Narra Berenice:
—Secretaría presidencial de la Corporación Harker. ¿En qué le puedo ayudar? —Pregunté educadamente a través del teléfono.
—Pásame con Emerson —dijo una voz chillona en tono demandante.
—Lo lamento, pero el señor Harker está en una reunión importante, será imposible que pueda atenderla.
—¿Sabes con quien estás hablando? —contestó con tono enojado.
Una más del montón, pensé.
—Discúlpeme, pero… no lo sé —dije girando mis ojos y envolviendo el cable del teléfono entre mis dedos.
—Soy Nereida Esposito, así que mejor que me atienda —demandó.
—Lo lamento, pero eso no va a poder ser. Si quiere puede dejarme un mensaje y yo se lo comunico o pedir cita para hablar con él.
—Yo no necesito sacar citas, buena para nada —volvió a decir enfadada y colgó.
¡Qué carácter!
Estaba acostumbrada a atender a estas mujeres, si es que se las podía llamar así. Emerson Harker también tenía fama de mujeriego. Pero solo eran mujeres de turno, nunca se le conoció ninguna pareja estable, solo conquistas. Era el soltero más codiciado en el ámbito empresarial y todas las revistas lo hacían saber, estaba en el ranking de los hombres jóvenes y solteros más apuestos. Pero con el carácter que tenía dudo que alguna mujer decente lo soporte.
Yo no podría, ni siquiera en chiste. Se me ponían los pelos de punta de solo pensarlo.
—¿Cómo estás? —me preguntó la voz de Jessica sacándome de mis cavilaciones.
—Renegando con las mujeres del jefe —contesté risueña.
—¡Oh, que pesadas! —Exclamó con burla—. Ten —extendió un sobre hacía mí, la miré enarcando una ceja—. Es la invitación para la fiesta de cumpleaños de Fernando.
—Muchas gracias —respondí, abriendo el sobre y sacando la tarjetita del interior—. Dante se va a poner muy feliz.
—Fernando también lo estará cuando lo vea —agregó sonriendo.
—No les pago para hacer sociales —dijo la voz dura del señor Harker—. Tu puesto es en administración —ahora se dirigió a Jessica y ella rápidamente se fue, casi corriendo sin levantar su vista del suelo—. ¿Alguna novedad? —preguntó, mirándome a mí.
—Llamó Nereida Esposito —contesté viendo mi anotador en donde había apuntado su nombre—. Pero no quiso dejarle ningún mensaje. —Lo miré y un suspiro salía de sus labios.
—Si vuelve a llamar ni te molestes en pasármela, puedes inventar cualquier excusa: que me fui a la China, lo que sea. —Ordenó y se dio la vuelta cerrando de un portazo la puerta de su oficina, cuando llegó allí.
Esta tarde estaba movida, demasiado agitada. Los grandes empresarios llamaban a cada rato pidiendo alguna reunión con mi jefe y haciendo que yo no tuviese tiempo ni para tomarme un vaso de agua.
Él era uno de los empresarios más importantes y poderosos. Tener algún tipo de contacto con él y cerrar algún contrato, establecía ingresos y prestigio asegurado.
En un tiempito libre comencé a investigar que se podía hacer en una fiesta de cumpleaños para un niño que solo cumplía tres años. No faltaba mucho para el cumpleaños de Dante y quería festejárselo, no una fiesta muy grande porque no teníamos suficiente dinero ni tampoco mucho espacio en el departamento, pero no quería que la fecha pasara sin festejarle algo.
Estaba tan concentrada buscando posibles salones de fiestas infantiles cerca de la zona por donde vivíamos que no me percaté que unas largas y cuidadas uñas rojas comenzaron a golpear la mesada de mi escritorio.
—Vengo a ver a Emerson —dijo una voz chillona parecida a la que hoy había atendido.
Llevé mi vista hasta ella y en mi interior rodé los ojos.
No había nada nuevo en ella: rubia platinada, ojos celestes y un cuerpo esbelto… eso sin agregar de los grandes y falsos pechos que amenazaban en quitarme los ojos con el botón de su blusa si me descuidaba.
—Tengo estrictas órdenes que no puedo dejar pasar a alguien, el señor Harker está ocupado —dije en tono educado y profesional.
