Decidí optar por un vestido corto de tono rojo: moderno, pero con un toque de elegancia. La elección era estratégica; necesitaba proyectar una imagen de confianza y determinación mientras me dirigía al restaurante donde me reuniría con el señor Edmundo Del Valle. Era un hombre millonario y temido, con grandes influencias en el mundo empresarial, conocido por su siniestra arrogancia. Sabía que él se hospedaria en ese hotel y posiblemente bajaría a a cenar allí, era mi única oportunidad porque él no deseaba verme.
Me dirigí a una mesa reservada y esperé con una mezcla de impaciencia y ansiedad. Los minutos pasaban lentamente hasta que finalmente alguien llegó. Sin embargo, no era Edmundo, sino Alessandro, su hijo mayor. Alessandro apareció con una presencia dominante y una actitud de desdén que me resultaba familiar. Su cabello oscuro y su mirada azul intensa emanaban una aura siniestra.Recordé esos días de nuestra infancia, cuando me sentía tontamente enamorada de él, pero cuando crecimos todo cambio. —Alessandro —dije, tratando de mantener mi compostura a pesar de la sorpresa que sentía—. No esperaba verte. Él se sentó frente a mí, su expresión mezclada entre curiosidad y desdén. Su mirada evaluativa recorría mi figura, y el aire a su alrededor parecía cargado de una arrogancia que no había cambiado en todos estos años. —Esmeralda —dijo con una voz que resonaba con un tono de superioridad. Su tono era frío y distante, como si su presencia misma fuera una forma de recordar mi lugar. —No puedo decir que me sorprenda ver que te has convertido en una mujer de tal... impacto. ¿Qué te trae aquí? —Pues yo... —empecé a decir, intentando encontrar las palabras adecuadas mientras la tensión aumentaba. Alessandro no tardó en interrumpirme, su tono frío y despectivo cortando mis palabras. —Sé perfectamente que deseabas ver a mi padre, pero él no vendrá. Y me imagino lo que planeabas al usar ese vestido tan corto —dijo, sus ojos azules fijos en mí con una mezcla de superioridad y desdén. Me sentí herida por su comentario, pero me esforcé por mantener la calma. —No planeaba nada de lo que imaginas —respondí con firmeza—. Solo quería ver al señor Del Valle para hablar sobre la situación de mi padre. Alessandro se inclinó hacia adelante, su expresión un tanto burlona. —No nos interesa. Las autoridades se encargarán de determinar su culpabilidad o inocencia. —Sé que están usando sus influencias para acelerar el proceso —continué, con el corazón palpitando en mi pecho—. No sé qué pasará, pero ese dinero aparecerá y... —No me interesan las excusas —me interrumpió de nuevo, su tono impaciente y cortante—. Ya te he regalado demasiado de mi tiempo. Estoy cansado y deseo regresar a mi habitación. Si deseas seguir hablando... ¿O acaso me tienes miedo? Estaba furiosa, pero acepté el desafío y seguí a Alessandro hasta su habitación. La suite era un espectáculo de lujo, reflejo de la fortuna incalculable de los Del Valle. Sabía que, para ellos, mi empresa y el dinero desaparecido no significaban nada. Cuando entramos en la habitación, Alessandro se acomodó en un sofá de diseño, sus gestos eran de una despreocupación que contrastaba con la gravedad de la situación. Me planté frente a él, intentando mantener la compostura. —Bien, continúa —dijo, su tono revelando una impaciencia sutil. —Puedo jurarte que mi padre no robó ese dinero —comencé, con el corazón latiendo con fuerza—. Sé que la evidencia está en su contra, pero... Alessandro me interrumpió con un gesto impaciente. —Esa empresa está generando demasiados problemas. Mi padre está considerando liquidar a los empleados y venderla. Mis ojos se abrieron de par en par ante esa revelación. El pensamiento de que mi padre podría perder su empresa, su legado, me llenó de una desesperación que me obligó a luchar por mantener la calma. —¡Por favor, no! —exclamé—. Esa empresa es la vida de mi padre. Alessandro me miró con un aire de desdén. —Cuando imagino a alguien suplicando, no la imagino de pie, Esmeralda. Su comentario me hirió profundamente, pero no podía permitir que mi frustración me venciera. —Yo no me arrodillaré nunca —respondí con determinación, levantando la barbilla para enfrentar su mirada. La tensión en la habitación era palpable, pero no podía ceder. Si había alguna oportunidad de salvar a mi padre y a su empresa, debía aferrarme a ella con todas mis fuerzas, sin importar cuán difícil fuera el desafío. —Esmeralda, soy un hombre de negocios, y si no tienes nada que ofrecerme a cambio de detener el proceso, no tenemos mucho que hablar —dijo Alessandro con una