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Me caso contigo, Alessandro Del Valle.

Cuando llegué a la clínica con Perla, la urgencia de la situación me mantenía en un estado de pánico constante. La rapidez con la que la atendieron me dio algo de alivio, pero el peso de la preocupación seguía oprimiéndome. Me senté en la sala de espera, mis lágrimas fluyendo sin cesar, mientras observaba a los médicos y enfermeras moverse con eficiencia para cuidar de mi hermana.

El mundo parecía haberse desmoronado a mi alrededor. Las cuentas de la familia estaban congeladas, no tenía acceso a nuestros fondos, y me sentía completamente sola. No había amigos a quienes recurrir, y las personas que alguna vez habrían estado dispuestas a ayudarme se habían alejado, ya sea por miedo o por desinterés.

Miré el reloj, sintiendo cada minuto como una eternidad. Perla apenas tenía dieciséis años, y el hecho de que estuviera enferma en medio de toda esta crisis me hizo sentir aún más desesperada. No podía evitar preguntarme cómo había llegado a este punto. La angustia de no poder proporcionar la ayuda necesaria ni encontrar una salida a nuestra situación me ahogaba.

Al final, la idea de perder a Perla y no poder ofrecerle un futuro mejor era insoportable. Sentía que había fallado en todos los aspectos, y el dolor y la culpa se mezclaban con la desesperanza. Tenía que mantenerme fuerte por ella, por mi padre, y por todo lo que estaba en juego, pero en ese momento, solo podía llorar por la enormidad de la carga que llevaba.

De repente, el doctor se acercó a mí con una expresión seria pero tranquilizadora.

—Señorita Salvatierra —comenzó—, su hermana está estable ahora, pero ha presentado síntomas de una infección grave que requerirá tratamiento inmediato. Necesitaremos administrarle ciertos medicamentos para asegurar una recuperación completa.

Mi corazón se hundió al escuchar la noticia, pero al mismo tiempo, el alivio de saber que Perla estaría bien me dio un pequeño respiro.

—¿Qué necesitamos hacer? —pregunté, intentando mantener la voz firme.

—Los medicamentos son esenciales para evitar complicaciones —continuó el doctor—. Si no se administran a tiempo, la condición de su hermana podría empeorar. Para proceder con el tratamiento, necesitaremos que abone el costo de los medicamentos de inmediato.

El peso de la noticia me golpeó de nuevo. Las cuentas estaban congeladas y no tenía acceso a fondos para pagar el tratamiento. La desesperación me invadió mientras buscaba soluciones. Mi mente corría a mil por hora, tratando de encontrar alguna forma de obtener el dinero necesario.

—No tengo acceso a fondos en este momento —dije con voz temblorosa—. ¿Hay alguna otra manera de proceder?

El doctor me miró con comprensión, pero también con una actitud que indicaba la urgencia de la situación.

—Entiendo la dificultad, pero el tratamiento es crucial. Si puede reunir el dinero lo antes posible, su hermana podrá recibir el tratamiento y, en cuanto esté abonado, podrá irse de la clínica. Le sugiero que busque asistencia o algún tipo de ayuda urgente.

Con esas palabras, sentí que mi mundo se tambaleaba aún más. Pero sabía que debía encontrar una solución, por Perla, por mi familia. La presión era inmensa, pero no podía permitirme rendirme. Tenía que buscar ayuda o encontrar alguna manera de conseguir el dinero para asegurar la salud de mi hermana.

Subí al taxi con lo último de dinero que me quedaba y me dirigí a la empresa Del Valle con una determinación desesperada. Ignoré a los empleados que intentaron detenerme y entré a la oficina de Alessandro a la fuerza.

—¡Señor, no la pude detener! —dijo su asistente, mirando la escena con preocupación.

—Está bien, déjala entrar —respondió Alessandro de manera arrogante, sin apartar la vista de los documentos en su escritorio.

Me acerqué a él con el corazón latiendo con fuerza, mi voz entrecortada por la desesperación.

—Perla está enferma y necesito dinero urgente para su tratamiento —le supliqué, tratando de mantener la compostura.

Alessandro levantó la vista y me observó con una mezcla de sorpresa y desdén.

—La hija del delincuente que le robó dinero a mi padre me pide un préstamo —dijo, con una sonrisa fría en sus labios.

—¡Te lo suplico, si quieres de rodillas, yo te pagaré cada centavo! —grité, mis lágrimas fluyendo libremente.

Alessandro se acercó lentamente hacia mí. Mientras yo continuaba llorando, noté que su frialdad parecía desmoronarse por un momento. En sus ojos verdes, vi un destello de compasión.

En ese momento, la rabia era casi insoportable. Se me salían las lágrimas, pero sabía que debía contenerme. Me limpié el rostro con rapidez y, con una mano temblorosa, comencé a desabotonar mi blusa lentamente. Mi corazón latía con fuerza mientras exponía mi brasier, sintiendo la mirada fija de Alex sobre mi cuerpo. Su expresión era fría, implacable, como si analizara cada uno de mis movimientos.

— Haré lo que sea necesario, pero por favor, ayúdame —dije, tratando de mantener la voz firme, a pesar del temblor en mis palabras.

Él no desvió la mirada y su voz fue cortante, llena de desdén.

— Cariño, el tren Alessandro solo pasa una vez. Ayer tenía ganas de follarte; hoy ya no me interesa —respondió con un tono seco y despectivo.

— No puedo creer que... —empecé a decir, con la incredulidad marcando cada palabra.

— Pues créelo. No eres irresistible. Debo reconocer que te ves bien, diferente a cuando éramos pequeños, pero eso no cambia el hecho de que eres una mujer reemplazable. No tienes nada que me interese, Esmeralda Salvatierra —dijo, su tono cargado de indiferencia.

Sentí cómo la indignación me envolvía y solté una risita amarga.

— Eres un miserable —le lancé, con la rabia palpable en mi voz.

— Soy un miserable que tiene el dinero que tú necesitas. Te aconsejo hablarme con respeto. Acabas de arruinar mis planes —dijo, su tono cargado de frustración—. Por culpa de esas fotografías, mi prometida canceló la boda, y si no me caso pronto, mi padre me quitará el mando de la empresa.

— Eso a mí no me importa —respondí, desesperada y con la voz quebrada.

— Claro que te importa, Esmeralda. Solo te daré el dinero si aceptas ocupar el lugar de mi prometida y te casas conmigo —dijo, con un tono definitivo y sin lugar a dudas, como si no hubiera margen para negociar.

La gravedad de la situación me golpeó con fuerza. Mi hermana estaba en peligro y no podía permitir que nada la pusiera en riesgo. Sabía que debía tomar una decisión rápidamente.

—Esto es de vida o muerte, necesito dinero —le expliqué.

—Entonces date prisa a tomar una decisión —insistió Alessandro, su mirada fija en mí. — Es tu última oportunidad. Si me rechazas me temo que las consecuencias las pagará la pequeña Perla.

Miré alrededor, el peso de la desesperación aplastándome. No había otra opción. La salud de mi hermana dependía de este dinero.

—Está bien —dije finalmente, mi voz quebrada—. Acepto. Me caso contigo, Alessandro Del Valle.

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