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C6: Debería pensar en renunciar.

Hundió su rostro en su grueso pelaje, sintiendo su calor, su presencia. Era enorme, imponente, mucho más grande que cualquier lobo ordinario, pero en ese momento, para ella, se sentía como un refugio, como la única cosa en el mundo que tenía sentido.

Y en ese abrazo silencioso, en medio de la oscuridad del laboratorio, Somali supo que nunca más lo dejaría solo.

Sin darse cuenta, Somali se quedó dormida allí, en la habitación del Sujeto Alfa. Su cuerpo, agotado por el estrés y la angustia de los últimos días, cedió sin resistencia al sueño. La calidez del lobo, su presencia imponente y silenciosa, la envolvieron como un refugio en medio de un mundo cruel. No supo cuánto tiempo pasó, solo que en algún momento la oscuridad del sueño la arrastró sin pedir permiso.

Pero, de repente, en algún punto de la madrugada, se despertó.

No fue un despertar brusco, sino un deslizarse lento fuera del letargo, como si su mente luchara por aferrarse al sueño mientras la realidad la reclamaba. Sus párpados pesaban y su visión era borrosa. Todo se sentía extraño, como si su cuerpo estuviera flotando en un estado intermedio entre la vigilia y el sueño.

Lo primero que notó fue que no estaba en el suelo. No, había algo firme y cálido sosteniéndola. Su cabeza reposaba contra un torso, fuerte y sólido, y unos brazos la sujetaban con gentileza, evitando que se desplomara por completo. Se sentía protegida, envuelta en una calidez inesperada.

Con esfuerzo, entreabrió los ojos. Frente a ella, la silueta de un hombre se dibujaba en la penumbra, imponente pero borrosa, como si la neblina del sueño no le permitiera distinguir sus facciones. Trató de enfocar su rostro, pero sus pensamientos eran lentos, confusos.

Y entonces, antes de que pudiera hacer preguntas, antes de que pudiera siquiera asimilar la situación, él la besó.

Fue un beso profundo, firme, cargado de una intensidad que la dejó sin aliento. No fue brusco ni invasivo, sino algo más. Algo que parecía traspasar la piel, la carne, los huesos, alcanzando su alma. Fue como un ancla en medio de un mar embravecido, como un susurro silencioso que le prometía que todo estaría bien.

Somali sintió que su corazón se detenía por un instante, solo para después latir con una fuerza arrolladora. Un escalofrío recorrió su espalda, pero no de miedo, sino de algo más profundo, más visceral. Sin saber cómo, sin entender por qué, intentó corresponder al beso torpemente, de la única manera en la que sabía hacerlo. Sus labios se movieron contra los de él, aprendiendo en el instante, sintiendo cómo su propia respiración se entrecortaba, cómo su piel ardía a pesar del frío de la habitación.

Fue un beso que no solo dejó una marca en su cuerpo, sino en su alma.

Y luego, la oscuridad volvió a reclamarla.

Se hundió en un sueño profundo, con la vaga sensación de que aún estaba en esos brazos, sostenida con un cuidado que contrastaba con la crudeza del mundo en el que vivía.

*****

Cuando despertó, la sensación de calidez había desaparecido. En su lugar, sintió la frialdad del suelo y la dureza de la pared contra su espalda. Su cuerpo estaba entumecido y su mente tardó unos segundos en ubicarse en la realidad. Parpadeó varias veces, tratando de entender qué había sucedido.

Pero antes de que pudiera procesarlo del todo, sintió un golpe en su pie.

—Hey, despierte —la voz grave y desapasionada la hizo sobresaltarse.

Somali levantó la vista y vio a Henry, su jefe directo. Él la miraba con desaprobación y cansancio, como si la escena ante sus ojos fuera un problema que no tenía ganas de resolver.

—¿Por qué está durmiendo aquí? —preguntó con evidente molestia—. No debería estar aquí.

Somali abrió la boca para responder, pero no encontró palabras. Sus recuerdos eran confusos. Sabía que había ido a visitar al Sujeto Alfa, que se había quedado junto a él, que…

El beso.

¿Qué había sido eso? ¿De verdad había ocurrido? ¿O solo había sido un sueño demasiado vívido? No lo sabía. No podía saberlo. La línea entre la realidad y la ficción empezaba a desdibujarse peligrosamente.

—Yo… no sé cómo llegué aquí —expuso, con la voz aún rasposa por el sueño.

El científico la observó con una expresión extraña, como si la estuviera evaluando, como si tratara de decidir si valía la pena seguir insistiendo. Finalmente, suspiró y sacudió la cabeza en un gesto de desaprobación.

—Dra. Haudenschild, creo que cada vez está peor —comentó con frialdad—. Si sigue así, debería pensar en renunciar. Estamos en un laboratorio, no en un refugio para almas compasivas. Aquí necesitamos mentes frías y objetivas, no a alguien que se deja afectar por los sujetos de prueba. Si no cambia su actitud, tarde o temprano terminarán despidiéndola. Aunque si la despiden, podría recibir una buena liquidación. Pero si realmente respeta nuestro trabajo, lo mejor sería que renuncie por su cuenta.

Ella apretó los labios. No respondió. No podía. Su mente seguía atrapada en el recuerdo de esa madrugada, en el calor de aquel cuerpo, en la sensación de aquellos labios contra los suyos.

Luego, bajó la mirada, sin saber qué responder. No podía contarle lo que había pasado, ni siquiera estaba segura de que realmente hubiera pasado.

—Pero está bien —continuó él, encogiéndose de hombros—. Usted sabrá qué hacer. Cámbiese y vuelva cuando esté presentable. No puede andar por aquí con ropa de dormir.

Dicho eso, se giró y se alejó, dando la conversación por terminada.

Somali se quedó allí, sentada en el suelo, sin moverse, sin hablar. Su corazón latía con fuerza en su pecho, no por las palabras del científico, sino por la incertidumbre que la estaba devorando.

Finalmente, se obligó a ponerse de pie. Caminó con pasos pesados hasta su habitación, aún sintiendo la sensación fantasmal de aquel beso en sus labios. Cuando cerró la puerta detrás de ella y se apoyó contra la pared, su reflejo en el espejo la miró de vuelta. Su pijama estaba arrugada, su cabello revuelto, su piel más pálida de lo habitual.

Se llevó los dedos a los labios.

Había sido real.

¿O no?

Su mente ya no distinguía la verdad de la ilusión. Algo estaba cambiando dentro de ella, algo que no entendía, algo que le hacía temer que, quizás, poco a poco, se estaba volviendo loca.

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