Alessandro Del ValleLlegué a la casa de Brandon con una furia incontrolable. Necesitaba un desahogo, alguien con quien compartir mi frustración y rabia. Brandon me recibió con una mirada preocupada mientras Livia observaba desde la esquina. —Debes pensar muy bien las cosas, Alex—dijo Brandon con calma. —Estoy traicionando la memoria de mi hermanito. Lo estoy volviendo a matar —le confesé, mi voz cargada de desesperación. —Claro que no, Alex. No es así. Necesitas calmarte—dijo Brandon, tratando de ofrecerme consuelo. —Esme está esperando un hijo mío —mencioné, mi voz temblando con el peso de la revelación. Livia, que estaba en la habitación, se acercó con curiosidad. —¿Cómo sabes que es tuyo?—preguntó, su tono estaba lleno de escepticismo. —Lo es. Esmeralda no ha tenido más hombres que yo, y ella no es ninguna cualquiera.—respondí con firmeza. Brandon suspiró, entendiendo la gravedad de la situación. —¿Qué vas a hacer ahora?—preguntó, preocupado por la dirección que
Esmeralda Salvatierra Lloré todo lo que debía llorar en la habitación de la casa de mi padre, mi cuerpo sacudido por sollozos incontrolables. Luego de un tiempo que parecía interminable, me levanté de la cama con la determinación de no dejarme hundir más por un traidor como lo era Alessandro Del Valle. Si él no quería a mi bebé, era su problema; él se lo perdía, no nosotros a él. Me acerqué al espejo, limpié mis lágrimas y me di un vistazo a mí misma, decidiendo que debía ser fuerte. Me dirigí hacia el rincón de la habitación donde había comenzado a sentir una conexión especial con el bebé. Colocando suavemente las manos sobre mi vientre, acaricié la piel que aún no mostraba signos de la vida que albergaba. —No lo necesitamos para nada, pequeño. Tú tienes a mamá, y con ella, nada te faltará—murmuré con ternura, intentando infundir confianza a mi bebé. De repente, fui interrumpida por la voz preocupada de mi hermana, Perla, quien entró en la habitación con una expresión de alar
Han sido días horribles. Nos han quitado absolutamente todo: la casa, las propiedades, incluso la dignidad que alguna vez creímos invulnerable. Cada rincón de la vida que conocíamos se ha desmoronado. Mi padrino Miguel, un hombre bondadoso que siempre estuvo ahí en los momentos difíciles, nos ofreció vivir con él. Pero tanto el orgullo de mi padre como el mío son demasiado grandes para aceptar su ayuda. A veces me pregunto si este orgullo es un refugio o simplemente otra forma de castigarnos a nosotros mismos. Estamos viviendo en una casa pequeña que logré alquilar con mis ahorros. Las paredes son delgadas y el techo cruje con el viento, pero es un lugar donde podemos estar juntos, aunque no sé por cuánto tiempo podremos mantenernos aquí. Me urge encontrar un trabajo, no solo para sostener a mi familia, sino también para pagar el tratamiento de Perla. Y, por si fuera poco, pronto vendrá el bebé, otra pequeña vida que dependerá de mí. Andrés sigue estudiando gracias a su beca, y me
A primera hora, me dirigí al despacho de mi padrino con un nudo en el estómago. Sabía que nuestra situación era crítica, pero también me costaba aceptar su ayuda. Al llegar, noté que él no estaba, así que me aventuré a observar el lugar. Mis ojos se posaron en una fotografía sobre su escritorio, una imagen de Mariana, la madre de Alessandro. Me sorprendió mucho verla ahí; nunca había imaginado que mi padrino conservara algo así. Tomé la fotografía en mis manos, sintiendo una mezcla de curiosidad y nostalgia. Pero, antes de que pudiera procesar lo que sentía, escuché la puerta abrirse de golpe. La fotografía casi se me cayó de las manos cuando mi padrino entró de repente. —¿Qué haces, Esmeralda? —preguntó con un tono que mezclaba sorpresa y una leve preocupación. —Lo siento, no quise tomarla —me apresuré a disculparme, colocando la foto de vuelta en su lugar—. A veces olvido que tú fuiste pareja de la señora Mariana. Mi padrino esbozó una sonrisa nostálgica, aunque sus ojos refleja
Las semanas que siguieron fueron agotadoras, llenas de altibajos que me dejaron emocionalmente agotada. Mi búsqueda de trabajo fue un desafío inesperado; cada vez que mencionaba mi nombre en las entrevistas, las puertas se cerraban. Las excusas eran siempre las mismas: "no tienes suficiente experiencia", "no eres lo que buscamos en este momento". Pero sabía que había algo más detrás de esas negativas, algo que no me decían. Finalmente, acepté un trabajo en un exclusivo restaurante como mesera. El lugar era hermoso, con una decoración elegante y clientes exigentes. La paga no era mala, y me aseguré de ahorrar cada centavo que pude. Una parte iba destinada a pagarle a mi padrino el préstamo que me había dado para los estudios y el tratamiento de Perla, y el resto lo guardaba para el bebé. Mi estómago ya comenzaba a notarse; estaba en mi cuarto mes de embarazo, y cada vez que mi padre me veía, podía sentir su enojo. Sabía que no me perdonaba, y eso me dolía más de lo que quería admitir.
