Mentiras

Estaba segura de que Mariel era la responsable del encarcelamiento de mi padre. Sin embargo, sabía que ella era demasiado inútil para trabajar sola; debía tener un cómplice, y ese seguramente era Edward. Por eso me dirigí a la oficina a verlo. Ese miserable no solo era mi novio; él también trabajaba en el departamento de finanzas.

Entré a la oficina y lo encontré sentado en su escritorio, con una expresión de sorpresa en su rostro al verme.

— La recién casada me visita, qué honor —dijo, con una sonrisa cínica que no logró ocultar el desprecio.

— No seas cínico, Edward. Sé perfectamente que tú estuviste involucrado con el desfalco —respondí, con firmeza y sin ocultar mi enojo.

Él arqueó una ceja, aparentemente divertido por mi acusación.

— Primero me eres infiel y ahora me acusas de fraude sin evidencia. Ya no pareces la misma mojigata de siempre —dijo, con un tono de desdén.

— Irás a la cárcel si no colaboras conmigo. Sé que Mariel y tú planearon todo esto para apoderarse de la empresa de mi padre, pero no se saldrán con la suya —le advertí, con la determinación reflejada en mi voz.

Edward se inclinó hacia adelante, su expresión se volvió más calculadora.

— Deberías hablar con tu esposo de esta situación en lugar de lanzar falsas acusaciones —dijo, con una sonrisa enigmática.

— ¿De qué estás hablando? —pregunté, confusa y molesta.

— Mi papel era mantenerte ocupada y estúpidamente enamorada; sin embargo, quien está detrás del fraude es Alessandro —reveló, su tono lleno de malicia.

— Eres un mentiroso. Alessandro jamás le robaría a su padre. Él no se robaría a sí mismo; es absurdo —respondí, escandalizada y con incredulidad en mi voz.

Edward se encogió de hombros, como si no le importara mi reacción.

— Me pregunto qué cosa tan horrible le hizo tu familia para desear vengarse. Deberías averiguarlo —dijo, con una mirada que dejaba claro que no estaba dispuesto a decir más.

— De Alessandro y Mariel no me puedo deshacer, pero de ti sí, rata ambiciosa. Estás despedido, Edward —declaré, con la determinación y frialdad necesarias para cortar todos los lazos.

Él me miró con una mezcla de sorpresa y enojo, pero luego su expresión se volvió calculadora.

— Te conviene tenerme de aliado, Esmeralda. Solamente yo soy cercano a Mariel —dijo, con una advertencia oculta en sus palabras.

— No confío en ti, Edward —respondí, con un tono final y definitivo.

Molesta, me dirigí a la oficina de Alessandro con la intención de confrontarlo. Al abrir la puerta, el espectáculo que presencié me dejó paralizada. Alessandro estaba besándose con una joven, su ex prometida, Amanda. La reconocí de inmediato; había visto su foto en varias ocasiones y no podía equivocarme.

Se suponía que Alessandro y Amanda estaban peleados, pero al parecer, él me había mentido. No llevábamos ni un día de casados y ya me era infiel. La traición era evidente y la rabia que sentí en ese momento era indescriptible. Mis manos temblaban y el corazón me palpitaba con fuerza mientras observaba la escena, sin poder creer que la realidad superaba mis peores temores.

— Alessandro, ¿qué significa esto? —exigí saber, mi voz temblando con furia.

Amanda se giró hacia mí con una sonrisa desafiante.

— Esta debe ser tu nueva esposa… Es tan ingenua al pensar que me dejarías. Querida, Alex siempre será mío. Él y yo nos amamos —dijo Amanda con una satisfacción fría y una sonrisa que me hizo sentir aún más humillada.

Mi corazón ardía de rabia.

— Puedes revolcarte con mi esposo las veces que se te antoje, pero ahora yo necesito hablar con él. Así que lárgate —dije, con un tono autoritario que no dejaba lugar a discusión.

Amanda me miró con desdén, pero se levantó lentamente, lanzando una última mirada a Alessandro antes de salir de la oficina.

Alessandro intentó intervenir, su voz llena de desesperación.

— Alex, no puedes permitir que ella...

— Vete, Amanda. Luego charlamos —le ordenó Alessandro, con una expresión de frustración y resignación en su rostro mientras me dirigía una mirada preocupada.

No pude contenerme y, en un arrebato de furia, le pegué una bofetada con todas mis fuerzas. Alessandro simplemente se rió, como si disfrutara de mi desesperación.

— ¿Acaso estás celosa, Esmeralda? Eres tan patética —se burló, su sonrisa cruel y despreciativa.

— El patético eres tú, robándote a ti mismo para culpar a mi padre... —le respondí, mi voz cargada de indignación.

— No sé de qué estás hablando —dijo, con una expresión de fingida ignorancia.

— No te hagas el cínico, Alessandro. Has sido tú. Tengo evidencia —le recriminé, con firmeza.

— ¿Qué evidencia? ¿El testimonio de Edward? —se rió con desdén—. Es evidente que me está siguiendo. No puedo creerlo.

— No te saldrás con la tuya —le advertí, con una determinación inquebrantable.

— Ya lo he hecho, cariño. Te destruiré a ti, a tu padre y a tu familia. No quedará nada de tu empresa. Yo perderé algunos millones, pero ustedes lo perderán absolutamente todo —dijo, con una frialdad despiadada.

— Estás demente. Nosotros no te hemos hecho nada —le respondí, sintiendo cómo el enojo me invadía aún más.

— Deberías pedirle sinceridad a tu padre, pero sus mentiras no son mi problema, Esmeralda. Ahora, déjame trabajar —dijo, con una indiferencia fría mientras se volvía hacia su escritorio.

Salí de la empresa completamente enfadada, con la sensación de traición y rabia hirviendo en mi interior. Las palabras de Alessandro retumbaban en mi mente mientras avanzaba por el pasillo. Me sentía como si hubiera caído en una trampa de la que no podía escapar. Me había casado con el diablo, con un monstruo dispuesto a destruirnos. Cada paso que daba me recordaba que estaba atrapada en una pesadilla de la que no podía despertar. La furia y la impotencia me acompañaban, y la realidad de mi situación me pesaba como una losa sobre los hombros.

Pero no me dejaría vencer por ese miserable.

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