Vísperas de una boda

Ariadna se quedó inmóvil frente al espejo, rodeada de un mar de blanco. El satén del vestido caía sobre su cuerpo. El primer vestido que había probado.

No necesitaba más. No quería más.

Tres empleadas se movían a su alrededor con rapidez y precisión, ajustando la tela en su cintura, colocando alfileres aquí y allá, murmurando entre sí sobre los detalles del corte y el encaje.

Al otro lado del salón, su madre y su hermana Aisha estaban sentadas en un elegante sofá de terciopelo. Ambas la observaban con expresiones opuestas.

Aisha parecía disfrutar de cada segundo, con esa sonrisa de superioridad que nunca se molestaba en disimular. En cambio, su madre mantenía un aire de desaprobación silenciosa, como si esperara que Ariadna hiciera algo más… apropiado.

Ariadna se miró al espejo y suspiró.

—Este está bien —dijo, con voz seca. Las empleadas se detuvieron por un momento, sorprendidas. Una de ellas abrió la boca como si fuera a protestar, pero Ariadna no le dio oportunidad—. Me llevo
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