Sebastián se apareció en mi casa muy temprano, trayéndome un ramo de flores y una caja de chocolates. Reía largo y estaba lindo con sus pelos revueltos, la camisa abierta donde emergían sus grandes bíceps y formidables músculos. Brillaban sus ojos y su fragancia me envolvió como una caricia que me estremeció por completa. Una fortísima descarga eléctrica me recorrió entonces por todo mi cuerpo. Apenas lo vi, tan hermoso, me excité y sentí las llamas alzándose en mis entrañas. -¿Qué haces aquí?-, me molesté, sin embargo. Yo pensaba que ya había aclarado las cosas con él. -Visitarte, tan solo-, me contó. Me besó la naricita y se metió a la casa, pasando, literalmente, encima mío. Había traído también panes muy crocantes que acaba de comprar en la panadería de la esquina. Igualmente trajo un paquete con muchas lenguas de mortadela. -Ya desayuné-, mentí porque recién había terminado de duchado. -Bueno, tú ya desayunaste pero yo no, je je je-, me dijo Sebas divertido marchando
Conseguimos la campaña de invierno de una importante diseñadora de modas y nos encargó, también, un encarte, que no solo se entregaría en los principales diarios escritos del país, sino también se repartiría a los clientes de todas las cadenas de hipermercado, todo en papel couché y a full color. Sin embargo, Magdalena Sonders puso como condición que yo fuera la modelo principal de la publicación, esto es la carátula, con el vestido emblema de sus diseños para el invierno que se venía , y ordenó que también debía aparecer en un 70 por ciento de las páginas impresas. -A mí me gusta estar detrás de cámaras-, le protesté a Alondra, mientras me retocaban las maquilladoras y peinadoras que contratamos para mí y las otras modelos, en el bungalow que improvisamos como vestidor en una de las locaciones que elegimos para las fotos, un parque enorme, con muchas flores, golondrinas y mariposas para conseguir un ambiente súper romántico y femenino. -¿Quién te manda a ser tan hermosa, señori
Terminamos de hacer las fotos y videos, cerca de las 10 de la noche. Sonders quedó maravillada y encantada con nuestro trabajo, incluso nos regaló a nosotras y a las otras modelos, vestidos, pantimedias, ropa interior, minifaldas y leggins, todos de su próximo lanzamiento. Quedamos encantadas y chillando de gusto. Después de guardar los equipos, las pantallas, las luces, Alondra me miró fijamente a los ojos. Ya se habían ido las modelos y también Magdalena Sonders con su equipo de trabajo. Nosotras habíamos quedado solas en la locación. -¿Qué ocurre contigo?-, me preguntó Alondra resoluta, con la frente estrujada. Me sorprendí. -A mí, nada, ¿por qué?-, quedé embobada. -Jamás te portas tan sexy, pero ahora te sentías la señorita más bella del planeta, por poco quemas hasta los paneles y las cámaras-, seguía ella con su naricita alzada. -Me gustaron los vestidos, las pantimedias, los leggins, todo estaba delicioso-, mordí la lengua. -¿Estás embarazada?-, me disparó finalm
A la mañana siguiente fui al ginecólogo. Lo que me había dicho Alondra, me tenía preocupada. Yo me sentía rara además, ardiendo en llamas. Jamás tuve una sensación parecida ni cuando me casé con Rudolph. Me había vuelto igual a un petardo de dinamita a punto de estallar. Me sentía muy sensual, sexy, súper femenina, tanto que me puse una minifalda jean cortita y estrecha. No solo habían sido las fotos y las deliciosas sensaciones que me dejaron los vestidos o las pantimedias o los leggins, cuando estaba con Sebastián y los otros modelos se encendían, de repente mis fuegos se habían prendido en mis entrañas e intimidades, calcinándolo todo, y me sentía muy hermosa, flotando en una nube, ansiosa de besos y caricias. El doctor Fausto Migleck siempre ha sido mi ginecólogo, desde adolescente, es decir me conoce más que nadie. Apenas me vio sonrió siempre distendido y campechano. -Ya quieres ser mamá, mi bella Patricia-, me disparó de frente, en medio del corazón. -Es solo un d
