NARRA BERENICE
Repacemos: Primero, me ayuda a juntar las cosas que se cayeron al suelo. Segundo, se disculpa. Tercero, me da la mañana libre de mañana y cuarto, se despide con un “hasta luego”.
No sé qué será lo que pase por su cabeza, pero si quiere empezar a cambiar me alegro por él.
Fui rápidamente hacia el maternal de Dante para recogerlo. Al parecer llegue un poco más temprano porque no había nadie afuera. Me senté a esperar en un banquito que había en el lugar y me puse a pensar como había cambiado mi vida en estos últimos tres años.
Cuando me mudé a Chicago, los primeros días fueron un infierno. Cuando recibí una de las peores noticias de mi vida, decidí dejar todo atrás y mudarme junto a mi hermana. No tenía el valor suficiente para seguir viviendo en Forks, y mucho menos vivir con el recuerdo presente de las personas que mas amé y que ya no estaban conmigo.
Había puesto en riesgo tanto mi salud como la de Dante. Estuve tan shockeada en ese momento, que no tomé consciencia en subirme a un avión con casi nueve meses de embarazo. Pudo haberme pasado cualquier cosa, pero gracias a alguien o algo no ocurrió nada y ambos estuvimos en perfecto estado; aunque el parto se adelantó y esa misma noche que me mudé a esta cuidad nació Dante en un perfecto estado de salud.
Fue él mi única luz en la oscuridad que transitaba mi vida.
Sentí que las puertas del jardín se abrieron y salía mi muy sonriente hijo.
—¡Mamita! —Exclamó y vino junto a mí a abrazarme.
—Cielo —dije correspondiendo su abrazo.
—Hola Berenice –—me saludó la vocecita de Fernando, el hijo de Jessica.
Tomé la mano de Dante y miré al otro pequeño.
—Hola Fernando. ¿Cómo estás?
—Muy bien —dijo mirando cómplice a Dante, estos dos iban a pedirme algo.
—Fernando aquí estas —Mike suspiró de alivio, él era padre de Fernando y marido de Jessica—. Hola Berenice, hola Dante —nos saludó a ambos y correspondimos a su saludo—. Vamos hijo, mamá nos espera en casa —tomó de la mano a su pequeño.
—Espera papi, tengo que pedirle algo a Berenice — le dijo y me miró—. ¿Puede venir Dante a dormir a mi casa?
Abrí los ojos sorprendida por la propuesta.
—¡Di que si mami! —exclamó mi hijo.
—Pero Dante, eres muy chiquito para ir a otra casa a dormir —intenté explicarle y él hizo un adorable puchero—. No me mires con esa carita —advertí.
—Por favor, Berenice —pidió ahora Fernando juntando sus dos palmas
—Berenice, no te preocupes que lo cuidaremos como si fuera nuestro propio hijo —agregó Mike mirando la escena divertido.
—Pero mañana tienes que volver aquí, tienen clases—suspiré mirando a mi pequeño, tratando imposiblemente que cambie de idea.
—Yo mismo los traigo con el auto Berenice, no te preocupes por ello. —Agregó Mike y una sonrisa aparecieron en las caras de los pequeños diablillos.
Solté un suspiro cansado y me di por vencida. No tenía nada de malo que quiera pasar tiempo con su amiguito.
—Está bien —dije finalmente y ambos se pusieron a saltar—. Pero… —agregué y sus caras borraron su sonrisa inmediatamente—. Te vienes conmigo, te cambias y preparamos tus cosas y te llevo para la casa de Jessica.
—¡Siiiiii! – exclamaron, negué con la cabeza divertida.
Nos despedimos y fuimos para nuestro hogar. Cuando llegamos ni Rosario ni Ernest habían vuelto a la casa. Bañe a Dante y le prepare la mochila con sus pertenencias para llevarlo a la casa de mi amiga Jessica. Me iba a costar muchísimo no poder dormir hoy con mi bebé, pero si él era feliz yendo un día con su mejor amigo, no tenía nada de malo que lo dejara ir.
Nos fuimos caminando hacia la casa de Fernando —por suerte no vivían a mas de cinco cuadras—, esa era otro motivo por el cual lo dejaba quedarse allí, si sucedía algo iba a estar cerca de mí.
