Alessandro Del Valle Estaba completamente enojado, sintiendo cómo la rabia me consumía. No podía creer lo que acababa de suceder. Ese infeliz de Andrés se había robado a mi mujer justo frente a mis ojos, y lo peor de todo era la actitud de mi padre. ¿Cómo se atrevía a pedirme que me calmara? ¿Cómo podía él, de todos, ponerse de su lado?Mientras los hombres de mi padre me sujetaban, sentía mi cuerpo temblar de pura furia. La imagen de Esmeralda yéndose con otro, llevándose a Perla, mi sangre, era insoportable. Esa mujer se había atrevido a amenazarme con el divorcio, a decirme que me pagaría cada peso. ¡Como si el dinero fuera lo único que me importara!—¡Suéltame! —grité, forcejeando contra los hombres que me mantenían en mi lugar, pero ellos obedecían a mi padre, no a mí.Don Edmundo me observaba con esa mirada imperturbable que siempre me ponía de los nervios, como si todo esto no fuera más que un inconveniente menor. Me daba la impresión de que siempre estaba del lado equivocado,
Esmeralda Salvatierra La noche había sido demasiado intensa. Después de todo lo que había pasado, finalmente me encontraba en la mansión de mi padrino, intentando calmar mis pensamientos. Pero mi mente no dejaba de dar vueltas, procesando lo ocurrido. Me preocupaba que Perla, a pesar de mi esfuerzo por mantenerla al margen, se hubiera dado cuenta de todo lo que sucedió. Habíamos cenado en silencio, cada uno lidiando con sus propios pensamientos. Perla, por fin, se había recostado en la habitación asignada, y yo me quedé en la sala con Andrés. Su presencia era reconfortante, y aunque yo estaba al borde de las lágrimas, él se mantenía firme y sereno, intentando brindarme la paz que tanto necesitaba. —Ese miserable no te merece, Esmeralda —dijo Andrés, con una dureza que rara vez mostraba—. No puedo creer que se revuelque con su exnovia en tu presencia. Es despreciable. Sentí un nudo en la garganta al recordar la escena en la oficina de Alessandro. Su crueldad, su indiferencia, m
Esmeralda SalvatierraCuando me desperté, mi mente estaba nublada y confundida. Parpadeé varias veces, intentando enfocar la vista en mi entorno desconocido. La habitación en la que me encontraba era lujosa, con cortinas pesadas y muebles de madera oscura. Todo parecía elegante, pero frío y distante, como un lugar donde la riqueza se imponía sobre la calidez.Al tratar de incorporarme, noté que mi cuerpo se sentía pesado, como si algo me hubiera debilitado. En ese momento, la puerta se abrió suavemente y vi a Alessandro entrando con una charola de comida en las manos. Una sonrisa falsa cruzó su rostro al verme despertar.—Al fin despiertas, cariño —dijo, su tono extrañamente suave.Mi mente se aclaró de golpe, recordando los últimos momentos antes de perder la consciencia. Me incorporé bruscamente, el pánico reemplazando la confusión.—¿Qué me hiciste, Alessandro? ¡¿Qué mierda me hiciste?! —grité, sintiendo cómo la rabia y el miedo se entrelazaban dentro de mí—. ¡Me dormiste!Alessand
Esmeralda SalvatierraNo podía creer que me hubiera entregado nuevamente a ese miserable de Alessandro. Después de todas las cosas horribles que me hizo y dijo, no era más que un canalla. Y aún así, me acosté con él. ¿Qué estaba pensando?Me desperté en una habitación que apenas reconocía. Las sábanas estaban desordenadas, testigos mudos de una noche de pasión y arrepentimiento. Me senté en el borde de la cama, sintiendo una mezcla de furia y vergüenza arder en mi pecho. Al intentar recoger mi vestido, me di cuenta de que estaba hecho trizas, esparcido por el suelo como si hubiera sido desgarrado sin ningún cuidado. Con un suspiro de resignación, tomé una de sus camisas que colgaba de una silla y me la puse, sintiendo su aroma envolverme. Aún así, me sentía vulnerable y expuesta.Bajé las escaleras, sin siquiera saber dónde me encontraba realmente. La casa era imponente, decorada con un lujo que me resultaba asfixiante. "Prácticamente me había secuestrado", pensé con amargura mientras
