Los antiguos hablaban de un lobo nacido bajo el aliento de la luna. Un ser distinto a todos los demás, con un propósito que lo trascendía: proteger a su especie y restaurar el equilibrio de la tierra.
No era solo una bestia de colmillos afilados y fuerza sobrenatural. Era la encarnación de la voluntad de la naturaleza, un espíritu ligado a los bosques y montañas, al río y al viento. Su sangre no era solo lobuna, sino un eco de los dioses primordiales, aquellos que crearon el mundo antes de que la humanidad lo reclamara.
Sin embargo, los humanos nunca comprendieron.
Hubo un tiempo en que los lobos y los humanos compartieron el mundo sin necesidad de violencia. Los bosques eran vastos, los ríos corrían libres y el equilibrio se mantenía. Los lobos no eran simplemente depredadores: eran los guardianes de la vida misma.
Pero los humanos olvidaron su lugar. Se expandieron sin medida, talaron los bosques, secaron los ríos, mataron más de lo necesario. El equilibrio se rompió.
Cuando los lobos intentaron detenerlos, los humanos sintieron rabia. Y la rabia los llevó a la guerra.
Los humanos no sabían la verdad. No sabían que los lobos podían adoptar forma humana y caminar entre ellos sin ser detectados. Solo los veían como bestias salvajes que amenazaban su dominio. Y en su afán por protegerse, buscaron erradicarlos.
El Alfa Eterno se alzó para proteger a su gente. Durante siglos, luchó en cada batalla, resurgiendo cada vez que su especie era empujada al borde de la extinción. Nunca envejecía. Nunca moría.
Por eso los humanos comenzaron a temerle más que a ningún otro ser.
Los humanos sabían que un lobo normal era peligroso. Pero un lobo inmortal, un Alfa que había sobrevivido a siglos de guerra y persecución, era un desafío imposible… a menos que se usaran la estrategia adecuada.
Al principio, no creían en la leyenda del Alfa eterno, pero cuando intentaron matarlo, no pudieron. Se regeneró, una y otra vez, protegiendo a los suyos.
Tenían que atraparlo, tenían que hallar una manera. Por lo tanto, su persecución no fue una cacería común. No bastaban los fusiles, las trampas o las redes convencionales. Necesitaban algo diseñado específicamente para una criatura como él.
Los científicos y militares pasaron años recopilando información sobre su paradero, basándose en leyendas, avistamientos esporádicos y testimonios de los pocos que habían logrado verlo y sobrevivir para contarlo. Sabían que no podían enfrentarlo directamente. No tenía poderes mágicos, pero su velocidad, su fuerza y su regeneración lo convertían en un enemigo imbatible en combate cuerpo a cuerpo.
Así que idearon una trampa. No una que lo matara, sino que lo debilitara lo suficiente para capturarlo.
En lo más profundo del bosque, los humanos usaron un cebo irresistible: sangre de su propia especie.
Sabían que el Alfa eterno jamás ignoraría la presencia de otro lobo herido. Utilizando la sangre de un lobo que habían capturado, lograron atraer al inmortal hasta el lugar en donde lo esperaban.
Todo estaba cuidadosamente preparado. El suelo había sido rociado con un veneno especial, diseñado con compuestos extraídos de la misma biología lobuna, que no lo mataría, pero sí ralentizaría su capacidad de regeneración.
En cuanto el lobo dorado entró en la zona, los explosivos se activaron. No eran simples bombas, sino cargas sónicas diseñadas para aturdir sus sentidos hipersensibles. El rugido ensordecedor hizo que el lobo cayera sobre sus patas, aturdido.
Aun así, peleó.
A pesar del veneno debilitándolo, a pesar del sonido que destrozaba sus oídos, se lanzó contra sus atacantes con la furia de un dios caído.
Uno. Dos. Tres soldados fueron destrozados en segundos. Pero ellos estaban preparados.
Las redes se dispararon desde las sombras. No eran redes comunes, sino hechas de una aleación reforzada con plata y un compuesto que quemaba su piel con el contacto. Aunque no podía morir, la agonía era real.
Luchó con todas sus fuerzas, tratando de desgarrar la malla con sus garras, pero cada corte que esa red le provocaba se regeneraba más lento que el anterior.
