La cena estaba cargada de tensión cuando el señor Edmundo, a pesar de su formalidad, intentaba mantener una conversación agradable. Su esposa, la señora Catalina, no ocultaba su desdén hacia mí. La velada tomó un giro incómodo cuando ella lanzó un comentario hiriente.
El odio de Catalina no era de ahora. Ella siempre me había odiado. —Alex, se suponía que te casarías con Estefanía, una mujer de nuestra posición —se quejaba la señora Catalina con una frialdad cortante—. ¿Qué hizo esta muchacha para embaucarte? No me digas que cometiste la sandez de embarazarla. Mi corazón latía rápido ante el reproche. Decidida a no quedarme callada, le respondí con firmeza: —Yo no soy ninguna cualquiera, señora. Alessandro se puso de pie, visiblemente molesto. Su voz era dura y decidida. —Lo que yo haga es mi asunto, mamá. Esmeralda y yo estamos casados, y tienen que aceptarlo —dijo con hostilidad—. No voy a seguir escuchando estas acusaciones. La señora Catalina se quedó en silencio, sorprendida por la reacción de su hijo. El ambiente en la sala se volvió aún más tenso, mientras el señor Edmundo intentaba suavizar la situación. — Ya es suficiente — Espetó Edmundo — Ya están casados y supongo que Alessandro cumplirá la petición que le he hecho y me dará un nieto para seguir con nuestro legado. —Claro, padre, créeme que estamos trabajando en ello.— Respondió él con una sonrisa fría. —Esmeralda, dime cómo se encuentra tu padre —me preguntó el señor Edmundo, revelando que aún no sabía nada sobre su encarcelamiento. Antes de que pudiera responder, Alessandro tomó mi mano. —Mi suegro está perfectamente bien.—Me miró con ternura y continuó—Y seguirá bien, ¿verdad, cariño? —Claro, mi amor —respondí, intentando mantener la calma. El señor Edmundo parecía aliviado, pero la tensión aún era palpable. Luego se volvió hacia Alessandro y preguntó: —Alex, ¿organizaste la cena de esta noche? —Sí, padre —confirmó Alessandro con una mezcla de orgullo y nerviosismo. El señor Edmundo asintió con seriedad. —Es importante que demos una excelente impresión —dijo, mirando a Alessandro—. Vendrán varios empresarios y necesito su apoyo para mi próximo proyecto. Alessandro se mostró preocupado pero resoluto. —Lo entiendo, padre. Haremos todo lo posible para asegurar que la cena sea un éxito y que todos se lleven una buena impresión de nosotros. Miró a su madre con una expresión que pedía apoyo, mientras yo me esforzaba por mantener una actitud tranquila. La noche iba a ser crucial para todos nosotros. —Mamá y papá, como saben, Esmeralda y Perla vivirán con nosotros mientras terminan las remodelaciones de nuestra casa. Deseo que la adapten para Perla. —Alessandro se dirigió a sus padres con firmeza. —Es decir, que no solo tendré que soportar a esta niña, sino también a su hermana. Es eso, o yo me largo, mamá, tú eliges.— La señora Mariana, visiblemente frustrada, respondió. —Haremos lo que sea necesario para acomodar a Perla en la casa, pero espero que podamos encontrar una solución que funcione para todos. —El señor Edmundo, visiblemente preocupado, intentó mediar. Me sorprendió gratamente que Alessandro se defendiera de esa manera y que hubiera pensado en la discapacidad de Perla y en la casa en la que viviremos. A pesar de su comportamiento a veces grosero, tenía un lado considerado. Sin embargo, no podía evitar ver que su actitud también tenía un toque de arrogancia. No podía evitar preguntarme qué le había pasado para convertirse en este ser oscuro. Alessandro ya no era el mismo de antes. Cuando éramos niños, éramos amigos cercanos; él era dulce e inocente, y nos queríamos mucho. Pero todo cambió cuando murió Omar y lo enviaron a estudiar con sus abuelos, lejos de mí. Cuando regresó hace un año para hacerse cargo de la empresa de su padre, pensé que podríamos recuperar la relación que teníamos cuando teníamos diez años. Sin embargo, pronto me di cuenta de que había cambiado profundamente. Ya no era mi Alex, sino un ser oscuro y siniestro que me miraba con odio. Ahora, estaba orquestando un plan absurdo para vengarse de mi familia, un plan que me parecía incomprensible y peligroso. La distancia entre el niño que conocí y el hombre en el que se había convertido parecía