Desde que tenía memoria, Somali nunca encajó.
No era solo una sensación pasajera, un malestar común de la infancia o la adolescencia. Era una certeza. Desde que era niña, había sentido que su existencia se desarrollaba en una frecuencia diferente a la de los demás. Sus sentidos eran demasiado agudos, su instinto demasiado fuerte, su percepción del mundo demasiado intensa.
Los sonidos eran más nítidos para ella, los olores más penetrantes, las luces más cegadoras. Podía escuchar conversaciones en susurros al otro lado de la habitación, distinguir ingredientes en una comida con solo olerla, notar cambios imperceptibles en el comportamiento de la gente.
Pero eso solo la volvió extraña ante los ojos de los demás.
"Qué rara es."
"¿Cómo lo escuchó si no lo dije tan fuerte?"
"Ella no es normal."
Creció aislada, observando más que participando, escuchando más que hablando. Aprendió a fingir, a modular sus reacciones, a pretender que era como los demás. Pero en su interior, siempre supo que no pertenecía.
El único lugar donde encontró sentido fue en la ciencia. Si no podía entenderse a sí misma, al menos podía comprender la lógica del mundo que la rodeaba.
Por eso, cuando la oportunidad de trabajar en Delta-7 surgió, la tomó. No fue fácil. El laboratorio era un lugar de acceso restringido, reservado solo para las mentes más brillantes y las voluntades más implacables. Somali era ambas cosas.
Y así, después de años de esfuerzo, entró.
Pero nunca imaginó lo que encontraría dentro.
Pudo sobrellevarlo bien los primeros años, pero desde el primer día en que vio al Sujeto Alfa, sintió algo extraño en su interior. No era simple curiosidad científica ni el horror común de ver a un ser vivo encerrado. Era familiaridad.
Nunca había entrado a su habitación, nunca había estado lo suficientemente cerca para tocarlo, pero lo observaba desde detrás del vidrio reforzado del área de contención. Miraba, estudiaba… y sentía.
Sentía que lo conocía.
No podía explicarlo, pero cada vez que lo veía atado, cuando escuchaba sus gruñidos o veía sus heridas cerrarse solo para ser abiertas de nuevo… algo en su pecho se encogía de una manera que no podía ignorar, como si estuviera presenciando la tortura de alguien cercano. Alguien que alguna vez fue parte de ella.
La tortura en el laboratorio no era una simple serie de pruebas. Era una masacre repetida.
El Sujeto Alfa estaba expuesto a todas las armas imaginables, porque su cuerpo era el experimento definitivo.
Bombas. Lo encerraban en una cámara blindada, activaban explosivos de diferente potencia y luego entraban a ver qué tanto había resistido. A veces quedaba reducido a cenizas, pero siempre regresaba.
Descargas eléctricas. Querían saber si su regeneración se detenía con daño neurológico. Lo electrocutaban hasta que su cuerpo convulsionaba, pero su corazón jamás se detenía por completo.
Mutilaciones. Le cortaban extremidades. Patas, cola, orejas, lengua. Solo para ver cuánto tardaban en regenerarse. Algunas veces lo dejaban en ese estado por horas, solo por curiosidad mórbida.
Armas de fuego. Cada tipo de bala había sido probada en él. Desde plomo hasta tungsteno, desde venenos hasta balas diseñadas para fragmentarse dentro del cuerpo.
Fuego. Lo habían quemado vivo. Más de una vez.
Pero lo peor, lo más aterrador, era la indiferencia con la que se realizaban esas pruebas.
Para la mayoría de los científicos y soldados en Delta-7, él no era un ser vivo. Solo era un recurso. Un recurso valioso.
Somali no debía involucrarse. No debía sentir nada. Pero cuando lo veía allí, cubierto de sangre y cicatrices, con su respiración pesada y sus ojos dorados ardiendo en llamas, sentía un dolor en el pecho que no podía hacer caso omiso.
*****
Somali y el resto del personal vivían allí, a excepción de los altos mandos que no frecuentaban mucho aquel lugar. No existía la opción de entrar y salir con libertad. Era un mundo cerrado, un lugar hermético donde el sol era solo un recuerdo y la realidad se reducía a pasillos fríos, luces blancas artificiales y el zumbido interminable de las máquinas monitoreando cada experimento.
Y cierta noche, Somali no podía dormir.
Cada vez que cerraba los ojos, veía la imagen del Sujeto Alfa destrozado en la cámara de pruebas. Su carne desgarrada, el olor a sangre en el aire, sus ojos dorados ardiendo con un odio imposible de extinguir, era difícil de olvidar.
