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Gabriel se había convertido en mi mano derecha —luego de mi tío Michael—. Cuando se terminó se resolver todo lo pendiente a los Esposito, yo mismo había comprado su empresa para poder reconstruirla y encaminarla. No fue una tarea fácil, tuvimos que preocuparnos mucho por ello, pero pudimos sacarla adelante. Había nombrado a Gabriel como uno de los accionistas más importantes, contribuyendo a cumplir uno de sus sueños. Desde ese día, las cosas mejoraron. La corporación había crecido con respecto a los demás años y habíamos logrado expandirnos, aun más, por todos los Estados Unidos.

Lamentablemente para Gabriel no todo fue color de rosas. Su madre —quien luchó y luchó sin cesar—, no pudo ganarle al cáncer y falleció hace dos años. Sus últimas palabras fueron de felicidad, asegurando que se iba en paz porque todo el daño que les causó a las personas que menos se lo merecían, había sido recompuesto, estaba feliz con ella misma por lograr remendar sus errores. Volvió a pedirle disculpas a
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