8:35 de la mañana. ¡Por dios voy a llegar tarde otra vez! Sería la tercera vez en la semana, pero no era mi culpa; hacía todo lo que podía para llegar a tiempo, pero sinceramente no podía.
—Vamos Dante se nos hace tarde —le dije a mi pequeño.
—¿No vene tía Rosario, mami? —Me preguntó con su dulce vocecita.
—No bebé, tía Rose está trabajando, vamos. —Le expliqué mientras guardaba sus pertenencias en su pequeña mochila.
Salimos rápidamente del departamento y fuimos a la parada del autobús. Para mi suerte no tardó demasiado. Bajamos en la estación correspondiente y fuimos a paso rápido hasta el jardín maternal. Visualicé el reloj y eran las nueve de la mañana. ¡Genial!, a esta hora tendría que estar en la oficina.
—Hola Berenice, hola Dante. —Nos saludó Antonella, su maestra.
—Hola Antonella, te lo dejo, lo paso a buscar a las cinco y media —le dije a su maestra—. Adiós cielo luego paso por ti, pórtate bien, te quiero mucho —me agaché a su altura y me despedí dejándole un beso en el tope de su cabeza.
—Yo tamben te tero mamita —respondió moviendo sus manitas entrando al jardín maternal.
Odiaba dejarlo solito con tan solo casi tres años, pero no tenía con quien dejarlo. Con la única que podía contar era con Rosario, quien esta semana estaba haciendo una suplencia a la mañana y le era imposible traer a Dante al jardín de niños, era por eso que me volvía pulpo tratando de hacer todas las cosas yo sola. Lo único que temía era que me despidieran de mi empleo, pero nada era más importante que mi hijo.
Fui hasta la parada del metro, otra vez. Por suerte nuevamente no tardó mucho. Prácticamente corrí las calles para llegar a la oficina. Una vez que estuve dentro del edificio ni siquiera esperé el ascensor, fui por las escaleras para hacer más rápido. Llegué a mi lugar de trabajo totalmente cansada y agitada por correr tanto. Miré mi reloj y ya eran las nueve y media. Seguí caminando sin mirar y me choqué con algo duro. Cuando subí la cabeza para ver que me llevé por delante vi esos ojos fríos que me miraban con el ceño fruncido.
Hoy no era mi día de suerte.
—Berenice —habló mi jefe con voz dura—. Hoy es el tercer día que llegas tarde. Tuve que atender las llamadas yo. ¿Te parece correcto? Te pago para que hagas ese trabajo y lo tengo que realizar yo. Sabes que no me va a temblar la voz para despedirte, si todavía sigues aquí es porque eres una de las mejorcitas secretarias que tengo. Pero tengo un límite y tú ya lo estas pasando —me regañó mirándome fijamente con esos ojos inexpresivos—. Solo pásame las llamadas de urgencia, hoy tengo una reunión importante y no quiero que nadie interrumpa.
—Muy bien Señor Harker —le respondí con la cabeza gacha.
—Cuida tu puesto de trabajo Berenice, que sea la última vez que llegas tarde. Sabes que odio la impuntualidad —agregó metiéndose a su oficina.
Rápidamente me puse en mi lugar y comencé a fijarme la agenda de mi jefe. Para realizar este trabajo tenía que tener muchísima paciencia. Emerson Harker —mi ermitaño jefe—era conocido como el témpano Harker.
Lo describían malhumorado, frío, calculador, gruñón y arrogante. Sinceramente es así como era. No le importaba si tenías algún problema o lo que sea, siempre tenías que estar dispuesta a lo que sea que necesite, a la hora que sea y cómo sea. Tenía muchas diferencias con él, pero no le podía decir ni una sola palabra, gracias a él le estaba dando un futuro prometedor a mi hijo.
—Hoy vino más gruñón que de costumbre, ¿no es así? —Preguntó Jessica, una amiga y compañera de trabajo.
—La verdad es que si, pero ya me estoy acostumbrando —respondí revisando unos papeles.
—La verdad Berenice no sé cómo aguantas, yo ya lo habría mandado a la m****a.
—No me queda otra Jess. No creo poder encontrar otro trabajo que me pague tan bien como este. Gracias a él no tengo que tener dos empleos y a Dante le puedo dar algunos gustos —respondí sinceramente.