Después de horas dando vueltas en la cama y sintiendo que su mente se ahogaba en pensamientos oscuros, se levantó.
Sin saber por qué, sin siquiera decidirlo conscientemente, sus pies la llevaron a aquella habitación.
El pasillo estaba en penumbras, silencioso, excepto por el sonido lejano de la ventilación y el eco de sus propios pasos sobre el suelo pulido.
A esa hora no había pruebas, no había científicos tomando notas ni nadie supervisando. Solo el vidrio reforzado que separaba a la bestia de sus carceleros.
Cuando llegó a la zona de observación, su mirada se dirigió instintivamente a la habitación del Sujeto Alfa.
Y entonces lo vio.
No al lobo. No a la criatura encadenada que había visto ser torturada durante meses.
Sino a un hombre. Un hombre de cabello dorado.
Su cuerpo estaba parcialmente cubierto por las sombras, tendido sobre el suelo frío, con una gruesa cadena alrededor de su cuello. No podía ser real.
El corazón de Somali se desbocó. Sus manos se aferraron al vidrio. Su mente gritaba que esto no tenía sentido.
El Sujeto Alfa era un lobo, no un hombre. Pero ahí estaba. Respirando.
Somali sintió que su piel se erizaba con una sensación que no podía describir. Terror. Fascinación. Confusión.
No debería estar viendo esto. No debería siquiera considerar lo que su cerebro le decía, pero su cuerpo se movió antes de que pudiera detenerse. Entonces, colocó el código de la puerta y la abrió.
Luego, avanzó con pasos vacilantes, sintiendo el aire helado del cuarto envolverla. Por otro lado, el hombre no se movió.
Parecía dormido, o tal vez inconsciente.
—Oye… —murmuró ella, pero el hombre no respondió.
Somali se acercó un poco más. Su piel pálida tenía algo de sangre y su cabello dorado caía en mechones revueltos sobre su rostro.
—¿Por qué estás aquí? —preguntó, sintiendo cómo su garganta se cerraba.
¿Quién era él? ¿Cómo había llegado ahí?
De pronto, el hombre abrió los ojos, a lo que Somali contuvo el aliento.
Aquellos iris eran dorados, iguales a los del Sujeto Alfa.
Él la miró con algo más que sorpresa. La miró como si la reconociera.
—Tú… —articuló él, a lo que el pecho de Somali se apretó con una fuerza inexplicable.
No. Esto no tenía sentido. Su instinto le gritó que algo estaba mal, que esto era imposible.
Se giró bruscamente, con la intención de correr hacia la puerta y llamar a sus superiores. Pero antes de que pudiera hacerlo, una mano firme la sujetó.
Una mano grande y fuerte cubrió su boca, impidiéndole gritar.
El contacto era ardiente, casi abrasador. Su piel contra la de él. Su respiración contra la de ella.
—Tú eres… —intentó decir algo, pero las palabras murieron en su garganta.
El corazón de Somali golpeaba su pecho con una violencia aterradora. No podía moverse. No podía pensar, y, por un instante, el tiempo se congeló. Pero luego reaccionó.
Con un movimiento desesperado, apartó su mano de su boca y se alejó de un salto. Se lanzó hacia la puerta, la cerró tras de sí y presionó el botón rojo. La alarma de emergencia rompió el silencio del laboratorio.
A los pocos minutos, los superiores llegaron corriendo.
—¿Qué ocurre, Dra. Haudenschild? —preguntó Henry que estaba acompañado de varios de sus colegas.
Somali apenas podía respirar. Todavía sentía la sensación de aquella mano sobre su piel.
—¡Hay un hombre ahí! —exclamó, señalando la habitación—. ¡No es el Sujeto Alfa! ¡Hay un hombre de cabello dorado dentro de la habitación!
Los superiores intercambiaron miradas antes de volverse hacia el vidrio. Pero lo único que vieron fue al lobo, en el mismo lugar de siempre. Encadenado.
—No… no puede ser —Somali retrocedió un paso—. ¡Estaba ahí! Lo vi. Habló. Me tocó. ¡Estaba ahí!
Henry suspiró con cansancio y se volvió hacia ella.
—Dra. Haudenschild, escuche —agregó—. ¿Usted sabe cuántas personas han trabajado en Delta-7 y han terminado viendo cosas que no existen?
Otro científico intervino, con una expresión de escepticismo.
—Ya hemos oído rumores extraños sobre usted, que tiende a ser una mujer algo… desequilibrada mentalmente.
