Me instalé en una de las habitaciones de la casa de Andrés, pero la tranquilidad no me acompañaba. Mi mente no dejaba de correr en círculos, atrapada en el pensamiento de que mi pequeño Omar había visto a Alessandro. La simple idea de que él había estado tan cerca de su padre biológico, sin siquiera saberlo, me ponía al borde de un ataque de pánico. Mientras Omar cenaba con la cocinera, yo me había encerrado en la pequeña oficina de la casa para hablar con mi padrino, Miguel, y Andrés. La angustia se mezclaba con el arrepentimiento, pero sobre todo, con la culpa. Miguel, que siempre había sido una figura paternal para mí, me miraba con ojos cargados de dolor. Sentía su abrazo como un ancla que me sostenía en medio de una tormenta, pero su llanto silencioso me hacía sentir aún más responsable de todo. —Mi amor, ¿qué te pasó en la cara? —preguntó con voz quebrada, mientras su mano temblorosa acariciaba la cicatriz que el incendio había dejado. Desvié la mirada, incapaz de soportar el
—Alex, yo puedo explicártelo —dije con la voz temblorosa, intentando calmar el torbellino de emociones que nos envolvía. —¿Esmeralda, estás bien? —preguntó Perla, visiblemente preocupada al ver la tensión entre nosotros. —Sí, estoy bien —le respondí rápidamente, tratando de mantener la compostura—. Puedes irte, Perla... Estaré bien. Alessandro la miró con seriedad, pero su tono fue firme y sin rastro de amenaza. —No le haré nada, Perla —afirmó, y ella asintió, aunque con cierta duda, antes de marcharse. En cuanto estuvimos solos, la furia en los ojos de Alessandro se hizo aún más evidente. Dio un paso hacia mí, con los puños apretados y el dolor reflejado en su mirada. —No puedo creer lo miserable que puedes llegar a ser, Esmeralda —espetó, su voz goteando amargura—. Me destrozaste la vida... me alejaste de ti y de mi hijo sus primeros cuatro años. Sentí cómo sus palabras me golpeaban con fuerza, haciendo que el nudo en mi garganta creciera. —Yo... yo estaba desesperada, Alex. No
Me desperté temprano esa mañana, con el sol apenas asomándose por el horizonte. Sabía que el día sería difícil, pero también sabía que era necesario. Vestí a Omar con su ropa favorita y lo llevé al jardín, donde sabía que Alex estaría esperando. El aire fresco de la mañana nos envolvía mientras caminábamos hacia el lugar de encuentro. Al llegar, vi a Alex de pie, sosteniendo un regalo enorme envuelto en papel brillante. Su mirada era intensa, pero en cuanto vio a Omar, sus facciones se suavizaron. —Mami, ¿es para mí? —preguntó Omar emocionado, señalando el gran paquete. Asentí, dándole una pequeña sonrisa. —Sí, amor, es para ti. Omar, con su inocencia desbordante, corrió hacia Alex y, sin dudarlo, le dio un abrazo. Fue un momento que me tomó por sorpresa, y pude ver cómo Alex se tensaba por un segundo antes de dejar caer el regalo al suelo y envolver a nuestro hijo en sus brazos. —Tú eres mi papá —dijo Omar con esa sencillez que solo un niño podría tener, mientras levantaba la
Los días anteriores habían sido un verdadero caos. Las llamadas constantes de Matt, que no dejaba de acosarme, me tenían al borde de la desesperación. Estaba considerando seriamente denunciarlo, pero había tantas cosas pasando en mi vida en ese momento que apenas podía pensar con claridad. Mi mente era un torbellino de problemas y preocupaciones, y el último de ellos era cómo lidiar con alguien que se negaba a soltarme.Decidí llevar a Omar a conocer el departamento de Perla. Era un lugar lujoso, espacioso, con una vista impresionante de la ciudad. Perla lo compartía con su pareja, alguien de quien me había hablado con mucho cariño, aunque nunca había revelado su identidad. Estaba orgullosa de ella, de lo que había logrado. Estaba a punto de terminar su carrera, enamorada y a punto de casarse. Mientras caminábamos por el salón del departamento, no pude evitar sentir una mezcla de envidia y felicidad por ella. Había encontrado su camino, y parecía que todo le estaba saliendo bien. Per
