Al día siguiente, intenté mantener la normalidad mientras desayunaba con Perla. Le sonreía y conversaba con ella, fingiendo que todo estaba bien, pero en mi interior sentía una profunda preocupación. Estaba tratando de no pensar en lo que había sucedido la noche anterior, pero entonces mi teléfono sonó, y al ver que era del hospital, un nudo se formó en mi estómago. —Familiares de Rodolfo Salvatierra —escuché la voz de una enfermera al otro lado de la línea. —Soy su hija —respondí, sintiendo que algo malo estaba por venir. —Su padre fue encontrado inconsciente y herido anoche. Está en el hospital ahora —dijo la enfermera, su tono era profesional, pero no pudo ocultar completamente la gravedad de la situación. El mundo pareció detenerse por un momento. Sentí que el aire me faltaba y las palabras se atascaban en mi garganta. Perla, al ver mi expresión, dejó de comer y me miró con preocupación. —¿Qué ha pasado, Esme? —preguntó, su voz temblorosa. —Es papá... —logré decir, con
El aire fresco de la tarde no lograba calmar el torbellino de emociones que sentía al salir de la clínica. Con cada paso que daba, sentía cómo el peso del mundo se incrementaba sobre mis hombros. La preocupación por mi padre, la angustia por mi embarazo y la constante sensación de estar siendo vigilada me tenían al borde del colapso. Mi mente estaba tan absorta que casi no me di cuenta cuando un carro se acercó a gran velocidad, directo hacia mí. El ruido de las llantas contra el pavimento me sacó de mi ensimismamiento, pero era demasiado tarde para reaccionar. En ese instante, un fuerte tirón en mi brazo me jaló hacia atrás, y antes de que pudiera procesar lo que sucedía, sentí un par de manos firmes alrededor de mi cintura. Mi corazón latía con fuerza, el miedo recorriendo cada célula de mi cuerpo. —¿Amor, estás bien? No te pasó nada, ¿verdad? —la voz familiar y preocupada de Alessandro me hizo estremecer. Me giré y lo vi a él, con la respiración agitada, sus ojos recorriendo mi
Alessandro Del Valle.El peso de la desesperación y el dolor me aplastaban mientras me encontraba en el vestíbulo de mi casa, devastado por el rechazo de Esmeralda. Las lágrimas fluían libremente por mis mejillas, una mezcla de tristeza y rabia que no podía contener. Mi madre, con su voz aguda y desafiantes, rompió el silencio, una furia palpable en cada palabra.—¿Qué te pasa? ¿Por qué lloras? —preguntó mamá, sus ojos inyectados en rabia.—La perdí, mamá. Ya no quiere volver a verme... —mi voz se quebró mientras intentaba articular mi sufrimiento.Mi madre no tardó en mostrar su indignación. Su rostro, siempre tan controlado, se transformó en una máscara de ira. Gritó, sus palabras llenas de desprecio y reproche.—¡No te atrevas a llorar por esa zorra, Alessandro! —exclamó, su voz cargada de veneno—. Su madre arruinó a nuestra familia, mató a nuestro Omar. ¡Ella es la culpable de todo!En ese instante, mi padre descendió las escaleras con una determinación que nunca antes había visto
Esmeralda Salvatierra. Había dejado a Perla en la casa de mi padrino con la enfermera, asegurándome de que ella estuviera tranquila antes de la operación de mañana. Estaba preocupada por la salud de Perla y por la situación de mi padre en la clínica, así que me había dirigido a mi casa para recoger ropa tanto para ella como para llevarle a mi padre. Mientras buscaba entre las pertenencias, noté que alguien había entrado a la casa. En la sala, encontré una nota que me heló la sangre: "Salvatierra, si no pagas, no quedará nada de ti ni de tus preciosas hijas" La amenaza era clara y aterradora. Mi mente corría a mil por hora mientras pensaba en cómo proteger a Perla y a mi bebé. No podía arriesgarme a que les pasara algo, así que decidí que me mudaría a la casa de mi padrino, donde habría más seguridad. Subí a mi habitación, con el corazón acelerado. Mientras recogía la ropa, accidentalmente dejé caer una caja que contenía pertenencias de mi madre. Desde su muerte, nunca me hab
