Narra Emerson:
Odiaba que mis empleados estén en otro lugar que no sea el suyo, es por eso que se lo hice saber a Stanley.
Estaba hace más de una hora en mi oficina sin hacer algo en especial, y no era porque no tenía trabajo que hacer, sino porque solo mi mente no lograba concentrarse. La discusión que tuve ayer con Farrah me daba vueltas en la cabeza, quizás había sido injusto con ella, pero no me salía ser de otra forma. También reconocía que ella era muy importante en mi vida, desde que éramos pequeños la consideraba como la hermana que nunca tuve. Pero desde que decidí cambiar, los rastros del Emerson que fui desaparecieron.
Unos gritos hicieron que alejara los pensamientos de mi cabeza y fijé mi mirada hacia donde provenía el barullo. Me paré y fui directo hacia la puerta para ver que sucedía, pero la voz de mi secretaria hizo que me quedara con el picaporte en la mano sin abrir la puerta.
—¿Quién te crees que eres? Soy Nereida Esposito y nadie me prohíbe nada —dijo elevando el tono de voz con su molesto tono chillón. Rodé los ojos, sabía que no se iba a quedar de brazos cruzados.
—Por mi puede ser hasta el mismo presidente, pero yo cumplo órdenes de mi jefe y él no puede ni quiere recibir a nadie —contestó mi secretaria con voz profesional.
—Que mal educada, esto Eme lo va a saber —volvió a decir chillando. Apreté los labios, odiaba ese maldito apodo.
Se escuchó un ruido muy fuerte y giré el picaporte dispuesto a salir y terminar con este escándalo.
—¿Pero qué hace? —Preguntó Berenice—. Ahora lo va a juntar usted —agregó enojada y me la imaginé con el ceño fruncido.
—Es usted la empleaducha y algún día voy a ser la ama y señora de este lugar. Que no te quepan dudas simplona que lo primero que haré será despedirte —contestó Nereida con aires de suficiencia.
¡JÁ, claro!
Eso fue lo que colmó mi paciencia, ella no era quien para venir a rebajar a mis empleados y mucho menos a Berenice y para colmo creerse la próxima dueña de todo, antes muerto.
—¿Qué haces aquí Nereida? Creí haberte dejado claro que no quería saber nada más de ti —le dije con cara seria y voz dura.
—Eme, tu secretaria me trato mal. ¡Despídela! —Tuvo el atrevimiento de decirme
—Escuché todo e Berenice nunca te falto el respeto, ella está cumpliendo las órdenes que le doy y tú no eres nadie para decirme que hacer —escupí furioso.
—¿Qué no soy nadie? No puedo creerlo. ¿Te pones a favor de una simplona como ella? —no iba a dejar que la trate así y se lo hice saber.
—No voy a permitir que le faltes el respeto. Ahora junta todo lo que tiraste —ordené entre dientes.
—No pienso juntarlo, me la vas a pagar Emerson. Luego de la noche tan placentera que te di —dijo poniéndose de forma tal que su falso escote salte a mi vista.
Como si fuera que esa noche fue buena. ¡Lo único que quería era borrarla de mi memoria!
—De placentera no tuvo nada. —Contesté sin inmutarme.
Me pareció ver que Berenice se apretaba los labios para evitar reírse. Nereida largó un gruñido de frustración y se fue, no sin antes patear aún más los lápices que había tirado.
Esta escena de verdad que daba gracia. Solo rodé los ojos y sin darme cuenta sonreí un poco, Berenice me miraba fijamente a los ojos y le devolví la mirada, pero luego apartó sus ojos de los míos.
Vi cómo se levantó de su lugar y se arrodilló en el suelo para juntar lo que había tirado Nereida en éste. Me pareció injusto que ella tenga que limpiar los desórdenes que otro hizo y cuando me quise dar cuenta ya estaba arrodillado junto a ella pasándole los lápices que faltaban. Mirando su perfil, nuevamente note lo bonita que era Berenice, su nariz era hermosa, perfecta, y sus pómulos altos y orgullosos, rasgos que me parecían bellísimos, sin embargo, desvié rápidamente la vista antes de que notara que la estaba mirando.
