Yo me sentía en deuda con Rudolph. No había hecho nada en busca de dar con el asesino de mi marido. Ya no confiaba en Palacios y estaba segura que él había archivado el caso porque no habían evidencias de nada. Después de descartar muchas posibilidades pensé que el único rival nuestro que pudiera haberse vengada de una manera cruel y despiadada, era Tadeus Gibz, un hombre ruin y miserable, al que ya había confrontado antes. Teníamos mucha rivalidad, además. Después que mataron a Rudolph, hablé con él y me dijo que si bien me odiaba y afirmaba que yo le había quitado buenos clientes, sería incapaz de matar a mi esposo, sin embargo no le creí y decidí volver a enfrentarlo. Me miró somnoliento, legañoso y exánime. Le iba mal también en sus contratos. -Ya hemos hablado mucho sobre tu marido, yo no tengo nada que ver en su asesinado, Pölöskei-, me recibió él de mala manera. -¿Tendrás una coartada?-, le pedí mirándolo a los ojos. Él daba lástima. Las cosas no le iban bien, había p
Luego de cumplir con nuestro trabajo en las locaciones donde se hacía la telenovela que debíamos publicitar, fuimos a la agencia a editar las fotos y los videos y nos quedamos trabajando hasta cerca de las once de la noche. Entonces recién fuimos a mi casa. Alondra, ésta vez, no estaba ni nerviosa ni impaciente ni asustada ni sumida en el pánico y por el contrario se le veía tranquila, serena y decidida a resolver el misterio de mi marido muerto. -A Rudolph le dará gusto verte y hablar contigo-, le dije contenta y entusiasmada. -Estás muy contenta de tener esa relación paranormal con tu marido, puede ser que solo sea tu imaginación-, me disparó al medio del corazón. Sin embargo, eso era cierto y se lo dije a Rudolph. Yo no quería despertar de ese sueño. Estaba feliz, encandilada, nuevamente enamorada, quizás más prendada que nunca de mi marido, y era feliz y dichosa a su lado, tanto que no quería que se vaya nunca, como ocurrió con Darrow que se fue después de aclarar las
Sebastián me llamó para tomar un café en un restaurante cercano a la agencia. -Estoy con mucho trabajo-, le dije fastidiada. Era cierto. Debíamos editar unas imágenes de video de una gran campaña antirrábica que se haría en la ciudad y Alondra y yo estábamos desde temprano en la oficina, cortando y recortando los videos que hicimos con los veterinarios y una infinidad de perritos. -¿Me estás evadiendo?-, se molestó Sebas, con aires dominantes de alfa todopoderoso. -No, no, no, simplemente que estoy con mucho trabajo-, le expliqué tratando de no sulfurarme. -¿Cuándo tienes tiempo, entonces?-, insistió Sebastián. Me sentí entre la espada y la pared. No quería verlo porque me sentía culpable del rompimiento de él con su esposa. Ellos habían terminado su relación poco después de la deliciosa faena que habíamos tenido en mi casa, entregándonos, por completo, a los placeres de las carnes desnudas. Ella se había enterado de las traiciones de su marido y lo abandonó. Por eso yo me sent
Cuando me casé con Rudolph dejé de ver, definitivamente, a Sebas. No podía engañar a mi marido, más aún después de haberme comprometido con él de serle fiel y además lo amaba mucho. Recién, cuando lo mataron a mi esposo, estando yo en un momento de gran desconcierto y estando herida y sensible, me reencontré con los brazos, besos, y caricias de Sebas, sin embargo, lejos de gustarme, me resultó desabrido e insulso aunque deliré mucho cuando me hizo suya. No lo voy a negar tampoco, je je je. -No puedo olvidar a mi esposo-, intenté una salida pero él estalló en carcajadas. -Eso no fue lo que dijiste cuando hicimos el amor la otra vez-, me puso Sebas entre la espada y la pared. -Me gustas mucho, pero lo mejor es darle tiempo al tiempo-, le pedí. Esa sí fue una muy buena salida. -Mi divorcio está en trámite, voy a quedar libre, Patricia, y yo quiero casarme contigo. Quiero dejar atrás toda mi vida de play boy, quiero asentar cabeza, tener una familia, la experiencia que tuve con