frialdad calculadora. —¿A qué te refieres? —pregunté, confundida y alarmada. Alessandro se inclinó hacia adelante, su mirada se volvió aún más dura. —Seré muy claro. Quítate la ropa o lárgate. No tengo tiempo para ti, cariño. Me da igual si tu padre es culpable o inocente. Él se pudrirá en la cárcel, y me temo que tu familia quedará arruinada. Sus palabras me golpearon como una bofetada. La rabia y el desprecio me llenaron, pero no podía dejar que eso me venciera. —Eres un monstruo —dije con la voz temblando, intentando mantener la compostura—. No tengo nada que ofrecerte que merezca tu vileza. Mi padre no merece que se le trate así, y yo tampoco. Alessandro se encogió de hombros, mostrando una indiferencia que solo intensificaba mi frustración. Su actitud arrogante y cruel dejaba claro que no había espacio para la negociación o el entendimiento. —Si no estás dispuesta a hacer lo que sea necesario, mejor vete antes de que me canse de ti —ordenó, con un tono que no dejaba lugar a dudas. A pesar de la angustia y el enojo que sentía, su actitud solo me impulsaba a seguir luchando. No podía permitir que su desprecio me derrotara. Me volví hacia la puerta, con la decisión de buscar otra forma de salvar a mi padreAl día siguiente, me desperté temprano. La noche había sido larga y llena de pensamientos angustiantes, pero sabía que no podía permitirme rendirme. La imagen de Alessandro y su actitud despiadada seguía presente en mi mente, pero también lo estaba el dolor que sentía por mi padre y por lo que estaba en juego. Me preparé con rapidez, eligiendo un conjunto sencillo pero profesional. No podía permitirme perder tiempo; cada minuto contaba en esta situación crítica. Mientras me vestía, trataba de aclarar mi mente y enfocarme en las posibles soluciones. Había que encontrar una manera de enfrentar el desafío que Alessandro representaba y, al mismo tiempo, salvar a mi padre y a nuestra empresa. Cuando bajé a desayunar, Perla ya estaba sentada a la mesa, comiendo con calma. La imagen de su rostro sereno contrastaba con la tormenta de emociones que sentía por dentro. Me acerqué y me senté a su lado, intentando enfocar mi mente en algo positivo. Además de mi hermana, me di cuenta de que la
Cuando llegué a la clínica con Perla, la urgencia de la situación me mantenía en un estado de pánico constante. La rapidez con la que la atendieron me dio algo de alivio, pero el peso de la preocupación seguía oprimiéndome. Me senté en la sala de espera, mis lágrimas fluyendo sin cesar, mientras observaba a los médicos y enfermeras moverse con eficiencia para cuidar de mi hermana. El mundo parecía haberse desmoronado a mi alrededor. Las cuentas de la familia estaban congeladas, no tenía acceso a nuestros fondos, y me sentía completamente sola. No había amigos a quienes recurrir, y las personas que alguna vez habrían estado dispuestas a ayudarme se habían alejado, ya sea por miedo o por desinterés. Miré el reloj, sintiendo cada minuto como una eternidad. Perla apenas tenía dieciséis años, y el hecho de que estuviera enferma en medio de toda esta crisis me hizo sentir aún más desesperada. No podía evitar preguntarme cómo había llegado a este punto. La angustia de no poder proporciona
Me encontraba al lado de Perla, quien descansaba en la cama mientras me preparaba para el evento. Mi vestido blanco caía elegantemente sobre mi cuerpo, un contraste inesperado con la tensión y la tristeza que sentía por dentro. Alessandro había sido sorprendentemente amable en todo esto. Nos había ofrecido alojamiento en su mansión y contratado a una enfermera experimentada para cuidar de Perla y ayudarla a adaptarse a su nueva situación. —Seguramente te ves hermosa —me dijo mi hermana con una sonrisa, sus ojos llenos de admiración a pesar de su debilidad. —Muchas gracias, cariño —respondí, tratando de sonreír en medio de la presión y el dolor. Una vez lista, bajé las escaleras con el vestido y el peinado en su lugar. La mansión, ahora parecía más fría y distante, contrastando con la calidez que alguna vez había conocido. Al llegar a la ceremonia, me encontré con un grupo de personas que no conocía, pero mi atención se centró en Alessandro y el juez al lado del altar. Alessandr
