Por la tarde, justo cuando terminábamos de editar los videos, me llamó Palacios, el jefe de la policía. -¿Podría venir a la comandancia, ahorita mismo, señorita Pölöskei? Creo que hemos encontrado algo-, me dijo en tono enigmático. Sentí rayos y truenos reventando en mi cabeza y me emocioné mucho. Apreté los dientes y mi corazón se volvió un potro desbocado rebotando descontrolado en las paredes de mi busto. Miré a Alondra. -Creo que ya tienen al asesino de Rudolph-, le dije haciendo brillar mis ojos. Mi amiga junto sus manitos. -Pues ¿qué esperas? corre, mujer-, me insistió, también, entusiasmada. Palacios me esperaba con una amplia sonrisa que me hizo anhelar que al fin había dado con el criminal. Me arreglé mis pelos, me senté en una silla muy emocionada y sonreí haciendo chasquear mis dientes con coquetería. -¿Y bien, jefe?-, crucé las piernas muy emocionada. -¿Te suena este nombre, Catalina Darrow?-, me preguntó mirándome con ironía. ¿Uh? ¿La esposa de Jeremy? Todo mi en
Fui, entonces, a la casa de Darrow, carcomida por las dudas y todo el panorama truculento que me había planteado Palacios. Su hija, Heather, me abrió la puerta. -Mi madre está en la cocina, pasa no más-, me informó, siempre sonriente y distendida, incluso me miraba divertida. -Se le ve bastante turbada, señorita-, me dijo entretenida mirando mis pupilas que ciertamente estaban pintadas de muchas cavilaciones. En realidad yo estaba desconcertada por todo lo que estaba pasando. Catalina era una mujer alta, delgada, de pelos brillantes, muy hermosa y de perfectas curvas. -Estoy haciendo un asado de carne-, me dijo frotando sus manos en un mandil. Ahora la recordaba. En efecto, la conocí en la recepción luego de nuestra boda. Rudolph se apuró para tomarla a ella de la mano y la trajo casi a rastras donde yo me encontraba, regalando sonrisas a todos los invitados que no dejaban de felicitarme por nuestro matrimonio. -Ella es mi amiga, Cata-, me dijo Rudolph contento, feliz, igual com
Rudolph jaló una silla y se sentó. Estaba con mejor semblante, sonriente, haciendo bromas como siempre. Su mirada no dejaba de fulgurar, rindiéndome a su encanto y magia. -¿Sabías que Satanás anda muy molesto por estos días?-, me dijo mirándome y sonriendo con los ojos. -¿Satanás molesto?, ¿Por qué?-, me extrañé rascando mis pelos. -Porque su vida allá es un infierno ja ja ja-, estalló en risotadas. Contagiada también rompí en carcajadas. Hablamos de muchas cosas, del clima y del fútbol, le conté que quería comprarme una nueva cocina y le dije que con Alondra nos iba de maravillas en la agencia, con muchos contratos. Después de un rato de cuchicheos, él, después de sorber largo rato, su café, me miró cauto. -Catalina sufrió mucho por la muerte de Jeremy, ella no lo mató él, tampoco me baleó ni ordenó que me asesinaran-, me dijo resoluto y convencido. Estaba enterado que yo había ido a la casa de los Darrow. -Tú lo sabes todo-, no me sorprendí, sin embargo. -Es la vent
Ese sábado, en la mañana, me llamó Catalina. Yo ya me había duchado aunque aún estaba estremecida por la velada que pasé en los brazos de Rudolph, extasiada, con mi corazón hecho una fiesta, y me sentía súper sexy y sensual. Meneaba mis caderas, lanzaba mis pelos, bailaba con mucha cadencia y me sentía en mi máxima feminidad. -Hola Patricia, soy Catalina-, me dijo ella sonriente. Eso lo noté. -Hola, amiga, ¿qué ocurre?-, estaba yo hecha una fiesta batiendo huevos para hacerme una tortilla. -Me ocurrió algo muy raro que me ha asustado, me siento aterrada. ¿Puedo ir a tu casa?-, me preguntó. -Claro, te espero-, le dije sorprendida y le mandé mi dirección a su whatsapp. Me rasqué los pelos incrédula. Fui a comprar panes y tamales para que ella desayunase conmigo. Luego me cambié y me puse una camiseta, jean y zapatillas. Arreglé la casa, le di una rápida barrida y puse algunos peluches en los sillones. Catalina llegó luego de un rato, en su carro. Lo estacionó frente a mi
