Desde aquella noche, Somali no pudo dejar de vigilarlo. Día y noche, sin importar la hora, siempre encontraba un momento para observarlo, incluso en la madrugada. Pero no volvió a ver a aquel hombre que se había aparecido en la habitación. Solo veía un lobo. Un lobo eterno.
Esto la frustraba profundamente. ¿Realmente se estaba volviendo loca? ¿Acaso todo lo que veía dentro de ese laboratorio la estaba afectando más de lo que creía? No podía entender cómo había sido capaz de dejarse engañar por su propia imaginación. Se preguntó una y otra vez si todo lo que había presenciado aquella vez fue real o si simplemente lo había soñado.
Durante mucho tiempo, siguió observándolo sin encontrar ninguna señal de que lo que había visto antes hubiera sido cierto. Ni una sola vez volvió a ver a ese hombre. Y empezó a pensar que tal vez lo había imaginado, que su mente le había jugado una trampa en medio de la noche, que todo había sido producto del cansancio o de un sueño demasiado vívido.
Pero entonces, un día, decidió entrar.
Hasta ese momento, siempre lo había observado desde el otro lado del vidrio. Pero esta vez, abrió la puerta y cruzó el umbral.
El lobo estaba allí, como siempre. Su pelaje dorado estaba cubierto de sangre, aunque su cuerpo no mostraba heridas visibles. No tenía ni un solo rasguño, pero la sangre seguía allí, como una prueba de lo que había soportado. Era la sangre de las heridas que una y otra vez le infligían... y que una y otra vez sanaban. Incluso si le cortaban un miembro, este volvía a crecer. Su cuerpo se regeneraba sin cesar, condenándolo a una existencia de torturas interminables.
Aun así, aunque no estaba lastimado, se veía cansado.
Somali cerró la puerta tras de sí. El lobo tenía un bozal y estaba encadenado, así que se sintió segura.
Se quedó de pie frente a él y, por primera vez, le habló directamente.
—Escucha, Sujeto Alfa —articuló—. He pasado mucho tiempo cuestionándome si lo que vi aquella noche fue real o no. Pero ahora empiezo a pensar que no te mostraste de nuevo porque tienes miedo. Si descubren que puedes tomar la forma de un humano, aumentarán las pruebas sobre ti. Te forzarán a transformarte una y otra vez hasta agotarte. Tal vez ni siquiera te dejen dormir. Y cuando hayan terminado de experimentar contigo... puede que te exhiban como una atracción de circo.
De pronto, se quedó en silencio unos segundos.
—No pensé en eso cuando te delaté. Lo siento. Casi hice que todo se complicara para ti —continuó ella—. Tú ya estás en peligro, y yo casi lo empeoré.
Luego, soltó un suspiro agotador.
—Te llamo Sujeto Alfa porque no sé tu nombre, aunque no sé si tienes uno —manifestó, incrustando la vista en él—. Pero escúchame. No estoy de acuerdo con esto. Nada de esto está bien. Pero... no puedo hacer nada. Soy solo yo.
Mientras Somali hablaba, el lobo seguía observándola, sin moverse.
—Nunca he encajado en ningún lugar —confesó ella—. No tengo a nadie. Es más, nunca he tenido pareja. Tengo veintiocho años y ni siquiera hay una mínima posibilidad de que algún día me case. Creo que moriré sola en este mundo.
En ese momento, empezó a restregarse las manos.
—Perdí a mis padres, aunque... nunca fueron buenos conmigo. Para ellos, yo era una inversión. Me criaron solo para que algún día los mantuviera. Me obligaron a estudiar, a trabajar. Querían que les sirviera de algo. Pero cuando por fin logré obtener un buen puesto, cuando por fin conseguí un sueldo decente... ellos murieron antes de poder disfrutarlo. De todos modos, nunca me sentí bien en este mundo. Tal vez nunca debí haber nacido.
El lobo no apartaba la mirada de ella y parecía estar escuchando con atención.
—Pero cuando te veo a ti —añadió Somali—. Siento que, de alguna manera, podemos conectar. Tú eres un lobo, un animal. Se supone que los animales no razonan. Pero cuando miro tus ojos, siento que entiendes cada palabra. Es como si pudieras sentirlo.
Las lágrimas se acumularon en sus ojos, pero las contuvo.
—Sé que los animales sienten dolor físico. Pero creo que también sienten algo más. Muchos dicen que no tienen emociones, pero yo... yo no lo creo. Cada vez que te veo, estoy más segura de ello —replicó—. Sujeto Alfa, lamento que estés pasando por esto.
Repentinamente, se cubrió el rostro con las manos.
—Tal vez soy yo la que está perdiendo la cabeza —expuso, dejando escapar una risa vacía—. Estoy aquí, hablándote... sabiendo que, si alguien me ve, me meteré en problemas.
Levantó la vista y sonrió con amargura.
—Si mis superiores supieran esto, me sancionarían. Podrían despedirme, o algo peor. Pero... necesitaba decírtelo.