En ese instante, Somali apretó los puños tan fuertes que sus nudillos se pusieron blancos.
—No estoy loca —se defendió, pues sabía de qué rumores hablaba.
—Evidentemente no se puede creer en rumores —agregó Henry—. Hemos revisado su expediente psiquiátrico. Usted pasó todas las pruebas, es una mujer sana y brillante. Pero si esto está afectándola… —la miró con severidad—. Si no tiene un estómago lo suficientemente fuerte para este trabajo, debería considerar presentar su renuncia.
El silencio cayó sobre aquel sitio y Somali los miró a todos, sintiendo una desesperación sofocante. Sabía lo que había visto, pero estaba claro que nadie le creería.
Desde aquella noche, Somali no pudo dejar de vigilarlo. Día y noche, sin importar la hora, siempre encontraba un momento para observarlo, incluso en la madrugada. Pero no volvió a ver a aquel hombre que se había aparecido en la habitación. Solo veía un lobo. Un lobo eterno.Esto la frustraba profundamente. ¿Realmente se estaba volviendo loca? ¿Acaso todo lo que veía dentro de ese laboratorio la estaba afectando más de lo que creía? No podía entender cómo había sido capaz de dejarse engañar por su propia imaginación. Se preguntó una y otra vez si todo lo que había presenciado aquella vez fue real o si simplemente lo había soñado.Durante mucho tiempo, siguió observándolo sin encontrar ninguna señal de que lo que había visto antes hubiera sido cierto. Ni una sola vez volvió a ver a ese hombre. Y empezó a pensar que tal vez lo había imaginado, que su mente le había jugado una trampa en medio de la noche, que todo había sido producto del cansancio o de un sueño demasiado vívido.Pero ento
Desde aquella noche, Somali no dejó de visitar al Sujeto Alfa. No importaba cuán tarde fuera, si tenía sueño o si el cansancio pesaba sobre sus hombros, pues siempre encontraba una excusa para ir a verlo. Aunque él nunca volvió a transformarse en humano ante sus ojos, aunque nunca le habló ni le dio señales de entender sus palabras, ella continuó con su rutina de contarle todo.Le hablaba de su día en el laboratorio, de lo monótono y aburrido que era su trabajo, de la frustración que sentía cada vez que lo veía sufrir bajo los experimentos. Le confesaba que no sabía si su presencia le hacía bien o mal, si sus palabras significaban algo para él o si simplemente hablaba para desahogarse con un lobo que no tenía opción más que escucharla. Pero cada vez que veía sus ojos dorados fijos en ella, inmóviles pero atentos, sentía en el fondo de su corazón que sí la entendía, que sí la escuchaba, aunque jamás pudiera responderle.Con el tiempo, el Sujeto Alfa se convirtió en una presencia esenci
Hundió su rostro en su grueso pelaje, sintiendo su calor, su presencia. Era enorme, imponente, mucho más grande que cualquier lobo ordinario, pero en ese momento, para ella, se sentía como un refugio, como la única cosa en el mundo que tenía sentido.Y en ese abrazo silencioso, en medio de la oscuridad del laboratorio, Somali supo que nunca más lo dejaría solo.Sin darse cuenta, Somali se quedó dormida allí, en la habitación del Sujeto Alfa. Su cuerpo, agotado por el estrés y la angustia de los últimos días, cedió sin resistencia al sueño. La calidez del lobo, su presencia imponente y silenciosa, la envolvieron como un refugio en medio de un mundo cruel. No supo cuánto tiempo pasó, solo que en algún momento la oscuridad del sueño la arrastró sin pedir permiso.Pero, de repente, en algún punto de la madrugada, se despertó.No fue un despertar brusco, sino un deslizarse lento fuera del letargo, como si su mente luchara por aferrarse al sueño mientras la realidad la reclamaba. Sus párpad
Horas después, decidió volver a la sala del lobo. Necesitaba verlo. Sin embargo, cuando llegó, se encontró con la habitación vacía. El pánico la golpeó de inmediato.—¿Dónde está? —soltó para sí misma.Antes de que pudiera hacer más preguntas, la llamaron para una reunión privada. Al entrar en la oficina, se encontró con varios de los científicos principales, entre ellos Henry, y vio las expresiones de desaprobación en sus rostros.—Hemos revisado las cámaras del pasillo —expuso Henry—. Sabemos que ha estado visitando al Sujeto Alfa de madrugada.Somali sintió que su estómago se encogía. Dentro de la habitación no había cámaras, pero las cámaras del pasillo no mentían.—No entiendo…—Sí lo entiende. Ante era una empleada modelo, pero últimamente su comportamiento ha sido… inaceptable. Ha demostrado ser demasiado sensible, y en este lugar no hay espacio para la compasión ni para los débiles.—Pero… yo…—No hay más que hablar. Tiene tres días para recoger sus cosas. Su salida ya está en
