Somali perdió la noción del tiempo. En aquella habitación oscura y húmeda, el día y la noche se desdibujaban entre el sufrimiento y el agotamiento. Nolan había dicho que la haría fuerte, que sacaría su loba a la superficie a través del dolor, que la convertiría en una mártir para que sus supuestos poderes se manifestaran. Y, hasta el momento, con respecto a las torturas, cumplió su palabra con precisión cruel.Las cadenas en sus muñecas y tobillos se volvían una extensión de su piel, lacerándola cada vez que intentaba moverse. Al principio, intentó resistirse, luchó con todas sus fuerzas, pero pronto entendió que no había escapatoria.Todo se volvió un concepto borroso en la mente de Somali. La oscuridad de la celda la envolvía, haciéndola sentir atrapada en un abismo sin fin, donde solo el dolor la mantenía anclada a la realidad.Nolan, por su parte, era metódico e insistente. No dejaba que su sufrimiento fuera un simple castigo sin propósito. No. Cada herida, cada golpe, cada moment
—¡No! ¡No es así! ¡Yo intenté…! ¡Yo intenté hacerlo bien! —exclamó Somali, sintiendo que su corazón se quebraba.—Pero no fue suficiente. Nunca lo fue.Las palabras la golpearon como un látigo. Somali sollozó, mientras se ahogaba en sus sentimientos de culpa.Fue entonces cuando sintió una mano en su mentón, obligándola a levantar la cabeza.—Todo es culpa de Dorian —la imagen de su padre expuso esto—. Es su culpa.Somali ya no podía más. Sus muñecas estaban en carne viva por forcejear contra las cadenas, sus uñas se hallaban quebradas por arañar la piedra dura de las paredes, y su piel estaba marcada con los golpes que le habían propinado durante ese tiempo. Las lágrimas caían pesadas, ardientes, como si quisieran consumirla desde adentro. Primero fueron sollozos temblorosos, débiles, como el eco de un animal herido. Pero pronto se volvieron gritos desgarradores.—¡No quiero estar aquí! —su voz se quebró en un alarido—. ¡No quiero esto! ¡No lo merezco!Golpeó el suelo con los puños,
El aire frío de la habitación le calaba hasta los huesos. Somali temblaba, con su cuerpo encogido sobre el suelo helado, apenas cubierta con la misma ropa interior con la que había llegado a ese infierno. No le daban ropa nueva, no la dejaban bañarse, y el hedor de su propio cuerpo, de la sangre seca, del sudor pegajoso, la envolvía como un manto asfixiante. Olía a desesperación, a suciedad, a algo inhumano.Sus cicatrices ardían.Podía sentirlas sin necesidad de mirarlas, una a una, en cada rincón de su cuerpo. Las marcas en su espalda, surcos largos y oscuros que narraban el paso del látigo sobre su piel desnuda. Pequeños cortes a lo largo de su abdomen, algunos recientes, otros ya cerrados con un tono rojizo que se mezclaba con los moretones profundos en su pecho y sus costillas. Sus piernas estaban llenas de heridas, de moretones oscuros y huellas de golpes tan violentos que apenas podía moverlas sin sentir un dolor punzante. Y en su rostro, aunque no pudiera verlo, sabía que los
Somali se echó a reír nuevamente, soltando una risa hueca, seca, que apenas sonaba humana después de tanto sufrimiento. Su mirada se alzó lentamente hasta encontrarse con la de Nolan, con un destello de burla en sus ojos ensombrecidos.—O todo esto es pura mier-da y nada está funcionando… —articuló con desdén—. O cometiste un error garrafal y trajiste a la mujer equivocada.Nolan no apartó la vista de ella. No se movió. Solo la observó con atención, con un semblante que oscilaba entre el enfado y la absoluta determinación.—Eso es imposible. Tú eres mi compañera destinada, no hay manera de que me equivoque —replicó él.—Entonces supongo que no me dejarás en paz —agregó Somali.—Ni ahora, ni nunca. Incluso cuando finalmente despiertes tu poder, incluso cuando aceptes lo que eres, con más razón, estaré muy cerca de ti. Fuiste traída a este mundo con un propósito, y tarde o temprano, tendrás que cumplirla.Su propósito. ¿Cuál era ese propósito?¿No ser libre? ¿No vivir en paz? ¿No elegir
