Eres mía

Esmeralda Salvatierra

Cuando me desperté, mi mente estaba nublada y confundida. Parpadeé varias veces, intentando enfocar la vista en mi entorno desconocido. La habitación en la que me encontraba era lujosa, con cortinas pesadas y muebles de madera oscura. Todo parecía elegante, pero frío y distante, como un lugar donde la riqueza se imponía sobre la calidez.

Al tratar de incorporarme, noté que mi cuerpo se sentía pesado, como si algo me hubiera debilitado. En ese momento, la puerta se abrió suavemente y vi a Alessandro entrando con una charola de comida en las manos. Una sonrisa falsa cruzó su rostro al verme despertar.

—Al fin despiertas, cariño —dijo, su tono extrañamente suave.

Mi mente se aclaró de golpe, recordando los últimos momentos antes de perder la consciencia. Me incorporé bruscamente, el pánico reemplazando la confusión.

—¿Qué me hiciste, Alessandro? ¡¿Qué mierda me hiciste?! —grité, sintiendo cómo la rabia y el miedo se entrelazaban dentro de mí—. ¡Me dormiste!

Alessand
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