Somali despertó con una sensación de cansancio abrumador. Su cuerpo estaba dolorido, frío, y su mente se hallaba atrapada en una niebla de confusión. Apenas tuvo tiempo de procesar su entorno cuando la puerta se abrió, dejando entrar a un hombre que, a pesar de su presencia imponente, se movía con una tranquilidad estudiada. Era Nolan.—¿Ya te sientes mejor? —preguntó él con la voz firme y un semblante indescifrable.—¿Quién eres tú? —soltó Somali con frialdad—. ¿Qué es lo que quieres de mí? ¿Qué es lo que buscas? ¿Por qué me trajiste aquí?—Así que finalmente podemos tener una conversación —alegó.—Quiero que me expliques ya de qué se trata todo esto —exigió—. ¿Por qué me tienes aquí encadenada? Yo no soy nada, ni soy nadie, por lo tanto, no entiendo tu necesidad por encerrarme. ¿De qué te serviría una simple humana como yo? Habla de una vez, sin tantos rodeos. ¿O... acaso me trajiste solamente para darle de comer a los tuyos?—Vaya, sí que has cambiado —comentó, cruzándose de brazos
Somali sintió un escalofrío helado recorrer su espalda. Sus muñecas ardían bajo el peso de las cadenas, pero ese dolor no se comparaba con el caos que se desató en su mente. Sus labios se entreabrieron, pero ninguna palabra salió. Loba. El Alfa Inmortal la arrebató de su mundo.Negó con la cabeza lentamente, como si pudiera sacudirse aquella verdad absurda. Sus latidos retumbaban en sus oídos, su pecho subía y bajaba con un ritmo errático.—Pero… ¿por qué? ¿Por qué el Sujeto Alfa haría algo así?—Porque tú, Somali, eres poderosa.Ella lo miró con confusión, esperando que explicara.—Eres más que una loba común. La diosa Luna te creó para mí. Para fortalecerme. Y el Alfa Inmortal lo supo. Por eso te arrebató de este mundo. Porque tenía miedo. Miedo de que, si tú y yo nos encontrábamos, yo me volvería demasiado fuerte para ser derrotado. Él temía lo que podríamos llegar a ser juntos, y por eso hizo todo lo posible para impedirlo.—¿Y cómo pudo él... saber que yo era tu... compañera?—Po
Un par de meses después de que Somali fue secuestrada, Dorian continuaba atrapado en el laboratorio Delta-7. Sin embargo, su deseo de salir de esa ratonera no se había desvanecido. No iba a rendirse con respecto a recuperar su libertad, y menos ahora que Somali estaba desaparecida, sobre lo cual tenía un mal presentimiento.Cierta noche, el Alfa reunió toda su voluntad para salir de ese lugar. De un momento a otro, pasando de la calma a la tempestad, el laboratorio subterráneo empezó a vibrar con el retumbar de las alarmas, las luces rojas parpadeaban en cada esquina, y el sonido de botas golpeando el suelo se mezclaba con los gritos de órdenes entre soldados armados. Detrás de un grueso cristal reforzado, encadenado con grilletes de plata y retenido por inyecciones constantes de suero debilitante, el lobo dorado respiraba con dificultad. Su cuerpo, una amalgama de cicatrices recientes y heridas abiertas, temblaba bajo los efectos de las drogas. Su piel quemada donde los grilletes toc
Somali perdió la noción del tiempo. En aquella habitación oscura y húmeda, el día y la noche se desdibujaban entre el sufrimiento y el agotamiento. Nolan había dicho que la haría fuerte, que sacaría su loba a la superficie a través del dolor, que la convertiría en una mártir para que sus supuestos poderes se manifestaran. Y, hasta el momento, con respecto a las torturas, cumplió su palabra con precisión cruel.Las cadenas en sus muñecas y tobillos se volvían una extensión de su piel, lacerándola cada vez que intentaba moverse. Al principio, intentó resistirse, luchó con todas sus fuerzas, pero pronto entendió que no había escapatoria.Todo se volvió un concepto borroso en la mente de Somali. La oscuridad de la celda la envolvía, haciéndola sentir atrapada en un abismo sin fin, donde solo el dolor la mantenía anclada a la realidad.Nolan, por su parte, era metódico e insistente. No dejaba que su sufrimiento fuera un simple castigo sin propósito. No. Cada herida, cada golpe, cada moment