Berenice al percatarse de mi gesto se quedó atónita y con una mueca graciosa en su rostro, yo solo me encogí de hombros; como no agarró lo que le pasé, coloqué yo mismo los lápices en el lapicero.
—Lamento la escena —me disculpé sinceramente y me levanté del suelo sacudiendo mis rodillas.
Entré a mi despacho confundido, muy confundido.
Pasé mis manos por mi cabello varias veces. ¿Qué me paso allí afuera? Sabía que había actuado correctamente porque Berenice no tenía por qué ser maltratada por nadie, pero… ¿qué me llevó a hacer lo que hice? Yo jamás era amable con mis empleados y mucho menos me disculpaba, ni hablar de defenderlos.
Hubo algo que me incitó a que me comporte como humano al menos una vez, fuera de mi hogar.
Mi cabeza estaba hecha un lío y necesitaba despejarme. Tomé mi teléfono celular y marqué el número de uno de mis “amigos” si es que se lo podía llamar así.
—¿James? —pregunté.
—Emerson, amigo. ¿Cómo estás? —respondió.
—Bien, necesito que salgamos —fui al grano.
—Claro, volvemos a las andadas amigo. ¿Hoy por la noche?
—Sí, cuanto antes mejor.
—Muy bien nos vemos en el mismo lugar de siempre a la misma hora.
—Hasta entonces —respondí y colgué.
James era uno de las únicas personas con la que mantenía una relación cordial. No era mi amigo, ni tampoco quería que lo fuera, pero era mi compañero de salidas. Cuando sentía que mi cabeza estallaría lo llamaba y arreglábamos para salir.
Como hoy, por ejemplo.
—¿Necesita algo, señor Harker? —preguntó mi secretaria Berenice una vez que entró a mi oficina.
—Cancela todas las reuniones de mañana a la mañana. No voy a venir hasta la tarde —le avisé mirándola, ella asintió.
—Muy bien —contestó y creí haber visto rubor en sus mejillas. ¿Sería que lo causé por mi mirada?
¿Hace cuanto no veía a una mujer ruborizarse de manera natural?
—Si lo deseas puedes tomarte la mañana libre también, no voy a necesitarte —ofrecí. Una hermosa sonrisa apareció en su rostro.
Esperen un momento… ¿hermosa sonrisa?
—Gracias, señor Harker —agradeció y me pareció que tenía ganas hasta de abrazarme por su felicidad.
Reí internamente. ¿Qué se sentiría un abrazo de ella? Se notaba que era una persona muy dulce y cariñosa. Me golpeé mentalmente, de verdad que mi cabeza necesitaba despejarse.
—Muy bien hasta mañana por la tarde. —Dije saludándola, el reloj marcaba las cinco de la tarde y era el horario en que terminaba el día laboral.
Ahí estaba ese gesto atónito otra vez. ¿Ahora que había dicho?
Sacudió su cabeza a ambos lados y me dedicó una linda sonrisa y se fue, dejándome solo en mi oficina como era costumbre.