Alessandro Del Valle Los restos carbonizados fueron hallados entre los escombros, el olor acre del incendio todavía impregnaba el aire cuando los bomberos sacaron lo que quedaba de un cuerpo calcinado. En medio de la devastación, uno de ellos encontró un pequeño collar que aún colgaba del cuello de la víctima. Lo reconocí al instante, ese delicado colgante era el que Esmeralda siempre llevaba consigo, el mismo que perteneció a su madre. Mi corazón se detuvo al ver aquel objeto, todo indicaba que era ella, pero una parte de mí se aferraba a la esperanza de que fuera un error, que de alguna manera, ella y nuestro bebé hubieran sobrevivido. A pesar de la angustia, las autoridades decidieron realizar pruebas de ADN para confirmar la identidad del cuerpo. Pero la espera era insoportable, y la incertidumbre me estaba consumiendo. No podía aceptar que ella, mi Esmeralda, y nuestro bebé estuvieran muertos. Me encontraba de pie, abrazado a mi padre. Sentía su cuerpo temblar levemente, él t
Cuatro años después Desperté sintiendo el calor del pequeño cuerpo de Omar acurrucado a mi lado. Aún medio dormida, observé su cabello oscuro desparramado sobre la almohada y esos ojos azules intensos que tantas veces me habían recordado el pasado, pero que ahora eran mi única razón de vivir. Su respiración suave y rítmica llenaba el cuarto de una paz que solo él podía brindarme. Omar, con su ternura infinita y su espíritu lleno de vida, se había convertido en mi todo. Desde el momento en que lo sostuve por primera vez, supe que él sería la luz que guiaría mis días oscuros. A pesar de todo lo que había cambiado en mí, de cómo la vida me había marcado, Omar me veía como su madre, sin juicio, sin miedo. Acaricié suavemente su mejilla, sintiendo la suavidad de su piel, y una pequeña sonrisa apareció en su rostro, incluso mientras dormía. A él no le importaba la cicatriz que ahora cruzaba mi rostro, ni los miedos que a veces me invadían. Me amaba de la manera más pura y genuina, sim
En este momento estoy sentada en el jardín, observando a Omar mientras juega con sus autos. El sol de la mañana ilumina su cabello oscuro, y su risa cristalina llena el aire, haciendo que mi corazón se sienta un poco más ligero. No puedo evitar sonreír al verlo tan feliz, tan lleno de vida. Es hermoso, mi pequeño, con esos ojos azules intensos que siempre logran derretir cualquier tristeza en mi interior. Omar se acerca a mí con un par de autos en sus manos, mostrándomelos con emoción. —Mamá, mira —me dice con una sonrisa radiante—, este es el más rápido de todos. ¡Va a ganar todas las carreras! —¡Claro que sí, mi amor! —le respondo, acariciando su cabecita con ternura—. Eres un campeón con esos autos. Sus ojos brillan con entusiasmo mientras sigue hablándome de sus aventuras con los autitos, contándome cómo cada uno tiene una historia especial. Mientras lo escucho, siento que por un momento, todo está bien en nuestro pequeño mundo. —¿Sabes, mamá? —dice de repente, sus ojos
Me encontraba durmiendo tranquilamente, arropada en mi pijama, cuando sentí algo húmedo en mis labios. Una sensación extraña me hizo despertar, y al abrir los ojos, me di cuenta de que Matt estaba encima mío, su rostro demasiado cerca, sus labios rozando los míos. El miedo y la repulsión me invadieron de inmediato. Lo empujé con fuerza, mi corazón latiendo desbocado. —¡Matt, suéltame! —grité, con la voz temblorosa y llena de pánico. Él se detuvo, sorprendido por mi reacción, pero su expresión rápidamente se transformó en una mezcla de deseo y obstinación. —Lo siento, hermosa, pero no puedo resistirme más —dijo con voz ronca, acercándose de nuevo—. Lo que más deseo es hacerte mía. Sentí que el pánico se apoderaba de mí, y sin pensarlo, lo empujé con todas mis fuerzas, logrando que se apartara. Mi respiración era agitada, y el temor mezclado con asco se reflejaba en mis ojos. —Matt, no —dije con firmeza, retrocediendo hacia el borde de la cama, mi voz temblorosa pero decidi