Alondra lloraba a borbotones cuando yo llegué a la agencia. Ella tenía sus ojitos completamente encharcados de lágrimas y llevaba sus pelos desparramados sobre su rostro tan dulce y tierno. Quedé perpleja cuando la vi, así, sumergida en un gran llanto desconsolado. Lancé mi cartera y mi abrigo y corrí a abrazarla. Ella hundió su rostro en mi pecho y siguió llorando a gritos, sin poder contenerse. -¿Qué ha pasado, bebita?-, la estrujé. Yo estaba muy sorprendida. Jamás la había visto llorar a mi amiga de esa manera, sin consuelo, convertida en un mar de llanto. Ella no quería hablar, sin embargo, solo lloraba y con sus manitas pequeñas golpeaba una y otra vez la mesa de su escritorio. Alondra estaba sensible y conmovida, muy dolida y quería, ciertamente, que la tierra se la tragase de un bocado. -Joan ya no me quiere-, me dijo, finalmente, después de un rato. Quedé perpleja. Joan era el nuevo novio de Alondra. Habían vuelto en realidad después de varias peleas. Ya tenían algún
Alondra no fue a trabajar a la agencia, casi una semana entera. Se encerró en su apartamento, y no quiso salir por varios días. Yo no sabía qué hacer. El trabajo se acumulaba, teníamos contratos importantes y yo no sola no podía cumplir con nuestros numerosos clientes. Fui a buscarla no una, sino infinidad de veces a Alondra, pero ella ni siquiera me abría o contestaba mis llamadas. Continuó llorando, imagino, tumbada en su cama, sintiendo que todo el hermoso y delirante futuro que ilusionó tanto al lado de Joan, se había derrumbado como un castillo de naipes. -Yo voy hablar con ella, no te preocupes-, me dijo Rudolph cuando me besaba apasionado, acariciando mis piernas, mis brazos, engolosinado con mis encantos. -No te abrirá la puerta-, le advertí, pero él estalló en risas. -Yo tengo la llave para entrar a todas las casas ja ja ja-, siguió riendo. Era verdad. Mi marido era un fantasma. No había pared o puerta que se le interpusiera en el camino. -Tú lo que quieres es verl
Alondra regresó a la oficina el viernes por la tarde. Sonriente, feliz, otra vez con la carita coloreada de entusiasmo, siempre distendida y divertida, como si nada hubiera pasado. Yo estaba que me jalaba los pelos con tanto trabajo, que ni siquiera había dormido dos días en casa. -Me alegra verte, otra vez, amiga-, le confesé. -¿No te parece raro que un fantasma nos diga qué hacer?-, prendió ella su PC para empezar a editar las fotos que había hecho yo de un flamante astillero que abría sus puertas en el litoral, dedicado a la construcción de bolicheras y chalanas de todo tamaño. -Si le contamos a alguien que hablamos con un muerto, nos dirán que estamos muy locas, ja ja ja-, me dio risa. Rudolph, como saben, ya me había contado todo lo que había hablado con Alondra. -Bueno, la verdad, no me importa que me digan loca, lo que sé es que Rudolph es muy lindo-, hizo ella brillar sus ojitos y su sonrisa. -Rudolph es mi esposo, no lo olvides-, sentí celos viéndola tan radiante.
Sebastián se apareció en mi casa muy temprano, trayéndome un ramo de flores y una caja de chocolates. Reía largo y estaba lindo con sus pelos revueltos, la camisa abierta donde emergían sus grandes bíceps y formidables músculos. Brillaban sus ojos y su fragancia me envolvió como una caricia que me estremeció por completa. Una fortísima descarga eléctrica me recorrió entonces por todo mi cuerpo. Apenas lo vi, tan hermoso, me excité y sentí las llamas alzándose en mis entrañas. -¿Qué haces aquí?-, me molesté, sin embargo. Yo pensaba que ya había aclarado las cosas con él. -Visitarte, tan solo-, me contó. Me besó la naricita y se metió a la casa, pasando, literalmente, encima mío. Había traído también panes muy crocantes que acaba de comprar en la panadería de la esquina. Igualmente trajo un paquete con muchas lenguas de mortadela. -Ya desayuné-, mentí porque recién había terminado de duchado. -Bueno, tú ya desayunaste pero yo no, je je je-, me dijo Sebas divertido marchando