Brown esperó con una larga sonrisa a Alondra, muy elegante y haciendo brillar sus ojos. La vio tan hermosa, dulce, encantada y mágica, como la recordaba de esa vez que hicimos el encarte de su nieva línea de moda de caballeros. Le dio un besote en la mejilla y mi amiga quedó electrocutada. Jamás imagino sentir los labios de él acariciando sus mejillas. Los fuegos se incendiaron, de repente, en sus entrañas. Pidieron los mejores platillos de la carta y disfrutaron de una opípara cena, postres y un vino exclusivo. -Lamento lo de tu esposa-, le dijo Alondra, tratando de adivinar sus sentimientos. -Ella no podía olvidar a su primer amor. Ya te imaginas, se conocían desde niños, eran muy amigos en el colegio, se ayudaban en todo, se convirtió en su primer enamorado y eso es difícil de prescindir. Pelearon como lo hacen tantas parejas, pero mi esposa tenía un carácter complicado y para enardecerlo, aceptó mis requerimientos y se casó conmigo, pero yo estaba seguro que ella no me q
Sebastián no podía resignarse a perderme. Él estaba muy enamorado de mí, demasiado, hasta la locura. Su amigo, el psiquiatra, le había recomendado, incluso, dejarme. -Esa mujer necesita ayuda urgente, debe estar internada algún tiempo, desvaría y está obsesionada en su marido muerto, no te conviene, le harás mucho daño-, le dijo, cuando Sebas lo llamó pidiéndole consejos para tratar de enamorarme. También llamaba, a cada momento, a Alondra pero mi amiga estaba a la defensiva por todo lo que yo le había contado, de su acoso y permanente porfía por tratar de que le acepte como novio. -Patricia ama a otro hombre-, le dijo Alondra, pero el efecto de su aclaración fue diferente a lo que mi amiga esperaba. Eso lo enardeció aún más a Sebas, lo encaprichó. Y un hombre despechado se torna en muy peligroso pues sus ansias se tornan en obsesión. Esa tarde Sebas me esperó que terminara mis labores en la agencia de publicidad par abordarme. Me zarandeó incluso. -Escucha bien, Patricia, tú e
Me levanté bastante tarde. Había trabajado mucho todos esos días que apenas tenía fuerzas hasta para respirar. Me di una buena ducha, me puse un short jean súper cortito y ceñido y una camiseta blanca sin mangas, además de chancletas y dejé mis pelos mojados, chorreando agua. Me hice un sabroso café con leche, tenía tostadas igualmente. Prendí el televisor y sentada a mis anchas en la silla, disfruté del delicioso desayuno que me había preparado. Fue cuando recibí una extraña llamada en mi móvil. En la pantalla decía, grande, "número desconocido". Estaba boquiabierta y desconcertada. -¿Aló?-, pregunté incrédula. -¿La señorita Patricia Pölöskei?-, preguntó una voz distendida, paternal, muy agradable y musical, incluso, como si fuera un artista de la televisión. -Sí, así es, ¿qué desea?-, seguía yo desconcertada, sin atinar respuestas. -Soy Julio Hauss-, me dijo, entonces, subrayando sus palabras. Hauss era el dueño del acuario, ¿lo recuerda? Nos había contratado para h
Las horas se me hicieron demasiado lentas. El reloj avanzaba con pies de plomo, los minutos se estiraban como un elástico y no había cuándo llegase las cinco de la tarde para poder conversar con Julio Hauss. Ni sabía qué iba a decirle. En lo que sí estaba convencida es que él tenía clave para saber todo lo que me estaba pasado. Lo que también quería es que Rudolph no se fuera nunca. En realidad ese era, aunque lo negase o intentara mentirme a mí misma, la razón principal de hablar con ese sujeto. -Trata de ser coherente, no compliques las cosas, no pidas imposibles o cosas fuera de lugar, Rudolph podría desaparecer para siempre y entonces la pasarías muy mal y yo no quiero que sufras-, me advirtió Alondra. Ella tenía razón. Eso me alteraba más, me ponía muy nerviosa y en un momento dado mi corazón era un tambor repicando muy fuerte, golpeando con vehemencia mi busto, a punto de reventar en un millón de pedazos. Me puse muy linda. Quería impresionar a Hauss. Alondra me