Una vez que llegamos toqué el timbre y salió una sonriente Jessica junto a Fernando.
—¡Berenice, Dante! —nos saludó, correspondimos el saludo y yo me agaché a la altura de mi hijo.
—Pórtate bien, cualquier cosa me llamas y vengo por ti. A la hora que sea —le avisé y le di un beso en la frente—. Te quiero cielo.
—Y yo a ti mamita —contestó y me dio un abrazo.
Rápidamente fueron hacia adentro junto a Fernando.
—¡Vamos Berenice! —Jessica me miraba divertida—. Se queda una noche, no una semana.
Rodé los ojos.
—Nos vemos en la oficina Jess, cualquier cosa avísame —dije despidiéndome con un beso en la mejilla.
Regrese rápidamente a mi casa. Cuando llegue ya mi hermana y su esposo habían llegado.
—¡Hola Bellita! —Me saludo Ernest—. ¿Y Dante?
—Se quedó en la casa de Fernando —contesté cabizbaja.
—¿Cómo que mi sobrino se va a quedar en otra casa a dormir? —preguntó Rosario, ingresando hacia donde nos encontrábamos su esposo y yo.
—Quería quedarse junto a él, Rose —me justifiqué.
Se quedó quieta unos momentos y la sonrisa del gato de Alicia en el país de las Maravillas apareció en su rostro. Juro que me asustaba en lo que sea que podría estar pensando.
—Salgamos esta noche —propuso y yo fruncí el ceño
—Gracias, pero paso —respondí a la velocidad de la luz.
—¡Vamos Berenice! ¿Hace cuanto que no vamos a mover el cuerpecito?
—Hace mucho, pero sabes que no me gusta salir a esos lugares.
—Eres una aburrida —dijo cruzándose de brazos y pensé que había ganado… pero no fue así—. Dante está en casa de Jessica y mañana no trabajas a la mañana —dijo con una sonrisita de suficiencia.
—¿Cómo sabes? —pregunté confundida.
—Yo me entero de todo hermana —respondió y me acordé que le había mandado un mensaje de texto. M*****a la hora en que le cuento todo lo que pasa. Me agarró del brazo y me metió a mi habitación—. Tú ve a bañarte —ordenó y le hice caso sin rechistar, ya había ganado.
Cuando salí de darme una relajante ducha. Vi toda mi ropa esparcida encima de mi cama.
—¿Es que no tienes nada decente para ponerte? —preguntó, yo solo me encogí de hombros.
Salió de mi habitación y tras unos minutos volvió a entrar con un vestido en sus manos.
—Ni pienses que me voy a poner eso —avisé cruzándome de brazos.
—Cállate —dijo y me metió el trapo en mi cuerpo, sin siquiera que me dé cuenta—. Si que tenías curvas, no entiendo por qué escondes este cuerpo hermoso que tienes. Más de uno va a babear por ti —Yo me quedé seria en mi lugar, cerrando mis ojos—. Lo siento —dijo abrazándome.
—No te preocupes —Traté de restarle importancia.
—Berenice, tienes que continuar con tu vida. Tienes solo veintitrés años, eres muy joven y tienes derecho a divertirte —dijo mi hermana.
—Lo sé Rose, pero no puedo. No puedo olvidarlo —contesté quebrándome.
—No digo que tengas que olvidarlo. Solo rehacer tu vida. —Acarició mi mejilla—. Vuélvete a enamorar Berenice, sé feliz con alguien más.
—Lo tengo a Dante
—Sabes que eso no es suficiente. —Picó mi nariz—. Todos en algún momento necesitamos a alguien que nos ame y nos apoye. Nos tienes a tu familia, pero no es suficiente, hermana —concluyó abrazándome—. Anda vamos a terminar de prepararte.
Después de estar sentada por más de dos horas por fin estaba lista. Tenía puesto un vestido muy corto para mi gusto de color azul y unos bonitos zapatos negros de taco no muy alto. Las prendas eran preciosas y me quedaban bien pero no estaba acostumbrada a ponerme este tipo de vestimenta.