—Tienes razón, el témpano para bien —sonrió—. Pero yo no aguantaría un segundo siendo su secretaria. La verdad es que te compadezco amiga.
—Hay que pensar en positivo Jess —contesté encogiéndome de hombros—. ¿Cómo están Fernando y Clarise?
—Oh, están creciendo rápidamente, en unas semanas es el cumpleaños de Fernando, por supuesto que tanto como tú y Dante están invitados —dijo con brillo en sus ojos.
—Muchas gracias; Dante se va a poner muy contento —contesté con una sonrisa.
Jessica era una de las pocas amigas que tenía en el trabajo. Era madre de dos niños preciosos: Fernando, el mayor que cumpliría 4 años y Clarise que solo tenía 2. Dante se llevaba de maravillas con Fernando, se divertían mucho cuando estaban juntos. Jess fue con una de las primeras personas con las que comencé a hablar, ella llevaba trabajando en la Corporación Harker hace más de tres años y me ayudó muchísimo a encontrar el ritmo que aquí se requería. Estaba muy agradecida con ella y su familia, ya que me orientaron y me dieron una mano cuando recién me mudé a esta ciudad.
—Berenice ven para acá rápidamente —me habló el señor Harker desde el intercomunicador de la mesada.
—Suerte —dijo mi amiga burlona.
Yo solo giré los ojos y fui hasta la oficina del “témpano Harker”. Al llegar a la puerta golpeé y escuché el “adelante” del otro lado.
—Señor Harker —dije con voz profesional una vez que entré hacia la oficina.
—Siéntate —ordenó y yo rápidamente obedecí—. ¿Qué hay mañana? —preguntó con la mirada fija en la computadora.
—Reunión a las 11 AM con el señor Eleazar Esposito —contesté mecánicamente—, y por la noche una fiesta de inauguración del nuevo Hotel en el centro de la cuidad. El, como siempre, tenia la vista clavada en los papeles, me preguntaba si alguna vez me había visto o solo conocía mi voz.
—Oh si, recuerdo eso. Muy bien, mañana te quiero a las ocho en punto. Necesito que me ayudes a hacer el discurso para la noche. Ya sabes a ti te dan bien los discursos.
Me quedé callada unos instantes. No podría estar tan temprano mañana, tenía que llevar a Dante a la guardería y me era imposible dejarlo al cuidado de otra persona de confianza.
—Señor Harker —empecé a hablar nerviosamente, jugueteando con mis dedos—. Disculpe mi atrevimiento, pero… ¿no podría venir a la misma hora de siempre? Si desea puedo hacerle el discurso hoy mismo, pero me es imposible venir antes.
—Berenice a ver si comprendes —dijo dejando de visualizar el ordenador y mirándome fijamente con esa mirada dura, característica en él —. El que da las órdenes aquí soy yo. Cuando firmaste el contrato de empleo, ahí bien especificaba que tenías que estar disponible para mí las veinticuatro horas del día si es así lo que requiero. Acuérdate que no solo eres mi secretaria, sino que también ahora eres mi asistente personal —concluyó y yo abrí los ojos sorprendida.
—¿Asistente personal? —pregunté confundida.
—Así es, sé que no hay una persona más eficiente que tú en la empresa y te necesito para ambas cosas. No te preocupes que te aumentaré el sueldo. Así que ahora, con mayor razón, te necesito a mi disposición todo el tiempo. Empezando por mañana. —Volvió a clavar su vista en la pantalla del ordenador y añadió—: No se habla más, mañana a las ocho horas, ningún minuto más ni ningún minuto menos. Puedes retirarte —concluyó y me tragué toda la furia que sentía por dentro.
El resto del día pasó sin mayores sobresaltos. Todo era lo mismo, atender llamadas, pasar las importantes al odioso de mi jefe y las que no importaban meterles excusas para que no molesten. Cuando dieron las cinco salí disparada para buscar a mi bebé. Esa era mi rutina de todos los días. Apenas terminaba mi horario de trabajo me iba hacia la guardería para pasar a buscar a mi pequeño hijo.
