A primera hora, me dirigí al despacho de mi padrino con un nudo en el estómago. Sabía que nuestra situación era crítica, pero también me costaba aceptar su ayuda. Al llegar, noté que él no estaba, así que me aventuré a observar el lugar. Mis ojos se posaron en una fotografía sobre su escritorio, una imagen de Mariana, la madre de Alessandro. Me sorprendió mucho verla ahí; nunca había imaginado que mi padrino conservara algo así. Tomé la fotografía en mis manos, sintiendo una mezcla de curiosidad y nostalgia. Pero, antes de que pudiera procesar lo que sentía, escuché la puerta abrirse de golpe. La fotografía casi se me cayó de las manos cuando mi padrino entró de repente. —¿Qué haces, Esmeralda? —preguntó con un tono que mezclaba sorpresa y una leve preocupación. —Lo siento, no quise tomarla —me apresuré a disculparme, colocando la foto de vuelta en su lugar—. A veces olvido que tú fuiste pareja de la señora Mariana. Mi padrino esbozó una sonrisa nostálgica, aunque sus ojos refleja
Las semanas que siguieron fueron agotadoras, llenas de altibajos que me dejaron emocionalmente agotada. Mi búsqueda de trabajo fue un desafío inesperado; cada vez que mencionaba mi nombre en las entrevistas, las puertas se cerraban. Las excusas eran siempre las mismas: "no tienes suficiente experiencia", "no eres lo que buscamos en este momento". Pero sabía que había algo más detrás de esas negativas, algo que no me decían. Finalmente, acepté un trabajo en un exclusivo restaurante como mesera. El lugar era hermoso, con una decoración elegante y clientes exigentes. La paga no era mala, y me aseguré de ahorrar cada centavo que pude. Una parte iba destinada a pagarle a mi padrino el préstamo que me había dado para los estudios y el tratamiento de Perla, y el resto lo guardaba para el bebé. Mi estómago ya comenzaba a notarse; estaba en mi cuarto mes de embarazo, y cada vez que mi padre me veía, podía sentir su enojo. Sabía que no me perdonaba, y eso me dolía más de lo que quería admitir.
Estaba en mi despacho, intentando concentrarme en el trabajo, pero mi mente no se enfocaba en nada más que en la ausencia de Esmeralda. Desde que la eché de mi vida, desde que ya no beso sus labios ni siento su piel, la calma se ha vuelto un lujo inalcanzable. Esa maldita mujer de Esmeralda Salvatierra me ha robado la paz. Debería estar rogándome que regrese a su lado, pero en lugar de eso, parece que intenta rehacer su vida como si yo fuera a permitir que me olvidara.La puerta de mi oficina se abrió de golpe, y un hombre de traje entró. Lo reconocí de inmediato; era el abogado que representaba los intereses de Miguel Coleman, el padrino de Esmeralda. Su presencia solo añadía más tensión al ambiente.—Buenos días, señor Del Valle —saludó el abogado con una formalidad que no podía ocultar su aire de superioridad.—Buenos días —respondí, tratando de mantener mi compostura a pesar de la frustración que me invadía.—Vengo a hablar sobre los asuntos pendientes relacionados con la demanda
Estaba completamente feliz cenando con Perla. La noticia de que Matt ya nos había dado la fecha para la cirugía me tenía eufórica; solo faltaban unos días. Mientras tanto, mi padre estaba en la calle, apostando nuevamente, y yo estaba decidida a no dejar que eso arruinara mi día.Al salir de mi casa, escuché el timbre. Al abrir la puerta, me sorprendí al ver a Matt Nolan allí, vestido con un traje impecable.—Buenas noches, doctor Nolan —dije, tratando de ocultar mi sorpresa.—Perla olvidó su cartera con sus medicamentos. Supuse que los necesitaría esta noche —me explicó Matt, sosteniendo la cartera.—Muchas gracias —le respondí, agradecida. Me di cuenta de que Matt estaba observando mi casa de arriba a abajo. En ese momento, sentí una pequeña patadita en mi vientre, un recordatorio constante de que el bebé estaba muy activo.—¿Puedo? —me preguntó Matt, señalando mi vientre. Asentí en respuesta, y él colocó suavemente sus manos sobre mi abdomen.De repente, una camioneta llegó a toda