Mi cabello estaba suelto y delicadamente lacio, mis ojos estaban delineados de negro y en los párpados tenia sombra azul acentuando mi mirada.
Una vez que estuvimos los tres listos nos fuimos hacia una discoteca de “categoría” como dijo Ernest.
…
—Hazme acordar que te mate por haberme traído aquí —regañé a mi hermana cuando bajamos para entrar al boliche.
—Yo sé que me quieres —respondió con una sonrisa, la fulminé con la mirada.
El boliche se encontraba en uno de los lugares más caros de la cuidad, Boody Mary’s creí haber leído que se llamaba, aquí solo asistía gente de buena posición económica y bueno… nosotros. Había una fila interminable, quizás y con buena suerte estaríamos toda la noche para lograr entrar y se haría tarde y nos volveríamos enseguida para la casa.
Claro que hoy no era mi día de suerte ya que nos fuimos directamente hacia la puerta.
Un hombre grande y serio vio a Ernest y lo saludó con un cálido abrazo. Nos dejó pasar sin siquiera hacer fila.
—Esos son los favores cuando le das de comer gratis —murmuró mi cuñado bromista.
¡Maldita comida deliciosa de Ernest!
Ruido, ruido, ruido y más ruido, era todo lo que se escuchaba. El lugar estaba atestado de gente bailando y refregándose. ¿A quién se le ocurre venir un lunes a un boliche? Además de nosotros… claro.
Nos fuimos hacia la barra y comenzamos a pedir nuestros tragos. Yo solo tomaba gaseosa, por más que la mañana la tenía libre en el trabajo no quería abusar con la bebida.
Sentía una mirada fija en mi espalda, pero no lograba localizar de donde provenía.
Mi hermana estaba absolutamente loca. Cuando pusieron su canción favorita arrastró a Ernest —literalmente— hasta la pista y se pusieron a bailar enérgicamente. Yo, por mi parte me quedé sola sentada en la barra mirando como bailaban esos dos.
—¿Quieres un trago, preciosa? —dijo un hombre rubio y alto poniéndose en frente mío mirándome como algo comestible. ¡Puaj! Me dio mucha repugnancia.
—No gracias, ya tengo la mía —respondí gritándole por encima de la música con voz cortante, esperaba poder espantarlo.
—¿Por qué estás sola? —siguió preguntando. Rodé los ojos, ¿no veía que no quería saber nada con él?
—Estoy esperando a mis acompañantes. —Contesté secamente.
—Soy James —se presentó extendiendo una mano
—Que bueno —contesté sin estrecharle la mano, no quería ser maleducada pero si no actuaba así no me dejaría en paz. Él se hizo el disimulado y subió su mano extendida hasta la barra.
—¿No me dices el tuyo? —me preguntó mirándome fijamente. Rodé los ojos y sentí esa mirada nuevamente.
Cuando me gire para ver de dónde venía esa mirada casi me caigo de espaldas.
En una esquina mirando fijamente hacia donde estaba yo, estaba el hombre que jamás imaginé encontrarme en este lugar. Si faltaba algo era que él estuviese aquí.
¡Por dios qué vergüenza!
Lentamente se fue acercando hasta nosotros, hasta quedarse entre el medio del rubio y yo.
—¿Berenice? —preguntó escaneándome con la mirada.
Tierra trágame… ¡ahora!