La oscuridad de aquella habitación era densa y pegajosa, impregnada de un hedor metálico y animal. Somali apenas podía moverse, pues sus extremidades estaban entumecidas por el frío y el miedo. Desde su rincón, con el cuerpo encogido contra la pared, vio cómo la enorme bestia de colmillos afilados y ojos incandescentes se agitaba en el suelo de la celda.Lo había visto claramente. A pesar de su confusión, a pesar de sus temores, recordaba muy bien lo que acababa de presenciar. Primero, un crujido enfermizo. Luego, un sonido que hizo que la bilis le subiera por la garganta: el estallido de huesos al romperse y recomponerse. La criatura convulsionó, sus patas se alargaron y el pelaje se retiró como si lo consumiera un fuego invisible. El hocico se encogió, los colmillos se replegaron y los ojos brillantes se apagaron poco a poco hasta adoptar una expresión humana.Somali contuvo el aliento. Su estómago se revolvió al ver la carne retorcerse, estirarse y contraerse con un realismo atroz,
—Yo creo que tú sí lo sabes —replicó Nolan, acercándose a ella—. Lo sabes muy bien. No tengas miedo de aceptarlo. Jamás encajaste en ese mundo —prosiguió él, con una certeza que la aterraba aún más—. Siempre te sentiste diferente a los demás, como si fueras un error, como si tu propia existencia no tuviera un verdadero lugar.Somali apretó los labios con fuerza, tratando de bloquear sus palabras, de no dejar que esas ideas se filtraran en su mente. Pero ya lo habían hecho.Porque tenía razón.Ese hombre, ese ser que apenas conocía, acababa de poner en palabras lo que ella siempre había sentido.Desde que tenía memoria, había experimentado esa sensación de estar fuera de lugar, como si el mundo en el que vivía no estuviera diseñado para ella. Como si hubiera algo mal en su propia esencia.Y ahora él lo decía con tanta seguridad, con tanta convicción, como si supiera lo que ella sentía en lo más profundo de su alma.¿Cómo podía saberlo?Era como si le hubiera leído la mente. Como si est
La fría y estéril atmósfera del laboratorio se mantenía inalterable, impasible ante el sufrimiento que albergaba en su interior. Los experimentos continuaban sin descanso y el Sujeto Alfa no era más que otro objeto de estudio para los científicos que lo rodeaban. Cada día lo sometían a innumerables pruebas, buscando respuestas que quizás nunca obtendrían. El lobo había intentado escapar al inicio, cuando lo capturaron recientemente. Pero después de meses de tortura, ya no mostraba signos de agresividad real. Aún así, lo tenían con un grueso bozal de acero. Era una medida de seguridad innecesaria, pero efectiva.Hasta ese momento, el Sujeto Alfa ya no había intentado atacar a nadie. Su cuerpo resistía la interminable tortura con una tenacidad sobrehumana y su mirada ardía de un odio profundo e indomable, pero ya no alzaba la garra contra sus captores. Algunos se preguntaban si ya se había rendido, mientras que otros atribuían su pasividad a la cantidad de sedantes y venenos que le iny
Somali despertó con una sensación de cansancio abrumador. Su cuerpo estaba dolorido, frío, y su mente se hallaba atrapada en una niebla de confusión. Apenas tuvo tiempo de procesar su entorno cuando la puerta se abrió, dejando entrar a un hombre que, a pesar de su presencia imponente, se movía con una tranquilidad estudiada. Era Nolan.—¿Ya te sientes mejor? —preguntó él con la voz firme y un semblante indescifrable.—¿Quién eres tú? —soltó Somali con frialdad—. ¿Qué es lo que quieres de mí? ¿Qué es lo que buscas? ¿Por qué me trajiste aquí?—Así que finalmente podemos tener una conversación —alegó.—Quiero que me expliques ya de qué se trata todo esto —exigió—. ¿Por qué me tienes aquí encadenada? Yo no soy nada, ni soy nadie, por lo tanto, no entiendo tu necesidad por encerrarme. ¿De qué te serviría una simple humana como yo? Habla de una vez, sin tantos rodeos. ¿O... acaso me trajiste solamente para darle de comer a los tuyos?—Vaya, sí que has cambiado —comentó, cruzándose de brazos