Al día siguiente, me desperté temprano. La noche había sido larga y llena de pensamientos angustiantes, pero sabía que no podía permitirme rendirme. La imagen de Alessandro y su actitud despiadada seguía presente en mi mente, pero también lo estaba el dolor que sentía por mi padre y por lo que estaba en juego.
Me preparé con rapidez, eligiendo un conjunto sencillo pero profesional. No podía permitirme perder tiempo; cada minuto contaba en esta situación crítica. Mientras me vestía, trataba de aclarar mi mente y enfocarme en las posibles soluciones. Había que encontrar una manera de enfrentar el desafío que Alessandro representaba y, al mismo tiempo, salvar a mi padre y a nuestra empresa. Cuando bajé a desayunar, Perla ya estaba sentada a la mesa, comiendo con calma. La imagen de su rostro sereno contrastaba con la tormenta de emociones que sentía por dentro. Me acerqué y me senté a su lado, intentando enfocar mi mente en algo positivo. Además de mi hermana, me di cuenta de que la miserable de Mariel estaba allí sentada cínicamente en la sala. La escena me resultó aún más irritante porque ella estaba desayunando con Perla, mi hermana, como si no hubiera nada de malo en su presencia. —¿Tú qué haces en mi casa? —le pregunté, tratando de controlar la furia en mi voz. —Estaba desayunando con Perla —respondió Mariel con una actitud despreocupada—. Te haré un peinado hermoso, ¿verdad, cariño? —Sí, a mí me gustan mucho tus peinados —respondió Perla, sin notar la tensión que se acumulaba en el aire. Mariel esbozó una sonrisa siniestra mientras abrazaba a mi hermana con afecto fingido. No podía soportar la visión. Mi enfado creció al ver la familiaridad con la que se comportaba Mariel. Salí rápidamente a la entrada de la casa, intentando tomar aire fresco para calmarme, justo cuando llegó Edward. Traía una revista en la mano y me lanzó una mirada asesina, como si él también estuviera dispuesto a encender más el conflicto. —¿Qué m****a es esto, Esmeralda? —dijo Edward con desdén, su mirada llena de furia y desaprobación. Se acercó y me entregó una revista. Sin pensar mucho, la abrí y, para mi sorpresa, vi un titular que me hizo el corazón latir más rápido: "Esmeralda Salvatierra, la nueva conquista de Alessandro Del Valle. Fotografíados juntos en un hotel a menos de una semana de la boda del joven Ceo." Las palabras parecían saltar de la página. La fotografía mostraba a Alessandro y a mí en una posición comprometida, claramente manipulada para crear una impresión errónea. Mi estómago se revolvio. —Te hacías la mosquita muerta, pero te revolcabas con el miserable de Alessandro Del Valle. Eres una m*****a infiel —exclamó Edward, su voz llena de furia. —¿Yo infiel? ¿Y tú qué eres? Miserable. Me engañaste con mi madrastra y ahora me montas una escena de celos. Eres patético —respondí, sin poder contener mi rabia. —Y tú una m*****a zorra, pero esto no se quedará así. A mí, nadie me ve la cara —dijo Edward, sus ojos chisporroteando de ira. En ese momento, nos dimos cuenta de que Mariel había llegado y le lanzó una mirada de desdén a su amante. —¿La estás celando? —preguntó Mariel, tratando de mantener su tono de desdén. —Claro que no, ella no me importa en lo más mínimo —respondió Edward con frialdad. —Ustedes no me importan en lo más mínimo. Sabes, Edward, yo también te usé todo el tiempo. Jamás te amé y ahora estoy con Alex, un hombre de verdad, no una rata ambiciosa como tú... —le dije, reprimiendo mi rabia mientras me esforzaba por mantener la compostura. Edward me miró con furia, sus dientes apretados. El silencio que siguió a mis palabras era tenso, cargado de una animosidad palpable. La rabia de Edward parecía estar al borde de una explosión. —¡Esto no se quedará así!—rugió, su voz cargada de veneno Mariel observaba la escena con una mezcla de diversión y desdén. Su actitud parecía decir que todo esto no era más que un juego para ella, un espectáculo del que podía disfrutar sin involucrarse realmente. Sin embargo, sus ojos se encontraron con los míos, y había algo en esa mirada que no lograba descifrar. —Edward, ya basta —interrumpió Mariel, su voz fría y controlada—. No hay necesidad de más escenas. No quiero que sigas gastando energía en esta zorra. ¿Esme, cariño, crees que un tipo como Alessandro Del Valle te tomara enserio? eres tan ilusa, no pasarás de la amante. —¡Larguense los dos de mi casa o les diré a los sirvientes que los saquen!