Esmeralda Salvatierra Estaba furiosa conmigo misma. Durante el último mes, no había logrado alejarme de Alessandro, y lo peor era que cada día me sentía más cercana a él. Como una idiota, me estaba enamorando. No podía evitarlo; cada día lo necesitaba más y más, se había convertido en mi aire, en algo indispensable para mí. Me odiaba por ello. Sabía que debía mantener la distancia, que no debía dejarme llevar por lo que sentía, pero era imposible. Tal vez este amor había estado latente desde que éramos niños y simplemente había revivido con una fuerza abrumadora. Anoche, cuando me confesó la verdad detrás de su odio, cuando finalmente me abrió su corazón y me mostró su dolor, supe que ya no había vuelta atrás. Ahora entendía su odio hacia mi madre, entendía la profundidad de sus heridas, y eso solo me hacía amarlo más, a pesar de todo. Y aquí estaba yo, en la cocina, preparando su desayuno favorito, porque mi esposo estaba triste y quería consentirlo. Me movía por la cocina con
Alessandro Del Valle Aún no puedo creer que lo logré. Hoy, finalmente, Esmeralda me confesó su amor. La satisfacción de haberla conquistado me embriaga; sé que ahora será mucho más fácil romperle el corazón y lograr mi venganza. Todo lo que he planeado durante años está a punto de concretarse. Estoy sentado en mi oficina, con la vista fija en el horizonte, pero mi mente sigue reviviendo el momento en que Esmeralda me dijo que me amaba. Esa confesión, tan inocente y sincera, me dio la certeza de que todo está saliendo como planeé. Brandon, mi mejor amigo y la única persona en quien realmente confío, acaba de llegar a la ciudad y estamos poniéndonos al día. Él sabe más que nadie lo que significa esta venganza para mí, y aunque a veces lo noto vacilante, siempre ha estado a mi lado. —¿Estás seguro de lo que harás? —me pregunta, su tono serio y con una ligera nota de preocupación, algo raro en él. Asiento, sin dudar. —Completamente. Quiero acabar con esa empresa de los Salva
Mientras descansaba en los brazos de Alessandro, el agotamiento se desvanecía lentamente. Ambos estábamos desnudos, con mi cuerpo recostado en su hombro y su mano acariciando mi espalda desnuda, en una caricia que me brindaba un extraño consuelo. —Alex, no me dijiste cómo te fue hoy en el trabajo—le pregunté suavemente, disfrutando de la intimidad del momento. —Muy bien, hermosa—respondió, su tono tranquilo—. Brandon ha regresado a la ciudad. El simple hecho de mencionar a Brandon trajo una sonrisa a mi rostro. Lo recordaba bien, el mejor amigo de Alex, un mujeriego incorregible, tan encantador y guapo como Alex, aunque a su manera. —Me acuerdo de Brandon, tu mejor amigo y un mujeriego incorregible como tú. ¿Seguirá tan guapo como antes? —le dije con una sonrisa juguetona, solo para verlo reaccionar. —No te atrevas, Esme, tú eres solo mía. —respondió él, su voz cargada de posesividad. No podía evitar sonreír ante su reacción. En el último mes, Alessandro solo había tenido
Esmeralda Salvatierra Al entrar a la oficina de Alessandro, me encontré con una escena que me hizo hervir de rabia. Una mujer de cabello pelirrojo, corto y perfectamente arreglado, con un maquillaje impecable y un vestido corto, estaba demasiado cerca de Alessandro. No me gustó la forma en la que lo abrazaba, como si tuviera algún derecho sobre él. Mi enojo estalló sin previo aviso. —¿Quieres soltar a mi esposo? —dije con firmeza, mi voz temblando de ira. Alessandro me miró con sorpresa, pero antes de que pudiera responder, la mujer se separó lentamente, esbozando una sonrisa desafiante. —Esmeralda, ella es Livia, la hermanita de Brandon —dijo Alessandro con un tono que intentaba ser tranquilizador. —Puede ser la hermanita del rey de Inglaterra —respondí, sin dejar de mirar a Livia con desdén—pero eso no le da derecho a tocar a mi esposo. Livia mantuvo su sonrisa, pero su mirada se volvió más fría. Alessandro se acercó a mí, intentando calmarme con un gesto, pero mi des
