Ariadna se quedó inmóvil frente al espejo, rodeada de un mar de blanco. El satén del vestido caía sobre su cuerpo. El primer vestido que había probado. No necesitaba más. No quería más. Tres empleadas se movían a su alrededor con rapidez y precisión, ajustando la tela en su cintura, colocando alfileres aquí y allá, murmurando entre sí sobre los detalles del corte y el encaje.Al otro lado del salón, su madre y su hermana Aisha estaban sentadas en un elegante sofá de terciopelo. Ambas la observaban con expresiones opuestas. Aisha parecía disfrutar de cada segundo, con esa sonrisa de superioridad que nunca se molestaba en disimular. En cambio, su madre mantenía un aire de desaprobación silenciosa, como si esperara que Ariadna hiciera algo más… apropiado. Ariadna se miró al espejo y suspiró. —Este está bien —dijo, con voz seca. Las empleadas se detuvieron por un momento, sorprendidas. Una de ellas abrió la boca como si fuera a protestar, pero Ariadna no le dio oportunidad—. Me llevo
El reloj marcaba las nueve de la mañana cuando Maximiliano abrió los ojos. Por un segundo, olvidó dónde estaba, qué día era. Pero la realidad cayó sobre él de pronto.Hoy se casaba. Se quedó tendido en la cama, mirando el techo, sintiendo un peso en el pecho que no supo descifrar. No era emoción. No era felicidad. Era algo extraño. Se incorporó lentamente y apoyó los codos sobre sus rodillas, enterrando el rostro en sus manos. Su respiración era tranquila, controlada… pero había un nudo en su estómago, un maldito nudo que no tenía razón de estar ahí. No era un hombre nervioso. No lo era. Pero esto… Esto se sentía demasiado grande, demasiado definitivo. Sacudió la cabeza, como si así pudiera sacarse la sensación de encima, y se obligó a levantarse. Maximiliano se dirigió al baño, donde el agua caliente de la ducha le permitió ordenar sus pensamientos. No podía permitirse titubear. Salió, se secó el cabello con rapidez y se paró frente al espejo, observando su reflejo con
El cielo tenía un tono gris amenazante cuando llegaron a la villa privada. El aire cálido del verano comenzaba a mezclarse con la humedad de la tormenta que se avecinaba. La casa, ubicada en una colina apartada, tenía una arquitectura clásica, con muros de piedra y grandes ventanales que daban al valle. Era hermosa, imponente, un paraíso diseñado para una luna de miel de ensueño. Pero no para ellos. Maximiliano no había hablado mucho en el trayecto desde el aeropuerto. Ariadna tampoco. Había aprendido que el silencio era su mejor estrategia cuando estar cerca de él la sofocaba. La tensión entre ellos era densa, como el aire antes de una tormenta. Cuando entraron a la villa, un mayordomo los recibió con una sonrisa cortés y se encargó de explicar los detalles básicos de la propiedad antes de dejarlos solos. El silencio volvió a apoderarse del ambiente. Ariadna dejó su bolso sobre uno de los sillones de la sala y recorrió la estancia con la mirada. Era un espacio lujoso, elegante
Él estaba recostado al marco de la puerta del baño mientras la veía hacerse una trenza en su larga cabellera rojiza.Ariadna se movía con gracia, aunque con cierta torpeza, intentando dominar el cabello que parecía tener vida propia. Max observaba en silencio, disfrutando de ese momento íntimo que, aunque cotidiano, le resultaba fascinante. Notaba cómo la luz del baño resaltaba los tonos cobrizos de su cabello, y cómo sus manos, aunque temblorosas, trabajaban con determinación. Era una imagen que lo llenaba de ternura.Lo hacía recordar como amanecieron esa mañana… ella pegada a él, su respiración acompasada y su rostro tan sereno.—Vamos a ir al pueblo a comprar algunas cosas que necesitas —dijo Max, rompiendo el silencio con un tono suave.Ariadna asintió sin mirarlo, concentrada en su tarea. Finalmente, logró terminar la trenza y se ajustó el elástico en la punta. Se levantó del taburete y se acercó a él, pasando a su lado con un movimiento rápido.—Ya estoy lista.—Abrígate bien —