El encarte que hicimos nos dio mucho reconocimiento en el ambiente de los diseños y nuestro buen trabajo anterior, nos abrió bastantes puertas de diferentes casas de modas interesadas en que les hagamos publicidad. Una de ellas era la renombrada Míster Brown, especializada en ropa de caballeros. El dueño era Gaston Brown, un tipo alto, guapo, de cabellos rubios, los ojos celestes, las manos enormes, como manubrios de una grúa. Alondra y yo quedamos impactadas y boquiabiertas ante semejante espécimen de hombre, muy varonil, arrollador, encantador y mágico. Parecía uno de esos generales romanos que iban y venían en sus vistosos carruajes. Él quería también un encarte en papel couché de cien páginas. Su secretaria nos invitó café y galletas, pero nosotras estábamos perplejas mirando y admirando lo perfecto que era ese hombre, con sus músculos bien tatuados en sus pechos, los grandes bíceps y los vellos, también rubios, que emergían de su camisa desabrochada. -Va a ser una campañ
Hicimos todo tipo de fotos y videos, aprovechando todos los rincones del estudio, tratando de graficar la elegancia, pulcritud y las caídas perfectas de la flamante ropa masculina de la casa Brown. Los modelos respondieron muy bien a nuestras exigencias y disfrutaron, además de la velada. Nos reímos mucho, hacíamos bromas para que ellos se relajaran, coqueteábamos también con ellos para que, como se dice popularmente, los chicos "se soltaran" al momento de las tomas. -Un hombre le dice a su amigo, "estoy furioso, los ladrones me robaron la puerta de mi casa", y el amigo sorprendido y perplejo, rascó sus pelos, rayos, tuviste que entrar por la ventana ja ja ja-, conté un chascarrillo y todos estallaron en ruidosas carcajadas, haciendo distendido el momento. Lo que queríamos, finalmente, es que los chicos lucieran relajados y lo habíamos conseguido en medio de las risotadas. Gaston Brown quedó contento con el encarte. Nos la pasamos trabajando todo el fin de semana haciendo los
Un nuevo crimen asoló el vecindario donde yo vivía. Un marido fue asesinado de la misma manera que mataron a Rudolph. Fue sorprendido en una esquina y ejecutado de tres disparos a mansalva por un sujeto embozado en una capucha oscura. Las imágenes captadas en las cámaras de vigilancia fueron espeluznantes y me hizo llorar mucho, pensando que así habían matado a mi esposo. El criminal apareció de repente de una esquina y le descerrajó los disparos sobre el infortunado padre de familia, matándolo en el acto. No le robó nada, tampoco. Simplemente lo mató y el tipo huyó del escenario del homicidio. Los peritos encontraron tan solo los tres casquillos del arma, calibre 38. Fui a la comisaría, de inmediato, pero Palacios no me recibió. Uno de sus oficiales me atajó en la puerta de la comandancia y me dijo que su jefe "estaba muy ocupado por el nuevo crimen" que se había producido y tenía en jaque a la ciudad. Me sentí frustrada. Yo estaba segura que el asesino era el mismo que habí
Palacios recién me atendió al día siguiente. Él me llamó a mi móvil. Yo estaba con Alondra en la imprenta, viendo y constatando el tiraje del catálogo que nos encargó el hipermercado, cuando de pronto zumbó mi celular. -Te espero hoy a las tres-, me dijo el jefe de la policía. Lo encontré, entonces, sirviéndose un café. -Hemos tenido un día muy intenso, Patricia-, me dijo confianzudo. Me senté en una silla confortable, crucé las piernas y arreglé mis pelos. Acomodé mi cartera en el regazo porque tenía una minifalda muy corta. -Hay una pista-, me anunció, finalmente, Palacios. Mi corazón empezó a tamborilear frenético en el pecho. Apreté los puños y junté los dientes. -Al tipo que mataron, Gudufredo Jaist, tenía muchas deudas en los casinos-, me dijo riendo irónico. -¿Casinos? Mi marido no apostaba-, me molesté. -Rudolph también tenía deudas-, me disparó sin clemencia, en medio del corazón. Eso no lo sabía. Rudolph apostaba en los casinos y yo ignoraba eso por co