— Grité molesta Cuando ellos se marcharon yo centre mi mirada en mi celular tenía una llamada del abogado. —Señorita Salvatierra, quiero comentarle que, por decisión del juez, se han congelado todas sus cuentas y serán embargadas las propiedades de la familia Salvatierra hasta cubrir su deuda con la familia Del Valle. Por lo pronto su casa será subastada.—dijo el abogado de oficio al teléfono. El golpe fue como una descarga eléctrica. Mi mente no podía procesar la magnitud de la noticia. —Eso no puede ser —respondí, intentando mantener la calma aunque mi voz temblaba de desesperación—. ¿Cómo puede suceder esto? —He investigado un poco, señorita —continuó el abogado con tono grave—. El juez que lleva el caso es muy amigo del señor Edmundo Del Valle. Le aconsejo llegar a un acuerdo lo antes posible para evitar mayores complicaciones. Necesitaba actuar rápidamente para proteger a mi familia y evitar que nuestra vida se desmoronara. —Gracias por la información —dije, intentando sonar decidida—. Haré todo lo que esté en mis manos para resolver esto. Colgué el teléfono y tomé un momento para respirar hondo, sabiendo que tenía que actuar con rapidez. Miré a Perla, quien seguía sentada a la mesa, ajena al caos que se desataba a nuestro alrededor. Mi prioridad ahora era encontrar una manera de enfrentar a los Del Valle y salvar lo que quedaba de nuestra vida. Cuando regresé a la sala, vi a Perla todavía en la mesa, terminando su desayuno. La tranquilidad del momento se rompió cuando el timbre sonó y dos hombres entraron en la sala, cargados con carpetas y papeles. —¿Quiénes son ustedes? —pregunté, tratando de mantener la compostura mientras el corazón me latía con fuerza. —Nos enviaron para evaluar la propiedad para su subasta —dijo uno de los hombres, con una actitud profesional y desapasionada. El impacto de sus palabras fue como un golpe seco. La idea de que nuestra casa y todo lo que representaba iba a ser subastado era insoportable. —¡No subastarán nada! —exclamé, sintiendo que mi voz se llenaba de determinación y furia—. Esto es una injusticia y no lo permitiré. Los hombres intercambiaron miradas, claramente sorprendidos por mi reacción. Uno de ellos trató de calmarme. —Entendemos que esto es un momento difícil, pero debemos seguir los procedimientos establecidos. Es nuestra responsabilidad evaluar las propiedades para cumplir con la orden del tribunal. —No tienen que seguir con esto —les dije, acercándome y tratando de transmitirles mi desesperación—. Estoy en medio de una crisis familiar, y todo esto está ocurriendo demasiado rápido. Necesito un poco de tiempo para resolver la situación. Los hombres se miraron de nuevo, y el silencio en la habitación se hizo palpable. Sabía que tenía que encontrar una solución rápida para evitar que se llevaran a cabo más acciones que solo empeorarían la situación. —Lo siento, señorita, recibimos órdenes. Me dirigí rápidamente hacia Perla cuando la vi levantarse de la mesa, su rostro pálido y su cuerpo tambaleándose. La preocupación se apoderó de mí al ver que estaba a punto de desmayarse. —Tranquila, hermanita, tranquila —dije mientras la sostenía para evitar que cayera—. Estoy aquí contigo. Perla se apoyó en mí, sollozando débilmente. —Me siento mal. Quiero a papá, Esme —murmuró con voz temblorosa. La desesperación y el dolor me abrumaron. La realidad de la situación, junto con el sufrimiento de mi hermana, me hizo sentir completamente impotente. Me abrazé a su cuerpo, sintiendo cómo las lágrimas empezaban a rodar por mis mejillas. Me siento una inútil, incapaz de cuidar de nuestra propia familia. Estoy tratando de resolver esto, pero todo parece estar en nuestra contra. La sensación de no poder proteger a mi hermana ni a mi padre me llenó de una angustia profunda. En