Me encontraba en mi oficina, completamente desconcertado. El peso de la ira y la confusión me mantenía atado a mi silla, incapaz de concentrarme en cualquier otra cosa que no fuera Esmeralda y la devastación que había causado. Brandon estaba sentado frente a mí, haciendo lo posible por calmarme, pero sus palabras se deslizaban sobre mí sin llegar a penetrar el muro de furia que me envolvía.El nombre de Esmeralda resonaba en mi mente como un eco incesante. ¿Cómo había sido capaz de esconderme a mi propio hijo durante todos esos años? Omar... Mi pequeño Omar, quien me había impresionado desde el primer momento en que lo vi. Era un niño tan hermoso y despierto, lleno de energía y curiosidad, como una réplica perfecta de mí cuando tenía su edad. La idea de haberme perdido sus primeros años de vida, sus primeras palabras, sus primeros pasos, era un golpe que no sabía cómo soportar.Sentía la frustración arder en mi interior, mezclándose con una tristeza profunda que me hacía querer gritar
La noche había llegado, y con ella la cena en la mansión White. Sabía que iba a ser una noche difícil, llena de tensiones y miradas juzgadoras, así que me aseguré de vestirme a la altura de la ocasión. Elegí un vestido rojo, elegante y sofisticado, que me hiciera sentir segura aunque por dentro estuviera llena de incertidumbre. También vestí a Omar con un pequeño traje que lo hacía ver como un caballero en miniatura.Cuando llegamos, la mansión White se alzaba imponente ante nosotros, un recordatorio del poder y la riqueza que esta familia poseía. Nos recibió la señora Olivia, vestida con una elegancia que parecía natural en ella. A su lado estaba su esposo, Luis, quien nos saludó con una sonrisa cordial. Livia también estaba allí, y su mirada hacia mí no podría haber sido más fría. Sentí que su desdén atravesaba mi piel como una daga.—Bienvenidos a nuestro hogar —dijo la señora Olivia, con una sonrisa impecable—. Por favor, acompáñennos a la mesa.—Gracias, señora Olivia —respondí,
Después de la cena, me dirigí al jardín con Omar. El aire fresco de la noche y las risas de mi hijo jugando con los carritos que le había regalado Brandon me brindaron un alivio momentáneo. Me reí al verlo correr detrás de una mariposa, su pequeño cuerpo se movía con una energía contagiosa. Sin embargo, mi tranquilidad se vio interrumpida cuando sentí un brazo cálido rodeando mi cintura. Me giré para encontrar a Alessandro mirándome con una intensidad que me hizo detenerme en seco.—Muñeca, quiero decirte que lo que le dije a Omar es verdad —susurró él en mi oído, su aliento cálido me erizó la piel—. Tú eres la única mujer que me importa. Estoy muy enojado contigo, pero no dejas de ser mía, Esme. En estos años no he dejado de amarte ni un segundo.No pude evitar un escalofrío al escuchar sus palabras. La mezcla de enojo y amor en su voz era abrumadora. Me giré para enfrentarlo, buscando en su mirada alguna señal de sinceridad. —Ya basta, Alex —dije con voz temblorosa, tratando de man
Acepté ir a desayunar con Edmundo a pesar de la confusión y el dolor que aún sentía. No había visto a Edmundo en años y, a pesar de todo, no podía olvidar que él era mi padre biológico. La vida me había engañado, haciéndome creer que Rodolfo era mi verdadero padre. Aunque nuestra relación siempre fue extraña, sabía que Rodolfo me quería y había sido amable conmigo, pero no podía evitar la sensación de traición por parte de Edmundo y mi madre. El restaurante en el que habíamos acordado encontrarnos tenía un ambiente acogedor y elegante. Me senté en una mesa cerca de la ventana, observando el movimiento de la ciudad a través de los cristales. Edmundo llegó puntual, con un semblante serio pero decidido. Vestía un traje oscuro, cuidadosamente ajustado, y su cabello estaba peinado de forma impecable. —Esmeralda —dijo Edmundo al verme, con una voz que intentaba ocultar el temblor que sentía—. Gracias por aceptar este encuentro. Me levanté y le extendí la mano para un saludo, aunque no po