Cuando llegué a mi destino la carita feliz de Dante hizo que todos los problemas pasaran. Era por él el motivo que luchaba todos los días y soportaba lo que sea con tal de poder darle todo a mi hijo y que no le faltara nada.
—¡Mami! —exclamó mi bebé mientras venia corriendo hacia mí.
—Dante —respondí arrodillándome y abriendo mis brazos para recibirlo.
—Te tañe mucho mami —dijo escondiendo su cabecita en mi pecho.
—Y yo a ti amor —respondí dándole un beso en el cabello—. ¿Vamos a casa?
—¡Siii! —exclamó dando saltitos.
Nos despedimos de Antonella y fuimos rumbo a nuestro hogar. Cuando llegamos, luego de unos cuarenta minutos debido a que el ómnibus había tardado más de la cuenta, mi hermana Rosario nos esperaba con una rica merienda.
—¿Cómo está el niño más lindo de todo el mundo? —dijo Rose cuando llegamos. Dante largó una fuerte carcajada y se fue hacia sus brazos.
—Bien Tía Rosario —contestó sonriendo de oreja a oreja.
—¿Y para mí no hay saludo? —me hice la enojada
—Oh, claro. Vamos a saludar a tu mami o si no se enoja –le dijo en “secreto” a Dante—. Hola Berenice —me saludó acercándose a mí y me dio un beso en la mejilla
—Tengo hambe —señaló mi pequeño tocándose su pancita.
—Ya está todo vamos a comer antes de que se enfríe.
Nos fuimos hacia el comedor y comimos la rica cena que preparó mi hermana.
Rosario era mi hermana mayor, tenía dos años más que yo. Siempre fuimos muy unidas y teníamos una muy buena relación. Hacía tres años que vivíamos juntas. Recuerdo que el mismo día que terminé de mudarme aquí, nació Dante por la noche, fue una muy linda noticia después de la tragedia que sucedió solo días antes.
No tenía ningún familiar que no fuera Rosario, nuestro padre Antonio Swan había fallecido cuando yo tenía doce años y nuestra madre Renée cuando cumplí los diecisiete. Es por esa razón que Rose tuvo que hacerse cargo de la situación y sacarnos adelante.
Fue un golpe muy duro para las dos. Ambas quedamos solas y desprotegidas. Nuestros padres no tenían hermanos, por los cuales no teníamos tíos ni tampoco familiares cercanos. Al no tener otra alternativa, Rose se puso a trabajar en un restaurant abandonando su carrera de chef profesional que era su sueño, para poder tener que comer. Cuando yo le había dicho que quería trabajar para ayudar en la casa, ella negó rotundamente diciendo que me tenía que dedicar a mis estudios. Y así lo hice, había comenzado a estudiar administración de empresas, pero lo dejé a los dos años porque salía mucho dinero y no teníamos como solventarlo, es por eso que hice el curso para ser secretaria. Pero nunca había ejercido esa profesión, hasta hace dos años que fue que empecé a trabajar en la Corporación Harker.
A mi hermana Rose, le iba de maravillas en el restaurant, tanto así que se terminó casando con el dueño de éste. No solo encontró trabajo si no también al amor de su vida. Ella y Ernest —mi cuñado— ya llevan seis años juntos y se les nota que son muy felices.
Vivíamos todos juntos en el departamento de ellos hacia tres años que fue cuando me mudé a esta nueva cuidad. Nosotras éramos de un pequeño pueblo llamado Forks, pero debido a las circunstancias, mi hermana se había mudado a Chicago para abrir otro restaurant y yo elegí quedarme en nuestra ciudad natal, claro que luego me mudé con ella, porque no podía vivir en el mismo lugar donde lo recordara todo el tiempo. Igualmente yo estaba ahorrando para poder comprarme mi propia casa, para darles privacidad, pero hoy en día poder comprar algún inmobiliario estaba carísimo y no tenía el dinero suficiente para lograrlo. Si bien el departamento no era tan grande hacíamos lo posible para arreglarnos.
—¡Hola, Hola! —saludó Ernest entrando por la puerta.
—¡Tío oso! —exclamó mi pequeño yendo hacia él.
—¿Cómo estás, campeón? —lo alzó por los aires y comenzó a dar vueltas juntó a él.
