contigo-, me dijo Waldo, mientras yo trataba de enfocar a la chica que posaba encantada, mágica, hermosa y divina, con su sonrisa tan dulce, la miradita encendida y el minivestido que entallaba perfecto sus pechos empinados y sus posaderas bien silueteadas. Ella lanzaba los pelos al aire, alzaba una rodilla coqueta y lucía esplendorosa y deliciosamente bella, ideal para los trípticos. -¿Por qué no me buscas en casa?-, le dije, juntando los dientes para que la modelo no pensara que le hablaba a ella. -
Alondra me esperaba con una larga sonrisa en la oficina. Sus ojitos brillaban, además, y parecían luceros fulgurando en la noche. -¿Por qué tanta fiesta, amiga?-, acomodé mi abrigo y mi cartera en la percha que tenemos junto a la pared. -A que no sabes quién me llamó-, me dijo con su carita pintada de rosa. -Sabes que reprobé en mis exámenes para convertirme en adivina-, fui irónica, mientras prendía mi ordenador porque tenía que editar todas las fotos y videos que habíamos hecho el día anterior. -¡¡¡Gaston Brown!!!-, al fin estalló Alondra eufórica, febril y frenética. ¿Lo recuerdan? Es el dueño de Míster Brown, la línea de ropa de caballeros a quien habíamos hecho un encarte a todo color, en papel couché y que fue un gran éxito. Alondra había quedado impactado con lo hermoso que era Gaston pero luego le sobrevino una terrible desilusión porque él nos confesó que era casado. -¿Quiere un nuevo encarte?-, junté los dientes pensando que la llamada de Brown era solamente por
Brown esperó con una larga sonrisa a Alondra, muy elegante y haciendo brillar sus ojos. La vio tan hermosa, dulce, encantada y mágica, como la recordaba de esa vez que hicimos el encarte de su nieva línea de moda de caballeros. Le dio un besote en la mejilla y mi amiga quedó electrocutada. Jamás imagino sentir los labios de él acariciando sus mejillas. Los fuegos se incendiaron, de repente, en sus entrañas. Pidieron los mejores platillos de la carta y disfrutaron de una opípara cena, postres y un vino exclusivo. -Lamento lo de tu esposa-, le dijo Alondra, tratando de adivinar sus sentimientos. -Ella no podía olvidar a su primer amor. Ya te imaginas, se conocían desde niños, eran muy amigos en el colegio, se ayudaban en todo, se convirtió en su primer enamorado y eso es difícil de prescindir. Pelearon como lo hacen tantas parejas, pero mi esposa tenía un carácter complicado y para enardecerlo, aceptó mis requerimientos y se casó conmigo, pero yo estaba seguro que ella no me q
Sebastián no podía resignarse a perderme. Él estaba muy enamorado de mí, demasiado, hasta la locura. Su amigo, el psiquiatra, le había recomendado, incluso, dejarme. -Esa mujer necesita ayuda urgente, debe estar internada algún tiempo, desvaría y está obsesionada en su marido muerto, no te conviene, le harás mucho daño-, le dijo, cuando Sebas lo llamó pidiéndole consejos para tratar de enamorarme. También llamaba, a cada momento, a Alondra pero mi amiga estaba a la defensiva por todo lo que yo le había contado, de su acoso y permanente porfía por tratar de que le acepte como novio. -Patricia ama a otro hombre-, le dijo Alondra, pero el efecto de su aclaración fue diferente a lo que mi amiga esperaba. Eso lo enardeció aún más a Sebas, lo encaprichó. Y un hombre despechado se torna en muy peligroso pues sus ansias se tornan en obsesión. Esa tarde Sebas me esperó que terminara mis labores en la agencia de publicidad par abordarme. Me zarandeó incluso. -Escucha bien, Patricia, tú e
Me levanté bastante tarde. Había trabajado mucho todos esos días que apenas tenía fuerzas hasta para respirar. Me di una buena ducha, me puse un short jean súper cortito y ceñido y una camiseta blanca sin mangas, además de chancletas y dejé mis pelos mojados, chorreando agua. Me hice un sabroso café con leche, tenía tostadas igualmente. Prendí el televisor y sentada a mis anchas en la silla, disfruté del delicioso desayuno que me había preparado. Fue cuando recibí una extraña llamada en mi móvil. En la pantalla decía, grande, "número desconocido". Estaba boquiabierta y desconcertada. -¿Aló?-, pregunté incrédula. -¿La señorita Patricia Pölöskei?-, preguntó una voz distendida, paternal, muy agradable y musical, incluso, como si fuera un artista de la televisión. -Sí, así es, ¿qué desea?-, seguía yo desconcertada, sin atinar respuestas. -Soy Julio Hauss-, me dijo, entonces, subrayando sus palabras. Hauss era el dueño del acuario, ¿lo recuerda? Nos había contratado para h
Las horas se me hicieron demasiado lentas. El reloj avanzaba con pies de plomo, los minutos se estiraban como un elástico y no había cuándo llegase las cinco de la tarde para poder conversar con Julio Hauss. Ni sabía qué iba a decirle. En lo que sí estaba convencida es que él tenía clave para saber todo lo que me estaba pasado. Lo que también quería es que Rudolph no se fuera nunca. En realidad ese era, aunque lo negase o intentara mentirme a mí misma, la razón principal de hablar con ese sujeto. -Trata de ser coherente, no compliques las cosas, no pidas imposibles o cosas fuera de lugar, Rudolph podría desaparecer para siempre y entonces la pasarías muy mal y yo no quiero que sufras-, me advirtió Alondra. Ella tenía razón. Eso me alteraba más, me ponía muy nerviosa y en un momento dado mi corazón era un tambor repicando muy fuerte, golpeando con vehemencia mi busto, a punto de reventar en un millón de pedazos. Me puse muy linda. Quería impresionar a Hauss. Alondra me
Fui a la clínica donde había trabajado en vida Rudolph como anestesiólogo. La recepcionista del nosocomio me reconoció. -¡¡Patricia!!, qué gusto volver a verla!!-, me dijo efusiva dándome un besote en la mejilla. Yo me había puesto un sastre rojo, con la falda corta, zapatos abiertos, llevaba una cadenita de oro con un dije de un búho, tenía aros de pendientes y llevaba mis pelos completamente revueltos. Estaba realmente regia y hermosa. La clínica se encontraba, literalmente, repleta. Habían muchos pacientes esperando ser atendidos, se formaban largas colas en admisión y los consultorios, las enfermeras iban y venían y los parlantes retumbaban a cada momento anunciando atenciones inmediatas. El hormigueo era febril. -Hola, Raquel, estás muy linda-, le devolví el beso. -¿Necesitas algo?-, me preguntó solícita. Yo no sabía cómo decírselo, así es que acerqué mi naricita a su oído y le susurré muy bajito para que nadie me escuche. -Rudolph dejó aquí su semen-, me puse roja, i