Gabriel se había convertido en mi mano derecha —luego de mi tío Michael—. Cuando se terminó se resolver todo lo pendiente a los Esposito, yo mismo había comprado su empresa para poder reconstruirla y encaminarla. No fue una tarea fácil, tuvimos que preocuparnos mucho por ello, pero pudimos sacarla adelante. Había nombrado a Gabriel como uno de los accionistas más importantes, contribuyendo a cumplir uno de sus sueños. Desde ese día, las cosas mejoraron. La corporación había crecido con respecto a los demás años y habíamos logrado expandirnos, aun más, por todos los Estados Unidos. Lamentablemente para Gabriel no todo fue color de rosas. Su madre —quien luchó y luchó sin cesar—, no pudo ganarle al cáncer y falleció hace dos años. Sus últimas palabras fueron de felicidad, asegurando que se iba en paz porque todo el daño que les causó a las personas que menos se lo merecían, había sido recompuesto, estaba feliz con ella misma por lograr remendar sus errores. Volvió a pedirle disculpas a
Solté una carcajada—. ¿Y yo? Estoy seguro que dejo un camino de babas cuando estoy detrás de ti. —Eso es asqueroso, señor Harker. —Es lo que usted provoca, señora Harker —besé sus anillos. Vimos a nuestros pequeños jugar, y una ola rompió fuertemente cerca de ellos haciendo que el agua llevara arrastrando a Lizzy. Mi cuerpo se tensó completamente y amagué a levantarme para salvar a mi pequeña, pero los brazos de Berenice me lo impidieron. La miré como si estuviera loca y solo señaló hacia donde estaba Elizabeth. Miré hacia allí y se reía abiertamente, haciendo que una ola de calmar se instalara en mi cuerpo. Se corrió el cabello mojado del rostro y sacudió sus rodillas para volver corriendo junto a sus hermanos. —De vez en cuando pueden arreglárselas solos, amor —me dijo Berenice quitando un mechón de cabello en mi frente—. Están creciendo y necesitan aventurar y valerse por sí mismos. —Pero solo tienen tres años —dije haciendo un puchero. Berenice se acercó a mí y tomó con sus
NARRA EMERSON No era el Grinch, ni odiaba la navidad ni mucho menos pero… ¿había que poner esas hermosas lucecitas por todos lados? Hasta soñaba con aquello, cerraba los ojos y veía parpadear luces verdes, rojas, azules y amarillas. ¡Estaba volviendo loco! Berenice era una loca obsesionada con los detalles navideños y los niños la secundaban con mucho ánimo. Muchas veces temí por mi seguridad, al imaginar que una mañana me levantaría y tendría un juego de luces en vez de mi corbata puesta en el cuello. Muy exagerado, lo sé. —Un poco a la izquierda —señaló mi ángel. ¿Dije que estaba a unos cuatro metros de altura colgando el hermoso —nótese el sarcasmo—, del reno Rudolf en el tejado de la casa? —Ahí está ¡perfecto! —chilló y dio brinquitos en su lugar. Bajé las escaleras y miré hacia arriba viendo los arreglos navideños. Había quedado muy bien, aunque en la noche cuando encendiéramos las luces iba a quedar mucho mejor. Me acerqué a Berenice y la rodeé con mis brazos a pesar de
El árbol estaba a medio armar, hacía dos días fuimos a la tienda a comprar el más grande que había. Aunque solo habíamos ido a comprar el bendito árbol, la cajuela del auto estuvo lleno de otros tipos de decoraciones y, por supuesto, que nadie se olvide de Rudolf. Desde que los pequeños vieron esa película se quedaron maravillados con ese simpático reno, hasta se habían declarado sus fans. Los niños jugaron con las guirnaldas, los globos, las luces… hasta por fin el árbol estuvo listo, solo había que colocar la estrella dorada de la punta. —Espera Emerson —dijo Berenice y fue en búsqueda de la cámara—. Ahora si —dijo y sonreí. Todos los años teníamos diferentes tradiciones en nuestra familia. Cada año, un integrante distinto era el asignado para colocar la estrella. El año pasado había sido Lizzy, y ahora era el turno de Tony. Alcé a Anthony en mis brazos y el apretó fuertemente la estrella en sus manitos. Soltó una hermosa carcajada y lo elevé hasta la punta del árbol. Con mi ay