más grande que nunca. Las horas se deslizaron con lentitud hasta que la noche finalmente llegó. Para la ocasión, elegí un vestido de tono rojo que combinaba elegancia con un toque de audacia. El vestido, confeccionado en un tejido suave y brillante, se ceñía a mi figura con gracia. La parte superior tenía un delicado escote en forma de V que destacaba sin ser demasiado revelador, mientras que la espalda estaba completamente descubierta, agregando un aire de sofisticada sensualidad. El vestido caía en una caída fluida hasta mis tobillos, con detalles sutiles en el dobladillo que capturaban la luz con cada movimiento. Mi cabello rubio, suelto en ondas suaves y naturales, enmarcaba mi rostro. Me había maquillado cuidadosamente para realzar mis ojos color verde esmeralda, con sombras en tonos cálidos y un delineado sutil que hacía que mis ojos destacaran con intensidad. Perla estaba dormida, ya que no quería que saliera a la fiesta debido a la gran cantidad de personas y el riesgo de que pudiera ocurrirle algo malo. Solo se sentía cómoda con unos pocos invitados. Le dejé un beso suave en la mejilla, asegurándome de que estuviera bien arropada antes de bajar las escaleras. Al bajar las escaleras, encontré a Alessandro esperándome. Me miró de arriba a abajo con una mezcla de evaluación y orgullo. Luego, tomó mi mano con firmeza y me guió entre los invitados. A medida que caminábamos por la sala, sentía el peso de las miradas sobre mí, como si me sintiera exhibida como un trofeo. La atmósfera estaba cargada de expectación, y yo trataba de mantenerme firme, a pesar de la incomodidad que me provocaba la situación. Mientras avanzaba por la sala, me di cuenta de que no conocía a prácticamente nadie. Mi padre siempre evitó asistir a eventos sociales, por lo que estaba algo alejada de ese mundo. En un momento, Alessandro me dejó sola para conversar con algunos invitados. Me encontré observando a los presentes cuando de repente vi a Estefanía, su exnovia, en la esquina de la sala. Ella se acercó a Alessandro con una sonrisa cálida y lo abrazó con familiaridad. El abrazo parecía sincero, y la manera en que se miraban y se reían juntos me hizo sentir incómoda. Era como si ella fuera la esposa en lugar de mí. Mis pensamientos se agolpaban mientras los observaba. Me preguntaba cómo debía actuar y cómo este encuentro podría afectar mi posición en la cena. Mientras tanto, intenté mantener una expresión serena, aunque el nudo en mi estómago se hacía cada vez más apretado. Molesta y buscando un respiro, decidí alejarme al jardín. La brisa fresca me ayudaba a calmarme mientras caminaba entre las flores. De repente, vi a alguien que ya conocía: Andrés Coleman, el hijo de mi padrino Miguel. Andrés era un hombre de cabello oscuro y ojos grises. Era muy amable y amoroso conmigo porque crecimos juntos pero en los negocios era implacable. —¡Andrés! —exclamé con alivio al verlo. Me acerqué y lo saludé con un abrazo cálido—. No esperaba encontrarte aquí. —Esmeralda, ¡qué sorpresa! —me abrazó de vuelta—. Mi padre me comentó que lo has llamado, pero no pudo comunicarse contigo. ¿Todo bien —Si todo bien. —Suspiré—. Es bueno ver una cara conocida. —Te conozco, Esme. Sé que algo te pasa. —Se acercó a mí y comenzó a acariciar mi rostro, acomodando mi cabello detrás de mi oreja—. Puedes confiar en mí. Somos o no mejores amigos. ¿Por qué te casaste con ese imbécil de Alessandro? —Yo.. — Musite sin lograr terminar la frase. —Lamento nuestra última discusión. — Se disculpa él —Tenías razón, Andy. Edward es un idiota y no me merece.— Respondí Recuerdo que la última vez que hablamos, Andrés se había enojado porque lo dejé plantado por salir con Edward. Me gritó muy enojado, algo que jamás había visto en él antes. —No debí gritarte. Lo que ocurre es que no soporto que alguien se atreva a lastimarte.— Confiesa él. En ese momento, vi cómo sus labios se acercaban a los míos, pero antes de que el beso pudiera concretarse, alguien lo empujó y le dio un puñetazo. Me interpuse para evitar que Alessandro lo golpeara. —¡Alessandro, ya basta!— Grité —¿Me engañas en mi propia casa y con mi rival en los negocios? Eres increíble, Esmeralda.