Cuando llegué a la clínica con Perla, la urgencia de la situación me mantenía en un estado de pánico constante. La rapidez con la que la atendieron me dio algo de alivio, pero el peso de la preocupación seguía oprimiéndome. Me senté en la sala de espera, mis lágrimas fluyendo sin cesar, mientras observaba a los médicos y enfermeras moverse con eficiencia para cuidar de mi hermana.
El mundo parecía haberse desmoronado a mi alrededor. Las cuentas de la familia estaban congeladas, no tenía acceso a nuestros fondos, y me sentía completamente sola. No había amigos a quienes recurrir, y las personas que alguna vez habrían estado dispuestas a ayudarme se habían alejado, ya sea por miedo o por desinterés. Miré el reloj, sintiendo cada minuto como una eternidad. Perla apenas tenía dieciséis años, y el hecho de que estuviera enferma en medio de toda esta crisis me hizo sentir aún más desesperada. No podía evitar preguntarme cómo había llegado a este punto. La angustia de no poder proporcionar la ayuda necesaria ni encontrar una salida a nuestra situación me ahogaba. Al final, la idea de perder a Perla y no poder ofrecerle un futuro mejor era insoportable. Sentía que había fallado en todos los aspectos, y el dolor y la culpa se mezclaban con la desesperanza. Tenía que mantenerme fuerte por ella, por mi padre, y por todo lo que estaba en juego, pero en ese momento, solo podía llorar por la enormidad de la carga que llevaba. De repente, el doctor se acercó a mí con una expresión seria pero tranquilizadora. —Señorita Salvatierra —comenzó—, su hermana está estable ahora, pero ha presentado síntomas de una infección grave que requerirá tratamiento inmediato. Necesitaremos administrarle ciertos medicamentos para asegurar una recuperación completa. Mi corazón se hundió al escuchar la noticia, pero al mismo tiempo, el alivio de saber que Perla estaría bien me dio un pequeño respiro. —¿Qué necesitamos hacer? —pregunté, intentando mantener la voz firme. —Los medicamentos son esenciales para evitar complicaciones —continuó el doctor—. Si no se administran a tiempo, la condición de su hermana podría empeorar. Para proceder con el tratamiento, necesitaremos que abone el costo de los medicamentos de inmediato. El peso de la noticia me golpeó de nuevo. Las cuentas estaban congeladas y no tenía acceso a fondos para pagar el tratamiento. La desesperación me invadió mientras buscaba soluciones. Mi mente corría a mil por hora, tratando de encontrar alguna forma de obtener el dinero necesario. —No tengo acceso a fondos en este momento —dije con voz temblorosa—. ¿Hay alguna otra manera de proceder? El doctor me miró con comprensión, pero también con una actitud que indicaba la urgencia de la situación. —Entiendo la dificultad, pero el tratamiento es crucial. Si puede reunir el dinero lo antes posible, su hermana podrá recibir el tratamiento y, en cuanto esté abonado, podrá irse de la clínica. Le sugiero que busque asistencia o algún tipo de ayuda urgente. Con esas palabras, sentí que mi mundo se tambaleaba aún más. Pero sabía que debía encontrar una solución, por Perla, por mi familia. La presión era inmensa, pero no podía permitirme rendirme. Tenía que buscar ayuda o encontrar alguna manera de conseguir el dinero para asegurar la salud de mi hermana. Subí al taxi con lo último de dinero que me quedaba y me dirigí a la empresa Del Valle con una determinación desesperada. Ignoré a los empleados que intentaron detenerme y entré a la oficina de Alessandro a la fuerza. —¡Señor, no la pude detener! —dijo su asistente, mirando la escena con preocupación. —Está bien, déjala entrar —respondió Alessandro de manera arrogante, sin apartar la vista de los documentos en su escritorio. Me acerqué a él con el corazón latiendo con fuerza, mi voz entrecortada por la desesperación. —Perla está enferma y necesito dinero urgente para su tratamiento —le supliqué, tratando de mantener la compostura. Alessandro levantó la vista y me observó con una mezcla de sorpresa y desdén. —La hija del delincuente que le robó dinero a mi padre me pide un préstamo —dijo, con una sonrisa fría en sus labios. —¡Te lo suplico, si quieres de rodillas, yo te pagaré cada centavo! —grité, mis lágrimas fluyendo libremente. Alessandro se acercó lentamente hacia mí. Mientras yo continuaba llorando, noté que su frialdad parecía desmoronarse por un momento. En sus ojos verdes, vi un destello de compasión. En ese momento, la rabia era casi insoportable. Se me salían las lágrimas, pero sabía que debía contenerme. Me limpié el rostro con rapidez y, con una mano temblorosa, comencé a desabotonar mi blusa lentamente. Mi corazón latía con fuerza mientras exponía mi brasier, sintiendo la mirada fija de Alex sobre mi cuerpo. Su expresión era fría, implacable, como si analizara cada uno de mis movimientos. — Haré lo que sea necesario, pero por favor, ayúdame —dije, tratando de mantener la voz firme, a pesar del temblor