No la dejaré ir

Estaba en mi despacho, intentando concentrarme en el trabajo, pero mi mente no se enfocaba en nada más que en la ausencia de Esmeralda. Desde que la eché de mi vida, desde que ya no beso sus labios ni siento su piel, la calma se ha vuelto un lujo inalcanzable. Esa maldita mujer de Esmeralda Salvatierra me ha robado la paz. Debería estar rogándome que regrese a su lado, pero en lugar de eso, parece que intenta rehacer su vida como si yo fuera a permitir que me olvidara.

La puerta de mi oficina se abrió de golpe, y un hombre de traje entró. Lo reconocí de inmediato; era el abogado que representaba los intereses de Miguel Coleman, el padrino de Esmeralda. Su presencia solo añadía más tensión al ambiente.

—Buenos días, señor Del Valle —saludó el abogado con una formalidad que no podía ocultar su aire de superioridad.

—Buenos días —respondí, tratando de mantener mi compostura a pesar de la frustración que me invadía.

—Vengo a hablar sobre los asuntos pendientes relacionados con la demanda
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