—Yo no soy como les demás querida, así que avísale que estoy afuera. —Me miró desafiante, ahora golpeando su taco aguja en el suelo.
—Lo lamento, no va a poder ser.
—¿Quién te crees que eres? —Arrugó su ceño—. Soy Nereida Esposito y nadie me prohíbe nada – dijo elevando el tono de voz.
—Por mi puede ser hasta el mismo presidente, pero yo cumplo órdenes de mi jefe y él no puede ni quiere recibir a nadie —expliqué ya con un tono cansado de voz, mi paciencia se estaba esfumando.
—Que mal educada, esto Eddie lo va a saber —volvió a decir chillando.
Cuando vio que no le hacía caso, tiró el lapicero que estaba en la punta del escritorio haciendo un ruido muy fuerte.
—¿Pero qué hace? —Pregunté, usé todas mis fuerzas para no insultarla—. Ahora lo va a juntar usted —señalé el desparramé de lápices, sin poder ocultar el enfado en mi voz.
—Es usted la empleaducha y algún día voy a ser la ama y señora de este lugar. Que no te quepan dudas, simplona… que lo primero que voy a hacer cuando esté al mando será despedirte —contestó con aires de suficiencia.
Cuando iba a contestarle salió el señor Harker de su despacho con cara de enfado.
—¿Qué haces aquí Nereida? Creo haberte dejado claro que no quería saber nada más de ti —dijo mi jefe con cara seria y voz dura.
—Eddie, tu secretaria me trató mal. ¡Despídela!
¿Perdón? ¿Qué carajos…?
—Escuché todo y Berenice nunca te faltó el respeto; Ella está cumpliendo las órdenes que le doy y tú no eres nadie para decirme que hacer —escupió furioso.
—No puedo creerlo. ¿Te pones a favor de una simplona como ella?
—No voy a permitir que le faltes el respeto. Ahora junta todo lo que tiraste —ordenó entre dientes.
—No pienso juntarlo, me la vas a pagar Emerson. Luego de la noche tan placentera que te di —le dijo poniéndose de forma tal que se le noté su escote.
¡Cuidado con el botón!
—De placentera no tuvo nada —contestó el imperturbable de mi jefe y yo apreté los labios para aguantar la risa. Nereida largó un gruñido de frustración y se fue, no sin antes patear aún más los lápices que se cayeron.
Miré a mi jefe y él solo rodó los ojos. Me pareció haberle visto una fugaz sonrisa, deseché ese pensamiento rápidamente, eso era imposible él nunca sonreía. Sin embargo, me había defendido, lo conozco desde hace tiempo, y jamás había defendido a nadie, pero a mí, me ha defendido.
Me levanté de mi lugar y me fui hasta delante del escritorio para juntar lo que se había caído. Había puesto la mayoría dentro del lapicero cuando unas manos me pasaron los que faltaban. Miré hacia arriba y estaba ahí el gran Emerson Harker de rodillas en el piso al igual que yo, juntando lo que se había caído. Lo miré confundida y con los ojos como platos. Él solo se encogió de hombros y colocó los lápices restantes en el lapicero al ver que yo no tenía reacción.
Me había quedado como tiesa como una roca.
—Lamento la escena —dijo y se levantó. Sacudió sus rodillas e ingresó nuevamente en su oficina.
Yo me quedé confundida sin asimilar lo que había pasado.
Sabía que no tendría que ser nada raro que alguien te ayudara a juntar las cosas tiradas en el piso, pero en Emerson Harker era muy raro. Nunca hacía ese tipo de cosas y mucho menos disculparse de alguien.
En ese gesto había demostrado su parte humana, y eso me agradó.
