En este momento estoy sentada en el jardín, observando a Omar mientras juega con sus autos. El sol de la mañana ilumina su cabello oscuro, y su risa cristalina llena el aire, haciendo que mi corazón se sienta un poco más ligero. No puedo evitar sonreír al verlo tan feliz, tan lleno de vida. Es hermoso, mi pequeño, con esos ojos azules intensos que siempre logran derretir cualquier tristeza en mi interior. Omar se acerca a mí con un par de autos en sus manos, mostrándomelos con emoción. —Mamá, mira —me dice con una sonrisa radiante—, este es el más rápido de todos. ¡Va a ganar todas las carreras! —¡Claro que sí, mi amor! —le respondo, acariciando su cabecita con ternura—. Eres un campeón con esos autos. Sus ojos brillan con entusiasmo mientras sigue hablándome de sus aventuras con los autitos, contándome cómo cada uno tiene una historia especial. Mientras lo escucho, siento que por un momento, todo está bien en nuestro pequeño mundo. —¿Sabes, mamá? —dice de repente, sus ojos
Me encontraba durmiendo tranquilamente, arropada en mi pijama, cuando sentí algo húmedo en mis labios. Una sensación extraña me hizo despertar, y al abrir los ojos, me di cuenta de que Matt estaba encima mío, su rostro demasiado cerca, sus labios rozando los míos. El miedo y la repulsión me invadieron de inmediato. Lo empujé con fuerza, mi corazón latiendo desbocado. —¡Matt, suéltame! —grité, con la voz temblorosa y llena de pánico. Él se detuvo, sorprendido por mi reacción, pero su expresión rápidamente se transformó en una mezcla de deseo y obstinación. —Lo siento, hermosa, pero no puedo resistirme más —dijo con voz ronca, acercándose de nuevo—. Lo que más deseo es hacerte mía. Sentí que el pánico se apoderaba de mí, y sin pensarlo, lo empujé con todas mis fuerzas, logrando que se apartara. Mi respiración era agitada, y el temor mezclado con asco se reflejaba en mis ojos. —Matt, no —dije con firmeza, retrocediendo hacia el borde de la cama, mi voz temblorosa pero decidi
Me encontraba sentada en el sofá del jardín con Omar, quien estaba abrazado a mí, buscando consuelo y seguridad en mi presencia. Sus ojos estaban llenos de una mezcla de confusión y tristeza, lo que me rompía el corazón. —Mami, ¿por qué no podemos salir? —preguntó con voz temblorosa, mientras me miraba con esos ojos que siempre me pedían respuestas. Traté de mantener la calma y no mostrarle el miedo que sentía por dentro. No quería que él sintiera lo mismo. —Tranquilo, bebé —dije con voz suave, acariciando su cabello—. Tío Matt se llevó la llave y se olvidó que estábamos aquí. Intenté transmitirle una sensación de normalidad, aunque sabía que no era la verdad. La realidad era mucho más complicada y aterradora. —Es mentira —dijo Omar, con una voz decidida a pesar de su edad. Podía ver que algo no encajaba en su mente infantil, pero no sabía cómo explicárselo. —Omar, no es mentira —dije, tratando de sonar convincente—. Solo necesitamos esperar un poco, ¿de acuerdo? Pronto e
Nos subimos al primer autobús que pasó, sin preocuparnos por la dirección. Lo único que quería era poner la mayor distancia posible entre Matt y nosotros. El interior del autobús estaba casi vacío; solo había un par de personas, cada una absorta en su propio mundo. Tomé asiento al fondo, donde esperaba no ser vista fácilmente. Acaricié el cabello de Omar, que se había quedado dormido en mis brazos, agotado por la carrera y el miedo. Mientras lo observaba dormir, sentí una mezcla de alivio y temor. Habíamos logrado escapar, pero sabía que esto era solo el comienzo. Tendríamos que seguir moviéndonos, ser cuidadosos, y encontrar un lugar donde realmente pudiéramos estar a salvo. Compré los boletos en el aeropuerto con manos temblorosas, sintiendo una mezcla de alivio y miedo. Mientras sostenía firmemente la mano de Omar, mi corazón latía con fuerza al pensar en lo que estábamos a punto de hacer. Habíamos dejado todo atrás, y ahora, estábamos a solo un vuelo de distancia de una vida nue