Cerca de la medianoche, apareció Jeremy, sentado en uno de mis sillones, mirándome divertido, sonriendo más que las otras veces. Me puse furiosa. -¿Quién te da derecho de espiarme?-, le mostré mis puños y chirrié mis dientes colérica. -Quería darte una sorpresa, fui imprudente, pero créeme, no vi mucho, cuando los vi en la cama, salí corriendo como alma que se lleva el diablo ja ja ja, aunque la verdad me hubiera gustado quedarme para ver en acción ja ja ja-, no dejaba de reírse. -Idiota-, renegué muy molesta, cruzando los brazos. Jeremy se puso de pie, arregló sus pelos y tomó mis manos. -Me voy Patricia, la verdad es que he venido a despedirme-, me dijo, entonces. Todo mi enfado, entonces, se congeló, quedé pasmada, sin habla, mis ojos se desorbitaron y mi boca rodó por la alfombra. -¿Qué significa que te vas?-, balbuceé perpleja. Mi corazón pataleaba frenético en el busto. -Me voy, simplemente, aclaré las cosas con mi esposa, ella no me era infiel ni quería a Ru
Alondra tenía los ojos encharcados de lágrimas, estaba pálida y demacrada, ojerosa y tenía la carita desencajada. Había estado llorando toda la noche. No me podía engañar. -¿Qué es lo que te sucede?-, me alcé sorprendida desde mi escritorio, viéndola llegar a la agencia como una sombra vacía, apagada y exánime, lanzando su cartera y su abrigo, cuando ella siempre los colgaba en la percha con mucho cuidado. No me contestó, prendió su computadora y volvió a ponerse a llorar. De un brinco salté a su lado y la abracé conmovida y desconcertada. Ella se tumbó a mi pecho y siguió llorando sin consuelo. -Dime qué es lo que ha pasado-, le insistí. Yo estaba extrañada y sorprendida por el incontenible llanto de mi amiga. -Joan y yo terminamos-, me dijo finalmente, trastabillando ella con su interminable llanto. Joan era el enamorado de Alondra. Ellos ya llevaban casi dos años juntos, la pasaban de maravillas, eran la pareja perfecta y se entendían como si estuvieran cronometrados. Alon
En esos días, Alondra pensaba haber encontrado la felicidad con Joan. Él, luego de haberla conocido en esa fiesta, la invitaba a pasear, ir al cine, a bailar y a divertirse, religiosamente los fines de semana. Viajaban incluso y hasta hacían locuras como lanzarse en paracaídas, practicar caza submarina y volar por los aires con areneros en la playa, espantando a los bañistas. De repente, Alondra se enamoró de Joan, enceguecida de su encanto, sus locuras y la forma tan desenfadada en que vivía ese sujeto, con lujos y desenfrenos. Las heridas que le dejó John las había suturado con los besos de Joan. Ella se sentía feliz disfrutando de las caricias de su nuevo amor y él estaba encandilado con ella, de su belleza, de su forma de ser siempre altiva como una diosa helénica. Jamás discutían y como les digo, parecían cronometrados, hechos el uno para el otro. Por eso me sorprendía que hayan terminado su relación, tan de repente. No entendía que un amor tan perfecto, una pareja donde r
Alondra perdió el interés por la agencia y se sumergió en el desconsuelo y el llanto. Esa semana que ella no fue a trabajar, resultó terrible para mí. Teníamos muchos contratos que cumplir y tuve que multiplicarme para dejar conformes a los contratistas. Iba de un lado a otro con los modelos, corriendo como loca en la camioneta. -Más despacio, Patricia, o haremos las fotos en el cielo-, reía Sebastián viendo mi apuro por tratar de llegar a un flamante restaurante que requería de una intensa campaña publicitaria. -Te verás bien con tus alitas de ángel-, le reía yo coqueta por el espejo retrovisor. Hacer las fotos y los videos en la playa del nuevo diseño de tanga de la firma "La primorosa", me fue todo un reto y una experiencia alucinante, porque desafié las olas para conseguir imágenes perfectas de las chicas muy hermosas y sexys, luciendo las audaces y microscópicas prendas, chapoteando en las aguas, pero lo logré je, aunque soporté mil latigazos del mar celoso de tanta belle