El final de las cadenas

El silencio en la habitación 412 era un peso tangible, roto solo por los sollozos entrecortados de Maximiliano y el llanto tembloroso de Ariadna.

Sus palabras habían cortado como dardos directo al corazón, cada verdad un filo que abría heridas viejas y nuevas, pero ahora, tras el grito de "eres igual a mi padre", algo cambió. Ariadna respiró hondo, el pecho subiéndole y bajándole con esfuerzo mientras se pasaba las manos por las mejillas, secándose las lágrimas con dedos temblorosos. Maximiliano la imitó, limpiándose el rostro con la manga de su camisa, las lágrimas dejando marcas húmedas en la tela mientras intentaba calmarse.

—Ariadna… —susurró él, su voz ronca y quebrada mientras la miraba con ojos rojos, llenos de una tristeza infinita ante un error que era completamente imposible de reparar—. Perdóname. Por favor, escúchame… me dejé llevar por el miedo. El miedo de perderte, de que te alejaras de mí para siempre. Quería mantenerte a mi lado, y al mismo tiempo… tenía terror de que
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