Ya Perla estaba tranquila en su habitación, durmiendo plácidamente mientras la enfermera se mantenía a su lado, vigilándola con atención. Yo, en cambio, estaba en la habitación de huéspedes que había solicitado a los sirvientes, decidida a evitar cualquier contacto con ese miserable. Me estaba quitando el vestido, cuando de repente, la puerta de la habitación se abrió de golpe. Alessandro entró tambaleándose, claramente embriagado. Su andar errático y su aliento a alcohol eran evidentes, lo que me hizo sentir un escalofrío de incomodidad. —¿Qué haces aquí? Vete a tu habitación, miserable —le lancé con desdén, intentando mantener la calma a pesar de la furia que sentía. —Eres mi esposa y debes dormir conmigo —dijo, su tono cargado de arrogancia. Unió sus labios a los míos, besándome a la fuerza. Su aliento a alcohol era nauseabundo y me mareaba, pero la intensidad de su beso me dejaba paralizada. Intenté resistirme, pero sus labios estaban implacables Sus manos se deslizaron co
Estaba segura de que Mariel era la responsable del encarcelamiento de mi padre. Sin embargo, sabía que ella era demasiado inútil para trabajar sola; debía tener un cómplice, y ese seguramente era Edward. Por eso me dirigí a la oficina a verlo. Ese miserable no solo era mi novio; él también trabajaba en el departamento de finanzas. Entré a la oficina y lo encontré sentado en su escritorio, con una expresión de sorpresa en su rostro al verme. — La recién casada me visita, qué honor —dijo, con una sonrisa cínica que no logró ocultar el desprecio. — No seas cínico, Edward. Sé perfectamente que tú estuviste involucrado con el desfalco —respondí, con firmeza y sin ocultar mi enojo. Él arqueó una ceja, aparentemente divertido por mi acusación. — Primero me eres infiel y ahora me acusas de fraude sin evidencia. Ya no pareces la misma mojigata de siempre —dijo, con un tono de desdén. — Irás a la cárcel si no colaboras conmigo. Sé que Mariel y tú planearon todo esto para apoderarse d
La cena estaba cargada de tensión cuando el señor Edmundo, a pesar de su formalidad, intentaba mantener una conversación agradable. Su esposa, la señora Catalina, no ocultaba su desdén hacia mí. La velada tomó un giro incómodo cuando ella lanzó un comentario hiriente. El odio de Catalina no era de ahora. Ella siempre me había odiado. —Alex, se suponía que te casarías con Estefanía, una mujer de nuestra posición —se quejaba la señora Catalina con una frialdad cortante—. ¿Qué hizo esta muchacha para embaucarte? No me digas que cometiste la sandez de embarazarla. Mi corazón latía rápido ante el reproche. Decidida a no quedarme callada, le respondí con firmeza: —Yo no soy ninguna cualquiera, señora. Alessandro se puso de pie, visiblemente molesto. Su voz era dura y decidida. —Lo que yo haga es mi asunto, mamá. Esmeralda y yo estamos casados, y tienen que aceptarlo —dijo con hostilidad—. No voy a seguir escuchando estas acusaciones. La señora Catalina se quedó en silencio, sor
Me aparté de Alessandro con un tirón, tratando de despejar mi mente. Me dirigí al vino con ansias, necesitaba el valor líquido para soportar su presencia sin lanzarle a la cara todo lo que pensaba de él. No tolero a este hombre y la forma en que se atrevió a golpear a Andrés, mi mejor amigo, me revolvía por dentro. Mientras todos estaban distraídos en la fiesta, subí rápidamente hacia mi habitación. Quería descansar un momento; además, mis tacones se estaban convirtiendo en una tortura. —La fiesta es abajo —dijo Alessandro, entrando en mi habitación sin pedir permiso. Su rostro no mostraba ni una pizca de felicidad. —Estoy cansada y no tengo ganas de fingir con tus invitados. Déjame descansar —respondí, tratando de mantener la calma. —¡Tú no te mandas sola! Si no bajas, me encargaré de tu amiguito —su tono era amenazante. Me levanté furiosa de la cama y me acerqué a él, la rabia invadiéndome. —Toca a Andrés y te asesinaré, imbécil —dije con firmeza. —¿Prefieres que te toq
Alessandro Del Valle No podía sacarme de la cabeza la noche anterior: sus besos, su piel, todo lo que había pasado entre nosotros. Cada detalle me atormentaba. Desde que la había regresado al país y la volví a ver, tan hermosa y radiante, la situación se había convertido en una tortura constante. Recorría mis pensamientos la imagen de aquella niña tierna que me hacía reír, que alegraba mis días y lograba que olvidara el infierno en el que se había convertido mi hogar. Mis padres gritaban día y noche; mi madre lloraba por culpa de la amante de papá, y él se desentendía, diciendo que solo se había casado con ella por mi nacimiento, que nunca la había amado. Esmeralda era la única que me ofrecía consuelo, pero todo se desmoronó cuando Omar murió. Esa tarde m*****a era un recuerdo imborrable. Jamás olvidaré a mi hermano, su risa, su presencia. Su muerte me dejó con un vacío que nada ni nadie podía llenar. Desperté temprano, con el peso de esos recuerdos aún pesando sobre mis hombros.