—Ernest bájalo —regañó Rose a su marido—. Recién comió.
—Lo siento —dijo rascándose la nuca acercándose a saludarnos.
Cuando terminamos de comer, llevé a Dante al baño para ducharlo. Una vez que terminé, me di una ducha relajante. Todavía mi cabeza trataba de encontrar la solución para llegar a tiempo a mi trabajo sin descuidar a mi hijo. No me quedaba otra alternativa que pedirle ayuda a mi hermana.
—Rose —la llamé cuando me fui hacia la sala que era donde se encontraba mirando televisión.
—Dime —respondió, dándome esa mirada cálida que me hacía recordar tanto a nuestra madre.
—Necesito un favor –pedí cabizbaja. Odiaba aprovecharme de tanta hospitalidad, pero no tenía otra opción.
—Lo que quieras.
—Necesito que mañana lleves a Dante a la guardería, es que mi jefe me necesita a las ocho y no puedo llegar tarde. No tengo forma de llevar a Dante, odio pedirte todo esto, pero no tengo opción —dije mordiéndome el labio.
—Sabes que no es ningún problema, voy a tener que llamar a alguien para que cubra ese horario, pero mi sobrino es más importante.
—Gracias Rose, no sabes cuánto te agradezco —la abracé fuertemente.
—¿Para qué estamos las hermanas? —Dijo con una sonrisa—. ¿Por qué esa cara?
—Es que me pudre toda esta situación Rose, no le puedo dar el tiempo suficiente a mi hijo y encima ahora el gruñón de mi jefe me asigna como su asistente personal.
—¡¿Qué?! —exclamó atónita.
—Lo que dije —suspiré—, ahora voy a tener menos tiempo todavía —agregué tapándome el rostro con ambas manos.
—Trata de ser positiva Berenice. Y por Dante… no te preocupes sabes que él te ama, y no se va a enojar contigo, todo lo que haces es por él —murmuró y justo entraba mi bebé viniendo hacia nosotras.
—Mami, tengo sueñito —dijo refregándose el ojito.
—Vamos a acostarnos —conteste parándome y lo alcé—. Dile buenas noches a tus tíos —pedí una vez que Ernest entró a la sala.
—Bunas noches tíos —dijo con una sonrisa, aunque ahogó un bostezo.
—Que descanses Dante —les respondieron al unísono.
Fuimos hacia nuestra habitación y lo vestí con el pijama. Lo acosté en el medio de la cama que compartíamos y comencé a tararear la canción que le cantaba desde que estaba en mi vientre.
—Quiedo que me cuentes un cuento —pidió, acomodando su cabecita en la almohada de Cars.
—¿Cuál quieres?
—El pincipito —dijo y mis ojos se llenaron de lágrimas, miré hacia arriba para que no salieran hacia el exterior—. ¿Ese era favorito de papá? —preguntó con su dulce vocecita.
—Si cariño, ese era —contesté yendo hacia la repisa donde tenía sus libros de cuentos.
Fui nuevamente hacia la cama y comencé a leérselo. A las tres páginas de comenzar se quedó profundamente dormido. Me acerqué hasta su frente y le deje un beso allí.
Él era la personita que más amaba en este mundo y por la cual daría todo con tal de verlo feliz. No era fácil ser madre soltera y tener que criarlo sola. Porque por más que tuviera a Rosario y a Ernest conmigo yo tenía que ejercer tanto el papel de madre como de padre y era muy difícil. Trataba de hacer lo mejor posible, pero muchas veces tenía recaídas como ahora.
¿Por qué la vida es tan injusta y te saca de tu lado a las personas que más amas?
Me limpié las lágrimas que lograron salir y me puse el pijama dispuesta a dormir al lado de mi pequeño. Abracé su pequeño cuerpecito y sentí como su cabeza se acomodaba en mi pecho.
¿Por qué nos abandonaste? —Pensé y me dejé vencer por el sueño.