Narra Emerson:Odiaba que mis empleados estén en otro lugar que no sea el suyo, es por eso que se lo hice saber a Stanley.Estaba hace más de una hora en mi oficina sin hacer algo en especial, y no era porque no tenía trabajo que hacer, sino porque solo mi mente no lograba concentrarse. La discusión que tuve ayer con Farrah me daba vueltas en la cabeza, quizás había sido injusto con ella, pero no me salía ser de otra forma. También reconocía que ella era muy importante en mi vida, desde que éramos pequeños la consideraba como la hermana que nunca tuve. Pero desde que decidí cambiar, los rastros del Emerson que fui desaparecieron.Unos gritos hicieron que alejara los pensamientos de mi cabeza y fijé mi mirada hacia donde provenía el barullo. Me paré y fui directo hacia la puerta para ver que sucedía, pero la voz de mi secretaria hizo que me quedara con el picaporte en la mano sin abrir la puerta.—¿Quién te crees que eres? Soy Nereida Esposito y nadie me prohíbe nada —dijo elevando el
NARRA BERENICERepacemos: Primero, me ayuda a juntar las cosas que se cayeron al suelo. Segundo, se disculpa. Tercero, me da la mañana libre de mañana y cuarto, se despide con un “hasta luego”.No sé qué será lo que pase por su cabeza, pero si quiere empezar a cambiar me alegro por él.Fui rápidamente hacia el maternal de Dante para recogerlo. Al parecer llegue un poco más temprano porque no había nadie afuera. Me senté a esperar en un banquito que había en el lugar y me puse a pensar como había cambiado mi vida en estos últimos tres años.Cuando me mudé a Chicago, los primeros días fueron un infierno. Cuando recibí una de las peores noticias de mi vida, decidí dejar todo atrás y mudarme junto a mi hermana. No tenía el valor suficiente para seguir viviendo en Forks, y mucho menos vivir con el recuerdo presente de las personas que mas amé y que ya no estaban conmigo.Había puesto en riesgo tanto mi salud como la de Dante. Estuve tan shockeada en ese momento, que no tomé consciencia en
NARRA EMERSONCuando llegué a mi casa sentí una sensación de libertad. No entendía bien que me pasaba hoy, ni tampoco quería descubrirlo por el bien de mi salud mental.Me metí a la ducha y estuve bajo el agua caliente por bastante tiempo.¿Estarían mis padres orgullosos por el que era hoy en día? La respuesta era fácil: estarían desilusionados. Ellos me habían enseñado muchísimas cosas y yo las dejé de lado. Actualmente, hacía todo al revés. Pero no podía ser de otra forma; todo el tiempo los recordaba y esforzaba mi mente para no olvidar ningún momento vivido junto a ellos. Me aferraba a lo único que me quedaba de ellos, el recuerdo.Salí del baño más confuso que antes. Me cambié y me fui hasta la cocina donde seguro estaría Veronica.—Qué guapo estas mi niño —halagó Veronica, una vez que llegué junto a ella—. ¿Sales hoy?—Sí, junto a James —respondí sirviéndome un vaso de jugo.Escuché un bufido detrás de mí.—No me gusta ese muchacho —dijo mi nana.—Solo vamos a salir —contesté re
NARRA BERENICE—¿Se conocen? —preguntó James, creo que así era su nombre.—Es mi secretaria —contestó mi jefe sin dejar de mirarme. Mis mejillas se tiñeron de rojo, su mirada fija me ponía nerviosa.—¿Por qué nunca me dijiste que tenías a una secretaria tan hermosa? —le dijo su amigo supongo, mirándome fijamente llevando los ojos hasta mi escote. Me removí incomoda y asqueada.Para mi suerte, apareció mi salvación… Rosario y Emmet venían hacia donde estaba.—¿Qué sucede? —preguntó mi cuñado con voz demandante. Yo rápidamente me paré, todavía sintiendo la vista de mi jefe sobre mí.—No te preocupes Ernest, no sucede nada —traté de calmarlo.—¿No nos presentas? —pidió el pesado del que estaba al lado del señor Harker.—Claro, el es mi jefe —señalé a Harker, Rosario elevó una ceja y Emmet se mantenía serio—. Y el es… discúlpame olvide tu nombre —me disculpé con el sujeto, me pareció haber visto una sonrisita en los labios de mi jefe.—Soy James, pero ya me retiro —fue lo último que dijo
