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C4: Podemos hacernos compañía.

Desde aquella noche, Somali no pudo dejar de vigilarlo. Día y noche, sin importar la hora, siempre encontraba un momento para observarlo, incluso en la madrugada. Pero no volvió a ver a aquel hombre que se había aparecido en la habitación. Solo veía un lobo. Un lobo eterno.

Esto la frustraba profundamente. ¿Realmente se estaba volviendo loca? ¿Acaso todo lo que veía dentro de ese laboratorio la estaba afectando más de lo que creía? No podía entender cómo había sido capaz de dejarse engañar por su propia imaginación. Se preguntó una y otra vez si todo lo que había presenciado aquella vez fue real o si simplemente lo había soñado.

Durante mucho tiempo, siguió observándolo sin encontrar ninguna señal de que lo que había visto antes hubiera sido cierto. Ni una sola vez volvió a ver a ese hombre. Y empezó a pensar que tal vez lo había imaginado, que su mente le había jugado una trampa en medio de la noche, que todo había sido producto del cansancio o de un sueño demasiado vívido.

Pero entonces, un día, decidió entrar.

Hasta ese momento, siempre lo había observado desde el otro lado del vidrio. Pero esta vez, abrió la puerta y cruzó el umbral.

El lobo estaba allí, como siempre. Su pelaje dorado estaba cubierto de sangre, aunque su cuerpo no mostraba heridas visibles. No tenía ni un solo rasguño, pero la sangre seguía allí, como una prueba de lo que había soportado. Era la sangre de las heridas que una y otra vez le infligían... y que una y otra vez sanaban. Incluso si le cortaban un miembro, este volvía a crecer. Su cuerpo se regeneraba sin cesar, condenándolo a una existencia de torturas interminables.

Aun así, aunque no estaba lastimado, se veía cansado.

Somali cerró la puerta tras de sí. El lobo tenía un bozal y estaba encadenado, así que se sintió segura.

Se quedó de pie frente a él y, por primera vez, le habló directamente.

—Escucha, Sujeto Alfa —articuló—. He pasado mucho tiempo cuestionándome si lo que vi aquella noche fue real o no. Pero ahora empiezo a pensar que no te mostraste de nuevo porque tienes miedo. Si descubren que puedes tomar la forma de un humano, aumentarán las pruebas sobre ti. Te forzarán a transformarte una y otra vez hasta agotarte. Tal vez ni siquiera te dejen dormir. Y cuando hayan terminado de experimentar contigo... puede que te exhiban como una atracción de circo.

De pronto, se quedó en silencio unos segundos.

—No pensé en eso cuando te delaté. Lo siento. Casi hice que todo se complicara para ti —continuó ella—. Tú ya estás en peligro, y yo casi lo empeoré.

Luego, soltó un suspiro agotador.

—Te llamo Sujeto Alfa porque no sé tu nombre, aunque no sé si tienes uno —manifestó, incrustando la vista en él—. Pero escúchame. No estoy de acuerdo con esto. Nada de esto está bien. Pero... no puedo hacer nada. Soy solo yo.

Mientras Somali hablaba, el lobo seguía observándola, sin moverse.

—Nunca he encajado en ningún lugar —confesó ella—. No tengo a nadie. Es más, nunca he tenido pareja. Tengo veintiocho años y ni siquiera hay una mínima posibilidad de que algún día me case. Creo que moriré sola en este mundo.

En ese momento, empezó a restregarse las manos.

—Perdí a mis padres, aunque... nunca fueron buenos conmigo. Para ellos, yo era una inversión. Me criaron solo para que algún día los mantuviera. Me obligaron a estudiar, a trabajar. Querían que les sirviera de algo. Pero cuando por fin logré obtener un buen puesto, cuando por fin conseguí un sueldo decente... ellos murieron antes de poder disfrutarlo. De todos modos, nunca me sentí bien en este mundo. Tal vez nunca debí haber nacido.

El lobo no apartaba la mirada de ella y parecía estar escuchando con atención.

—Pero cuando te veo a ti —añadió Somali—. Siento que, de alguna manera, podemos conectar. Tú eres un lobo, un animal. Se supone que los animales no razonan. Pero cuando miro tus ojos, siento que entiendes cada palabra. Es como si pudieras sentirlo.

Las lágrimas se acumularon en sus ojos, pero las contuvo.

—Sé que los animales sienten dolor físico. Pero creo que también sienten algo más. Muchos dicen que no tienen emociones, pero yo... yo no lo creo. Cada vez que te veo, estoy más segura de ello —replicó—. Sujeto Alfa, lamento que estés pasando por esto.

Repentinamente, se cubrió el rostro con las manos.

—Tal vez soy yo la que está perdiendo la cabeza —expuso, dejando escapar una risa vacía—. Estoy aquí, hablándote... sabiendo que, si alguien me ve, me meteré en problemas.

Levantó la vista y sonrió con amargura.

—Si mis superiores supieran esto, me sancionarían. Podrían despedirme, o algo peor. Pero... necesitaba decírtelo.

Segundos después, tragó saliva.

—Si tuviera la oportunidad de sacarte de aquí, lo haría. Pero no puedo —admitió—. Soy débil. Débil físicamente y también emocionalmente. Si intentara sacarte, sería solo yo contra todos. Contra los soldados, contra los científicos, contra este maldito lugar. No tengo ninguna posibilidad. Podrían capturarme, encerrarme o incluso matarme. Y a nadie le importaría. Nadie reclamaría mi cuerpo. A nadie le importaría si desaparezco. ¿Sabes qué, Sujeto Alfa? —murmuró ella—. Tal vez no soy de este mundo. Tal vez... solo fui un error.

Somali apretó los puños sobre sus rodillas.

—Tal vez nunca seré feliz. Pero... creo que podríamos ser amigos. Vendré a hablar contigo todos los días —articuló—. Y tú me escucharás. Y si algún día...

Se detuvo.

Si algún día lo que vio aquella noche era real... Si de verdad él podía convertirse en un hombre...

—Si puedes transformarte, hazlo delante de mí.

Pero el lobo no reaccionó.

—Te prometo que jamás le diré a nadie —manifestó Somali—. Podemos hacernos compañía.

Somali no supo cuánto tiempo pasó antes de levantarse y alejarse de él, pero cuando salió de la habitación y cerró la puerta tras de sí, su corazón latía con más fuerza que nunca.

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