NARRA BERENICERepacemos: Primero, me ayuda a juntar las cosas que se cayeron al suelo. Segundo, se disculpa. Tercero, me da la mañana libre de mañana y cuarto, se despide con un “hasta luego”.No sé qué será lo que pase por su cabeza, pero si quiere empezar a cambiar me alegro por él.Fui rápidamente hacia el maternal de Dante para recogerlo. Al parecer llegue un poco más temprano porque no había nadie afuera. Me senté a esperar en un banquito que había en el lugar y me puse a pensar como había cambiado mi vida en estos últimos tres años.Cuando me mudé a Chicago, los primeros días fueron un infierno. Cuando recibí una de las peores noticias de mi vida, decidí dejar todo atrás y mudarme junto a mi hermana. No tenía el valor suficiente para seguir viviendo en Forks, y mucho menos vivir con el recuerdo presente de las personas que mas amé y que ya no estaban conmigo.Había puesto en riesgo tanto mi salud como la de Dante. Estuve tan shockeada en ese momento, que no tomé consciencia en
NARRA EMERSONCuando llegué a mi casa sentí una sensación de libertad. No entendía bien que me pasaba hoy, ni tampoco quería descubrirlo por el bien de mi salud mental.Me metí a la ducha y estuve bajo el agua caliente por bastante tiempo.¿Estarían mis padres orgullosos por el que era hoy en día? La respuesta era fácil: estarían desilusionados. Ellos me habían enseñado muchísimas cosas y yo las dejé de lado. Actualmente, hacía todo al revés. Pero no podía ser de otra forma; todo el tiempo los recordaba y esforzaba mi mente para no olvidar ningún momento vivido junto a ellos. Me aferraba a lo único que me quedaba de ellos, el recuerdo.Salí del baño más confuso que antes. Me cambié y me fui hasta la cocina donde seguro estaría Veronica.—Qué guapo estas mi niño —halagó Veronica, una vez que llegué junto a ella—. ¿Sales hoy?—Sí, junto a James —respondí sirviéndome un vaso de jugo.Escuché un bufido detrás de mí.—No me gusta ese muchacho —dijo mi nana.—Solo vamos a salir —contesté re
NARRA BERENICE—¿Se conocen? —preguntó James, creo que así era su nombre.—Es mi secretaria —contestó mi jefe sin dejar de mirarme. Mis mejillas se tiñeron de rojo, su mirada fija me ponía nerviosa.—¿Por qué nunca me dijiste que tenías a una secretaria tan hermosa? —le dijo su amigo supongo, mirándome fijamente llevando los ojos hasta mi escote. Me removí incomoda y asqueada.Para mi suerte, apareció mi salvación… Rosario y Emmet venían hacia donde estaba.—¿Qué sucede? —preguntó mi cuñado con voz demandante. Yo rápidamente me paré, todavía sintiendo la vista de mi jefe sobre mí.—No te preocupes Ernest, no sucede nada —traté de calmarlo.—¿No nos presentas? —pidió el pesado del que estaba al lado del señor Harker.—Claro, el es mi jefe —señalé a Harker, Rosario elevó una ceja y Emmet se mantenía serio—. Y el es… discúlpame olvide tu nombre —me disculpé con el sujeto, me pareció haber visto una sonrisita en los labios de mi jefe.—Soy James, pero ya me retiro —fue lo último que dijo
NARRA EMERSON—¿Por qué tienes esa cara Emerson? —preguntó una preocupada Veronica cuando llegue a la mansión.—Me duele mucho la cabeza es todo. —Contesté masajeando mis sienes.—Solo a ti y ese bueno para nada de James se les ocurre ir a un boliche un lunes —me regañó, como la segunda madre que era.Ir a ese boliche fue una de las mejores cosas que hice en mucho tiempo. Me ayudó a despejar dudas y a conocer a personas simpáticas como Ernest y Rosario.La voz de Berenice todavía resonaba en mi cabeza: «Berenice me llaman mis más allegados» había dicho y sentí como me daba una patada en el medio del estómago, fue un claro: «me lo dicen las personas que están a mí alrededor, no tú», y por alguna extraña razón eso me dolió.Pero el comentario más hiriente fue: «pareciera que tratas con un anciano», esole había dicho a su hermana cuando llevamos las bebidas. Estaba consciente que más de uno pensaba lo mismo, pero escuchar salir de sus labios esa frase me cayó como un balde de agua helada
