Alondra no fue a trabajar a la agencia, casi una semana entera. Se encerró en su apartamento, y no quiso salir por varios días. Yo no sabía qué hacer. El trabajo se acumulaba, teníamos contratos importantes y yo no sola no podía cumplir con nuestros numerosos clientes. Fui a buscarla no una, sino infinidad de veces a Alondra, pero ella ni siquiera me abría o contestaba mis llamadas. Continuó llorando, imagino, tumbada en su cama, sintiendo que todo el hermoso y delirante futuro que ilusionó tanto al lado de Joan, se había derrumbado como un castillo de naipes. -Yo voy hablar con ella, no te preocupes-, me dijo Rudolph cuando me besaba apasionado, acariciando mis piernas, mis brazos, engolosinado con mis encantos. -No te abrirá la puerta-, le advertí, pero él estalló en risas. -Yo tengo la llave para entrar a todas las casas ja ja ja-, siguió riendo. Era verdad. Mi marido era un fantasma. No había pared o puerta que se le interpusiera en el camino. -Tú lo que quieres es verl
Alondra regresó a la oficina el viernes por la tarde. Sonriente, feliz, otra vez con la carita coloreada de entusiasmo, siempre distendida y divertida, como si nada hubiera pasado. Yo estaba que me jalaba los pelos con tanto trabajo, que ni siquiera había dormido dos días en casa. -Me alegra verte, otra vez, amiga-, le confesé. -¿No te parece raro que un fantasma nos diga qué hacer?-, prendió ella su PC para empezar a editar las fotos que había hecho yo de un flamante astillero que abría sus puertas en el litoral, dedicado a la construcción de bolicheras y chalanas de todo tamaño. -Si le contamos a alguien que hablamos con un muerto, nos dirán que estamos muy locas, ja ja ja-, me dio risa. Rudolph, como saben, ya me había contado todo lo que había hablado con Alondra. -Bueno, la verdad, no me importa que me digan loca, lo que sé es que Rudolph es muy lindo-, hizo ella brillar sus ojitos y su sonrisa. -Rudolph es mi esposo, no lo olvides-, sentí celos viéndola tan radiante.
Sebastián se apareció en mi casa muy temprano, trayéndome un ramo de flores y una caja de chocolates. Reía largo y estaba lindo con sus pelos revueltos, la camisa abierta donde emergían sus grandes bíceps y formidables músculos. Brillaban sus ojos y su fragancia me envolvió como una caricia que me estremeció por completa. Una fortísima descarga eléctrica me recorrió entonces por todo mi cuerpo. Apenas lo vi, tan hermoso, me excité y sentí las llamas alzándose en mis entrañas. -¿Qué haces aquí?-, me molesté, sin embargo. Yo pensaba que ya había aclarado las cosas con él. -Visitarte, tan solo-, me contó. Me besó la naricita y se metió a la casa, pasando, literalmente, encima mío. Había traído también panes muy crocantes que acaba de comprar en la panadería de la esquina. Igualmente trajo un paquete con muchas lenguas de mortadela. -Ya desayuné-, mentí porque recién había terminado de duchado. -Bueno, tú ya desayunaste pero yo no, je je je-, me dijo Sebas divertido marchando
Conseguimos la campaña de invierno de una importante diseñadora de modas y nos encargó, también, un encarte, que no solo se entregaría en los principales diarios escritos del país, sino también se repartiría a los clientes de todas las cadenas de hipermercado, todo en papel couché y a full color. Sin embargo, Magdalena Sonders puso como condición que yo fuera la modelo principal de la publicación, esto es la carátula, con el vestido emblema de sus diseños para el invierno que se venía , y ordenó que también debía aparecer en un 70 por ciento de las páginas impresas. -A mí me gusta estar detrás de cámaras-, le protesté a Alondra, mientras me retocaban las maquilladoras y peinadoras que contratamos para mí y las otras modelos, en el bungalow que improvisamos como vestidor en una de las locaciones que elegimos para las fotos, un parque enorme, con muchas flores, golondrinas y mariposas para conseguir un ambiente súper romántico y femenino. -¿Quién te manda a ser tan hermosa, señori
