Me encontraba al lado de Perla, quien descansaba en la cama mientras me preparaba para el evento. Mi vestido blanco caía elegantemente sobre mi cuerpo, un contraste inesperado con la tensión y la tristeza que sentía por dentro. Alessandro había sido sorprendentemente amable en todo esto. Nos había ofrecido alojamiento en su mansión y contratado a una enfermera experimentada para cuidar de Perla y ayudarla a adaptarse a su nueva situación.
—Seguramente te ves hermosa —me dijo mi hermana con una sonrisa, sus ojos llenos de admiración a pesar de su debilidad. —Muchas gracias, cariño —respondí, tratando de sonreír en medio de la presión y el dolor. Una vez lista, bajé las escaleras con el vestido y el peinado en su lugar. La mansión, ahora parecía más fría y distante, contrastando con la calidez que alguna vez había conocido. Al llegar a la ceremonia, me encontré con un grupo de personas que no conocía, pero mi atención se centró en Alessandro y el juez al lado del altar. Alessandro me observaba con una expresión mezcla de determinación y frialdad mientras me acercaba a él. Extendió su mano y la tomó en la suya con un toque firme. —¿Lista para ser mía para siempre, cariño? —preguntó con una voz que intentaba ser seductora pero que sonaba más como una exigencia. Tomé una respiración profunda mientras me acercaba a Alessandro, intentando mantener la calma a pesar del tumulto interno. El silencio en la sala era palpable, y el peso de la decisión que había tomado me parecía aún más real en ese momento. El juez, serio y profesional, esperaba a que comenzáramos. Alessandro me miró con una mezcla de expectativa y control, su mano firme sobre la mía. —Sí —respondí con voz temblorosa—, estoy lista. El juez comenzó la ceremonia con un tono solemne. Las palabras que pronunciaba parecían perderse en un eco lejano mientras mi mente se centraba en Perla y en lo que estaba sacrificando por su bienestar. Él se volvió hacia mí, su mirada fijada en la mía, como si esperara que algo en mi expresión confirmara que todo estaba bien. La ceremonia avanzaba con una rapidez inquietante. Sentía cada palabra del juramento y cada momento del ritual como una carga adicional sobre mis hombros. Finalmente, el juez se volvió hacia nosotros con una mirada que indicaba que estábamos a punto de terminar. —¿Aceptas a Alessandro Del Valle como tu esposo? —preguntó, su voz resonando en el silencio. —Sí, acepto —dije, mi voz apenas audible, pero lo suficientemente clara como para que todos la escucharan. —¿Alessandro Del Valle, aceptas a Esmeralda Salvatierra?— Indaga el juez. — Si, acepto.— Responde con frialdad centrando su mirada en la mía. Ambos firmamos los documentos junto con nuestros testigos, y cuando el juez pronunció las palabras finales, confirmando que éramos oficialmente marido y mujer, sentí una mezcla de alivio y desasosiego. Alessandro me tomó de la cintura con una firmeza que parecía una declaración de dominio, y se inclinó hacia mí. El beso que me dio fue intenso y dominador, completamente diferente a cualquier cosa que hubiera experimentado antes. Fue un beso que mezclaba posesión con un fervor que me descolocó por completo. Sentí cómo sus labios se movían con una urgencia y una intensidad que me dejaron sin aliento. La pasión en su beso era abrumadora, un recordatorio de la nueva realidad que estaba forzada a aceptar. Cuando finalmente se separó, me miró con una expresión de satisfacción, como si hubiera ganado algo más que solo un acuerdo. Mientras los aplausos y las felicitaciones continuaban a nuestro alrededor, me sentí desconcertada y agotada. Sabía que este era solo el comienzo de una nueva y complicada etapa de mi vida, marcada por sacrificios y decisiones que había tomado bajo presión. La pequeña reunión en la mansión Del Valle estaba en pleno apogeo, y me sentía completamente desubicada. Alessandro se esforzaba por exhibirme como su esposa ante los pocos invitados presentes, mientras yo me sentía reducida a un mero objeto de exhibición. —Alessandro, ¿ya me puedo ir? —pregunté, tratando de mantener la calma mientras la presión y la frustración se acumulaban en mi pecho. —La noche apenas inicia, Esmeralda. —Su tono era despectivo y autoritario—. Recuerda que ya firmaste y eres mía. Deberas vivir aquí en la mansión como una esposa amorosa y obediente. —Es un matrimonio de apariencia. Te recuerdo. Estamos casados y puedes iniciar los trámites para detener el proceso de mi padre. —No te confundas, cariño. Te