NARRA EMERSON—¿Por qué tienes esa cara Emerson? —preguntó una preocupada Veronica cuando llegue a la mansión.—Me duele mucho la cabeza es todo. —Contesté masajeando mis sienes.—Solo a ti y ese bueno para nada de James se les ocurre ir a un boliche un lunes —me regañó, como la segunda madre que era.Ir a ese boliche fue una de las mejores cosas que hice en mucho tiempo. Me ayudó a despejar dudas y a conocer a personas simpáticas como Ernest y Rosario.La voz de Berenice todavía resonaba en mi cabeza: «Berenice me llaman mis más allegados» había dicho y sentí como me daba una patada en el medio del estómago, fue un claro: «me lo dicen las personas que están a mí alrededor, no tú», y por alguna extraña razón eso me dolió.Pero el comentario más hiriente fue: «pareciera que tratas con un anciano», esole había dicho a su hermana cuando llevamos las bebidas. Estaba consciente que más de uno pensaba lo mismo, pero escuchar salir de sus labios esa frase me cayó como un balde de agua helada
NARRA BERENICEPor fin era sábado a la tarde, solo faltaban diez minutos y podría ir a mi hogar. La mayoría de mis compañeros de trabajo se estaban yendo y yo no veía la hora de estar con mi hijo. Estaba juntando mis cosas cuando el intercomunicador comenzó a sonar.—Ven, Berenice —llamó mi jefe con una voz rara, algo andaba mal.Fui hasta su oficina, como no contestaba del otro lado, entré igualmente. Me quedé parada en la puerta y vi a mi jefe recostado sobre su escritorio escondiendo su rostro con sus grandes manos.—¡Señor Harker! —Exclamé sorprendida yendo hacia su lado—. ¿Qué le sucede? —pregunté preocupada.Como un acto reflejo, llevé una de mis manos hacia su frente, estaba ardiendo de fiebre. Lo observé con más detenimiento y su rostro estaba bañado en sudor y sus mejillas sonrojadas.—Está volando en fiebre —le dije preocupada—. ¿Puede pararse? —necesitaba sacarlo de acá y llevarlo hasta su casa.Él levantó su cabeza y me miró intensamente a los ojos.—Tienes unos ojos hermo
NARRA EMERSONSentía como si estuviera flotando por los aires, envuelto en un clima caluroso. Estaba muy cómodo en donde sea que me encontraba y había un exquisito aroma. Sentí un pequeño estremecimiento pero no era capaz de abrir mis ojos, estaba muy cansado y solo quería dormir.Podrían haber pasado horas, días o meses. No era consciente de nada de lo que pasaba a mí alrededor. Escuché muy lejanamente el sonido de mi celular.Abrí lentamente los ojos y me sentí desorientado. No tenía idea en donde estaba. Lo último que recordaba era estar con Berenice en mi oficina y luego en el auto a punto de besarla. Abrí desmesuradamente los ojos, no podría haber querido besarla, estaría delirando por la fiebre. Sí, eso tenía que ser.Sentí que la puerta se abría pero no ingreso nadie a la habitación.—Abió los ojitos señod etraño —me sobresaltó la voz de un niño de no más de tres años. ¿De dónde había salido? —. Mami dice que esta enfermito. ¿Es vedad? —Preguntó trepándose a la cama y se sentó
NARRA BERENICE—Cariño, despierta —traté de despertar a mi dormido hijo, por decimocuarta vez.—¿Tarea difícil? —preguntó una profunda voz a mis espaldas.Cuando me di vuelta, un despreocupado Emerson venia hacia mi lado.—Despertar a Dante es una tarea casi imposible, tiene el sueño muy pesado —respondí con una sonrisa—. ¿Te sientes mejor?—Muchísimo mejor, gracias otra vez —respondió—. ¿Me puedes dar las llaves del auto? Ya es hora que regrese a mi casa —colocó sus manos en los bolsillos de su pantalón.—¡Oh, claro! —exclamé y fui hasta el mueble para darle lo que me pidió—. Ten.—Gracias de nuevo, déjale un saludo a Dante de mi parte —señaló con su cabeza a dijo a mi hijo dormido profundamente.—Claro, te acompaño a la puertaTomamos el ascensor y nos fuimos hacia la puerta del edificio. El coche estaba aparcado exactamente en el mismo lugar que lo dejé ayer.—Nos vemos mañana, Berenice. —Comenzó a despedirse—. No tengo palabras para agradecerte, hasta luego.Asentí con la cabeza e