Entonces, llegó el golpe final.
Una jeringa, tan grande como un puñal, fue clavada en su cuello. Dentro contenía un sedante experimental, una mezcla de neurotoxinas modificadas específicamente para su fisiología. Su mente comenzó a nublarse. Sus extremidades se sintieron pesadas.
Su visión se tornó borrosa mientras caía al suelo, jadeante.
Lo último que vio antes de perder el conocimiento fueron los ojos fríos de un soldado humano que lideró la emboscada.
—Bienvenido a tu jaula, bestia.
Y así, el lobo eterno fue capturado. No por la fuerza, sino por la astucia. No porque fuera débil, sino porque los humanos lo habían estudiado hasta encontrar su única vulnerabilidad: la misericordia.
Lo arrastraron, lo encadenaron, lo llevaron a las profundidades del Laboratorio Delta-7.
Y allí comenzó su verdadera tortura.
Los humanos sabían que no podían matarlo. Así que decidieron hacer algo peor.
Lo convirtieron en su conejillo de indias.
Día tras día, probaban sobre él las armas más destructivas jamás creadas. Armas de fuego, explosivos, toxinas diseñadas para desgarrar la carne y romper los huesos. Cada vez que su cuerpo se regeneraba, lo destruían de nuevo. No querían solo estudiarlo. Querían crear la forma definitiva de erradicar a su especie.
El Alfa Eterno, la criatura destinada a salvar a los suyos, ahora era la herramienta más valiosa para aprender cómo destruirlos por completo.
Los lobos que aún quedaban en el mundo lobuno sabían lo que le había sucedido. Muchos quisieron ir al mundo humano a rescatarlo. Pero el Laboratorio Delta-7 no era una fortaleza común. Era una jaula construida específicamente para contener a cualquier criatura que fuese encerrada allí.
El lugar estaba enterrado bajo toneladas de concreto y acero. Vigilado por soldados, protegido por tecnología humana. Los lobos eran poderosos, pero no lo suficiente como para enfrentarse a todo un ejército.
Y así, los meses pasaron.
El Alfa Eterno seguía atrapado en su infierno personal. La criatura que nunca pudo morir estaba destinada a vivir su peor agonía una y otra vez.
Desde que tenía memoria, Somali nunca encajó.No era solo una sensación pasajera, un malestar común de la infancia o la adolescencia. Era una certeza. Desde que era niña, había sentido que su existencia se desarrollaba en una frecuencia diferente a la de los demás. Sus sentidos eran demasiado agudos, su instinto demasiado fuerte, su percepción del mundo demasiado intensa.Los sonidos eran más nítidos para ella, los olores más penetrantes, las luces más cegadoras. Podía escuchar conversaciones en susurros al otro lado de la habitación, distinguir ingredientes en una comida con solo olerla, notar cambios imperceptibles en el comportamiento de la gente.Pero eso solo la volvió extraña ante los ojos de los demás."Qué rara es.""¿Cómo lo escuchó si no lo dije tan fuerte?""Ella no es normal."Creció aislada, observando más que participando, escuchando más que hablando. Aprendió a fingir, a modular sus reacciones, a pretender que era como los demás. Pero en su interior, siempre supo que no
Desde aquella noche, Somali no pudo dejar de vigilarlo. Día y noche, sin importar la hora, siempre encontraba un momento para observarlo, incluso en la madrugada. Pero no volvió a ver a aquel hombre que se había aparecido en la habitación. Solo veía un lobo. Un lobo eterno.Esto la frustraba profundamente. ¿Realmente se estaba volviendo loca? ¿Acaso todo lo que veía dentro de ese laboratorio la estaba afectando más de lo que creía? No podía entender cómo había sido capaz de dejarse engañar por su propia imaginación. Se preguntó una y otra vez si todo lo que había presenciado aquella vez fue real o si simplemente lo había soñado.Durante mucho tiempo, siguió observándolo sin encontrar ninguna señal de que lo que había visto antes hubiera sido cierto. Ni una sola vez volvió a ver a ese hombre. Y empezó a pensar que tal vez lo había imaginado, que su mente le había jugado una trampa en medio de la noche, que todo había sido producto del cansancio o de un sueño demasiado vívido.Pero ento