prometí que pagaría el tratamiento de Perla y me aseguraría de que esté bien, y lo he hecho. —Su mirada se volvió fría y calculadora—. No me malinterpretes. Tu hermanita me agrada, le tengo cariño, pero tu padre es otro precio, un precio que tendrás que pagar en la cama. Sus palabras me golpearon como una bofetada. La furia me invadió, y sin pensar, intenté empujarlo. Sin embargo, Alessandro reaccionó rápidamente, ejerciendo una presión firme en mi cintura. —Jamás te forzaré —dijo con una sonrisa cruel—. Tú serás quien me rogará que te haga mía, Esmeralda Salvatierra. Te lo juro. Lo miré con odio y determinación, mi voz temblando por la furia. —Yo te juro —continué con voz firme, a pesar de la desesperación que sentía— que jamás me doblegare ante ti, jamás seré tuya, Alessandro Del Valle. — Eso lo veremos muy pronto, esposa mía.— Sentencia él antes de alejarse de mí Notas de la Autora Buenos días, no olviden seguirme y si desean conocer más de mi trabajo subo contenido a F******k. Me encontrarán como Alev Book.Ya Perla estaba tranquila en su habitación, durmiendo plácidamente mientras la enfermera se mantenía a su lado, vigilándola con atención. Yo, en cambio, estaba en la habitación de huéspedes que había solicitado a los sirvientes, decidida a evitar cualquier contacto con ese miserable. Me estaba quitando el vestido, cuando de repente, la puerta de la habitación se abrió de golpe. Alessandro entró tambaleándose, claramente embriagado. Su andar errático y su aliento a alcohol eran evidentes, lo que me hizo sentir un escalofrío de incomodidad. —¿Qué haces aquí? Vete a tu habitación, miserable —le lancé con desdén, intentando mantener la calma a pesar de la furia que sentía. —Eres mi esposa y debes dormir conmigo —dijo, su tono cargado de arrogancia. Unió sus labios a los míos, besándome a la fuerza. Su aliento a alcohol era nauseabundo y me mareaba, pero la intensidad de su beso me dejaba paralizada. Intenté resistirme, pero sus labios estaban implacables Sus manos se deslizaron co
Estaba segura de que Mariel era la responsable del encarcelamiento de mi padre. Sin embargo, sabía que ella era demasiado inútil para trabajar sola; debía tener un cómplice, y ese seguramente era Edward. Por eso me dirigí a la oficina a verlo. Ese miserable no solo era mi novio; él también trabajaba en el departamento de finanzas. Entré a la oficina y lo encontré sentado en su escritorio, con una expresión de sorpresa en su rostro al verme. — La recién casada me visita, qué honor —dijo, con una sonrisa cínica que no logró ocultar el desprecio. — No seas cínico, Edward. Sé perfectamente que tú estuviste involucrado con el desfalco —respondí, con firmeza y sin ocultar mi enojo. Él arqueó una ceja, aparentemente divertido por mi acusación. — Primero me eres infiel y ahora me acusas de fraude sin evidencia. Ya no pareces la misma mojigata de siempre —dijo, con un tono de desdén. — Irás a la cárcel si no colaboras conmigo. Sé que Mariel y tú planearon todo esto para apoderarse d
La cena estaba cargada de tensión cuando el señor Edmundo, a pesar de su formalidad, intentaba mantener una conversación agradable. Su esposa, la señora Catalina, no ocultaba su desdén hacia mí. La velada tomó un giro incómodo cuando ella lanzó un comentario hiriente. El odio de Catalina no era de ahora. Ella siempre me había odiado. —Alex, se suponía que te casarías con Estefanía, una mujer de nuestra posición —se quejaba la señora Catalina con una frialdad cortante—. ¿Qué hizo esta muchacha para embaucarte? No me digas que cometiste la sandez de embarazarla. Mi corazón latía rápido ante el reproche. Decidida a no quedarme callada, le respondí con firmeza: —Yo no soy ninguna cualquiera, señora. Alessandro se puso de pie, visiblemente molesto. Su voz era dura y decidida. —Lo que yo haga es mi asunto, mamá. Esmeralda y yo estamos casados, y tienen que aceptarlo —dijo con hostilidad—. No voy a seguir escuchando estas acusaciones. La señora Catalina se quedó en silencio, sor