Tenía el móvil en la mano, la pantalla brillando con la notificación que había intentado ignorar desde que despertó. Ariadna Valdés y Maximiliano Valenti han contraído matrimonio en una ceremonia privada en Valtris. Una boda rápida. Sin tiempo para dudas ni escapatorias. Víctor sintió una presión en el pecho, como si el aire le faltara de repente. No podía leerlo de nuevo. No quería. Se levantó bruscamente de la cama, arrojando el teléfono sobre la mesa con tanta fuerza que el dispositivo rebotó antes de caer al suelo. Apoyó las manos en la mesa y bajó la cabeza, su respiración pesada, su mente inundada de recuerdos. Ariadna riendo. Ariadna besándolo. Ariadna diciéndole que lo amaba. Ariadna pidiéndole que confiaran el uno en el otro. Pero él no estaba allí. Porque lo habían alejado. Porque lo habían obligado a dejarla. Porque su padre había firmado su sentencia. —Maldición… —murmuró entre dientes, sintiendo cómo la ira y la impotencia lo consumían. Golpeó la mesa con f
Leticia se movía con eficiencia dentro de la habitación de Ariadna, organizando sus cosas con precisión mientras los empleados trasladaban el resto de sus pertenencias a la habitación principal. Ropa, accesorios, libros, productos de cuidado personal… todo debía estar en su sitio antes de que Ariadna regresara. Mientras tanto, Maximiliano se dirigió a su despacho y cerró la puerta detrás de él. El peso del trabajo lo esperaba, acumulado en las semanas que estuvo de luna de miel. No había abierto un solo correo en todo ese tiempo. El hospital, las autorizaciones, los permisos… todo debía estar retrasado. Suspiró y encendió su ordenador. Cuando la pantalla se iluminó, la bandeja de entrada se actualizó inmediatamente. 64 correos sin leer. Se recostó en su silla, listo para enfrentarse al caos. Pero lo que encontró fue todo lo contrario. Cada correo era una buena noticia tras otra. Aprobado. Autorizado. Confirmado. Maximiliano abrió uno de los mensajes más recientes: "Estimado
Ariadna llegó a casa justo a la hora de la cena. Se sentía cansada, un poco agobiada, pero al menos tranquila después de haber hablado con su madre. Al entrar en el salón, encontró a Maximiliano sentado en uno de los sofás, hojeando algo en su teléfono. Levantó la mirada en cuanto la vio. —Vamos a cenar —le avisó con naturalidad. Ariadna se detuvo a unos metros, se quitó la chaqueta y la dejó sobre una silla. —Quiero tomar una ducha primero. —Está bien, te espero en la mesa. Ella asintió y subió las escaleras, frotándose la sien con los dedos. Sentía el cuerpo pesado y el agua caliente le vendría bien. Al llegar a su habitación, abrió la puerta del armario para buscar ropa limpia, pero algo no estaba bien. Estaba vacío. Ariadna frunció el ceño. Miró de un lado a otro, como si sus cosas pudieran aparecer de repente. ¿Qué demonios…? Antes de que pudiera procesarlo del todo, escuchó un golpe en la puerta. —Voy a pasar. Era la voz de Maximiliano. La puerta se abrió y él entr
Ariadna caminó con rapidez por el pasillo.Su corazón latía con fuerza, el enojo nublándole la vista.Pero antes de llegar a la puerta principal, una sombra se interpuso en su camino.Maximiliano.Bloqueando la salida con su cuerpo, su postura firme, sus ojos oscuros clavados en ella con una intensidad que la hizo estremecer.—Muévete —espetó Ariadna, su voz temblorosa por la ira contenida.Él no lo hizo.—No.Ariadna apretó los dientes y dio un paso hacia un lado, intentando esquivarlo, pero él volvió a moverse, bloqueándola de nuevo.—Maximiliano, no hagas esto.—No quiero que te vayas.—Pues yo sí quiero.—No. —Su voz fue más baja, más amenazante—. No de esta manera.Ariadna sintió una mezcla de frustración y miedo escalar por su pecho.—¿Qué demonios crees que estás haciendo?—Evitar que cometas una estupidez.—¡No eres mi dueño! El único estúpido aquí eres tú que quieres forzarme a dormir contigo. ¡No me das mi habitación! Entonces me marcho. ¿Crees que puedes retenerme?Intentó a