Alessandro Del Valle Estaba a punto de entrar a la casa de Miguel, el hombre al que recientemente había descubierto como mi verdadero padre. A pesar de todo lo que había sucedido en los últimos años, de los intentos de Miguel por establecer una relación conmigo, aún no lograba aceptarlo completamente. Era difícil, después de tantos años viviendo con la convicción de que no tenía más familia que el hermano que perdí. Miguel aseguraba que nunca supo de mi existencia, y aunque le había dado una oportunidad, el resentimiento todavía ardía dentro de mí. Al bajar del coche, vi a Andrés, quien también había salido de su vehículo. Desde el primer momento, noté su nerviosismo, como si estuviera escondiendo algo. —¿Qué haces aquí? — indagó, no pudiendo ocultar su desconfianza. Su incomodidad era evidente. —He venido a visitar a Miguel —respondi rápidamente, evitando su mirada—. ¿Por qué me miras como si hubieras visto a un fantasma? Había algo raro en su actitud. Estaba demasiado alte
Me instalé en una de las habitaciones de la casa de Andrés, pero la tranquilidad no me acompañaba. Mi mente no dejaba de correr en círculos, atrapada en el pensamiento de que mi pequeño Omar había visto a Alessandro. La simple idea de que él había estado tan cerca de su padre biológico, sin siquiera saberlo, me ponía al borde de un ataque de pánico. Mientras Omar cenaba con la cocinera, yo me había encerrado en la pequeña oficina de la casa para hablar con mi padrino, Miguel, y Andrés. La angustia se mezclaba con el arrepentimiento, pero sobre todo, con la culpa. Miguel, que siempre había sido una figura paternal para mí, me miraba con ojos cargados de dolor. Sentía su abrazo como un ancla que me sostenía en medio de una tormenta, pero su llanto silencioso me hacía sentir aún más responsable de todo. —Mi amor, ¿qué te pasó en la cara? —preguntó con voz quebrada, mientras su mano temblorosa acariciaba la cicatriz que el incendio había dejado. Desvié la mirada, incapaz de soportar el
—Alex, yo puedo explicártelo —dije con la voz temblorosa, intentando calmar el torbellino de emociones que nos envolvía. —¿Esmeralda, estás bien? —preguntó Perla, visiblemente preocupada al ver la tensión entre nosotros. —Sí, estoy bien —le respondí rápidamente, tratando de mantener la compostura—. Puedes irte, Perla... Estaré bien. Alessandro la miró con seriedad, pero su tono fue firme y sin rastro de amenaza. —No le haré nada, Perla —afirmó, y ella asintió, aunque con cierta duda, antes de marcharse. En cuanto estuvimos solos, la furia en los ojos de Alessandro se hizo aún más evidente. Dio un paso hacia mí, con los puños apretados y el dolor reflejado en su mirada. —No puedo creer lo miserable que puedes llegar a ser, Esmeralda —espetó, su voz goteando amargura—. Me destrozaste la vida... me alejaste de ti y de mi hijo sus primeros cuatro años. Sentí cómo sus palabras me golpeaban con fuerza, haciendo que el nudo en mi garganta creciera. —Yo... yo estaba desesperada, Alex. No
Me desperté temprano esa mañana, con el sol apenas asomándose por el horizonte. Sabía que el día sería difícil, pero también sabía que era necesario. Vestí a Omar con su ropa favorita y lo llevé al jardín, donde sabía que Alex estaría esperando. El aire fresco de la mañana nos envolvía mientras caminábamos hacia el lugar de encuentro. Al llegar, vi a Alex de pie, sosteniendo un regalo enorme envuelto en papel brillante. Su mirada era intensa, pero en cuanto vio a Omar, sus facciones se suavizaron. —Mami, ¿es para mí? —preguntó Omar emocionado, señalando el gran paquete. Asentí, dándole una pequeña sonrisa. —Sí, amor, es para ti. Omar, con su inocencia desbordante, corrió hacia Alex y, sin dudarlo, le dio un abrazo. Fue un momento que me tomó por sorpresa, y pude ver cómo Alex se tensaba por un segundo antes de dejar caer el regalo al suelo y envolver a nuestro hijo en sus brazos. —Tú eres mi papá —dijo Omar con esa sencillez que solo un niño podría tener, mientras levantaba la