Segundos después, tragó saliva.
—Si tuviera la oportunidad de sacarte de aquí, lo haría. Pero no puedo —admitió—. Soy débil. Débil físicamente y también emocionalmente. Si intentara sacarte, sería solo yo contra todos. Contra los soldados, contra los científicos, contra este maldito lugar. No tengo ninguna posibilidad. Podrían capturarme, encerrarme o incluso matarme. Y a nadie le importaría. Nadie reclamaría mi cuerpo. A nadie le importaría si desaparezco. ¿Sabes qué, Sujeto Alfa? —murmuró ella—. Tal vez no soy de este mundo. Tal vez... solo fui un error.
Somali apretó los puños sobre sus rodillas.
—Tal vez nunca seré feliz. Pero... creo que podríamos ser amigos. Vendré a hablar contigo todos los días —articuló—. Y tú me escucharás. Y si algún día...
Se detuvo.
Si algún día lo que vio aquella noche era real... Si de verdad él podía convertirse en un hombre...
—Si puedes transformarte, hazlo delante de mí.
Pero el lobo no reaccionó.
—Te prometo que jamás le diré a nadie —manifestó Somali—. Podemos hacernos compañía.
Somali no supo cuánto tiempo pasó antes de levantarse y alejarse de él, pero cuando salió de la habitación y cerró la puerta tras de sí, su corazón latía con más fuerza que nunca.
Desde aquella noche, Somali no dejó de visitar al Sujeto Alfa. No importaba cuán tarde fuera, si tenía sueño o si el cansancio pesaba sobre sus hombros, pues siempre encontraba una excusa para ir a verlo. Aunque él nunca volvió a transformarse en humano ante sus ojos, aunque nunca le habló ni le dio señales de entender sus palabras, ella continuó con su rutina de contarle todo.Le hablaba de su día en el laboratorio, de lo monótono y aburrido que era su trabajo, de la frustración que sentía cada vez que lo veía sufrir bajo los experimentos. Le confesaba que no sabía si su presencia le hacía bien o mal, si sus palabras significaban algo para él o si simplemente hablaba para desahogarse con un lobo que no tenía opción más que escucharla. Pero cada vez que veía sus ojos dorados fijos en ella, inmóviles pero atentos, sentía en el fondo de su corazón que sí la entendía, que sí la escuchaba, aunque jamás pudiera responderle.Con el tiempo, el Sujeto Alfa se convirtió en una presencia esenci
Hundió su rostro en su grueso pelaje, sintiendo su calor, su presencia. Era enorme, imponente, mucho más grande que cualquier lobo ordinario, pero en ese momento, para ella, se sentía como un refugio, como la única cosa en el mundo que tenía sentido.Y en ese abrazo silencioso, en medio de la oscuridad del laboratorio, Somali supo que nunca más lo dejaría solo.Sin darse cuenta, Somali se quedó dormida allí, en la habitación del Sujeto Alfa. Su cuerpo, agotado por el estrés y la angustia de los últimos días, cedió sin resistencia al sueño. La calidez del lobo, su presencia imponente y silenciosa, la envolvieron como un refugio en medio de un mundo cruel. No supo cuánto tiempo pasó, solo que en algún momento la oscuridad del sueño la arrastró sin pedir permiso.Pero, de repente, en algún punto de la madrugada, se despertó.No fue un despertar brusco, sino un deslizarse lento fuera del letargo, como si su mente luchara por aferrarse al sueño mientras la realidad la reclamaba. Sus párpad
Horas después, decidió volver a la sala del lobo. Necesitaba verlo. Sin embargo, cuando llegó, se encontró con la habitación vacía. El pánico la golpeó de inmediato.—¿Dónde está? —soltó para sí misma.Antes de que pudiera hacer más preguntas, la llamaron para una reunión privada. Al entrar en la oficina, se encontró con varios de los científicos principales, entre ellos Henry, y vio las expresiones de desaprobación en sus rostros.—Hemos revisado las cámaras del pasillo —expuso Henry—. Sabemos que ha estado visitando al Sujeto Alfa de madrugada.Somali sintió que su estómago se encogía. Dentro de la habitación no había cámaras, pero las cámaras del pasillo no mentían.—No entiendo…—Sí lo entiende. Ante era una empleada modelo, pero últimamente su comportamiento ha sido… inaceptable. Ha demostrado ser demasiado sensible, y en este lugar no hay espacio para la compasión ni para los débiles.—Pero… yo…—No hay más que hablar. Tiene tres días para recoger sus cosas. Su salida ya está en