Estaba en mi despacho, intentando concentrarme en el trabajo, pero mi mente no se enfocaba en nada más que en la ausencia de Esmeralda. Desde que la eché de mi vida, desde que ya no beso sus labios ni siento su piel, la calma se ha vuelto un lujo inalcanzable. Esa maldita mujer de Esmeralda Salvatierra me ha robado la paz. Debería estar rogándome que regrese a su lado, pero en lugar de eso, parece que intenta rehacer su vida como si yo fuera a permitir que me olvidara.La puerta de mi oficina se abrió de golpe, y un hombre de traje entró. Lo reconocí de inmediato; era el abogado que representaba los intereses de Miguel Coleman, el padrino de Esmeralda. Su presencia solo añadía más tensión al ambiente.—Buenos días, señor Del Valle —saludó el abogado con una formalidad que no podía ocultar su aire de superioridad.—Buenos días —respondí, tratando de mantener mi compostura a pesar de la frustración que me invadía.—Vengo a hablar sobre los asuntos pendientes relacionados con la demanda
Estaba completamente feliz cenando con Perla. La noticia de que Matt ya nos había dado la fecha para la cirugía me tenía eufórica; solo faltaban unos días. Mientras tanto, mi padre estaba en la calle, apostando nuevamente, y yo estaba decidida a no dejar que eso arruinara mi día.Al salir de mi casa, escuché el timbre. Al abrir la puerta, me sorprendí al ver a Matt Nolan allí, vestido con un traje impecable.—Buenas noches, doctor Nolan —dije, tratando de ocultar mi sorpresa.—Perla olvidó su cartera con sus medicamentos. Supuse que los necesitaría esta noche —me explicó Matt, sosteniendo la cartera.—Muchas gracias —le respondí, agradecida. Me di cuenta de que Matt estaba observando mi casa de arriba a abajo. En ese momento, sentí una pequeña patadita en mi vientre, un recordatorio constante de que el bebé estaba muy activo.—¿Puedo? —me preguntó Matt, señalando mi vientre. Asentí en respuesta, y él colocó suavemente sus manos sobre mi abdomen.De repente, una camioneta llegó a toda
Al día siguiente, intenté mantener la normalidad mientras desayunaba con Perla. Le sonreía y conversaba con ella, fingiendo que todo estaba bien, pero en mi interior sentía una profunda preocupación. Estaba tratando de no pensar en lo que había sucedido la noche anterior, pero entonces mi teléfono sonó, y al ver que era del hospital, un nudo se formó en mi estómago. —Familiares de Rodolfo Salvatierra —escuché la voz de una enfermera al otro lado de la línea. —Soy su hija —respondí, sintiendo que algo malo estaba por venir. —Su padre fue encontrado inconsciente y herido anoche. Está en el hospital ahora —dijo la enfermera, su tono era profesional, pero no pudo ocultar completamente la gravedad de la situación. El mundo pareció detenerse por un momento. Sentí que el aire me faltaba y las palabras se atascaban en mi garganta. Perla, al ver mi expresión, dejó de comer y me miró con preocupación. —¿Qué ha pasado, Esme? —preguntó, su voz temblorosa. —Es papá... —logré decir, con