en mis palabras. Él no desvió la mirada y su voz fue cortante, llena de desdén. — Cariño, el tren Alessandro solo pasa una vez. Ayer tenía ganas de follarte; hoy ya no me interesa —respondió con un tono seco y despectivo. — No puedo creer que... —empecé a decir, con la incredulidad marcando cada palabra. — Pues créelo. No eres irresistible. Debo reconocer que te ves bien, diferente a cuando éramos pequeños, pero eso no cambia el hecho de que eres una mujer reemplazable. No tienes nada que me interese, Esmeralda Salvatierra —dijo, su tono cargado de indiferencia. Sentí cómo la indignación me envolvía y solté una risita amarga. — Eres un miserable —le lancé, con la rabia palpable en mi voz. — Soy un miserable que tiene el dinero que tú necesitas. Te aconsejo hablarme con respeto. Acabas de arruinar mis planes —dijo, su tono cargado de frustración—. Por culpa de esas fotografías, mi prometida canceló la boda, y si no me caso pronto, mi padre me quitará el mando de la empresa. — Eso a mí no me importa —respondí, desesperada y con la voz quebrada. — Claro que te importa, Esmeralda. Solo te daré el dinero si aceptas ocupar el lugar de mi prometida y te casas conmigo —dijo, con un tono definitivo y sin lugar a dudas, como si no hubiera margen para negociar. La gravedad de la situación me golpeó con fuerza. Mi hermana estaba en peligro y no podía permitir que nada la pusiera en riesgo. Sabía que debía tomar una decisión rápidamente. —Esto es de vida o muerte, necesito dinero —le expliqué. —Entonces date prisa a tomar una decisión —insistió Alessandro, su mirada fija en mí. — Es tu última oportunidad. Si me rechazas me temo que las consecuencias las pagará la pequeña Perla. Miré alrededor, el peso de la desesperación aplastándome. No había otra opción. La salud de mi hermana dependía de este dinero. —Está bien —dije finalmente, mi voz quebrada—. Acepto. Me caso contigo, Alessandro Del Valle.Me encontraba al lado de Perla, quien descansaba en la cama mientras me preparaba para el evento. Mi vestido blanco caía elegantemente sobre mi cuerpo, un contraste inesperado con la tensión y la tristeza que sentía por dentro. Alessandro había sido sorprendentemente amable en todo esto. Nos había ofrecido alojamiento en su mansión y contratado a una enfermera experimentada para cuidar de Perla y ayudarla a adaptarse a su nueva situación. —Seguramente te ves hermosa —me dijo mi hermana con una sonrisa, sus ojos llenos de admiración a pesar de su debilidad. —Muchas gracias, cariño —respondí, tratando de sonreír en medio de la presión y el dolor. Una vez lista, bajé las escaleras con el vestido y el peinado en su lugar. La mansión, ahora parecía más fría y distante, contrastando con la calidez que alguna vez había conocido. Al llegar a la ceremonia, me encontré con un grupo de personas que no conocía, pero mi atención se centró en Alessandro y el juez al lado del altar. Alessandr
Ya Perla estaba tranquila en su habitación, durmiendo plácidamente mientras la enfermera se mantenía a su lado, vigilándola con atención. Yo, en cambio, estaba en la habitación de huéspedes que había solicitado a los sirvientes, decidida a evitar cualquier contacto con ese miserable. Me estaba quitando el vestido, cuando de repente, la puerta de la habitación se abrió de golpe. Alessandro entró tambaleándose, claramente embriagado. Su andar errático y su aliento a alcohol eran evidentes, lo que me hizo sentir un escalofrío de incomodidad. —¿Qué haces aquí? Vete a tu habitación, miserable —le lancé con desdén, intentando mantener la calma a pesar de la furia que sentía. —Eres mi esposa y debes dormir conmigo —dijo, su tono cargado de arrogancia. Unió sus labios a los míos, besándome a la fuerza. Su aliento a alcohol era nauseabundo y me mareaba, pero la intensidad de su beso me dejaba paralizada. Intenté resistirme, pero sus labios estaban implacables Sus manos se deslizaron co
Estaba segura de que Mariel era la responsable del encarcelamiento de mi padre. Sin embargo, sabía que ella era demasiado inútil para trabajar sola; debía tener un cómplice, y ese seguramente era Edward. Por eso me dirigí a la oficina a verlo. Ese miserable no solo era mi novio; él también trabajaba en el departamento de finanzas. Entré a la oficina y lo encontré sentado en su escritorio, con una expresión de sorpresa en su rostro al verme. — La recién casada me visita, qué honor —dijo, con una sonrisa cínica que no logró ocultar el desprecio. — No seas cínico, Edward. Sé perfectamente que tú estuviste involucrado con el desfalco —respondí, con firmeza y sin ocultar mi enojo. Él arqueó una ceja, aparentemente divertido por mi acusación. — Primero me eres infiel y ahora me acusas de fraude sin evidencia. Ya no pareces la misma mojigata de siempre —dijo, con un tono de desdén. — Irás a la cárcel si no colaboras conmigo. Sé que Mariel y tú planearon todo esto para apoderarse d
