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Llamé a Cindy, necesitaba contárselo.

—Deberías descansar, Maya —me dijo—. Te estás haciendo líos y te vas a volver loca. Déjalo. Aprovecha estos días que quedan y piensa en cómo quieres decorar el apartamento.

Para mentenerme ocupada y no pensar tanto en él decidí ayudar a mi padre en el taller. No sabía mucho de coches y la verdad es que trabajar juntos no nos creaba un mejor vínculo, mi padre intentaba explicarme cosas y yo fingía entenderlo.

No parecía Navidad, de hecho, la mañana de Noche Vieja no tenía ese espíritu. Me desperté tarde y me terminé mi nuevo libro. Mi padre era nefasto para cocinar y yo puse en práctica algunas cosas que Dante me enseñó para hacer la cena; conseguí hacer una buena sopa y unos platos de carne bien elaborados. Me ayudó imaginar que él estaba ahí, conmigo, diciéndome lo que debía o no hacer y que tuviera cuidado con no cortarme con el cuchillo. Echaba de menos los días en su casa.

—¿Has dado clases de cocina? —me preguntó mi padre.

—Algo así —respond
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