En la ruina

Esmeralda Salvatierra

Lloré todo lo que debía llorar en la habitación de la casa de mi padre, mi cuerpo sacudido por sollozos incontrolables. Luego de un tiempo que parecía interminable, me levanté de la cama con la determinación de no dejarme hundir más por un traidor como lo era Alessandro Del Valle. Si él no quería a mi bebé, era su problema; él se lo perdía, no nosotros a él. Me acerqué al espejo, limpié mis lágrimas y me di un vistazo a mí misma, decidiendo que debía ser fuerte.

Me dirigí hacia el rincón de la habitación donde había comenzado a sentir una conexión especial con el bebé. Colocando suavemente las manos sobre mi vientre, acaricié la piel que aún no mostraba signos de la vida que albergaba.

—No lo necesitamos para nada, pequeño. Tú tienes a mamá, y con ella, nada te faltará—murmuré con ternura, intentando infundir confianza a mi bebé.

De repente, fui interrumpida por la voz preocupada de mi hermana, Perla, quien entró en la habitación con una expresión de alar
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