Desde aquella noche, Somali no dejó de visitar al Sujeto Alfa. No importaba cuán tarde fuera, si tenía sueño o si el cansancio pesaba sobre sus hombros, pues siempre encontraba una excusa para ir a verlo. Aunque él nunca volvió a transformarse en humano ante sus ojos, aunque nunca le habló ni le dio señales de entender sus palabras, ella continuó con su rutina de contarle todo.
Le hablaba de su día en el laboratorio, de lo monótono y aburrido que era su trabajo, de la frustración que sentía cada vez que lo veía sufrir bajo los experimentos. Le confesaba que no sabía si su presencia le hacía bien o mal, si sus palabras significaban algo para él o si simplemente hablaba para desahogarse con un lobo que no tenía opción más que escucharla. Pero cada vez que veía sus ojos dorados fijos en ella, inmóviles pero atentos, sentía en el fondo de su corazón que sí la entendía, que sí la escuchaba, aunque jamás pudiera responderle.
Con el tiempo, el Sujeto Alfa se convirtió en una presencia esencial en su vida. No podía explicar por qué, pero se encariñó con él de una forma profunda e irracional. No era un simple animal, no era solo un sujeto de pruebas… Era un ser que, a pesar de todo el dolor que le infligían, seguía ahí, resistiendo, observándola, haciéndola sentir menos sola en un mundo que nunca le había dado un verdadero lugar.
Pero un día, todo cambió.
Una mañana, los científicos del laboratorio decidieron llevar a cabo otra de sus pruebas extremas: detonaron una bomba en la cámara de pruebas blindada. Somali había visto esto incontables veces, pero esta vez era distinto, porque tenía afecto por el lobo dorado.
Somali estaba allí cuando sucedió. Vio cómo su cuerpo se despedazaba en mil fragmentos, cómo la sangre, la carne y los huesos se esparcían por la sala de pruebas como si nunca hubieran formado parte de un ser vivo. Quiso gritar, quiso correr hacia él, detener aquella atrocidad, pero no podía arriesgarse a revelar lo que sentía. Con el corazón encogido, se quedó inmóvil, viendo cómo todo terminaba en un instante.
El resto del día fue una agonía. Apenas terminó su turno, corrió a su habitación y, por primera vez en mucho tiempo, lloró hasta quedar sin aliento. Lloró como nunca antes lo había hecho, sintiendo que algo dentro de ella se rompía. La idea de que el Sujeto Alfa estuviera muerto era insoportable. Una parte de ella trataba de consolarse con la idea de que al menos su sufrimiento habría terminado, pero otra parte… Otra parte no podía soportarlo.
Además, sabía que el lobo dorado no moriría, y no sabía qué le causaba más dolor. El hecho de que su muerte fallida le traería más sufrimiento, o el hecho de que en realidad termine muerto y llegara a perderlo para siempre.
Sin embargo, horas después, los informes de los científicos revelaron algo asombroso: el lobo no había muerto, como era de esperarse. Su cuerpo se estaba regenerando y cada célula se volvió a formar, cada parte de él se reconstruyó con una rapidez imposible.
Somali pasó días enteros observando el proceso en los monitores, esperando, conteniendo la respiración cada vez que alguna parte de él se reconstruía.
Y finalmente, cuando estuvo completamente restaurado, cuando no quedaba ni una sola herida en su cuerpo, Somali no pudo contenerse más.
Aquella noche, fue a verlo. Abrió la puerta de su habitación sin pensarlo dos veces y se encontró con su figura imponente, recostado en el suelo, sin el bozal que solían ponerle. Su pelaje dorado brillaba bajo la tenue luz del laboratorio, limpio, intacto, como si jamás hubiera sido destrozado. Pero ella sabía lo que había pasado. Lo había visto con sus propios ojos.
Se acercó a él con lágrimas en los ojos, sintiendo que su corazón latía con desesperación.
—Pensé que habías muerto —susurró, con su voz quebrándose con el peso de la angustia acumulada—. Tenía miedo de que esta vez sí estuvieras muerto, que te había perdido para siempre.
El lobo dorado la miró en silencio, con esos ojos inteligentes que parecían atravesarla. Somali se arrodilló junto a él, incapaz de contener las lágrimas.