— Espetó molesto. —Soy yo quien intentó besarla. Deja este show, Alessandro. —No te acerques a mi esposa o te mato, Andrés Coleman.— Andrés rodeó los ojos.— No sé cómo la obligaste a casarse contigo, pero Esmeralda no te ama. La situación se volvió caótica, y el conflicto entre Alessandro y Andrés escaló rápidamente. Mi corazón latía con fuerza mientras intentaba manejar el caos y proteger a quienes me importaban. — Aléjate de ella.— Espetó Alessandro antes de tomar mi brazo y obligarme a subir a la habitaciónMe aparté de Alessandro con un tirón, tratando de despejar mi mente. Me dirigí al vino con ansias, necesitaba el valor líquido para soportar su presencia sin lanzarle a la cara todo lo que pensaba de él. No tolero a este hombre y la forma en que se atrevió a golpear a Andrés, mi mejor amigo, me revolvía por dentro. Mientras todos estaban distraídos en la fiesta, subí rápidamente hacia mi habitación. Quería descansar un momento; además, mis tacones se estaban convirtiendo en una tortura. —La fiesta es abajo —dijo Alessandro, entrando en mi habitación sin pedir permiso. Su rostro no mostraba ni una pizca de felicidad. —Estoy cansada y no tengo ganas de fingir con tus invitados. Déjame descansar —respondí, tratando de mantener la calma. —¡Tú no te mandas sola! Si no bajas, me encargaré de tu amiguito —su tono era amenazante. Me levanté furiosa de la cama y me acerqué a él, la rabia invadiéndome. —Toca a Andrés y te asesinaré, imbécil —dije con firmeza. —¿Prefieres que te toq
Alessandro Del Valle No podía sacarme de la cabeza la noche anterior: sus besos, su piel, todo lo que había pasado entre nosotros. Cada detalle me atormentaba. Desde que la había regresado al país y la volví a ver, tan hermosa y radiante, la situación se había convertido en una tortura constante. Recorría mis pensamientos la imagen de aquella niña tierna que me hacía reír, que alegraba mis días y lograba que olvidara el infierno en el que se había convertido mi hogar. Mis padres gritaban día y noche; mi madre lloraba por culpa de la amante de papá, y él se desentendía, diciendo que solo se había casado con ella por mi nacimiento, que nunca la había amado. Esmeralda era la única que me ofrecía consuelo, pero todo se desmoronó cuando Omar murió. Esa tarde m*****a era un recuerdo imborrable. Jamás olvidaré a mi hermano, su risa, su presencia. Su muerte me dejó con un vacío que nada ni nadie podía llenar. Desperté temprano, con el peso de esos recuerdos aún pesando sobre mis hombros.
Esmeralda Salvatierra El enojo me consumía por completo, un calor abrasador que me subía por el pecho y me cerraba la garganta. No podía creer que Alex hubiera tenido el descaro de dejarme así, justo después de hacer el amor conmigo, como si todo lo que habíamos compartido no significara nada. Me sentía vacía, como si me hubieran arrancado algo vital, reducida a un simple objeto que él podía usar y desechar a su antojo. En este momento me encuentro observando a mi hermana mientras lee el libro. —Perla, lo estás haciendo muy bien —le dije suavemente, tratando de mantener mi voz firme mientras seguía sus dedos moviéndose sobre el braille. —Gracias, hermana —respondió ella con una sonrisa tímida—. Pero a veces me cuesta. Extraño a papá. —Yo también la extraño —le confesé, sintiendo el nudo en mi garganta hacerse más grande. Era difícil, pero sabía que no podía derrumbarme frente a ella—. Pero estoy aquí contigo, y siempre lo estaré. El señor Edmundo, que había estado obse
No podía controlar las lágrimas que caían por mi rostro mientras salía de la oficina. Todo dentro de mí se sentía desgarrado, como si cada palabra cruel de Alessandro hubiera arrancado un pedazo de mi alma. La frialdad en su voz, la indiferencia en sus ojos, y la brutalidad con la que me había rechazado me dejaron aturdida, incapaz de comprender cómo alguien podía ser tan despiadado. Cada paso que daba me costaba un esfuerzo inmenso, como si mis piernas apenas pudieran sostenerme. La empresa, que antes me parecía un lugar lleno de posibilidades, ahora se sentía como una prisión de la que solo quería escapar. Las paredes parecían cerrarse a mi alrededor, y el aire estaba impregnado con el recuerdo de las palabras que Alessandro me había lanzado como cuchillos. Sin embargo, cuando levanté la vista, me encontré con Andrés. Él estaba allí, justo frente a mí, y su expresión cambió al instante al ver el estado en que me encontraba. Sin decir una palabra, Andrés se acercó rápidamente y, a