La cena estaba cargada de tensión cuando el señor Edmundo, a pesar de su formalidad, intentaba mantener una conversación agradable. Su esposa, la señora Catalina, no ocultaba su desdén hacia mí. La velada tomó un giro incómodo cuando ella lanzó un comentario hiriente. El odio de Catalina no era de ahora. Ella siempre me había odiado. —Alex, se suponía que te casarías con Estefanía, una mujer de nuestra posición —se quejaba la señora Catalina con una frialdad cortante—. ¿Qué hizo esta muchacha para embaucarte? No me digas que cometiste la sandez de embarazarla. Mi corazón latía rápido ante el reproche. Decidida a no quedarme callada, le respondí con firmeza: —Yo no soy ninguna cualquiera, señora. Alessandro se puso de pie, visiblemente molesto. Su voz era dura y decidida. —Lo que yo haga es mi asunto, mamá. Esmeralda y yo estamos casados, y tienen que aceptarlo —dijo con hostilidad—. No voy a seguir escuchando estas acusaciones. La señora Catalina se quedó en silencio, sor
Me aparté de Alessandro con un tirón, tratando de despejar mi mente. Me dirigí al vino con ansias, necesitaba el valor líquido para soportar su presencia sin lanzarle a la cara todo lo que pensaba de él. No tolero a este hombre y la forma en que se atrevió a golpear a Andrés, mi mejor amigo, me revolvía por dentro. Mientras todos estaban distraídos en la fiesta, subí rápidamente hacia mi habitación. Quería descansar un momento; además, mis tacones se estaban convirtiendo en una tortura. —La fiesta es abajo —dijo Alessandro, entrando en mi habitación sin pedir permiso. Su rostro no mostraba ni una pizca de felicidad. —Estoy cansada y no tengo ganas de fingir con tus invitados. Déjame descansar —respondí, tratando de mantener la calma. —¡Tú no te mandas sola! Si no bajas, me encargaré de tu amiguito —su tono era amenazante. Me levanté furiosa de la cama y me acerqué a él, la rabia invadiéndome. —Toca a Andrés y te asesinaré, imbécil —dije con firmeza. —¿Prefieres que te toq
Alessandro Del Valle No podía sacarme de la cabeza la noche anterior: sus besos, su piel, todo lo que había pasado entre nosotros. Cada detalle me atormentaba. Desde que la había regresado al país y la volví a ver, tan hermosa y radiante, la situación se había convertido en una tortura constante. Recorría mis pensamientos la imagen de aquella niña tierna que me hacía reír, que alegraba mis días y lograba que olvidara el infierno en el que se había convertido mi hogar. Mis padres gritaban día y noche; mi madre lloraba por culpa de la amante de papá, y él se desentendía, diciendo que solo se había casado con ella por mi nacimiento, que nunca la había amado. Esmeralda era la única que me ofrecía consuelo, pero todo se desmoronó cuando Omar murió. Esa tarde m*****a era un recuerdo imborrable. Jamás olvidaré a mi hermano, su risa, su presencia. Su muerte me dejó con un vacío que nada ni nadie podía llenar. Desperté temprano, con el peso de esos recuerdos aún pesando sobre mis hombros.
Esmeralda Salvatierra El enojo me consumía por completo, un calor abrasador que me subía por el pecho y me cerraba la garganta. No podía creer que Alex hubiera tenido el descaro de dejarme así, justo después de hacer el amor conmigo, como si todo lo que habíamos compartido no significara nada. Me sentía vacía, como si me hubieran arrancado algo vital, reducida a un simple objeto que él podía usar y desechar a su antojo. En este momento me encuentro observando a mi hermana mientras lee el libro. —Perla, lo estás haciendo muy bien —le dije suavemente, tratando de mantener mi voz firme mientras seguía sus dedos moviéndose sobre el braille. —Gracias, hermana —respondió ella con una sonrisa tímida—. Pero a veces me cuesta. Extraño a papá. —Yo también la extraño —le confesé, sintiendo el nudo en mi garganta hacerse más grande. Era difícil, pero sabía que no podía derrumbarme frente a ella—. Pero estoy aquí contigo, y siempre lo estaré. El señor Edmundo, que había estado obse
No podía controlar las lágrimas que caían por mi rostro mientras salía de la oficina. Todo dentro de mí se sentía desgarrado, como si cada palabra cruel de Alessandro hubiera arrancado un pedazo de mi alma. La frialdad en su voz, la indiferencia en sus ojos, y la brutalidad con la que me había rechazado me dejaron aturdida, incapaz de comprender cómo alguien podía ser tan despiadado. Cada paso que daba me costaba un esfuerzo inmenso, como si mis piernas apenas pudieran sostenerme. La empresa, que antes me parecía un lugar lleno de posibilidades, ahora se sentía como una prisión de la que solo quería escapar. Las paredes parecían cerrarse a mi alrededor, y el aire estaba impregnado con el recuerdo de las palabras que Alessandro me había lanzado como cuchillos. Sin embargo, cuando levanté la vista, me encontré con Andrés. Él estaba allí, justo frente a mí, y su expresión cambió al instante al ver el estado en que me encontraba. Sin decir una palabra, Andrés se acercó rápidamente y, a