Terminamos de hacer las fotos y videos, cerca de las 10 de la noche. Sonders quedó maravillada y encantada con nuestro trabajo, incluso nos regaló a nosotras y a las otras modelos, vestidos, pantimedias, ropa interior, minifaldas y leggins, todos de su próximo lanzamiento. Quedamos encantadas y chillando de gusto. Después de guardar los equipos, las pantallas, las luces, Alondra me miró fijamente a los ojos. Ya se habían ido las modelos y también Magdalena Sonders con su equipo de trabajo. Nosotras habíamos quedado solas en la locación. -¿Qué ocurre contigo?-, me preguntó Alondra resoluta, con la frente estrujada. Me sorprendí. -A mí, nada, ¿por qué?-, quedé embobada. -Jamás te portas tan sexy, pero ahora te sentías la señorita más bella del planeta, por poco quemas hasta los paneles y las cámaras-, seguía ella con su naricita alzada. -Me gustaron los vestidos, las pantimedias, los leggins, todo estaba delicioso-, mordí la lengua. -¿Estás embarazada?-, me disparó finalm
A la mañana siguiente fui al ginecólogo. Lo que me había dicho Alondra, me tenía preocupada. Yo me sentía rara además, ardiendo en llamas. Jamás tuve una sensación parecida ni cuando me casé con Rudolph. Me había vuelto igual a un petardo de dinamita a punto de estallar. Me sentía muy sensual, sexy, súper femenina, tanto que me puse una minifalda jean cortita y estrecha. No solo habían sido las fotos y las deliciosas sensaciones que me dejaron los vestidos o las pantimedias o los leggins, cuando estaba con Sebastián y los otros modelos se encendían, de repente mis fuegos se habían prendido en mis entrañas e intimidades, calcinándolo todo, y me sentía muy hermosa, flotando en una nube, ansiosa de besos y caricias. El doctor Fausto Migleck siempre ha sido mi ginecólogo, desde adolescente, es decir me conoce más que nadie. Apenas me vio sonrió siempre distendido y campechano. -Ya quieres ser mamá, mi bella Patricia-, me disparó de frente, en medio del corazón. -Es solo un d
El encarte que hicimos nos dio mucho reconocimiento en el ambiente de los diseños y nuestro buen trabajo anterior, nos abrió bastantes puertas de diferentes casas de modas interesadas en que les hagamos publicidad. Una de ellas era la renombrada Míster Brown, especializada en ropa de caballeros. El dueño era Gaston Brown, un tipo alto, guapo, de cabellos rubios, los ojos celestes, las manos enormes, como manubrios de una grúa. Alondra y yo quedamos impactadas y boquiabiertas ante semejante espécimen de hombre, muy varonil, arrollador, encantador y mágico. Parecía uno de esos generales romanos que iban y venían en sus vistosos carruajes. Él quería también un encarte en papel couché de cien páginas. Su secretaria nos invitó café y galletas, pero nosotras estábamos perplejas mirando y admirando lo perfecto que era ese hombre, con sus músculos bien tatuados en sus pechos, los grandes bíceps y los vellos, también rubios, que emergían de su camisa desabrochada. -Va a ser una campañ
Hicimos todo tipo de fotos y videos, aprovechando todos los rincones del estudio, tratando de graficar la elegancia, pulcritud y las caídas perfectas de la flamante ropa masculina de la casa Brown. Los modelos respondieron muy bien a nuestras exigencias y disfrutaron, además de la velada. Nos reímos mucho, hacíamos bromas para que ellos se relajaran, coqueteábamos también con ellos para que, como se dice popularmente, los chicos "se soltaran" al momento de las tomas. -Un hombre le dice a su amigo, "estoy furioso, los ladrones me robaron la puerta de mi casa", y el amigo sorprendido y perplejo, rascó sus pelos, rayos, tuviste que entrar por la ventana ja ja ja-, conté un chascarrillo y todos estallaron en ruidosas carcajadas, haciendo distendido el momento. Lo que queríamos, finalmente, es que los chicos lucieran relajados y lo habíamos conseguido en medio de las risotadas. Gaston Brown quedó contento con el encarte. Nos la pasamos trabajando todo el fin de semana haciendo los
