NARRA EMERSON
Gloriosa, envidiable, llena de lujos y demás. Así describían muchos mi vida, pero no tenían ni la más pálida idea de cómo verdaderamente era.
Era el dueño de una de las empresas hoteleras más grandes del mundo. Era multimillonario y tenía todo lo que quisiera.
¿Pero de qué sirve tener tanto dinero cuando no lo puedes gastar con nadie?
Era un hombre muy solitario. Solo tenía a mi prima Alice y a mis tíos como familiares más cercanos y la relación que teníamos no era muy estrecha, yo me cerraba en mi mundo y no dejaba que nadie ingresara.
Era imposible sobrepasar mi coraza.
Mis padres fallecieron cuando el crucero en el que viajaban se hundió sin dar oportunidad a que se salvaran. Es por eso que yo con tan solo veintidós años tuve que hacerme cargo de la empresa familiar. Si bien no era tan joven —al menos ya había cumplido la mayoría de la edad— tuve que aprender todo el manejo rápidamente. Por suerte tenía a mi mano derecha y única amiga, Sue. Fue ella quien me ayudo a mantener la empresa en pie.
Sabía que tenía fama de ser el “hombre de hielo”, pero la verdad es que la muerte de mis padres junto a los problemas que vinieron después, hizo que me vuelva una piedra, sintiéndome enojado con la vida misma y despreciando a todas las personas felices que estuviesen a mí alrededor. Mi prima Alice me decía que era un mecanismo de defensa que tenía para camuflar mi dolor, pero la verdad era que ni yo mismo sabía por qué me comportaba de esa manera.
Los primeros años fueron un gran desafío. La empresa tuvo muchas pérdidas, pero con el tiempo me perfeccioné en el trabajo hasta ser un as en los negocios, como lo soy ahora a mis veintiocho años.
Todos mis empleados en la empresa me temían, cuando pasaba delante de ellos bajaban la cabeza y no se escuchaba ningún sonido. Esa era la imagen que quería que tuviesen de mí, así ninguno iba a tratar de sobrepasarse y me iban a obedecer sea en lo que sea.
Desde que comencé a trabajar, tuve muchísimas secretarias. Claro que ninguna había durado más de tres meses. Todas buscaban seducirme para tener acceso a una vida de lujo y convertirse en la Señora Harker. ¡Qué ilusas!
Yo no era fácil de engañar y las terminaba despidiendo luego de pasar unas divertidas noches, alimentando sus esperanzas y luego dejándolas sin trabajo. Sabía que eso estaba mal, pero ellas mismas se lo buscaban usándome. Con el pasar de los años aprendí que todas las mujeres son iguales y solo quieren de mí mi dinero y el prestigio de ser la esposa de uno de los hombres más ricos del mundo.
Luego de contratar a mi actual secretaria —la cual ya hace dos años que está trabajando conmigo—, la odisea de buscar secretarias cada semana había terminado. Ella era distinta a todas las otras, era eficiente y se preocupaba por su trabajo, se notaba que no estaba interesada en mí, y eso era lo que más me agradaba y ayudaba a mantenerse con el empleo. Al principio pensé que iba a ser como todas las otras, pero me confundí. Era una gran profesional y sabía lo que hacía. Además, aguantaba todas mis órdenes sin rechistar y nuestro trato era estrictamente profesional. No me podía quejar de ella.
Siempre había una excepción, decían por ahí.
—¡Vaya! Estoy asombrado, las ocho en punto. Veo que entendió Berenice —le dije a mi secretaria con el mismo tono de voz dura que siempre usaba con mis empleados.
—¿Vamos a realizar el discurso ahora? —respondió en un murmullo.
—Claro, vamos a mi oficina. —Ordené, dirigiéndome hacia el lugar.
Estuvimos más de dos horas tratando de hacer un discurso presentable. Había prestado atención a los gestos que Berenice hacía, si bien sabía que era una mujer atractiva ella no se dejaba ver. Usaba la ropa más grande de lo que en realidad tendría que usar y su cabello tirante en una coleta. Pero ella no era mi tipo y jamás intentaría seducirla, no iba a poner en juego a la mejor secretaria que haya tenido.
—¿Le gusto como quedó? —preguntó cautelosa.
—Podría ser mejor, pero… ¿qué más da? —le dije y vi como ella soltó un suspiro frunciendo el ceño. La verdad es que había hecho un excelente trabajo, pero no la halagaría; para eso le pagaba—. Puedes retirarte, avísame cuando llegue Eleazar.
—Como usted ordene, señor Harker —mordió su labio fuertemente y se marchó, sabía que en su cabeza me estaría enviando fusiles para acribillarme; ese pensamiento me causó gracia.
A veces hasta yo mismo me odiaba por tratar a las personas de una manera cruel y autoritaria, pero no iba a dejar que me engañen nuevamente.