Desde aquella noche, Somali no dejó de visitar al Sujeto Alfa. No importaba cuán tarde fuera, si tenía sueño o si el cansancio pesaba sobre sus hombros, pues siempre encontraba una excusa para ir a verlo. Aunque él nunca volvió a transformarse en humano ante sus ojos, aunque nunca le habló ni le dio señales de entender sus palabras, ella continuó con su rutina de contarle todo.Le hablaba de su día en el laboratorio, de lo monótono y aburrido que era su trabajo, de la frustración que sentía cada vez que lo veía sufrir bajo los experimentos. Le confesaba que no sabía si su presencia le hacía bien o mal, si sus palabras significaban algo para él o si simplemente hablaba para desahogarse con un lobo que no tenía opción más que escucharla. Pero cada vez que veía sus ojos dorados fijos en ella, inmóviles pero atentos, sentía en el fondo de su corazón que sí la entendía, que sí la escuchaba, aunque jamás pudiera responderle.Con el tiempo, el Sujeto Alfa se convirtió en una presencia esenci
Hundió su rostro en su grueso pelaje, sintiendo su calor, su presencia. Era enorme, imponente, mucho más grande que cualquier lobo ordinario, pero en ese momento, para ella, se sentía como un refugio, como la única cosa en el mundo que tenía sentido.Y en ese abrazo silencioso, en medio de la oscuridad del laboratorio, Somali supo que nunca más lo dejaría solo.Sin darse cuenta, Somali se quedó dormida allí, en la habitación del Sujeto Alfa. Su cuerpo, agotado por el estrés y la angustia de los últimos días, cedió sin resistencia al sueño. La calidez del lobo, su presencia imponente y silenciosa, la envolvieron como un refugio en medio de un mundo cruel. No supo cuánto tiempo pasó, solo que en algún momento la oscuridad del sueño la arrastró sin pedir permiso.Pero, de repente, en algún punto de la madrugada, se despertó.No fue un despertar brusco, sino un deslizarse lento fuera del letargo, como si su mente luchara por aferrarse al sueño mientras la realidad la reclamaba. Sus párpad
Horas después, decidió volver a la sala del lobo. Necesitaba verlo. Sin embargo, cuando llegó, se encontró con la habitación vacía. El pánico la golpeó de inmediato.—¿Dónde está? —soltó para sí misma.Antes de que pudiera hacer más preguntas, la llamaron para una reunión privada. Al entrar en la oficina, se encontró con varios de los científicos principales, entre ellos Henry, y vio las expresiones de desaprobación en sus rostros.—Hemos revisado las cámaras del pasillo —expuso Henry—. Sabemos que ha estado visitando al Sujeto Alfa de madrugada.Somali sintió que su estómago se encogía. Dentro de la habitación no había cámaras, pero las cámaras del pasillo no mentían.—No entiendo…—Sí lo entiende. Ante era una empleada modelo, pero últimamente su comportamiento ha sido… inaceptable. Ha demostrado ser demasiado sensible, y en este lugar no hay espacio para la compasión ni para los débiles.—Pero… yo…—No hay más que hablar. Tiene tres días para recoger sus cosas. Su salida ya está en
El Laboratorio Delta-7 no era un sitio común. Oculto en las profundidades de la ciudad humana, bajo toneladas de concreto y acero, albergaba uno de los secretos mejor guardados del mundo: el lobo inmortal.Los científicos no conocían su nombre, solo lo llamaban Sujeto Alfa. No sabían que no era solo un lobo, sino una criatura más antigua que sus propias civilizaciones.Los guardias del laboratorio se jactaban de haber atrapado a la bestia más peligrosa de la historia, el lobo de la leyenda, el Alfa eterno, el salvador de su especie. Pero en lugar de liderar a su pueblo, ahora yacía en una habitación de cuatro paredes blancas, sometido a pruebas que lo destruían una y otra vez… solo para verlo sanar, solo para comprobar lo que ya sabían: no podían matarlo.El frío de la habitación era insoportable y el hedor a sangre y pólvora impregnaba el aire. En el centro, sujeto con cadenas de acero reforzadas con plata, yacía el lobo de la leyenda.Su pelaje dorado estaba cubierto de llagas abier