—¡No! ¡No es así! ¡Yo intenté…! ¡Yo intenté hacerlo bien! —exclamó Somali, sintiendo que su corazón se quebraba.—Pero no fue suficiente. Nunca lo fue.Las palabras la golpearon como un látigo. Somali sollozó, mientras se ahogaba en sus sentimientos de culpa.Fue entonces cuando sintió una mano en su mentón, obligándola a levantar la cabeza.—Todo es culpa de Dorian —la imagen de su padre expuso esto—. Es su culpa.Somali ya no podía más. Sus muñecas estaban en carne viva por forcejear contra las cadenas, sus uñas se hallaban quebradas por arañar la piedra dura de las paredes, y su piel estaba marcada con los golpes que le habían propinado durante ese tiempo. Las lágrimas caían pesadas, ardientes, como si quisieran consumirla desde adentro. Primero fueron sollozos temblorosos, débiles, como el eco de un animal herido. Pero pronto se volvieron gritos desgarradores.—¡No quiero estar aquí! —su voz se quebró en un alarido—. ¡No quiero esto! ¡No lo merezco!Golpeó el suelo con los puños,
El aire frío de la habitación le calaba hasta los huesos. Somali temblaba, con su cuerpo encogido sobre el suelo helado, apenas cubierta con la misma ropa interior con la que había llegado a ese infierno. No le daban ropa nueva, no la dejaban bañarse, y el hedor de su propio cuerpo, de la sangre seca, del sudor pegajoso, la envolvía como un manto asfixiante. Olía a desesperación, a suciedad, a algo inhumano.Sus cicatrices ardían.Podía sentirlas sin necesidad de mirarlas, una a una, en cada rincón de su cuerpo. Las marcas en su espalda, surcos largos y oscuros que narraban el paso del látigo sobre su piel desnuda. Pequeños cortes a lo largo de su abdomen, algunos recientes, otros ya cerrados con un tono rojizo que se mezclaba con los moretones profundos en su pecho y sus costillas. Sus piernas estaban llenas de heridas, de moretones oscuros y huellas de golpes tan violentos que apenas podía moverlas sin sentir un dolor punzante. Y en su rostro, aunque no pudiera verlo, sabía que los
Somali se echó a reír nuevamente, soltando una risa hueca, seca, que apenas sonaba humana después de tanto sufrimiento. Su mirada se alzó lentamente hasta encontrarse con la de Nolan, con un destello de burla en sus ojos ensombrecidos.—O todo esto es pura mier-da y nada está funcionando… —articuló con desdén—. O cometiste un error garrafal y trajiste a la mujer equivocada.Nolan no apartó la vista de ella. No se movió. Solo la observó con atención, con un semblante que oscilaba entre el enfado y la absoluta determinación.—Eso es imposible. Tú eres mi compañera destinada, no hay manera de que me equivoque —replicó él.—Entonces supongo que no me dejarás en paz —agregó Somali.—Ni ahora, ni nunca. Incluso cuando finalmente despiertes tu poder, incluso cuando aceptes lo que eres, con más razón, estaré muy cerca de ti. Fuiste traída a este mundo con un propósito, y tarde o temprano, tendrás que cumplirla.Su propósito. ¿Cuál era ese propósito?¿No ser libre? ¿No vivir en paz? ¿No elegir
—Porque aún no ha manifestado sus poderes —explicó el sacerdote—. Hasta que lo haga, su cuerpo sigue siendo tan frágil como el de un humano. No puede regenerarse como nosotros. Y ha soportado demasiados golpes, demasiadas heridas.Nolan apretó la mandíbula, mostrándose frustrado.—Además —agregó el sacerdote—. Ya ha perdido demasiada sangre con todas las torturas a las que ha sido sometida. No bebe agua, no come bien, así que pierde fuerza y energía. Se está deteriorando.—Esta desgraciada ya estaba empezando a escuchar a su loba interna, ¡y la hizo callar! ¡La apagó de nuevo! —se quejó—. ¡Tienes que hacer algo para salvarla! ¡Hazlo ya!—Yo no puedo hacer nada, porque no es un asunto espiritual. Ella está mal físicamente.—¡Entonces, tú! —dirigió la vista hacia la médica—. ¡Haz que se estabilice! ¡No tiene que morir! ¡No puede morir! —el rugido de Nolan resonó como un trueno en la habitación.La médica se apresuró hacia Somali con las manos temblando ligeramente mientras se arrodillab