En los últimos días que mi padre estuvo vivo, se dio cuenta que su mejor amigo lo traicionó y le había sacado un montón de dinero de su cuenta. Es por eso que aprendí que no tienes que confiar en nadie, ni siquiera en las personas que más quieres. Lastimosamente la ambición del hombre es mayor al cariño que se le tiene a otro y cuando se trata de una familia con dinero, eso se nota aún más.
Eran realmente escazas las personas en quienes podía confiar, realmente escasas, no me agradaba tener que tratar con otros seres humanos, pues el recordatorio de que cualquiera podría intentar traicionarme estaba siempre presente. No me dejaba de nadie, no me interesaba crear lazos ni nada por el estilo.
Mirando a mi asiste, a veces me nacía el deseo de preguntarle sobre su vida, en realidad no sabia nada de ella a pesar de que muchas veces pasaba mas tiempo con ella que con otras personas, pero no me permitía nunca indagar mas de la cuenta y rebasar el limite meramente profesional que teníamos. Era bonita, una cara hermosa llena de seriedad que nunca me miraba, lo cual en ocasiones lograba intrigarme, quizás algún día, le pregunte algo mas que por solo los pendientes de esta oficina.
NARRA EMERSONHoy hacía exactamente seis años que habían fallecido mis padres. Su vacío se sentía en toda la casa y en todos los lugares en los que frecuentábamos.Ellos eran mi vida, los que me enseñaron como ser una buena persona y nunca sobrepasar a los demás por el puesto categórico que tenía nuestra pequeña gran familia —solo hablando económicamente, claro—. Es evidente que su enseñanza no la ponía en práctica, desde que partieron yo no hice otra cosa que denigrar a los otros, pero eso era lo que me salía, no podía tratar bien a nadie, estaba enojado con todos y odiaba a la vida por haberme quitado lo que más quería.—Emerson, no saliste de tu despacho en todo el día. Hoy es domingo —La suave, pero recriminadora voz de Verónica, me regañó.Ella era la única persona que conocía al Emerson real. Al que fui cuando mis padres aun vivían y no tuve que enfrentar todas las desgracias que luego me pasaron. Verónica fue la persona que me crio junto a mi madre y mi padre, así que para mí e
Narra Berenice:—Secretaría presidencial de la Corporación Harker. ¿En qué le puedo ayudar? —Pregunté educadamente a través del teléfono.—Pásame con Emerson —dijo una voz chillona en tono demandante.—Lo lamento, pero el señor Harker está en una reunión importante, será imposible que pueda atenderla.—¿Sabes con quien estás hablando? —contestó con tono enojado.Una más del montón, pensé.—Discúlpeme, pero… no lo sé —dije girando mis ojos y envolviendo el cable del teléfono entre mis dedos.—Soy Nereida Esposito, así que mejor que me atienda —demandó.—Lo lamento, pero eso no va a poder ser. Si quiere puede dejarme un mensaje y yo se lo comunico o pedir cita para hablar con él.—Yo no necesito sacar citas, buena para nada —volvió a decir enfadada y colgó.¡Qué carácter!Estaba acostumbrada a atender a estas mujeres, si es que se las podía llamar así. Emerson Harker también tenía fama de mujeriego. Pero solo eran mujeres de turno, nunca se le conoció ninguna pareja estable, solo conqui
Narra Emerson:Odiaba que mis empleados estén en otro lugar que no sea el suyo, es por eso que se lo hice saber a Stanley.Estaba hace más de una hora en mi oficina sin hacer algo en especial, y no era porque no tenía trabajo que hacer, sino porque solo mi mente no lograba concentrarse. La discusión que tuve ayer con Farrah me daba vueltas en la cabeza, quizás había sido injusto con ella, pero no me salía ser de otra forma. También reconocía que ella era muy importante en mi vida, desde que éramos pequeños la consideraba como la hermana que nunca tuve. Pero desde que decidí cambiar, los rastros del Emerson que fui desaparecieron.Unos gritos hicieron que alejara los pensamientos de mi cabeza y fijé mi mirada hacia donde provenía el barullo. Me paré y fui directo hacia la puerta para ver que sucedía, pero la voz de mi secretaria hizo que me quedara con el picaporte en la mano sin abrir la puerta.—¿Quién te crees que eres? Soy Nereida Esposito y nadie me prohíbe nada —dijo elevando el