La oscuridad de aquella habitación era densa y pegajosa, impregnada de un hedor metálico y animal. Somali apenas podía moverse, pues sus extremidades estaban entumecidas por el frío y el miedo. Desde su rincón, con el cuerpo encogido contra la pared, vio cómo la enorme bestia de colmillos afilados y ojos incandescentes se agitaba en el suelo de la celda.Lo había visto claramente. A pesar de su confusión, a pesar de sus temores, recordaba muy bien lo que acababa de presenciar. Primero, un crujido enfermizo. Luego, un sonido que hizo que la bilis le subiera por la garganta: el estallido de huesos al romperse y recomponerse. La criatura convulsionó, sus patas se alargaron y el pelaje se retiró como si lo consumiera un fuego invisible. El hocico se encogió, los colmillos se replegaron y los ojos brillantes se apagaron poco a poco hasta adoptar una expresión humana.Somali contuvo el aliento. Su estómago se revolvió al ver la carne retorcerse, estirarse y contraerse con un realismo atroz,
—Yo creo que tú sí lo sabes —replicó Nolan, acercándose a ella—. Lo sabes muy bien. No tengas miedo de aceptarlo. Jamás encajaste en ese mundo —prosiguió él, con una certeza que la aterraba aún más—. Siempre te sentiste diferente a los demás, como si fueras un error, como si tu propia existencia no tuviera un verdadero lugar.Somali apretó los labios con fuerza, tratando de bloquear sus palabras, de no dejar que esas ideas se filtraran en su mente. Pero ya lo habían hecho.Porque tenía razón.Ese hombre, ese ser que apenas conocía, acababa de poner en palabras lo que ella siempre había sentido.Desde que tenía memoria, había experimentado esa sensación de estar fuera de lugar, como si el mundo en el que vivía no estuviera diseñado para ella. Como si hubiera algo mal en su propia esencia.Y ahora él lo decía con tanta seguridad, con tanta convicción, como si supiera lo que ella sentía en lo más profundo de su alma.¿Cómo podía saberlo?Era como si le hubiera leído la mente. Como si est
La fría y estéril atmósfera del laboratorio se mantenía inalterable, impasible ante el sufrimiento que albergaba en su interior. Los experimentos continuaban sin descanso y el Sujeto Alfa no era más que otro objeto de estudio para los científicos que lo rodeaban. Cada día lo sometían a innumerables pruebas, buscando respuestas que quizás nunca obtendrían. El lobo había intentado escapar al inicio, cuando lo capturaron recientemente. Pero después de meses de tortura, ya no mostraba signos de agresividad real. Aún así, lo tenían con un grueso bozal de acero. Era una medida de seguridad innecesaria, pero efectiva.Hasta ese momento, el Sujeto Alfa ya no había intentado atacar a nadie. Su cuerpo resistía la interminable tortura con una tenacidad sobrehumana y su mirada ardía de un odio profundo e indomable, pero ya no alzaba la garra contra sus captores. Algunos se preguntaban si ya se había rendido, mientras que otros atribuían su pasividad a la cantidad de sedantes y venenos que le iny
Somali despertó con una sensación de cansancio abrumador. Su cuerpo estaba dolorido, frío, y su mente se hallaba atrapada en una niebla de confusión. Apenas tuvo tiempo de procesar su entorno cuando la puerta se abrió, dejando entrar a un hombre que, a pesar de su presencia imponente, se movía con una tranquilidad estudiada. Era Nolan.—¿Ya te sientes mejor? —preguntó él con la voz firme y un semblante indescifrable.—¿Quién eres tú? —soltó Somali con frialdad—. ¿Qué es lo que quieres de mí? ¿Qué es lo que buscas? ¿Por qué me trajiste aquí?—Así que finalmente podemos tener una conversación —alegó.—Quiero que me expliques ya de qué se trata todo esto —exigió—. ¿Por qué me tienes aquí encadenada? Yo no soy nada, ni soy nadie, por lo tanto, no entiendo tu necesidad por encerrarme. ¿De qué te serviría una simple humana como yo? Habla de una vez, sin tantos rodeos. ¿O... acaso me trajiste solamente para darle de comer a los tuyos?—Vaya, sí que has cambiado —comentó, cruzándose de brazos
Somali sintió un escalofrío helado recorrer su espalda. Sus muñecas ardían bajo el peso de las cadenas, pero ese dolor no se comparaba con el caos que se desató en su mente. Sus labios se entreabrieron, pero ninguna palabra salió. Loba. El Alfa Inmortal la arrebató de su mundo.Negó con la cabeza lentamente, como si pudiera sacudirse aquella verdad absurda. Sus latidos retumbaban en sus oídos, su pecho subía y bajaba con un ritmo errático.—Pero… ¿por qué? ¿Por qué el Sujeto Alfa haría algo así?—Porque tú, Somali, eres poderosa.Ella lo miró con confusión, esperando que explicara.—Eres más que una loba común. La diosa Luna te creó para mí. Para fortalecerme. Y el Alfa Inmortal lo supo. Por eso te arrebató de este mundo. Porque tenía miedo. Miedo de que, si tú y yo nos encontrábamos, yo me volvería demasiado fuerte para ser derrotado. Él temía lo que podríamos llegar a ser juntos, y por eso hizo todo lo posible para impedirlo.—¿Y cómo pudo él... saber que yo era tu... compañera?—Po