Un nuevo crimen asoló el vecindario donde yo vivía. Un marido fue asesinado de la misma manera que mataron a Rudolph. Fue sorprendido en una esquina y ejecutado de tres disparos a mansalva por un sujeto embozado en una capucha oscura. Las imágenes captadas en las cámaras de vigilancia fueron espeluznantes y me hizo llorar mucho, pensando que así habían matado a mi esposo. El criminal apareció de repente de una esquina y le descerrajó los disparos sobre el infortunado padre de familia, matándolo en el acto. No le robó nada, tampoco. Simplemente lo mató y el tipo huyó del escenario del homicidio. Los peritos encontraron tan solo los tres casquillos del arma, calibre 38. Fui a la comisaría, de inmediato, pero Palacios no me recibió. Uno de sus oficiales me atajó en la puerta de la comandancia y me dijo que su jefe "estaba muy ocupado por el nuevo crimen" que se había producido y tenía en jaque a la ciudad. Me sentí frustrada. Yo estaba segura que el asesino era el mismo que habí
Palacios recién me atendió al día siguiente. Él me llamó a mi móvil. Yo estaba con Alondra en la imprenta, viendo y constatando el tiraje del catálogo que nos encargó el hipermercado, cuando de pronto zumbó mi celular. -Te espero hoy a las tres-, me dijo el jefe de la policía. Lo encontré, entonces, sirviéndose un café. -Hemos tenido un día muy intenso, Patricia-, me dijo confianzudo. Me senté en una silla confortable, crucé las piernas y arreglé mis pelos. Acomodé mi cartera en el regazo porque tenía una minifalda muy corta. -Hay una pista-, me anunció, finalmente, Palacios. Mi corazón empezó a tamborilear frenético en el pecho. Apreté los puños y junté los dientes. -Al tipo que mataron, Gudufredo Jaist, tenía muchas deudas en los casinos-, me dijo riendo irónico. -¿Casinos? Mi marido no apostaba-, me molesté. -Rudolph también tenía deudas-, me disparó sin clemencia, en medio del corazón. Eso no lo sabía. Rudolph apostaba en los casinos y yo ignoraba eso por co
La primera vez que fui a la playa con Rudolph, me sentí muy tonta y completamente turbada frente a tanta gente que había en la arena disfrutando del mar y de los rayos del Sol. ¿Se imaginan? Mi marido estaba muerto, era un fantasma y estábamos rodeados de cientos de personas aprovechando la frescura de las olas a esa hora del día. Rudolph en cambio estaba entusiasmado de reaparecer en el litoral. Siempre le encantó el mar. Cuando éramos novios solíamos ir en la noches a contemplar la Luna encendiendo sus luces sobre el agua, convirtiéndola en un lienzo de muchas luciérnagas jugueteando con su divino y mágico ondular. Nos besábamos mucho y yo soñaba siempre en castillos en el aire, en golondrinas de colores y en estrellas al alcance de mis manos, eclipsada a los labios varoniles de él que me dejaban completamente ebria de placer. Rudolph había llegado de noche a la casa, a eso de las once, y pro primera vez no se fue de mi lado. Cuando ya era de mañanita, se había puesto una berm
Rudolph salió al fin del mar y me tomó de la cintura. -Te amo, te amo mucho, Patricia-, me dijo y yo, encandilada, me colgué de su cuello y sin importarme el cacheteo de las olas, lo besé en la boca con desenfreno, muy febril y apasionada, feliz de tenerlo a mi lado, de poder disfrutar de ese momento entre las aguas, chapoteando dichosos, sucumbidos por nuestro profundo amor. -Está besando el aire-, descolgó su quijada un tipo viéndome besar a la nada, abrazada al vacío. -Pobrecita, le falta un tornillo a esa mujer tan bonita-, aceptó otro muchacho. -¿Tendrá delirios, será paranoica, ve fantasmas?-, preguntaba una mujer tratando de entenderme. Estuvimos buen rato disfrutando del mar, sumergiéndonos tomados de la mano, saltando por entre las olas, lanzándonos agua y al final, cansados, decidimos volver a la orilla, riéndonos, corriendo de prisa, sin soltar nuestros deditos atados en grandes nudos. Allí me encontré con la multitud que no dejaba de mirarme. Todos estaban embo