Hundió su rostro en su grueso pelaje, sintiendo su calor, su presencia. Era enorme, imponente, mucho más grande que cualquier lobo ordinario, pero en ese momento, para ella, se sentía como un refugio, como la única cosa en el mundo que tenía sentido.
Y en ese abrazo silencioso, en medio de la oscuridad del laboratorio, Somali supo que nunca más lo dejaría solo.
Sin darse cuenta, Somali se quedó dormida allí, en la habitación del Sujeto Alfa. Su cuerpo, agotado por el estrés y la angustia de los últimos días, cedió sin resistencia al sueño. La calidez del lobo, su presencia imponente y silenciosa, la envolvieron como un refugio en medio de un mundo cruel. No supo cuánto tiempo pasó, solo que en algún momento la oscuridad del sueño la arrastró sin pedir permiso.
Pero, de repente, en algún punto de la madrugada, se despertó.
No fue un despertar brusco, sino un deslizarse lento fuera del letargo, como si su mente luchara por aferrarse al sueño mientras la realidad la reclamaba. Sus párpados pesaban y su visión era borrosa. Todo se sentía extraño, como si su cuerpo estuviera flotando en un estado intermedio entre la vigilia y el sueño.
Lo primero que notó fue que no estaba en el suelo. No, había algo firme y cálido sosteniéndola. Su cabeza reposaba contra un torso, fuerte y sólido, y unos brazos la sujetaban con gentileza, evitando que se desplomara por completo. Se sentía protegida, envuelta en una calidez inesperada.
Con esfuerzo, entreabrió los ojos. Frente a ella, la silueta de un hombre se dibujaba en la penumbra, imponente pero borrosa, como si la neblina del sueño no le permitiera distinguir sus facciones. Trató de enfocar su rostro, pero sus pensamientos eran lentos, confusos.
Y entonces, antes de que pudiera hacer preguntas, antes de que pudiera siquiera asimilar la situación, él la besó.
Fue un beso profundo, firme, cargado de una intensidad que la dejó sin aliento. No fue brusco ni invasivo, sino algo más. Algo que parecía traspasar la piel, la carne, los huesos, alcanzando su alma. Fue como un ancla en medio de un mar embravecido, como un susurro silencioso que le prometía que todo estaría bien.
Somali sintió que su corazón se detenía por un instante, solo para después latir con una fuerza arrolladora. Un escalofrío recorrió su espalda, pero no de miedo, sino de algo más profundo, más visceral. Sin saber cómo, sin entender por qué, intentó corresponder al beso torpemente, de la única manera en la que sabía hacerlo. Sus labios se movieron contra los de él, aprendiendo en el instante, sintiendo cómo su propia respiración se entrecortaba, cómo su piel ardía a pesar del frío de la habitación.
Fue un beso que no solo dejó una marca en su cuerpo, sino en su alma.
Y luego, la oscuridad volvió a reclamarla.
Se hundió en un sueño profundo, con la vaga sensación de que aún estaba en esos brazos, sostenida con un cuidado que contrastaba con la crudeza del mundo en el que vivía.
*****
Cuando despertó, la sensación de calidez había desaparecido. En su lugar, sintió la frialdad del suelo y la dureza de la pared contra su espalda. Su cuerpo estaba entumecido y su mente tardó unos segundos en ubicarse en la realidad. Parpadeó varias veces, tratando de entender qué había sucedido.
Pero antes de que pudiera procesarlo del todo, sintió un golpe en su pie.
—Hey, despierte —la voz grave y desapasionada la hizo sobresaltarse.
Somali levantó la vista y vio a Henry, su jefe directo. Él la miraba con desaprobación y cansancio, como si la escena ante sus ojos fuera un problema que no tenía ganas de resolver.
—¿Por qué está durmiendo aquí? —preguntó con evidente molestia—. No debería estar aquí.
Somali abrió la boca para responder, pero no encontró palabras. Sus recuerdos eran confusos. Sabía que había ido a visitar al Sujeto Alfa, que se había quedado junto a él, que…
El beso.
¿Qué había sido eso? ¿De verdad había ocurrido? ¿O solo había sido un sueño demasiado vívido? No lo sabía. No podía saberlo. La línea entre la realidad y la ficción empezaba a desdibujarse peligrosamente.
—Yo… no sé cómo llegué aquí —expuso, con la voz aún rasposa por el sueño.
El científico la observó con una expresión extraña, como si la estuviera evaluando, como si tratara de decidir si valía la pena seguir insistiendo. Finalmente, suspiró y sacudió la cabeza en un gesto de desaprobación.
—Dra. Haudenschild, creo que cada vez está peor —comentó con frialdad—. Si sigue así, debería pensar en renunciar. Estamos en un laboratorio, no en un refugio para almas compasivas. Aquí necesitamos mentes frías y objetivas, no a alguien que se deja afectar por los sujetos de prueba. Si no cambia su actitud, tarde o temprano terminarán despidiéndola. Aunque si la despiden, podría recibir una buena liquidación. Pero si realmente respeta nuestro trabajo, lo mejor sería que renuncie por su cuenta.