ese momento, el peso de la responsabilidad y el dolor eran casi demasiado para soportar, pero sabía que debía encontrar la fuerza para seguir adelante. Me alarme cuando Perla se desmayo en mis brazos. —Auxilio, por favor ayúdenme — Les supliqué a los hombres.Cuando llegué a la clínica con Perla, la urgencia de la situación me mantenía en un estado de pánico constante. La rapidez con la que la atendieron me dio algo de alivio, pero el peso de la preocupación seguía oprimiéndome. Me senté en la sala de espera, mis lágrimas fluyendo sin cesar, mientras observaba a los médicos y enfermeras moverse con eficiencia para cuidar de mi hermana. El mundo parecía haberse desmoronado a mi alrededor. Las cuentas de la familia estaban congeladas, no tenía acceso a nuestros fondos, y me sentía completamente sola. No había amigos a quienes recurrir, y las personas que alguna vez habrían estado dispuestas a ayudarme se habían alejado, ya sea por miedo o por desinterés. Miré el reloj, sintiendo cada minuto como una eternidad. Perla apenas tenía dieciséis años, y el hecho de que estuviera enferma en medio de toda esta crisis me hizo sentir aún más desesperada. No podía evitar preguntarme cómo había llegado a este punto. La angustia de no poder proporciona
Me encontraba al lado de Perla, quien descansaba en la cama mientras me preparaba para el evento. Mi vestido blanco caía elegantemente sobre mi cuerpo, un contraste inesperado con la tensión y la tristeza que sentía por dentro. Alessandro había sido sorprendentemente amable en todo esto. Nos había ofrecido alojamiento en su mansión y contratado a una enfermera experimentada para cuidar de Perla y ayudarla a adaptarse a su nueva situación. —Seguramente te ves hermosa —me dijo mi hermana con una sonrisa, sus ojos llenos de admiración a pesar de su debilidad. —Muchas gracias, cariño —respondí, tratando de sonreír en medio de la presión y el dolor. Una vez lista, bajé las escaleras con el vestido y el peinado en su lugar. La mansión, ahora parecía más fría y distante, contrastando con la calidez que alguna vez había conocido. Al llegar a la ceremonia, me encontré con un grupo de personas que no conocía, pero mi atención se centró en Alessandro y el juez al lado del altar. Alessandr
Ya Perla estaba tranquila en su habitación, durmiendo plácidamente mientras la enfermera se mantenía a su lado, vigilándola con atención. Yo, en cambio, estaba en la habitación de huéspedes que había solicitado a los sirvientes, decidida a evitar cualquier contacto con ese miserable. Me estaba quitando el vestido, cuando de repente, la puerta de la habitación se abrió de golpe. Alessandro entró tambaleándose, claramente embriagado. Su andar errático y su aliento a alcohol eran evidentes, lo que me hizo sentir un escalofrío de incomodidad. —¿Qué haces aquí? Vete a tu habitación, miserable —le lancé con desdén, intentando mantener la calma a pesar de la furia que sentía. —Eres mi esposa y debes dormir conmigo —dijo, su tono cargado de arrogancia. Unió sus labios a los míos, besándome a la fuerza. Su aliento a alcohol era nauseabundo y me mareaba, pero la intensidad de su beso me dejaba paralizada. Intenté resistirme, pero sus labios estaban implacables Sus manos se deslizaron co
Estaba segura de que Mariel era la responsable del encarcelamiento de mi padre. Sin embargo, sabía que ella era demasiado inútil para trabajar sola; debía tener un cómplice, y ese seguramente era Edward. Por eso me dirigí a la oficina a verlo. Ese miserable no solo era mi novio; él también trabajaba en el departamento de finanzas. Entré a la oficina y lo encontré sentado en su escritorio, con una expresión de sorpresa en su rostro al verme. — La recién casada me visita, qué honor —dijo, con una sonrisa cínica que no logró ocultar el desprecio. — No seas cínico, Edward. Sé perfectamente que tú estuviste involucrado con el desfalco —respondí, con firmeza y sin ocultar mi enojo. Él arqueó una ceja, aparentemente divertido por mi acusación. — Primero me eres infiel y ahora me acusas de fraude sin evidencia. Ya no pareces la misma mojigata de siempre —dijo, con un tono de desdén. — Irás a la cárcel si no colaboras conmigo. Sé que Mariel y tú planearon todo esto para apoderarse d