Mi padrino me aseguró que hablaría con el abogado, y Andrés se ofreció a llevarme a la casa para recoger mis maletas. No tenía muchas ganas de regresar a ese lugar, pero sabía que tenía que hacerlo. Al llegar, sentí un nudo en el estómago al ver a la señora Mariana esperándome en la entrada, su expresión llena de satisfacción al verme. —Podrá estar feliz porque me largaré de su casa —le dije con frialdad, intentando mantener la compostura. Mariana esbozó una sonrisa cruel, sus ojos brillaban con una mezcla de desprecio y triunfo. —Me alegra que una zorra como tú no esté cerca de mi hijo —respondió con veneno en su voz, disfrutando cada palabra. Respiré hondo, tratando de no dejarme llevar por la ira que crecía dentro de mí. No quería darle el placer de verme perder el control. —Iré por mi hermana y me largo —dije finalmente, con un tono firme y decidido, antes de pasar junto a ella y dirigirme al interior de la casa. Sabía que esto no era el final, pero al menos era el primer pa
Alessandro Del Valle Estaba completamente enojado, sintiendo cómo la rabia me consumía. No podía creer lo que acababa de suceder. Ese infeliz de Andrés se había robado a mi mujer justo frente a mis ojos, y lo peor de todo era la actitud de mi padre. ¿Cómo se atrevía a pedirme que me calmara? ¿Cómo podía él, de todos, ponerse de su lado?Mientras los hombres de mi padre me sujetaban, sentía mi cuerpo temblar de pura furia. La imagen de Esmeralda yéndose con otro, llevándose a Perla, mi sangre, era insoportable. Esa mujer se había atrevido a amenazarme con el divorcio, a decirme que me pagaría cada peso. ¡Como si el dinero fuera lo único que me importara!—¡Suéltame! —grité, forcejeando contra los hombres que me mantenían en mi lugar, pero ellos obedecían a mi padre, no a mí.Don Edmundo me observaba con esa mirada imperturbable que siempre me ponía de los nervios, como si todo esto no fuera más que un inconveniente menor. Me daba la impresión de que siempre estaba del lado equivocado,
Esmeralda Salvatierra La noche había sido demasiado intensa. Después de todo lo que había pasado, finalmente me encontraba en la mansión de mi padrino, intentando calmar mis pensamientos. Pero mi mente no dejaba de dar vueltas, procesando lo ocurrido. Me preocupaba que Perla, a pesar de mi esfuerzo por mantenerla al margen, se hubiera dado cuenta de todo lo que sucedió. Habíamos cenado en silencio, cada uno lidiando con sus propios pensamientos. Perla, por fin, se había recostado en la habitación asignada, y yo me quedé en la sala con Andrés. Su presencia era reconfortante, y aunque yo estaba al borde de las lágrimas, él se mantenía firme y sereno, intentando brindarme la paz que tanto necesitaba. —Ese miserable no te merece, Esmeralda —dijo Andrés, con una dureza que rara vez mostraba—. No puedo creer que se revuelque con su exnovia en tu presencia. Es despreciable. Sentí un nudo en la garganta al recordar la escena en la oficina de Alessandro. Su crueldad, su indiferencia, m
Esmeralda SalvatierraCuando me desperté, mi mente estaba nublada y confundida. Parpadeé varias veces, intentando enfocar la vista en mi entorno desconocido. La habitación en la que me encontraba era lujosa, con cortinas pesadas y muebles de madera oscura. Todo parecía elegante, pero frío y distante, como un lugar donde la riqueza se imponía sobre la calidez.Al tratar de incorporarme, noté que mi cuerpo se sentía pesado, como si algo me hubiera debilitado. En ese momento, la puerta se abrió suavemente y vi a Alessandro entrando con una charola de comida en las manos. Una sonrisa falsa cruzó su rostro al verme despertar.—Al fin despiertas, cariño —dijo, su tono extrañamente suave.Mi mente se aclaró de golpe, recordando los últimos momentos antes de perder la consciencia. Me incorporé bruscamente, el pánico reemplazando la confusión.—¿Qué me hiciste, Alessandro? ¡¿Qué mierda me hiciste?! —grité, sintiendo cómo la rabia y el miedo se entrelazaban dentro de mí—. ¡Me dormiste!Alessand