Ella apretó los labios. No respondió. No podía. Su mente seguía atrapada en el recuerdo de esa madrugada, en el calor de aquel cuerpo, en la sensación de aquellos labios contra los suyos.
Luego, bajó la mirada, sin saber qué responder. No podía contarle lo que había pasado, ni siquiera estaba segura de que realmente hubiera pasado.
—Pero está bien —continuó él, encogiéndose de hombros—. Usted sabrá qué hacer. Cámbiese y vuelva cuando esté presentable. No puede andar por aquí con ropa de dormir.
Dicho eso, se giró y se alejó, dando la conversación por terminada.
Somali se quedó allí, sentada en el suelo, sin moverse, sin hablar. Su corazón latía con fuerza en su pecho, no por las palabras del científico, sino por la incertidumbre que la estaba devorando.
Finalmente, se obligó a ponerse de pie. Caminó con pasos pesados hasta su habitación, aún sintiendo la sensación fantasmal de aquel beso en sus labios. Cuando cerró la puerta detrás de ella y se apoyó contra la pared, su reflejo en el espejo la miró de vuelta. Su pijama estaba arrugada, su cabello revuelto, su piel más pálida de lo habitual.
Se llevó los dedos a los labios.
Había sido real.
¿O no?
Su mente ya no distinguía la verdad de la ilusión. Algo estaba cambiando dentro de ella, algo que no entendía, algo que le hacía temer que, quizás, poco a poco, se estaba volviendo loca.
Horas después, decidió volver a la sala del lobo. Necesitaba verlo. Sin embargo, cuando llegó, se encontró con la habitación vacía. El pánico la golpeó de inmediato.—¿Dónde está? —soltó para sí misma.Antes de que pudiera hacer más preguntas, la llamaron para una reunión privada. Al entrar en la oficina, se encontró con varios de los científicos principales, entre ellos Henry, y vio las expresiones de desaprobación en sus rostros.—Hemos revisado las cámaras del pasillo —expuso Henry—. Sabemos que ha estado visitando al Sujeto Alfa de madrugada.Somali sintió que su estómago se encogía. Dentro de la habitación no había cámaras, pero las cámaras del pasillo no mentían.—No entiendo…—Sí lo entiende. Ante era una empleada modelo, pero últimamente su comportamiento ha sido… inaceptable. Ha demostrado ser demasiado sensible, y en este lugar no hay espacio para la compasión ni para los débiles.—Pero… yo…—No hay más que hablar. Tiene tres días para recoger sus cosas. Su salida ya está en
La oscuridad de aquella habitación era densa y pegajosa, impregnada de un hedor metálico y animal. Somali apenas podía moverse, pues sus extremidades estaban entumecidas por el frío y el miedo. Desde su rincón, con el cuerpo encogido contra la pared, vio cómo la enorme bestia de colmillos afilados y ojos incandescentes se agitaba en el suelo de la celda.Lo había visto claramente. A pesar de su confusión, a pesar de sus temores, recordaba muy bien lo que acababa de presenciar. Primero, un crujido enfermizo. Luego, un sonido que hizo que la bilis le subiera por la garganta: el estallido de huesos al romperse y recomponerse. La criatura convulsionó, sus patas se alargaron y el pelaje se retiró como si lo consumiera un fuego invisible. El hocico se encogió, los colmillos se replegaron y los ojos brillantes se apagaron poco a poco hasta adoptar una expresión humana.Somali contuvo el aliento. Su estómago se revolvió al ver la carne retorcerse, estirarse y contraerse con un realismo atroz,
—Yo creo que tú sí lo sabes —replicó Nolan, acercándose a ella—. Lo sabes muy bien. No tengas miedo de aceptarlo. Jamás encajaste en ese mundo —prosiguió él, con una certeza que la aterraba aún más—. Siempre te sentiste diferente a los demás, como si fueras un error, como si tu propia existencia no tuviera un verdadero lugar.Somali apretó los labios con fuerza, tratando de bloquear sus palabras, de no dejar que esas ideas se filtraran en su mente. Pero ya lo habían hecho.Porque tenía razón.Ese hombre, ese ser que apenas conocía, acababa de poner en palabras lo que ella siempre había sentido.Desde que tenía memoria, había experimentado esa sensación de estar fuera de lugar, como si el mundo en el que vivía no estuviera diseñado para ella. Como si hubiera algo mal en su propia esencia.Y ahora él lo decía con tanta seguridad, con tanta convicción, como si supiera lo que ella sentía en lo más profundo de su alma.¿Cómo podía saberlo?Era como si le hubiera leído la mente. Como si est