La cena estaba cargada de tensión cuando el señor Edmundo, a pesar de su formalidad, intentaba mantener una conversación agradable. Su esposa, la señora Catalina, no ocultaba su desdén hacia mí. La velada tomó un giro incómodo cuando ella lanzó un comentario hiriente. El odio de Catalina no era de ahora. Ella siempre me había odiado. —Alex, se suponía que te casarías con Estefanía, una mujer de nuestra posición —se quejaba la señora Catalina con una frialdad cortante—. ¿Qué hizo esta muchacha para embaucarte? No me digas que cometiste la sandez de embarazarla. Mi corazón latía rápido ante el reproche. Decidida a no quedarme callada, le respondí con firmeza: —Yo no soy ninguna cualquiera, señora. Alessandro se puso de pie, visiblemente molesto. Su voz era dura y decidida. —Lo que yo haga es mi asunto, mamá. Esmeralda y yo estamos casados, y tienen que aceptarlo —dijo con hostilidad—. No voy a seguir escuchando estas acusaciones. La señora Catalina se quedó en silencio, sor
Me aparté de Alessandro con un tirón, tratando de despejar mi mente. Me dirigí al vino con ansias, necesitaba el valor líquido para soportar su presencia sin lanzarle a la cara todo lo que pensaba de él. No tolero a este hombre y la forma en que se atrevió a golpear a Andrés, mi mejor amigo, me revolvía por dentro. Mientras todos estaban distraídos en la fiesta, subí rápidamente hacia mi habitación. Quería descansar un momento; además, mis tacones se estaban convirtiendo en una tortura. —La fiesta es abajo —dijo Alessandro, entrando en mi habitación sin pedir permiso. Su rostro no mostraba ni una pizca de felicidad. —Estoy cansada y no tengo ganas de fingir con tus invitados. Déjame descansar —respondí, tratando de mantener la calma. —¡Tú no te mandas sola! Si no bajas, me encargaré de tu amiguito —su tono era amenazante. Me levanté furiosa de la cama y me acerqué a él, la rabia invadiéndome. —Toca a Andrés y te asesinaré, imbécil —dije con firmeza. —¿Prefieres que te toq
Alessandro Del Valle No podía sacarme de la cabeza la noche anterior: sus besos, su piel, todo lo que había pasado entre nosotros. Cada detalle me atormentaba. Desde que la había regresado al país y la volví a ver, tan hermosa y radiante, la situación se había convertido en una tortura constante. Recorría mis pensamientos la imagen de aquella niña tierna que me hacía reír, que alegraba mis días y lograba que olvidara el infierno en el que se había convertido mi hogar. Mis padres gritaban día y noche; mi madre lloraba por culpa de la amante de papá, y él se desentendía, diciendo que solo se había casado con ella por mi nacimiento, que nunca la había amado. Esmeralda era la única que me ofrecía consuelo, pero todo se desmoronó cuando Omar murió. Esa tarde m*****a era un recuerdo imborrable. Jamás olvidaré a mi hermano, su risa, su presencia. Su muerte me dejó con un vacío que nada ni nadie podía llenar. Desperté temprano, con el peso de esos recuerdos aún pesando sobre mis hombros.
Esmeralda Salvatierra El enojo me consumía por completo, un calor abrasador que me subía por el pecho y me cerraba la garganta. No podía creer que Alex hubiera tenido el descaro de dejarme así, justo después de hacer el amor conmigo, como si todo lo que habíamos compartido no significara nada. Me sentía vacía, como si me hubieran arrancado algo vital, reducida a un simple objeto que él podía usar y desechar a su antojo. En este momento me encuentro observando a mi hermana mientras lee el libro. —Perla, lo estás haciendo muy bien —le dije suavemente, tratando de mantener mi voz firme mientras seguía sus dedos moviéndose sobre el braille. —Gracias, hermana —respondió ella con una sonrisa tímida—. Pero a veces me cuesta. Extraño a papá. —Yo también la extraño —le confesé, sintiendo el nudo en mi garganta hacerse más grande. Era difícil, pero sabía que no podía derrumbarme frente a ella—. Pero estoy aquí contigo, y siempre lo estaré. El señor Edmundo, que había estado obse