-¿No es usted la esposa del doctor Rudolph?-, me recibió Watson poniéndose de pie muy solemne, parpadeando de prisa. -Sí, soy Patricia-, moví mis hombros coqueta ensanchando mi risita. -A ver, Patricia, ¿toses mucho, tienes carraspera, qué pasa contigo?-, se mostró él muy solícito. Me alcé a ver a la enfermera, hacía unos apuntes en su ordenador. Entonces murmuré entre dientes, muy bajito. -Quiero el semen de mi marido, de Rudolph-, susurré. Watson sonrió largo y sus ojos brillaron como estrellas. -¡¡¡¡Ahhhh, Patricia, una sabia decisión!!!!-, alzó la voz lo que me turbó mucho. Otra vez no sabía dónde esconder la cara, mordí mi lengua incluso. -Cuando la clínica decidió abrir un banco de semen, los primeros que nos apuntamos fuimos Rudolph y yo, y todos nos aplaudieron. Recuerdo que su marido dijo riéndose "ésta cuenta de ahorros triplicará su valor en el futuro", ya sabe que Rudolph siempre andaba riéndose, haciendo mofa de todo-, me contó Watson. Yo seguía azorada por
Rudolph estaba muy entusiasmado con la noticia del banco de semen, que su muestra estaba allí, intacta, y quería que me insemine ya, ya, ya para quedar embarazada. -¡¡¡Quiero tener un hijo contigo de inmediato!!!-, me dijo, bailando conmigo, alborozado, estrujando mi cintura. Yo estaba colgada a su cuello, siguiendo los acordes y la cadencia de una deliciosa salsa, bailando sensual y sexy, prendada de la mirada tan varonil de mi marido, ahora encendida de muchos fulgores. Rudolph bailaba muy bien, y esa fue una de las cosas que me enamoraron de él. La candela que brotaba entre nosotros atados a la pasión de la música. -Tienen que hacerme una serie de exámenes, antes lo que ellos temen es que yo no pueda concebir y ya sabes, consideran tu muestra como oro ja ja ja-, le dije divertida. -Pamplinas, eres una mujer muy sana, fuerte y sobre todo joven, estoy seguro que puedes tener hasta mil hijos-, me insistió sin despintar la felicidad que coloreaba su rostro iluminado. -Pero Ge
Palacios me llamó a la mañana siguiente. Su intempestiva comunicación me alteró. Yo estaba tranquila, desayunando, después de haberme dado una buena ducha, saboreando un café con leche cuando de repente timbró el móvil. Apenas vi su nombre en la pantalla del celular me preocupé. Sabía que estaba relacionado con la muerte de mi marido. -¿Puedo hablar con usted, señorita Pölöskei?-, me preguntó solemne, creo sonriente, el jefe de la policía. Eso me aterró aún más. Pensé en que ya sabía la identidad del asesino. Yo no quería que Rudolph se fuera de mi lado, o al menos permaneciera conmigo hasta que diera luz a nuestro o nuestros bebés y él pueda verlos. Ansiaba ver su carita feliz besando a su hijo, hijos, hija o hijas, jejeje, ay el número que fuera, je je je y compartir a su lado nuestra inmensa dicha. Es lo que más deseaba, incluso con encono. Fui de prisa a la comandancia. Palacios me esperaba con un café humeante y galletas. Estaba tranquilo. Eso me hizo recuperar la confianza.
