105 extra

NARRA EMERSON

No era el Grinch, ni odiaba la navidad ni mucho menos pero… ¿había que poner esas hermosas lucecitas por todos lados? Hasta soñaba con aquello, cerraba los ojos y veía parpadear luces verdes, rojas, azules y amarillas.

¡Estaba volviendo loco!

Berenice era una loca obsesionada con los detalles navideños y los niños la secundaban con mucho ánimo. Muchas veces temí por mi seguridad, al imaginar que una mañana me levantaría y tendría un juego de luces en vez de mi corbata puesta en el cuello. Muy exagerado, lo sé.

—Un poco a la izquierda —señaló mi ángel.

¿Dije que estaba a unos cuatro metros de altura colgando el hermoso —nótese el sarcasmo—, del reno Rudolf en el tejado de la casa?

—Ahí está ¡perfecto! —chilló y dio brinquitos en su lugar.

Bajé las escaleras y miré hacia arriba viendo los arreglos navideños. Había quedado muy bien, aunque en la noche cuando encendiéramos las luces iba a quedar mucho mejor.

Me acerqué a Berenice y la rodeé con mis brazos a pesar de
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