Me aparté de Alessandro con un tirón, tratando de despejar mi mente. Me dirigí al vino con ansias, necesitaba el valor líquido para soportar su presencia sin lanzarle a la cara todo lo que pensaba de él. No tolero a este hombre y la forma en que se atrevió a golpear a Andrés, mi mejor amigo, me revolvía por dentro. Mientras todos estaban distraídos en la fiesta, subí rápidamente hacia mi habitación. Quería descansar un momento; además, mis tacones se estaban convirtiendo en una tortura. —La fiesta es abajo —dijo Alessandro, entrando en mi habitación sin pedir permiso. Su rostro no mostraba ni una pizca de felicidad. —Estoy cansada y no tengo ganas de fingir con tus invitados. Déjame descansar —respondí, tratando de mantener la calma. —¡Tú no te mandas sola! Si no bajas, me encargaré de tu amiguito —su tono era amenazante. Me levanté furiosa de la cama y me acerqué a él, la rabia invadiéndome. —Toca a Andrés y te asesinaré, imbécil —dije con firmeza. —¿Prefieres que te toq
Alessandro Del Valle No podía sacarme de la cabeza la noche anterior: sus besos, su piel, todo lo que había pasado entre nosotros. Cada detalle me atormentaba. Desde que la había regresado al país y la volví a ver, tan hermosa y radiante, la situación se había convertido en una tortura constante. Recorría mis pensamientos la imagen de aquella niña tierna que me hacía reír, que alegraba mis días y lograba que olvidara el infierno en el que se había convertido mi hogar. Mis padres gritaban día y noche; mi madre lloraba por culpa de la amante de papá, y él se desentendía, diciendo que solo se había casado con ella por mi nacimiento, que nunca la había amado. Esmeralda era la única que me ofrecía consuelo, pero todo se desmoronó cuando Omar murió. Esa tarde m*****a era un recuerdo imborrable. Jamás olvidaré a mi hermano, su risa, su presencia. Su muerte me dejó con un vacío que nada ni nadie podía llenar. Desperté temprano, con el peso de esos recuerdos aún pesando sobre mis hombros.
Esmeralda Salvatierra El enojo me consumía por completo, un calor abrasador que me subía por el pecho y me cerraba la garganta. No podía creer que Alex hubiera tenido el descaro de dejarme así, justo después de hacer el amor conmigo, como si todo lo que habíamos compartido no significara nada. Me sentía vacía, como si me hubieran arrancado algo vital, reducida a un simple objeto que él podía usar y desechar a su antojo. En este momento me encuentro observando a mi hermana mientras lee el libro. —Perla, lo estás haciendo muy bien —le dije suavemente, tratando de mantener mi voz firme mientras seguía sus dedos moviéndose sobre el braille. —Gracias, hermana —respondió ella con una sonrisa tímida—. Pero a veces me cuesta. Extraño a papá. —Yo también la extraño —le confesé, sintiendo el nudo en mi garganta hacerse más grande. Era difícil, pero sabía que no podía derrumbarme frente a ella—. Pero estoy aquí contigo, y siempre lo estaré. El señor Edmundo, que había estado obse
No podía controlar las lágrimas que caían por mi rostro mientras salía de la oficina. Todo dentro de mí se sentía desgarrado, como si cada palabra cruel de Alessandro hubiera arrancado un pedazo de mi alma. La frialdad en su voz, la indiferencia en sus ojos, y la brutalidad con la que me había rechazado me dejaron aturdida, incapaz de comprender cómo alguien podía ser tan despiadado. Cada paso que daba me costaba un esfuerzo inmenso, como si mis piernas apenas pudieran sostenerme. La empresa, que antes me parecía un lugar lleno de posibilidades, ahora se sentía como una prisión de la que solo quería escapar. Las paredes parecían cerrarse a mi alrededor, y el aire estaba impregnado con el recuerdo de las palabras que Alessandro me había lanzado como cuchillos. Sin embargo, cuando levanté la vista, me encontré con Andrés. Él estaba allí, justo frente a mí, y su expresión cambió al instante al ver el estado en que me encontraba. Sin decir una palabra, Andrés se acercó rápidamente y, a
Mi padrino me aseguró que hablaría con el abogado, y Andrés se ofreció a llevarme a la casa para recoger mis maletas. No tenía muchas ganas de regresar a ese lugar, pero sabía que tenía que hacerlo. Al llegar, sentí un nudo en el estómago al ver a la señora Mariana esperándome en la entrada, su expresión llena de satisfacción al verme. —Podrá estar feliz porque me largaré de su casa —le dije con frialdad, intentando mantener la compostura. Mariana esbozó una sonrisa cruel, sus ojos brillaban con una mezcla de desprecio y triunfo. —Me alegra que una zorra como tú no esté cerca de mi hijo —respondió con veneno en su voz, disfrutando cada palabra. Respiré hondo, tratando de no dejarme llevar por la ira que crecía dentro de mí. No quería darle el placer de verme perder el control. —Iré por mi hermana y me largo —dije finalmente, con un tono firme y decidido, antes de pasar junto a ella y dirigirme al interior de la casa. Sabía que esto no era el final, pero al menos era el primer pa