Terminamos de hacer las fotos y videos, cerca de las 10 de la noche. Sonders quedó maravillada y encantada con nuestro trabajo, incluso nos regaló a nosotras y a las otras modelos, vestidos, pantimedias, ropa interior, minifaldas y leggins, todos de su próximo lanzamiento. Quedamos encantadas y chillando de gusto. Después de guardar los equipos, las pantallas, las luces, Alondra me miró fijamente a los ojos. Ya se habían ido las modelos y también Magdalena Sonders con su equipo de trabajo. Nosotras habíamos quedado solas en la locación. -¿Qué ocurre contigo?-, me preguntó Alondra resoluta, con la frente estrujada. Me sorprendí. -A mí, nada, ¿por qué?-, quedé embobada. -Jamás te portas tan sexy, pero ahora te sentías la señorita más bella del planeta, por poco quemas hasta los paneles y las cámaras-, seguía ella con su naricita alzada. -Me gustaron los vestidos, las pantimedias, los leggins, todo estaba delicioso-, mordí la lengua. -¿Estás embarazada?-, me disparó finalm
A la mañana siguiente fui al ginecólogo. Lo que me había dicho Alondra, me tenía preocupada. Yo me sentía rara además, ardiendo en llamas. Jamás tuve una sensación parecida ni cuando me casé con Rudolph. Me había vuelto igual a un petardo de dinamita a punto de estallar. Me sentía muy sensual, sexy, súper femenina, tanto que me puse una minifalda jean cortita y estrecha. No solo habían sido las fotos y las deliciosas sensaciones que me dejaron los vestidos o las pantimedias o los leggins, cuando estaba con Sebastián y los otros modelos se encendían, de repente mis fuegos se habían prendido en mis entrañas e intimidades, calcinándolo todo, y me sentía muy hermosa, flotando en una nube, ansiosa de besos y caricias. El doctor Fausto Migleck siempre ha sido mi ginecólogo, desde adolescente, es decir me conoce más que nadie. Apenas me vio sonrió siempre distendido y campechano. -Ya quieres ser mamá, mi bella Patricia-, me disparó de frente, en medio del corazón. -Es solo un d
El encarte que hicimos nos dio mucho reconocimiento en el ambiente de los diseños y nuestro buen trabajo anterior, nos abrió bastantes puertas de diferentes casas de modas interesadas en que les hagamos publicidad. Una de ellas era la renombrada Míster Brown, especializada en ropa de caballeros. El dueño era Gaston Brown, un tipo alto, guapo, de cabellos rubios, los ojos celestes, las manos enormes, como manubrios de una grúa. Alondra y yo quedamos impactadas y boquiabiertas ante semejante espécimen de hombre, muy varonil, arrollador, encantador y mágico. Parecía uno de esos generales romanos que iban y venían en sus vistosos carruajes. Él quería también un encarte en papel couché de cien páginas. Su secretaria nos invitó café y galletas, pero nosotras estábamos perplejas mirando y admirando lo perfecto que era ese hombre, con sus músculos bien tatuados en sus pechos, los grandes bíceps y los vellos, también rubios, que emergían de su camisa desabrochada. -Va a ser una campañ
Hicimos todo tipo de fotos y videos, aprovechando todos los rincones del estudio, tratando de graficar la elegancia, pulcritud y las caídas perfectas de la flamante ropa masculina de la casa Brown. Los modelos respondieron muy bien a nuestras exigencias y disfrutaron, además de la velada. Nos reímos mucho, hacíamos bromas para que ellos se relajaran, coqueteábamos también con ellos para que, como se dice popularmente, los chicos "se soltaran" al momento de las tomas. -Un hombre le dice a su amigo, "estoy furioso, los ladrones me robaron la puerta de mi casa", y el amigo sorprendido y perplejo, rascó sus pelos, rayos, tuviste que entrar por la ventana ja ja ja-, conté un chascarrillo y todos estallaron en ruidosas carcajadas, haciendo distendido el momento. Lo que queríamos, finalmente, es que los chicos lucieran relajados y lo habíamos conseguido en medio de las risotadas. Gaston Brown quedó contento con el encarte. Nos la pasamos trabajando todo el fin de semana haciendo los