NARRA BERENICEPor fin era sábado a la tarde, solo faltaban diez minutos y podría ir a mi hogar. La mayoría de mis compañeros de trabajo se estaban yendo y yo no veía la hora de estar con mi hijo. Estaba juntando mis cosas cuando el intercomunicador comenzó a sonar.—Ven, Berenice —llamó mi jefe con una voz rara, algo andaba mal.Fui hasta su oficina, como no contestaba del otro lado, entré igualmente. Me quedé parada en la puerta y vi a mi jefe recostado sobre su escritorio escondiendo su rostro con sus grandes manos.—¡Señor Harker! —Exclamé sorprendida yendo hacia su lado—. ¿Qué le sucede? —pregunté preocupada.Como un acto reflejo, llevé una de mis manos hacia su frente, estaba ardiendo de fiebre. Lo observé con más detenimiento y su rostro estaba bañado en sudor y sus mejillas sonrojadas.—Está volando en fiebre —le dije preocupada—. ¿Puede pararse? —necesitaba sacarlo de acá y llevarlo hasta su casa.Él levantó su cabeza y me miró intensamente a los ojos.—Tienes unos ojos hermo
NARRA EMERSONSentía como si estuviera flotando por los aires, envuelto en un clima caluroso. Estaba muy cómodo en donde sea que me encontraba y había un exquisito aroma. Sentí un pequeño estremecimiento pero no era capaz de abrir mis ojos, estaba muy cansado y solo quería dormir.Podrían haber pasado horas, días o meses. No era consciente de nada de lo que pasaba a mí alrededor. Escuché muy lejanamente el sonido de mi celular.Abrí lentamente los ojos y me sentí desorientado. No tenía idea en donde estaba. Lo último que recordaba era estar con Berenice en mi oficina y luego en el auto a punto de besarla. Abrí desmesuradamente los ojos, no podría haber querido besarla, estaría delirando por la fiebre. Sí, eso tenía que ser.Sentí que la puerta se abría pero no ingreso nadie a la habitación.—Abió los ojitos señod etraño —me sobresaltó la voz de un niño de no más de tres años. ¿De dónde había salido? —. Mami dice que esta enfermito. ¿Es vedad? —Preguntó trepándose a la cama y se sentó
NARRA BERENICE—Cariño, despierta —traté de despertar a mi dormido hijo, por decimocuarta vez.—¿Tarea difícil? —preguntó una profunda voz a mis espaldas.Cuando me di vuelta, un despreocupado Emerson venia hacia mi lado.—Despertar a Dante es una tarea casi imposible, tiene el sueño muy pesado —respondí con una sonrisa—. ¿Te sientes mejor?—Muchísimo mejor, gracias otra vez —respondió—. ¿Me puedes dar las llaves del auto? Ya es hora que regrese a mi casa —colocó sus manos en los bolsillos de su pantalón.—¡Oh, claro! —exclamé y fui hasta el mueble para darle lo que me pidió—. Ten.—Gracias de nuevo, déjale un saludo a Dante de mi parte —señaló con su cabeza a dijo a mi hijo dormido profundamente.—Claro, te acompaño a la puertaTomamos el ascensor y nos fuimos hacia la puerta del edificio. El coche estaba aparcado exactamente en el mismo lugar que lo dejé ayer.—Nos vemos mañana, Berenice. —Comenzó a despedirse—. No tengo palabras para agradecerte, hasta luego.Asentí con la cabeza e
NARRA EMERSONMe bajé del auto y me encaminé hacia la entrada de mi hogar. Me sentía muchísimo mejor y todo se lo debía a… Berenice; ese apodo verdaderamente le hacía justicia.Descubrí que era una mujer encantadora y se preocupaba por los demás. Era muy servicial e iba a estar muy agradecido con ella por toda su ayuda para conmigo. Había criado a un hijo maravilloso, que había logrado sacarme varias sonrisas, en poco tiempo de conocernos.Además que todos eran una familia encantadora y simpática, Ernest y Rosario me habían caído de maravillas, claro que no tenía con ellos tan buena relación como con Berenice y Dante. Seguía dando vueltas por mi cabeza, ¿Dónde estaría el padre de Dante? Al parecer no había ido a dormir a la casa ni tampoco estaba en el desayuno. Si yo tuviera esa familia hermosa, trataría de estar todo el tiempo con ellos.—¡Mi niño! —Exclamó Veronica una vez que entre a la mansión—. ¿Estás mejor? ¿Necesitas algo? —preguntó atropelladamente.—Veronica, tranquila. Esto