La fría y estéril atmósfera del laboratorio se mantenía inalterable, impasible ante el sufrimiento que albergaba en su interior. Los experimentos continuaban sin descanso y el Sujeto Alfa no era más que otro objeto de estudio para los científicos que lo rodeaban. Cada día lo sometían a innumerables pruebas, buscando respuestas que quizás nunca obtendrían. El lobo había intentado escapar al inicio, cuando lo capturaron recientemente. Pero después de meses de tortura, ya no mostraba signos de agresividad real. Aún así, lo tenían con un grueso bozal de acero. Era una medida de seguridad innecesaria, pero efectiva.Hasta ese momento, el Sujeto Alfa ya no había intentado atacar a nadie. Su cuerpo resistía la interminable tortura con una tenacidad sobrehumana y su mirada ardía de un odio profundo e indomable, pero ya no alzaba la garra contra sus captores. Algunos se preguntaban si ya se había rendido, mientras que otros atribuían su pasividad a la cantidad de sedantes y venenos que le iny
Somali despertó con una sensación de cansancio abrumador. Su cuerpo estaba dolorido, frío, y su mente se hallaba atrapada en una niebla de confusión. Apenas tuvo tiempo de procesar su entorno cuando la puerta se abrió, dejando entrar a un hombre que, a pesar de su presencia imponente, se movía con una tranquilidad estudiada. Era Nolan.—¿Ya te sientes mejor? —preguntó él con la voz firme y un semblante indescifrable.—¿Quién eres tú? —soltó Somali con frialdad—. ¿Qué es lo que quieres de mí? ¿Qué es lo que buscas? ¿Por qué me trajiste aquí?—Así que finalmente podemos tener una conversación —alegó.—Quiero que me expliques ya de qué se trata todo esto —exigió—. ¿Por qué me tienes aquí encadenada? Yo no soy nada, ni soy nadie, por lo tanto, no entiendo tu necesidad por encerrarme. ¿De qué te serviría una simple humana como yo? Habla de una vez, sin tantos rodeos. ¿O... acaso me trajiste solamente para darle de comer a los tuyos?—Vaya, sí que has cambiado —comentó, cruzándose de brazos
Somali sintió un escalofrío helado recorrer su espalda. Sus muñecas ardían bajo el peso de las cadenas, pero ese dolor no se comparaba con el caos que se desató en su mente. Sus labios se entreabrieron, pero ninguna palabra salió. Loba. El Alfa Inmortal la arrebató de su mundo.Negó con la cabeza lentamente, como si pudiera sacudirse aquella verdad absurda. Sus latidos retumbaban en sus oídos, su pecho subía y bajaba con un ritmo errático.—Pero… ¿por qué? ¿Por qué el Sujeto Alfa haría algo así?—Porque tú, Somali, eres poderosa.Ella lo miró con confusión, esperando que explicara.—Eres más que una loba común. La diosa Luna te creó para mí. Para fortalecerme. Y el Alfa Inmortal lo supo. Por eso te arrebató de este mundo. Porque tenía miedo. Miedo de que, si tú y yo nos encontrábamos, yo me volvería demasiado fuerte para ser derrotado. Él temía lo que podríamos llegar a ser juntos, y por eso hizo todo lo posible para impedirlo.—¿Y cómo pudo él... saber que yo era tu... compañera?—Po
Un par de meses después de que Somali fue secuestrada, Dorian continuaba atrapado en el laboratorio Delta-7. Sin embargo, su deseo de salir de esa ratonera no se había desvanecido. No iba a rendirse con respecto a recuperar su libertad, y menos ahora que Somali estaba desaparecida, sobre lo cual tenía un mal presentimiento.Cierta noche, el Alfa reunió toda su voluntad para salir de ese lugar. De un momento a otro, pasando de la calma a la tempestad, el laboratorio subterráneo empezó a vibrar con el retumbar de las alarmas, las luces rojas parpadeaban en cada esquina, y el sonido de botas golpeando el suelo se mezclaba con los gritos de órdenes entre soldados armados. Detrás de un grueso cristal reforzado, encadenado con grilletes de plata y retenido por inyecciones constantes de suero debilitante, el lobo dorado respiraba con dificultad. Su cuerpo, una amalgama de cicatrices recientes y heridas abiertas, temblaba bajo los efectos de las drogas. Su piel quemada donde los grilletes toc
Somali perdió la noción del tiempo. En aquella habitación oscura y húmeda, el día y la noche se desdibujaban entre el sufrimiento y el agotamiento. Nolan había dicho que la haría fuerte, que sacaría su loba a la superficie a través del dolor, que la convertiría en una mártir para que sus supuestos poderes se manifestaran. Y, hasta el momento, con respecto a las torturas, cumplió su palabra con precisión cruel.Las cadenas en sus muñecas y tobillos se volvían una extensión de su piel, lacerándola cada vez que intentaba moverse. Al principio, intentó resistirse, luchó con todas sus fuerzas, pero pronto entendió que no había escapatoria.Todo se volvió un concepto borroso en la mente de Somali. La oscuridad de la celda la envolvía, haciéndola sentir atrapada en un abismo sin fin, donde solo el dolor la mantenía anclada a la realidad.Nolan, por su parte, era metódico e insistente. No dejaba que su sufrimiento fuera un simple castigo sin propósito. No. Cada herida, cada golpe, cada moment