NARRA EMERSONGloriosa, envidiable, llena de lujos y demás. Así describían muchos mi vida, pero no tenían ni la más pálida idea de cómo verdaderamente era.Era el dueño de una de las empresas hoteleras más grandes del mundo. Era multimillonario y tenía todo lo que quisiera.¿Pero de qué sirve tener tanto dinero cuando no lo puedes gastar con nadie?Era un hombre muy solitario. Solo tenía a mi prima Alice y a mis tíos como familiares más cercanos y la relación que teníamos no era muy estrecha, yo me cerraba en mi mundo y no dejaba que nadie ingresara.Era imposible sobrepasar mi coraza.Mis padres fallecieron cuando el crucero en el que viajaban se hundió sin dar oportunidad a que se salvaran. Es por eso que yo con tan solo veintidós años tuve que hacerme cargo de la empresa familiar. Si bien no era tan joven —al menos ya había cumplido la mayoría de la edad— tuve que aprender todo el manejo rápidamente. Por suerte tenía a mi mano derecha y única amiga, Sue. Fue ella quien me ayudo a m
NARRA EMERSONHoy hacía exactamente seis años que habían fallecido mis padres. Su vacío se sentía en toda la casa y en todos los lugares en los que frecuentábamos.Ellos eran mi vida, los que me enseñaron como ser una buena persona y nunca sobrepasar a los demás por el puesto categórico que tenía nuestra pequeña gran familia —solo hablando económicamente, claro—. Es evidente que su enseñanza no la ponía en práctica, desde que partieron yo no hice otra cosa que denigrar a los otros, pero eso era lo que me salía, no podía tratar bien a nadie, estaba enojado con todos y odiaba a la vida por haberme quitado lo que más quería.—Emerson, no saliste de tu despacho en todo el día. Hoy es domingo —La suave, pero recriminadora voz de Verónica, me regañó.Ella era la única persona que conocía al Emerson real. Al que fui cuando mis padres aun vivían y no tuve que enfrentar todas las desgracias que luego me pasaron. Verónica fue la persona que me crio junto a mi madre y mi padre, así que para mí e
Narra Berenice:—Secretaría presidencial de la Corporación Harker. ¿En qué le puedo ayudar? —Pregunté educadamente a través del teléfono.—Pásame con Emerson —dijo una voz chillona en tono demandante.—Lo lamento, pero el señor Harker está en una reunión importante, será imposible que pueda atenderla.—¿Sabes con quien estás hablando? —contestó con tono enojado.Una más del montón, pensé.—Discúlpeme, pero… no lo sé —dije girando mis ojos y envolviendo el cable del teléfono entre mis dedos.—Soy Nereida Esposito, así que mejor que me atienda —demandó.—Lo lamento, pero eso no va a poder ser. Si quiere puede dejarme un mensaje y yo se lo comunico o pedir cita para hablar con él.—Yo no necesito sacar citas, buena para nada —volvió a decir enfadada y colgó.¡Qué carácter!Estaba acostumbrada a atender a estas mujeres, si es que se las podía llamar así. Emerson Harker también tenía fama de mujeriego. Pero solo eran mujeres de turno, nunca se le conoció ninguna pareja estable, solo conqui
Narra Emerson:Odiaba que mis empleados estén en otro lugar que no sea el suyo, es por eso que se lo hice saber a Stanley.Estaba hace más de una hora en mi oficina sin hacer algo en especial, y no era porque no tenía trabajo que hacer, sino porque solo mi mente no lograba concentrarse. La discusión que tuve ayer con Farrah me daba vueltas en la cabeza, quizás había sido injusto con ella, pero no me salía ser de otra forma. También reconocía que ella era muy importante en mi vida, desde que éramos pequeños la consideraba como la hermana que nunca tuve. Pero desde que decidí cambiar, los rastros del Emerson que fui desaparecieron.Unos gritos hicieron que alejara los pensamientos de mi cabeza y fijé mi mirada hacia donde provenía el barullo. Me paré y fui directo hacia la puerta para ver que sucedía, pero la voz de mi secretaria hizo que me quedara con el picaporte en la mano sin abrir la puerta.—¿Quién te crees que eres? Soy Nereida Esposito y nadie me prohíbe nada —dijo elevando el