—No quiero… —continuó, con un nudo en la garganta—. Sé que una muerte rápida sería lo mejor para ti, que sería el único modo en que dejarías de sufrir, pero… pero cuando creí que te había perdido, casi me vuelvo loca.
Somali extendió una mano y acarició su rostro, recorriendo con sus dedos el suave pelaje. Se quedó así por un momento, mirándolo fijamente, como si quisiera asegurarse de que realmente estaba ahí, de que no era un producto de su imaginación.
—Lo siento… —expresó, bajando la mirada—. Lamento tanto no poder hacer nada por ti.
El dolor en su voz era evidente. La culpa la consumía. Sabía que era parte de aquel sistema cruel, que, aunque no fuera ella quien realizaba los experimentos, tampoco hacía nada para detenerlos.
—Por favor, no me odies —suplicó, sintiendo que el pecho le dolía de la presión—. Aunque entenderé si lo haces. Pero no quisiera que me odiaras. Sé que es egoísta de mi parte…
Levantó la vista nuevamente y se encontró con sus ojos dorados, brillando con algo que no podía descifrar.
—Eres importante para mí, Sujeto Alfa —admitió con un hilo de voz—. Y te prometo que, si alguna vez tengo la oportunidad de sacarte de aquí, lo haré. Juro que lo haré.
Sabía que no era una promesa vacía. Si alguna vez encontraba una forma de liberarlo, lo haría sin dudarlo. Pero por ahora, no tenía poder alguno. No podía iniciar una guerra, ni podía enfrentarse a un ejército de soldados armados con tecnología avanzada. Lo único que podía hacer era esperar.
De repente, sintió algo húmedo en su mejilla.
Parpadeó, sorprendida, y se dio cuenta de que el Sujeto Alfa estaba lamiendo sus lágrimas.
Un sollozo escapó de sus labios, pero esta vez no fue de tristeza, sino de alivio. Sonrió débilmente y levantó una mano para acariciarle la cabeza con ternura.
—Gracias… —alegró, conmovida—. Gracias por no odiarme.
Y sin poder evitarlo, se abrazó a él.
Hundió su rostro en su grueso pelaje, sintiendo su calor, su presencia. Era enorme, imponente, mucho más grande que cualquier lobo ordinario, pero en ese momento, para ella, se sentía como un refugio, como la única cosa en el mundo que tenía sentido.Y en ese abrazo silencioso, en medio de la oscuridad del laboratorio, Somali supo que nunca más lo dejaría solo.Sin darse cuenta, Somali se quedó dormida allí, en la habitación del Sujeto Alfa. Su cuerpo, agotado por el estrés y la angustia de los últimos días, cedió sin resistencia al sueño. La calidez del lobo, su presencia imponente y silenciosa, la envolvieron como un refugio en medio de un mundo cruel. No supo cuánto tiempo pasó, solo que en algún momento la oscuridad del sueño la arrastró sin pedir permiso.Pero, de repente, en algún punto de la madrugada, se despertó.No fue un despertar brusco, sino un deslizarse lento fuera del letargo, como si su mente luchara por aferrarse al sueño mientras la realidad la reclamaba. Sus párpad
Horas después, decidió volver a la sala del lobo. Necesitaba verlo. Sin embargo, cuando llegó, se encontró con la habitación vacía. El pánico la golpeó de inmediato.—¿Dónde está? —soltó para sí misma.Antes de que pudiera hacer más preguntas, la llamaron para una reunión privada. Al entrar en la oficina, se encontró con varios de los científicos principales, entre ellos Henry, y vio las expresiones de desaprobación en sus rostros.—Hemos revisado las cámaras del pasillo —expuso Henry—. Sabemos que ha estado visitando al Sujeto Alfa de madrugada.Somali sintió que su estómago se encogía. Dentro de la habitación no había cámaras, pero las cámaras del pasillo no mentían.—No entiendo…—Sí lo entiende. Ante era una empleada modelo, pero últimamente su comportamiento ha sido… inaceptable. Ha demostrado ser demasiado sensible, y en este lugar no hay espacio para la compasión ni para los débiles.—Pero… yo…—No hay más que hablar. Tiene tres días para recoger sus cosas. Su salida ya está en