NARRA EMERSONCuando llegué a mi casa sentí una sensación de libertad. No entendía bien que me pasaba hoy, ni tampoco quería descubrirlo por el bien de mi salud mental.Me metí a la ducha y estuve bajo el agua caliente por bastante tiempo.¿Estarían mis padres orgullosos por el que era hoy en día? La respuesta era fácil: estarían desilusionados. Ellos me habían enseñado muchísimas cosas y yo las dejé de lado. Actualmente, hacía todo al revés. Pero no podía ser de otra forma; todo el tiempo los recordaba y esforzaba mi mente para no olvidar ningún momento vivido junto a ellos. Me aferraba a lo único que me quedaba de ellos, el recuerdo.Salí del baño más confuso que antes. Me cambié y me fui hasta la cocina donde seguro estaría Veronica.—Qué guapo estas mi niño —halagó Veronica, una vez que llegué junto a ella—. ¿Sales hoy?—Sí, junto a James —respondí sirviéndome un vaso de jugo.Escuché un bufido detrás de mí.—No me gusta ese muchacho —dijo mi nana.—Solo vamos a salir —contesté re
NARRA BERENICE—¿Se conocen? —preguntó James, creo que así era su nombre.—Es mi secretaria —contestó mi jefe sin dejar de mirarme. Mis mejillas se tiñeron de rojo, su mirada fija me ponía nerviosa.—¿Por qué nunca me dijiste que tenías a una secretaria tan hermosa? —le dijo su amigo supongo, mirándome fijamente llevando los ojos hasta mi escote. Me removí incomoda y asqueada.Para mi suerte, apareció mi salvación… Rosario y Emmet venían hacia donde estaba.—¿Qué sucede? —preguntó mi cuñado con voz demandante. Yo rápidamente me paré, todavía sintiendo la vista de mi jefe sobre mí.—No te preocupes Ernest, no sucede nada —traté de calmarlo.—¿No nos presentas? —pidió el pesado del que estaba al lado del señor Harker.—Claro, el es mi jefe —señalé a Harker, Rosario elevó una ceja y Emmet se mantenía serio—. Y el es… discúlpame olvide tu nombre —me disculpé con el sujeto, me pareció haber visto una sonrisita en los labios de mi jefe.—Soy James, pero ya me retiro —fue lo último que dijo
NARRA EMERSON—¿Por qué tienes esa cara Emerson? —preguntó una preocupada Veronica cuando llegue a la mansión.—Me duele mucho la cabeza es todo. —Contesté masajeando mis sienes.—Solo a ti y ese bueno para nada de James se les ocurre ir a un boliche un lunes —me regañó, como la segunda madre que era.Ir a ese boliche fue una de las mejores cosas que hice en mucho tiempo. Me ayudó a despejar dudas y a conocer a personas simpáticas como Ernest y Rosario.La voz de Berenice todavía resonaba en mi cabeza: «Berenice me llaman mis más allegados» había dicho y sentí como me daba una patada en el medio del estómago, fue un claro: «me lo dicen las personas que están a mí alrededor, no tú», y por alguna extraña razón eso me dolió.Pero el comentario más hiriente fue: «pareciera que tratas con un anciano», esole había dicho a su hermana cuando llevamos las bebidas. Estaba consciente que más de uno pensaba lo mismo, pero escuchar salir de sus labios esa frase me cayó como un balde de agua helada
NARRA BERENICEPor fin era sábado a la tarde, solo faltaban diez minutos y podría ir a mi hogar. La mayoría de mis compañeros de trabajo se estaban yendo y yo no veía la hora de estar con mi hijo. Estaba juntando mis cosas cuando el intercomunicador comenzó a sonar.—Ven, Berenice —llamó mi jefe con una voz rara, algo andaba mal.Fui hasta su oficina, como no contestaba del otro lado, entré igualmente. Me quedé parada en la puerta y vi a mi jefe recostado sobre su escritorio escondiendo su rostro con sus grandes manos.—¡Señor Harker! —Exclamé sorprendida yendo hacia su lado—. ¿Qué le sucede? —pregunté preocupada.Como un acto reflejo, llevé una de mis manos hacia su frente, estaba ardiendo de fiebre. Lo observé con más detenimiento y su rostro estaba bañado en sudor y sus mejillas sonrojadas.—Está volando en fiebre —le dije preocupada—. ¿Puede pararse? —necesitaba sacarlo de acá y llevarlo hasta su casa.Él levantó su cabeza y me miró intensamente a los ojos.—Tienes unos ojos hermo