—Porque aún no ha manifestado sus poderes —explicó el sacerdote—. Hasta que lo haga, su cuerpo sigue siendo tan frágil como el de un humano. No puede regenerarse como nosotros. Y ha soportado demasiados golpes, demasiadas heridas.Nolan apretó la mandíbula, mostrándose frustrado.—Además —agregó el sacerdote—. Ya ha perdido demasiada sangre con todas las torturas a las que ha sido sometida. No bebe agua, no come bien, así que pierde fuerza y energía. Se está deteriorando.—Esta desgraciada ya estaba empezando a escuchar a su loba interna, ¡y la hizo callar! ¡La apagó de nuevo! —se quejó—. ¡Tienes que hacer algo para salvarla! ¡Hazlo ya!—Yo no puedo hacer nada, porque no es un asunto espiritual. Ella está mal físicamente.—¡Entonces, tú! —dirigió la vista hacia la médica—. ¡Haz que se estabilice! ¡No tiene que morir! ¡No puede morir! —el rugido de Nolan resonó como un trueno en la habitación.La médica se apresuró hacia Somali con las manos temblando ligeramente mientras se arrodillab
Somali intentó apartarse, pero el agarre de Nolan era demasiado fuerte. La expresión de la mujer pasó de la confusión al miedo.—¡No sé de qué hablas! —exclamó—. ¡No recuerdo haber hecho nada! ¡No sé cómo hacerlo!Nolan la escrutó con enfado, y al mismo tiempo, con frustración. No podía creer que ella negara lo que había sucedido cuando la evidencia estaba justo frente a ellos. Con un movimiento brusco, la tomó de la barbilla, obligándola a girar la cabeza en dirección al cadáver seco de la médica.—Mira —ordenó—. Mira lo que hiciste. Ella era nuestra médica y se acercó a ti para estabilizarte, porque estabas agonizando. Pero tú... la mataste. Le tomaste de la muñeca y le quitaste la vida.Somali tembló cuando su mirada cayó sobre el cuerpo marchito. Sus ojos se abrieron con horror y una respiración entrecortada escapó de sus labios.—No… —murmuró, sacudiendo la cabeza—. No, es imposible… Yo no hice esto.—Sí lo hiciste —afirmó Nolan—. Absorbiste su vitalidad. Estabas agonizando, a pu
Sin embargo, Nolan no mostró compasión. La sujetó del brazo con firmeza, obligándola a levantar la vista hasta que sus ojos se encontraron con los suyos.—Somali, escúchame —impuso con autoridad—. Tú sabes que Dorian, el Alfa inmortal, no puede morir. Lo has visto con tus propios ojos. Has estado en el laboratorio con él, lo has estudiado. Han intentado de todo para acabar con él, y puedo deducir que lo han sometido a incontables experimentos… pero sigue en pie. Nada puede matarlo.Hizo una pausa, permitiendo que sus palabras se asentaran en la mente de Somali, dejando que el peso de la verdad cayera sobre ella como una losa.—Pero hay alguien que sí puede acabar con él. Y esa persona eres tú —añadió.—¿Yo…? —soltó, sin comprender del todo.—Sí, tú —afirmó Nolan con una sonrisa tensa—. Tú puedes absorber su vitalidad. Y cuando lo hagas, no habrá manera de que pueda salvarse. No hay escape para él. Ni su inmortalidad, ni su fuerza descomunal podrán protegerlo de lo que tú puedes hacerl
Somali, con la respiración agitada, trató de enfocarlo con la mirada.—¿Qué… qué está pasando? —logró preguntar con voz rasposa.Nolan apretó la mandíbula y la tomó del brazo con más fuerza.—Dorian está aquí.Aquella información la golpeó con la fuerza de un rayo. —¿Dorian? ¿El sujeto Alfa? —articuló, con los ojos abiertos de par en par—. ¿Está aquí?—Sí —confirmó Nolan—. Está aquí, así que escúchame, Somali, esta es tu oportunidad. Dijiste que querías vengarte de él, ¿no es así? Bueno, entonces ahora es el momento de hacerlo. Te llevaré directamente ante él.Somali sintió cómo su piel se erizaba al escuchar lo que Nolan acababa de pronunciar. Su corazón latía con fuerza, acelerado no solo por el impacto de saber que Dorian estaba cerca, sino por las emociones y sensaciones que se enredaban dentro de ella. Su cuerpo estaba destrozado, agotado hasta el límite, y la idea de enfrentarse a él en esas condiciones le parecía un delirio imposible.—No… —declaró, sacudiendo la cabeza con de