NARRA BERENICERepacemos: Primero, me ayuda a juntar las cosas que se cayeron al suelo. Segundo, se disculpa. Tercero, me da la mañana libre de mañana y cuarto, se despide con un “hasta luego”.No sé qué será lo que pase por su cabeza, pero si quiere empezar a cambiar me alegro por él.Fui rápidamente hacia el maternal de Dante para recogerlo. Al parecer llegue un poco más temprano porque no había nadie afuera. Me senté a esperar en un banquito que había en el lugar y me puse a pensar como había cambiado mi vida en estos últimos tres años.Cuando me mudé a Chicago, los primeros días fueron un infierno. Cuando recibí una de las peores noticias de mi vida, decidí dejar todo atrás y mudarme junto a mi hermana. No tenía el valor suficiente para seguir viviendo en Forks, y mucho menos vivir con el recuerdo presente de las personas que mas amé y que ya no estaban conmigo.Había puesto en riesgo tanto mi salud como la de Dante. Estuve tan shockeada en ese momento, que no tomé consciencia en
NARRA EMERSONCuando llegué a mi casa sentí una sensación de libertad. No entendía bien que me pasaba hoy, ni tampoco quería descubrirlo por el bien de mi salud mental.Me metí a la ducha y estuve bajo el agua caliente por bastante tiempo.¿Estarían mis padres orgullosos por el que era hoy en día? La respuesta era fácil: estarían desilusionados. Ellos me habían enseñado muchísimas cosas y yo las dejé de lado. Actualmente, hacía todo al revés. Pero no podía ser de otra forma; todo el tiempo los recordaba y esforzaba mi mente para no olvidar ningún momento vivido junto a ellos. Me aferraba a lo único que me quedaba de ellos, el recuerdo.Salí del baño más confuso que antes. Me cambié y me fui hasta la cocina donde seguro estaría Veronica.—Qué guapo estas mi niño —halagó Veronica, una vez que llegué junto a ella—. ¿Sales hoy?—Sí, junto a James —respondí sirviéndome un vaso de jugo.Escuché un bufido detrás de mí.—No me gusta ese muchacho —dijo mi nana.—Solo vamos a salir —contesté re
NARRA BERENICE—¿Se conocen? —preguntó James, creo que así era su nombre.—Es mi secretaria —contestó mi jefe sin dejar de mirarme. Mis mejillas se tiñeron de rojo, su mirada fija me ponía nerviosa.—¿Por qué nunca me dijiste que tenías a una secretaria tan hermosa? —le dijo su amigo supongo, mirándome fijamente llevando los ojos hasta mi escote. Me removí incomoda y asqueada.Para mi suerte, apareció mi salvación… Rosario y Emmet venían hacia donde estaba.—¿Qué sucede? —preguntó mi cuñado con voz demandante. Yo rápidamente me paré, todavía sintiendo la vista de mi jefe sobre mí.—No te preocupes Ernest, no sucede nada —traté de calmarlo.—¿No nos presentas? —pidió el pesado del que estaba al lado del señor Harker.—Claro, el es mi jefe —señalé a Harker, Rosario elevó una ceja y Emmet se mantenía serio—. Y el es… discúlpame olvide tu nombre —me disculpé con el sujeto, me pareció haber visto una sonrisita en los labios de mi jefe.—Soy James, pero ya me retiro —fue lo último que dijo
NARRA EMERSON—¿Por qué tienes esa cara Emerson? —preguntó una preocupada Veronica cuando llegue a la mansión.—Me duele mucho la cabeza es todo. —Contesté masajeando mis sienes.—Solo a ti y ese bueno para nada de James se les ocurre ir a un boliche un lunes —me regañó, como la segunda madre que era.Ir a ese boliche fue una de las mejores cosas que hice en mucho tiempo. Me ayudó a despejar dudas y a conocer a personas simpáticas como Ernest y Rosario.La voz de Berenice todavía resonaba en mi cabeza: «Berenice me llaman mis más allegados» había dicho y sentí como me daba una patada en el medio del estómago, fue un claro: «me lo dicen las personas que están a mí alrededor, no tú», y por alguna extraña razón eso me dolió.Pero el comentario más hiriente fue: «pareciera que tratas con un anciano», esole había dicho a su hermana cuando llevamos las bebidas. Estaba consciente que más de uno pensaba lo mismo, pero escuchar salir de sus labios esa frase me cayó como un balde de agua helada
NARRA BERENICEPor fin era sábado a la tarde, solo faltaban diez minutos y podría ir a mi hogar. La mayoría de mis compañeros de trabajo se estaban yendo y yo no veía la hora de estar con mi hijo. Estaba juntando mis cosas cuando el intercomunicador comenzó a sonar.—Ven, Berenice —llamó mi jefe con una voz rara, algo andaba mal.Fui hasta su oficina, como no contestaba del otro lado, entré igualmente. Me quedé parada en la puerta y vi a mi jefe recostado sobre su escritorio escondiendo su rostro con sus grandes manos.—¡Señor Harker! —Exclamé sorprendida yendo hacia su lado—. ¿Qué le sucede? —pregunté preocupada.Como un acto reflejo, llevé una de mis manos hacia su frente, estaba ardiendo de fiebre. Lo observé con más detenimiento y su rostro estaba bañado en sudor y sus mejillas sonrojadas.—Está volando en fiebre —le dije preocupada—. ¿Puede pararse? —necesitaba sacarlo de acá y llevarlo hasta su casa.Él levantó su cabeza y me miró intensamente a los ojos.—Tienes unos ojos hermo