NARRA EMERSONSentía como si estuviera flotando por los aires, envuelto en un clima caluroso. Estaba muy cómodo en donde sea que me encontraba y había un exquisito aroma. Sentí un pequeño estremecimiento pero no era capaz de abrir mis ojos, estaba muy cansado y solo quería dormir.Podrían haber pasado horas, días o meses. No era consciente de nada de lo que pasaba a mí alrededor. Escuché muy lejanamente el sonido de mi celular.Abrí lentamente los ojos y me sentí desorientado. No tenía idea en donde estaba. Lo último que recordaba era estar con Berenice en mi oficina y luego en el auto a punto de besarla. Abrí desmesuradamente los ojos, no podría haber querido besarla, estaría delirando por la fiebre. Sí, eso tenía que ser.Sentí que la puerta se abría pero no ingreso nadie a la habitación.—Abió los ojitos señod etraño —me sobresaltó la voz de un niño de no más de tres años. ¿De dónde había salido? —. Mami dice que esta enfermito. ¿Es vedad? —Preguntó trepándose a la cama y se sentó
NARRA BERENICE—Cariño, despierta —traté de despertar a mi dormido hijo, por decimocuarta vez.—¿Tarea difícil? —preguntó una profunda voz a mis espaldas.Cuando me di vuelta, un despreocupado Emerson venia hacia mi lado.—Despertar a Dante es una tarea casi imposible, tiene el sueño muy pesado —respondí con una sonrisa—. ¿Te sientes mejor?—Muchísimo mejor, gracias otra vez —respondió—. ¿Me puedes dar las llaves del auto? Ya es hora que regrese a mi casa —colocó sus manos en los bolsillos de su pantalón.—¡Oh, claro! —exclamé y fui hasta el mueble para darle lo que me pidió—. Ten.—Gracias de nuevo, déjale un saludo a Dante de mi parte —señaló con su cabeza a dijo a mi hijo dormido profundamente.—Claro, te acompaño a la puertaTomamos el ascensor y nos fuimos hacia la puerta del edificio. El coche estaba aparcado exactamente en el mismo lugar que lo dejé ayer.—Nos vemos mañana, Berenice. —Comenzó a despedirse—. No tengo palabras para agradecerte, hasta luego.Asentí con la cabeza e
NARRA EMERSONMe bajé del auto y me encaminé hacia la entrada de mi hogar. Me sentía muchísimo mejor y todo se lo debía a… Berenice; ese apodo verdaderamente le hacía justicia.Descubrí que era una mujer encantadora y se preocupaba por los demás. Era muy servicial e iba a estar muy agradecido con ella por toda su ayuda para conmigo. Había criado a un hijo maravilloso, que había logrado sacarme varias sonrisas, en poco tiempo de conocernos.Además que todos eran una familia encantadora y simpática, Ernest y Rosario me habían caído de maravillas, claro que no tenía con ellos tan buena relación como con Berenice y Dante. Seguía dando vueltas por mi cabeza, ¿Dónde estaría el padre de Dante? Al parecer no había ido a dormir a la casa ni tampoco estaba en el desayuno. Si yo tuviera esa familia hermosa, trataría de estar todo el tiempo con ellos.—¡Mi niño! —Exclamó Veronica una vez que entre a la mansión—. ¿Estás mejor? ¿Necesitas algo? —preguntó atropelladamente.—Veronica, tranquila. Esto
NARRA BERENICE—Dante vamos a dormir, es muy tarde y mañana tenemos que madrugar —repetí como un disco rayado a mi hijo por… ya ni recuerdo cuantas veces se lo dije.—Pero quiedo jugad más tiempo con mi auto —refunfuñó sentado en el piso haciendo andar su juguete nuevo.Mi nuevo jefe —porque eso realmente era ya que no lo reconocía— le regaló a Dante un auto de juguete de su personaje favorito que, seguro, costaba la mitad de mi sueldo. Estaba muy sorprendida por su gesto hacia Dante, pero mi pequeño era más que feliz con su coche nuevo.—Mañana sigues jugando con ese juguete, pero ahora vamos a dormir. —Hizo un puchero—. Ven, esa carita no me convencerá esta vez —sin quitar su tierno puchero, guardó el auto en su caja y vino a la cama junto a mí.—Pométeme que mañana puedo juegad ota vez. —Dijo serio, colocando los brazos en su pequeña cintura.—Lo prometo —contesté solemne elevando mi palma derecha al aire con una sonrisa en los labios.—Mami… —comenzó enderezando su postura solo un