Cuando fui a la agencia, Alondra me tenía una sorpresa entre manos. -Quiero pedirte un favor, Patricia, me llamó una amiga mía. Ella es diseñadora de modas y lanzará una línea de verano muy audaz que debe ser un gran éxito la próxima temporada-, me dijo con una sonrisita pícara, haciendo brillar sus ojitos. De inmediato pensé que sería para aparecer en los avisos y los encartes. -No hay problema Alondra, seré la modelo-, le dije, encendiendo mi ordenador. -No, ésta vez no es para que te tome fotos o te haga videos, mi amiga quiere que participes en un desfile de modas-, me disparó entonces ella de frente. Ay, yo detesto los desfiles de modas. No me gusta que todo el mundo me esté mirando de pies a cabeza, fijándose en mis piernas, mis posaderas, mis pechos, mi pelo, viéndome y analizándome como si fuera una cosa rara. Puedo soportar los avisos pero estar frente a los ojos de todo el mundo, me incomoda y me fastidia. -¿Por qué no desfilas tú? Eres tan o más hermosa que yo-,
Los exámenes clínicos empezaron de inmediato y George estaba tan o más entusiasmado que Rudolph y yo misma. Me hizo pasar por todos los chequeos habidos por haber en el hospital. Estuve en manos de ginecólogos, obstetras, neumólogos, cardiólogos, nutricionistas, especialistas en la sangre, en el hígado, los riñones, traumatólogos y hasta una psicóloga para evaluar si estaba preparada para ser mamá, me hicieron toda suerte de análisis, me tomaron radiografías y ecografías, controlaron mi temperatura, mi presión, todo. Prácticamente la pasé una semana entera en la clínica, al extremo que me conocí hasta el último de sus consultorios y pasadizos, je je je. Mi felicidad y entusiasmo coincidía también con la dicha de Alondra. Su relación con Gaston Brown iba de maravillas. Se veían todas las noches, él la llevaba a lujosos restaurantes, a exclusivos night club, a costosos conciertos y a salones de bailes, reservados, donde la pasaban muy bien, encandilados a su amor. -Te veo muy ena
Por la noche, después que hicimos el amor con mucha intensidad, Rudolph se alzó y me miró largo rato, acariciando mis pelos, enredando sus dedos en mis cabellos. Yo transpiraba aún después de la intensa faena y mordía mis labios, eclipsada y obnubilada después que me hizo suya igual a un volcán en erupción. -Me equivoqué, Patricia, me dijo, Brown es un buen hombre- Yo intentaba desacelerar mi corazón, echaba humo por mis narices y las llamas seguían chisporroteando por todos mis poros. -Tengo miedo que Brown se lleve a Alondra-, le confesé finalmente. -No creo que te deje, ella disfruta mucho de su trabajo-, mi marido no compartió mis dudas. Igual se lo pregunté a Alondra cuando hacíamos las fotos para la publicidad del museo de cera que abriría en breve sus puertas al público. Alondra me hizo posar con grandes personalidades de la historia, hechas estatuas, y también con las imágenes escalofriantes de Jack el Destripador o el abominable hombre de las nieves. -¿D
Esa mañana recibí la esperada llamada de George. Yo me había duchado, estaba metida en una bata, me hacía un delicioso hígado frito, ya había comprado pan antes de darme el baño y me haría, además, café con leche porque tenía mucha hambre. La había pasado de maravillas, además, en los brazos de Rudolph, estaba feliz, en realidad, me sentía súper coqueta y femenina y por eso deseaba darme una sabrosa comilona, cuando timbró mi móvil. -Todo bien, Patricia, los exámenes han salido todos bien, estás en condiciones de inseminarte, esto se hará la semana entrante, el miércoles o jueves que estarás ovulando-, me dijo él resoluto. Junté los dientes, las rodillas, moví los hombros, creo que mis mejillas se pintaron, por completo, de rosa y quería explotar de felicidad. -¿Soportaré un embarazo múltiple?-, parpadeé varias veces. -Por supuesto, eres una mujer, fuerte, sana, sin ningún tipo de problemas. Te reitero que es una posibilidad no es nada definitivo-, me aclaró George. Como
Tomé mi desayuno muy nerviosa, inquieta bastante eufórica en realidad pensando en cómo decírselo a Rudolph. Lo que yo quería era tener una faena muy romántica con mi marido y luego inseminarme, para de esta forma, coincidir la velada con el tratamiento que me haría George y quedar embarazada, como si en efecto, él, mi marido muerto, fuera el responsable de mi futura e inminente gestación. También debía decírselo a Alondra para que ella, paralelamente, tuviera su noche de amor intensa con Gaston y tratar, igualmente, de quedar embarazada. Pensé además en organizar la boda de ella, de mi amiga, apenas nos dieran la noticia de que estábamos en la dulce espera- Todo eso me tenía febril, entusiasmada, sumida en nervios, cuando, de pronto, Sebastián empezó a gritar frente a mi puerta, alterando a todos los vecinos. -¡¡¡Patricia!!! ¡¡¡Abre la puerta!!!-, decía Sebas como un energúmeno. Desorbité mis ojos, mis pelos se erizaron, mi corazón se alteró y quedé estupefacta y desconcertada