El Laboratorio Delta-7 no era un sitio común. Oculto en las profundidades de la ciudad humana, bajo toneladas de concreto y acero, albergaba uno de los secretos mejor guardados del mundo: el lobo inmortal.Los científicos no conocían su nombre, solo lo llamaban Sujeto Alfa. No sabían que no era solo un lobo, sino una criatura más antigua que sus propias civilizaciones.Los guardias del laboratorio se jactaban de haber atrapado a la bestia más peligrosa de la historia, el lobo de la leyenda, el Alfa eterno, el salvador de su especie. Pero en lugar de liderar a su pueblo, ahora yacía en una habitación de cuatro paredes blancas, sometido a pruebas que lo destruían una y otra vez… solo para verlo sanar, solo para comprobar lo que ya sabían: no podían matarlo.El frío de la habitación era insoportable y el hedor a sangre y pólvora impregnaba el aire. En el centro, sujeto con cadenas de acero reforzadas con plata, yacía el lobo de la leyenda.Su pelaje dorado estaba cubierto de llagas abier
Los antiguos hablaban de un lobo nacido bajo el aliento de la luna. Un ser distinto a todos los demás, con un propósito que lo trascendía: proteger a su especie y restaurar el equilibrio de la tierra.No era solo una bestia de colmillos afilados y fuerza sobrenatural. Era la encarnación de la voluntad de la naturaleza, un espíritu ligado a los bosques y montañas, al río y al viento. Su sangre no era solo lobuna, sino un eco de los dioses primordiales, aquellos que crearon el mundo antes de que la humanidad lo reclamara.Sin embargo, los humanos nunca comprendieron.Hubo un tiempo en que los lobos y los humanos compartieron el mundo sin necesidad de violencia. Los bosques eran vastos, los ríos corrían libres y el equilibrio se mantenía. Los lobos no eran simplemente depredadores: eran los guardianes de la vida misma.Pero los humanos olvidaron su lugar. Se expandieron sin medida, talaron los bosques, secaron los ríos, mataron más de lo necesario. El equilibrio se rompió.Cuando los lob
Desde que tenía memoria, Somali nunca encajó.No era solo una sensación pasajera, un malestar común de la infancia o la adolescencia. Era una certeza. Desde que era niña, había sentido que su existencia se desarrollaba en una frecuencia diferente a la de los demás. Sus sentidos eran demasiado agudos, su instinto demasiado fuerte, su percepción del mundo demasiado intensa.Los sonidos eran más nítidos para ella, los olores más penetrantes, las luces más cegadoras. Podía escuchar conversaciones en susurros al otro lado de la habitación, distinguir ingredientes en una comida con solo olerla, notar cambios imperceptibles en el comportamiento de la gente.Pero eso solo la volvió extraña ante los ojos de los demás."Qué rara es.""¿Cómo lo escuchó si no lo dije tan fuerte?""Ella no es normal."Creció aislada, observando más que participando, escuchando más que hablando. Aprendió a fingir, a modular sus reacciones, a pretender que era como los demás. Pero en su interior, siempre supo que no
Desde aquella noche, Somali no pudo dejar de vigilarlo. Día y noche, sin importar la hora, siempre encontraba un momento para observarlo, incluso en la madrugada. Pero no volvió a ver a aquel hombre que se había aparecido en la habitación. Solo veía un lobo. Un lobo eterno.Esto la frustraba profundamente. ¿Realmente se estaba volviendo loca? ¿Acaso todo lo que veía dentro de ese laboratorio la estaba afectando más de lo que creía? No podía entender cómo había sido capaz de dejarse engañar por su propia imaginación. Se preguntó una y otra vez si todo lo que había presenciado aquella vez fue real o si simplemente lo había soñado.Durante mucho tiempo, siguió observándolo sin encontrar ninguna señal de que lo que había visto antes hubiera sido cierto. Ni una sola vez volvió a ver a ese hombre. Y empezó a pensar que tal vez lo había imaginado, que su mente le había jugado una trampa en medio de la noche, que todo había sido producto del cansancio o de un sueño demasiado vívido.Pero ento