Divorcio

Las semanas que siguieron fueron agotadoras, llenas de altibajos que me dejaron emocionalmente agotada. Mi búsqueda de trabajo fue un desafío inesperado; cada vez que mencionaba mi nombre en las entrevistas, las puertas se cerraban. Las excusas eran siempre las mismas: "no tienes suficiente experiencia", "no eres lo que buscamos en este momento". Pero sabía que había algo más detrás de esas negativas, algo que no me decían.

Finalmente, acepté un trabajo en un exclusivo restaurante como mesera. El lugar era hermoso, con una decoración elegante y clientes exigentes. La paga no era mala, y me aseguré de ahorrar cada centavo que pude. Una parte iba destinada a pagarle a mi padrino el préstamo que me había dado para los estudios y el tratamiento de Perla, y el resto lo guardaba para el bebé. Mi estómago ya comenzaba a notarse; estaba en mi cuarto mes de embarazo, y cada vez que mi padre me veía, podía sentir su enojo. Sabía que no me perdonaba, y eso me dolía más de lo que quería admitir.
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