Al día siguiente, intenté mantener la normalidad mientras desayunaba con Perla. Le sonreía y conversaba con ella, fingiendo que todo estaba bien, pero en mi interior sentía una profunda preocupación. Estaba tratando de no pensar en lo que había sucedido la noche anterior, pero entonces mi teléfono sonó, y al ver que era del hospital, un nudo se formó en mi estómago. —Familiares de Rodolfo Salvatierra —escuché la voz de una enfermera al otro lado de la línea. —Soy su hija —respondí, sintiendo que algo malo estaba por venir. —Su padre fue encontrado inconsciente y herido anoche. Está en el hospital ahora —dijo la enfermera, su tono era profesional, pero no pudo ocultar completamente la gravedad de la situación. El mundo pareció detenerse por un momento. Sentí que el aire me faltaba y las palabras se atascaban en mi garganta. Perla, al ver mi expresión, dejó de comer y me miró con preocupación. —¿Qué ha pasado, Esme? —preguntó, su voz temblorosa. —Es papá... —logré decir, con
El aire fresco de la tarde no lograba calmar el torbellino de emociones que sentía al salir de la clínica. Con cada paso que daba, sentía cómo el peso del mundo se incrementaba sobre mis hombros. La preocupación por mi padre, la angustia por mi embarazo y la constante sensación de estar siendo vigilada me tenían al borde del colapso. Mi mente estaba tan absorta que casi no me di cuenta cuando un carro se acercó a gran velocidad, directo hacia mí. El ruido de las llantas contra el pavimento me sacó de mi ensimismamiento, pero era demasiado tarde para reaccionar. En ese instante, un fuerte tirón en mi brazo me jaló hacia atrás, y antes de que pudiera procesar lo que sucedía, sentí un par de manos firmes alrededor de mi cintura. Mi corazón latía con fuerza, el miedo recorriendo cada célula de mi cuerpo. —¿Amor, estás bien? No te pasó nada, ¿verdad? —la voz familiar y preocupada de Alessandro me hizo estremecer. Me giré y lo vi a él, con la respiración agitada, sus ojos recorriendo mi
Alessandro Del Valle.El peso de la desesperación y el dolor me aplastaban mientras me encontraba en el vestíbulo de mi casa, devastado por el rechazo de Esmeralda. Las lágrimas fluían libremente por mis mejillas, una mezcla de tristeza y rabia que no podía contener. Mi madre, con su voz aguda y desafiantes, rompió el silencio, una furia palpable en cada palabra.—¿Qué te pasa? ¿Por qué lloras? —preguntó mamá, sus ojos inyectados en rabia.—La perdí, mamá. Ya no quiere volver a verme... —mi voz se quebró mientras intentaba articular mi sufrimiento.Mi madre no tardó en mostrar su indignación. Su rostro, siempre tan controlado, se transformó en una máscara de ira. Gritó, sus palabras llenas de desprecio y reproche.—¡No te atrevas a llorar por esa zorra, Alessandro! —exclamó, su voz cargada de veneno—. Su madre arruinó a nuestra familia, mató a nuestro Omar. ¡Ella es la culpable de todo!En ese instante, mi padre descendió las escaleras con una determinación que nunca antes había visto
Esmeralda Salvatierra. Había dejado a Perla en la casa de mi padrino con la enfermera, asegurándome de que ella estuviera tranquila antes de la operación de mañana. Estaba preocupada por la salud de Perla y por la situación de mi padre en la clínica, así que me había dirigido a mi casa para recoger ropa tanto para ella como para llevarle a mi padre. Mientras buscaba entre las pertenencias, noté que alguien había entrado a la casa. En la sala, encontré una nota que me heló la sangre: "Salvatierra, si no pagas, no quedará nada de ti ni de tus preciosas hijas" La amenaza era clara y aterradora. Mi mente corría a mil por hora mientras pensaba en cómo proteger a Perla y a mi bebé. No podía arriesgarme a que les pasara algo, así que decidí que me mudaría a la casa de mi padrino, donde habría más seguridad. Subí a mi habitación, con el corazón acelerado. Mientras recogía la ropa, accidentalmente dejé caer una caja que contenía pertenencias de mi madre. Desde su muerte, nunca me hab