Fui a la clínica donde había trabajado en vida Rudolph como anestesiólogo. La recepcionista del nosocomio me reconoció. -¡¡Patricia!!, qué gusto volver a verla!!-, me dijo efusiva dándome un besote en la mejilla. Yo me había puesto un sastre rojo, con la falda corta, zapatos abiertos, llevaba una cadenita de oro con un dije de un búho, tenía aros de pendientes y llevaba mis pelos completamente revueltos. Estaba realmente regia y hermosa. La clínica se encontraba, literalmente, repleta. Habían muchos pacientes esperando ser atendidos, se formaban largas colas en admisión y los consultorios, las enfermeras iban y venían y los parlantes retumbaban a cada momento anunciando atenciones inmediatas. El hormigueo era febril. -Hola, Raquel, estás muy linda-, le devolví el beso. -¿Necesitas algo?-, me preguntó solícita. Yo no sabía cómo decírselo, así es que acerqué mi naricita a su oído y le susurré muy bajito para que nadie me escuche. -Rudolph dejó aquí su semen-, me puse roja, i
-¿No es usted la esposa del doctor Rudolph?-, me recibió Watson poniéndose de pie muy solemne, parpadeando de prisa. -Sí, soy Patricia-, moví mis hombros coqueta ensanchando mi risita. -A ver, Patricia, ¿toses mucho, tienes carraspera, qué pasa contigo?-, se mostró él muy solícito. Me alcé a ver a la enfermera, hacía unos apuntes en su ordenador. Entonces murmuré entre dientes, muy bajito. -Quiero el semen de mi marido, de Rudolph-, susurré. Watson sonrió largo y sus ojos brillaron como estrellas. -¡¡¡¡Ahhhh, Patricia, una sabia decisión!!!!-, alzó la voz lo que me turbó mucho. Otra vez no sabía dónde esconder la cara, mordí mi lengua incluso. -Cuando la clínica decidió abrir un banco de semen, los primeros que nos apuntamos fuimos Rudolph y yo, y todos nos aplaudieron. Recuerdo que su marido dijo riéndose "ésta cuenta de ahorros triplicará su valor en el futuro", ya sabe que Rudolph siempre andaba riéndose, haciendo mofa de todo-, me contó Watson. Yo seguía azorada por
Rudolph estaba muy entusiasmado con la noticia del banco de semen, que su muestra estaba allí, intacta, y quería que me insemine ya, ya, ya para quedar embarazada. -¡¡¡Quiero tener un hijo contigo de inmediato!!!-, me dijo, bailando conmigo, alborozado, estrujando mi cintura. Yo estaba colgada a su cuello, siguiendo los acordes y la cadencia de una deliciosa salsa, bailando sensual y sexy, prendada de la mirada tan varonil de mi marido, ahora encendida de muchos fulgores. Rudolph bailaba muy bien, y esa fue una de las cosas que me enamoraron de él. La candela que brotaba entre nosotros atados a la pasión de la música. -Tienen que hacerme una serie de exámenes, antes lo que ellos temen es que yo no pueda concebir y ya sabes, consideran tu muestra como oro ja ja ja-, le dije divertida. -Pamplinas, eres una mujer muy sana, fuerte y sobre todo joven, estoy seguro que puedes tener hasta mil hijos-, me insistió sin despintar la felicidad que coloreaba su rostro iluminado. -Pero Ge
Palacios me llamó a la mañana siguiente. Su intempestiva comunicación me alteró. Yo estaba tranquila, desayunando, después de haberme dado una buena ducha, saboreando un café con leche cuando de repente timbró el móvil. Apenas vi su nombre en la pantalla del celular me preocupé. Sabía que estaba relacionado con la muerte de mi marido. -¿Puedo hablar con usted, señorita Pölöskei?-, me preguntó solemne, creo sonriente, el jefe de la policía. Eso me aterró aún más. Pensé en que ya sabía la identidad del asesino. Yo no quería que Rudolph se fuera de mi lado, o al menos permaneciera conmigo hasta que diera luz a nuestro o nuestros bebés y él pueda verlos. Ansiaba ver su carita feliz besando a su hijo, hijos, hija o hijas, jejeje, ay el número que fuera, je je je y compartir a su lado nuestra inmensa dicha. Es lo que más deseaba, incluso con encono. Fui de prisa a la comandancia. Palacios me esperaba con un café humeante y galletas. Estaba tranquilo. Eso me hizo recuperar la confianza.