Finalmente, cuando cayó la noche, Alessandro y yo regresamos a la ciudad. Me sentía agotada, tanto física como emocionalmente, mientras el auto avanzaba por las calles iluminadas, llevándome de regreso a su casa. No sabía qué esperar, pero el nudo en mi estómago me decía que la situación estaba a punto de empeorar. Cuando llegamos, Alessandro me tomó de la mano, guiándome hacia la entrada de su imponente mansión. Al cruzar el umbral, lo primero que vi fue al señor Edmundo, su padre, esperándonos en el vestíbulo. Junto a él estaba la madre de Alessandro, una mujer fría cuya mirada me atravesó con un odio palpable. Sentí que mi corazón se aceleraba al ver sus rostros tensos y enfadados. —¿Qué has hecho, Alessandro? —gruñó Edmundo, su voz grave resonando en el amplio espacio— ¿Cómo te atreviste a llevártela sin decir nada? Alessandro no se inmutó, su expresión permaneció tranquila, casi arrogante. —Es mi esposa, padre —respondió con una calma peligrosa, como si esa simple frase f
Alessandro Del Valle.Me desperté de golpe, empapado en sudor frío, con el corazón latiendo a mil por hora. La pesadilla había sido tan vívida, tan real, que por un momento sentí que Omar estaba allí, acusándome con su mirada. Su muerte, ese recuerdo imborrable, seguía atormentándome cada noche. Sentía una mezcla de odio hacia mí mismo y una tristeza abrumadora que no podía controlar. Sin poder evitarlo, las lágrimas comenzaron a correr por mis mejillas.Esmeralda, quien dormía a mi lado, no tardó en percibir mi agitación. Sin decir una palabra, me abrazó suavemente por la cintura y dejó un beso reconfortante en mi cuello.—Tranquilo, cariño, solo fue un mal sueño —susurró, con esa voz calmada que siempre lograba aliviar mi tormento.Me giré hacia ella, permitiendo que me rodeara con sus brazos. Sólo Esmeralda tenía el poder de calmarme, de hacerme sentir en paz, aunque fuera por un momento. Era como si todo el peso de mis pecados se aligerara cuando ella estaba cerca. Hace más de un
Esmeralda Salvatierra Estaba furiosa conmigo misma. Durante el último mes, no había logrado alejarme de Alessandro, y lo peor era que cada día me sentía más cercana a él. Como una idiota, me estaba enamorando. No podía evitarlo; cada día lo necesitaba más y más, se había convertido en mi aire, en algo indispensable para mí. Me odiaba por ello. Sabía que debía mantener la distancia, que no debía dejarme llevar por lo que sentía, pero era imposible. Tal vez este amor había estado latente desde que éramos niños y simplemente había revivido con una fuerza abrumadora. Anoche, cuando me confesó la verdad detrás de su odio, cuando finalmente me abrió su corazón y me mostró su dolor, supe que ya no había vuelta atrás. Ahora entendía su odio hacia mi madre, entendía la profundidad de sus heridas, y eso solo me hacía amarlo más, a pesar de todo. Y aquí estaba yo, en la cocina, preparando su desayuno favorito, porque mi esposo estaba triste y quería consentirlo. Me movía por la cocina con
Alessandro Del Valle Aún no puedo creer que lo logré. Hoy, finalmente, Esmeralda me confesó su amor. La satisfacción de haberla conquistado me embriaga; sé que ahora será mucho más fácil romperle el corazón y lograr mi venganza. Todo lo que he planeado durante años está a punto de concretarse. Estoy sentado en mi oficina, con la vista fija en el horizonte, pero mi mente sigue reviviendo el momento en que Esmeralda me dijo que me amaba. Esa confesión, tan inocente y sincera, me dio la certeza de que todo está saliendo como planeé. Brandon, mi mejor amigo y la única persona en quien realmente confío, acaba de llegar a la ciudad y estamos poniéndonos al día. Él sabe más que nadie lo que significa esta venganza para mí, y aunque a veces lo noto vacilante, siempre ha estado a mi lado. —¿Estás seguro de lo que harás? —me pregunta, su tono serio y con una ligera nota de preocupación, algo raro en él. Asiento, sin dudar. —Completamente. Quiero acabar con esa empresa de los Salva