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Al aterrizar mi día no fue a mejor. Mi maleta fue la última en salir, se le había roto una de las cuatro ruedas y la tuve que patear por todo el aeropuerto hasta que me costó encontrar a mi padre entre todo el mogollón de gente que volvía y se iba a casa por las vacaciones.

Me estaba esperando de brazos cruzados apoyado en su vieja camioneta, le había cambiado el color, era negra. Nos dimos un saludo bastante escueto para ser padre e hija y montó mi maleta en la parte trasera junto a un montón de herramientas.

—Está rota —comentó.

—Ya, me compraré una antes de tener que volver. Me gusta el negro —dije.

—Se ensucia menos.

Me monté de copiloto y rodeó todo el coche para emprender camino a casa. Era casi una hora de viaje en coche y empezó siendo tranquilo, casi me dormí.

—Tienes mala cara —dijo.

Porque no podía dormir, no cómoda, no dejaba de pensar en Dante.

—He dormido mal.

—Será mejor cuando te mudes. Me sorprendió mucho cuando me lo dijiste, pero me alegro. Seguro que te las apañas.
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