Alessandro Del ValleLlegué a la casa de Brandon con una furia incontrolable. Necesitaba un desahogo, alguien con quien compartir mi frustración y rabia. Brandon me recibió con una mirada preocupada mientras Livia observaba desde la esquina. —Debes pensar muy bien las cosas, Alex—dijo Brandon con calma. —Estoy traicionando la memoria de mi hermanito. Lo estoy volviendo a matar —le confesé, mi voz cargada de desesperación. —Claro que no, Alex. No es así. Necesitas calmarte—dijo Brandon, tratando de ofrecerme consuelo. —Esme está esperando un hijo mío —mencioné, mi voz temblando con el peso de la revelación. Livia, que estaba en la habitación, se acercó con curiosidad. —¿Cómo sabes que es tuyo?—preguntó, su tono estaba lleno de escepticismo. —Lo es. Esmeralda no ha tenido más hombres que yo, y ella no es ninguna cualquiera.—respondí con firmeza. Brandon suspiró, entendiendo la gravedad de la situación. —¿Qué vas a hacer ahora?—preguntó, preocupado por la dirección que
Esmeralda Salvatierra Lloré todo lo que debía llorar en la habitación de la casa de mi padre, mi cuerpo sacudido por sollozos incontrolables. Luego de un tiempo que parecía interminable, me levanté de la cama con la determinación de no dejarme hundir más por un traidor como lo era Alessandro Del Valle. Si él no quería a mi bebé, era su problema; él se lo perdía, no nosotros a él. Me acerqué al espejo, limpié mis lágrimas y me di un vistazo a mí misma, decidiendo que debía ser fuerte. Me dirigí hacia el rincón de la habitación donde había comenzado a sentir una conexión especial con el bebé. Colocando suavemente las manos sobre mi vientre, acaricié la piel que aún no mostraba signos de la vida que albergaba. —No lo necesitamos para nada, pequeño. Tú tienes a mamá, y con ella, nada te faltará—murmuré con ternura, intentando infundir confianza a mi bebé. De repente, fui interrumpida por la voz preocupada de mi hermana, Perla, quien entró en la habitación con una expresión de alar
Han sido días horribles. Nos han quitado absolutamente todo: la casa, las propiedades, incluso la dignidad que alguna vez creímos invulnerable. Cada rincón de la vida que conocíamos se ha desmoronado. Mi padrino Miguel, un hombre bondadoso que siempre estuvo ahí en los momentos difíciles, nos ofreció vivir con él. Pero tanto el orgullo de mi padre como el mío son demasiado grandes para aceptar su ayuda. A veces me pregunto si este orgullo es un refugio o simplemente otra forma de castigarnos a nosotros mismos. Estamos viviendo en una casa pequeña que logré alquilar con mis ahorros. Las paredes son delgadas y el techo cruje con el viento, pero es un lugar donde podemos estar juntos, aunque no sé por cuánto tiempo podremos mantenernos aquí. Me urge encontrar un trabajo, no solo para sostener a mi familia, sino también para pagar el tratamiento de Perla. Y, por si fuera poco, pronto vendrá el bebé, otra pequeña vida que dependerá de mí. Andrés sigue estudiando gracias a su beca, y me
A primera hora, me dirigí al despacho de mi padrino con un nudo en el estómago. Sabía que nuestra situación era crítica, pero también me costaba aceptar su ayuda. Al llegar, noté que él no estaba, así que me aventuré a observar el lugar. Mis ojos se posaron en una fotografía sobre su escritorio, una imagen de Mariana, la madre de Alessandro. Me sorprendió mucho verla ahí; nunca había imaginado que mi padrino conservara algo así. Tomé la fotografía en mis manos, sintiendo una mezcla de curiosidad y nostalgia. Pero, antes de que pudiera procesar lo que sentía, escuché la puerta abrirse de golpe. La fotografía casi se me cayó de las manos cuando mi padrino entró de repente. —¿Qué haces, Esmeralda? —preguntó con un tono que mezclaba sorpresa y una leve preocupación. —Lo siento, no quise tomarla —me apresuré a disculparme, colocando la foto de vuelta en su lugar—. A veces olvido que tú fuiste pareja de la señora Mariana. Mi padrino esbozó una sonrisa nostálgica, aunque sus ojos refleja