NARRA BERENICERepacemos: Primero, me ayuda a juntar las cosas que se cayeron al suelo. Segundo, se disculpa. Tercero, me da la mañana libre de mañana y cuarto, se despide con un “hasta luego”.No sé qué será lo que pase por su cabeza, pero si quiere empezar a cambiar me alegro por él.Fui rápidamente hacia el maternal de Dante para recogerlo. Al parecer llegue un poco más temprano porque no había nadie afuera. Me senté a esperar en un banquito que había en el lugar y me puse a pensar como había cambiado mi vida en estos últimos tres años.Cuando me mudé a Chicago, los primeros días fueron un infierno. Cuando recibí una de las peores noticias de mi vida, decidí dejar todo atrás y mudarme junto a mi hermana. No tenía el valor suficiente para seguir viviendo en Forks, y mucho menos vivir con el recuerdo presente de las personas que mas amé y que ya no estaban conmigo.Había puesto en riesgo tanto mi salud como la de Dante. Estuve tan shockeada en ese momento, que no tomé consciencia en
NARRA EMERSONCuando llegué a mi casa sentí una sensación de libertad. No entendía bien que me pasaba hoy, ni tampoco quería descubrirlo por el bien de mi salud mental.Me metí a la ducha y estuve bajo el agua caliente por bastante tiempo.¿Estarían mis padres orgullosos por el que era hoy en día? La respuesta era fácil: estarían desilusionados. Ellos me habían enseñado muchísimas cosas y yo las dejé de lado. Actualmente, hacía todo al revés. Pero no podía ser de otra forma; todo el tiempo los recordaba y esforzaba mi mente para no olvidar ningún momento vivido junto a ellos. Me aferraba a lo único que me quedaba de ellos, el recuerdo.Salí del baño más confuso que antes. Me cambié y me fui hasta la cocina donde seguro estaría Veronica.—Qué guapo estas mi niño —halagó Veronica, una vez que llegué junto a ella—. ¿Sales hoy?—Sí, junto a James —respondí sirviéndome un vaso de jugo.Escuché un bufido detrás de mí.—No me gusta ese muchacho —dijo mi nana.—Solo vamos a salir —contesté re
NARRA BERENICE—¿Se conocen? —preguntó James, creo que así era su nombre.—Es mi secretaria —contestó mi jefe sin dejar de mirarme. Mis mejillas se tiñeron de rojo, su mirada fija me ponía nerviosa.—¿Por qué nunca me dijiste que tenías a una secretaria tan hermosa? —le dijo su amigo supongo, mirándome fijamente llevando los ojos hasta mi escote. Me removí incomoda y asqueada.Para mi suerte, apareció mi salvación… Rosario y Emmet venían hacia donde estaba.—¿Qué sucede? —preguntó mi cuñado con voz demandante. Yo rápidamente me paré, todavía sintiendo la vista de mi jefe sobre mí.—No te preocupes Ernest, no sucede nada —traté de calmarlo.—¿No nos presentas? —pidió el pesado del que estaba al lado del señor Harker.—Claro, el es mi jefe —señalé a Harker, Rosario elevó una ceja y Emmet se mantenía serio—. Y el es… discúlpame olvide tu nombre —me disculpé con el sujeto, me pareció haber visto una sonrisita en los labios de mi jefe.—Soy James, pero ya me retiro —fue lo último que dijo
NARRA EMERSON—¿Por qué tienes esa cara Emerson? —preguntó una preocupada Veronica cuando llegue a la mansión.—Me duele mucho la cabeza es todo. —Contesté masajeando mis sienes.—Solo a ti y ese bueno para nada de James se les ocurre ir a un boliche un lunes —me regañó, como la segunda madre que era.Ir a ese boliche fue una de las mejores cosas que hice en mucho tiempo. Me ayudó a despejar dudas y a conocer a personas simpáticas como Ernest y Rosario.La voz de Berenice todavía resonaba en mi cabeza: «Berenice me llaman mis más allegados» había dicho y sentí como me daba una patada en el medio del estómago, fue un claro: «me lo dicen las personas que están a mí alrededor, no tú», y por alguna extraña razón eso me dolió.Pero el comentario más hiriente fue: «pareciera que tratas con un anciano», esole había dicho a su hermana cuando llevamos las bebidas. Estaba consciente que más de uno pensaba lo mismo, pero escuchar salir de sus labios esa frase me cayó como un balde de agua helada