NARRA BERENICE —¡Ma, ma, ma, ma! —canturreaba mi pequeño Tony pidiéndome más comida. Por más que lo mirara y mirara, me era imposible creer que estuviera con nosotros. Pasó todo tan rápido que apenas y nos habíamos hecho la idea de un nuevo integrante en la familia. Pero era verdad, él existía y llenaba nuestros días de alegría y ternura. Era el más mimado de la familia por ser el más pequeño, pero también había algunos altercados con sus hermanos. Tony siempre quería jugar con ellos, pero aún era muy chiquito y no entendía los juegos. Los mellizos no se caracterizaban por ser pacientes con él y el que siempre mediaba entre ellos era Dante. —¿Está rico? —le pregunté acercándole otra cucharada a su boca. Él asintió con una sonrisa clavando sus hermosas esmeraldas en mí. —Amor —elevé mi vista hacia Emerson—. ¿No crees que hay mucho silencio? —enarcó una ceja mirando a nuestro alrededor—. ¿Dónde están los niños? —Están jugando afuera, ¿Por qué? —Solo preguntaba —besó la frente de
Emocionada por sus palabras dejé a un lado la ensalada y la abracé fuertemente. Carol me hacia recordar mucho a mi madre, sobre todo cuando hablaba de forma tan dulce y maternal. Extrañaba horrores a Miriam, pero ella siempre estaría en mi corazón. —¡Apuren con las ensaladas, muero de hambre! —la estridente voz de Ernest quitó todo momento emotivo. Reí entre dientes y Carol acompañó mis risas. Volvimos a la gran mesa para llevar los alimentos que faltaban y cenamos los deliciosos pavos entre charlas y risas. Como era costumbre entre nosotros, luego de terminar de comer, comenzamos con las anécdotas e historias familiares. Tuvimos que contar las travesuras recientes de los niños para con el Volvo. Todos lo tomaron con humor, salvo Emerson, quien aun se mostraba acongojado. Por suerte teníamos a Nathan en la familia, quien se ofreció a dejar el coche como nuevo. Pasadas las diez de la noche, todos decidieron irse —o mejor dicho los niños los obligaron a hacerlo—, ya que esperaban la
8:35 de la mañana. ¡Por dios voy a llegar tarde otra vez! Sería la tercera vez en la semana, pero no era mi culpa; hacía todo lo que podía para llegar a tiempo, pero sinceramente no podía.—Vamos Dante se nos hace tarde —le dije a mi pequeño.—¿No vene tía Rosario, mami? —Me preguntó con su dulce vocecita.—No bebé, tía Rose está trabajando, vamos. —Le expliqué mientras guardaba sus pertenencias en su pequeña mochila.Salimos rápidamente del departamento y fuimos a la parada del autobús. Para mi suerte no tardó demasiado. Bajamos en la estación correspondiente y fuimos a paso rápido hasta el jardín maternal. Visualicé el reloj y eran las nueve de la mañana. ¡Genial!, a esta hora tendría que estar en la oficina.—Hola Berenice, hola Dante. —Nos saludó Antonella, su maestra.—Hola Antonella, te lo dejo, lo paso a buscar a las cinco y media —le dije a su maestra—. Adiós cielo luego paso por ti, pórtate bien, te quiero mucho —me agaché a su altura y me despedí dejándole un beso en el tope
NARRA EMERSONGloriosa, envidiable, llena de lujos y demás. Así describían muchos mi vida, pero no tenían ni la más pálida idea de cómo verdaderamente era.Era el dueño de una de las empresas hoteleras más grandes del mundo. Era multimillonario y tenía todo lo que quisiera.¿Pero de qué sirve tener tanto dinero cuando no lo puedes gastar con nadie?Era un hombre muy solitario. Solo tenía a mi prima Alice y a mis tíos como familiares más cercanos y la relación que teníamos no era muy estrecha, yo me cerraba en mi mundo y no dejaba que nadie ingresara.Era imposible sobrepasar mi coraza.Mis padres fallecieron cuando el crucero en el que viajaban se hundió sin dar oportunidad a que se salvaran. Es por eso que yo con tan solo veintidós años tuve que hacerme cargo de la empresa familiar. Si bien no era tan joven —al menos ya había cumplido la mayoría de la edad— tuve que aprender todo el manejo rápidamente. Por suerte tenía a mi mano derecha y única amiga, Sue. Fue ella quien me ayudo a m