El bullicio de la calle se desvaneció cuando Ariadna, Víctor y Darcy cruzaron el umbral de La Musa, el calor del restaurante envolviéndolos como un abrazo.Las mesas al aire libre seguían llenas, pero ellos eligieron una al fondo, cerca de una ventana con vistas a las luces navideñas que colgaban como guirnaldas en el barrio de las Letras.Víctor bajó a Darcy al suelo, sus botas resonando mientras corría hacia el asiento junto a la ventana, el conejo de peluche gris colgando de su mano como un trofeo de guerra.La habían alcanzado y eso hacía feliz tanto al padre como a la hija. Era una victoria que a ella la llenaba de orgullo, mientras que a Víctor lo dejaba frente a una Ariadna que huyó de su encuentro.—¡Aquí, papá! —ordenó, trepando a la silla con una agilidad que desmentía su tamaño—. Quiero ver la tarta otra vez—no se había olvidado de la sabrosa tarta que había allí.Ariadna se sentó frente a ellos, la bufanda gris deslizándose de su rostro mientras intentaba secarse las lágri
El almuerzo en La Musa había terminado con platos vacíos y una calma frágil entre Ariadna y Víctor, pero Darcy no estaba dispuesta a dejar que el día acabara sin su ansiada tarta de chocolate.El camarero la trajo a la mesa, una torre de capas oscuras y crema brillante que hizo brillar los ojos de la niña como si fuera Navidad adelantada. Víctor cortó un pedazo generoso y lo puso en un plato pequeño, deslizándolo hacia Darcy con una advertencia suave.—Solo un poco, peque —dijo, su tono fingiendo seriedad—. No quiero que te duela la barriga después.Darcy asintió, pero apenas lo escuchó, hundiendo la cuchara en la crema con una precisión infantil. Luego miró a Ariadna, que observaba con una sonrisa divertida, y le extendió el plato con una generosidad inesperada.—¿Quieres un poco? —preguntó, su voz resonando con entusiasmo—. ¡Es la mejor tarta del mundo! Pruébala. Te va a gustar. Amo el chocolate.Ariadna la miró, tomando una cucharita del borde de la mesa.—Claro, gracias —respondió
El sol se había hundido tras los tejados del barrio de las Letras, dejando el cielo teñido de un azul profundo cuando Víctor, Ariadna y Darcy salieron del parque rumbo a la Plaza Mayor.Darcy caminaba entre ellos, saltando con cada paso, el conejo de peluche gris balanceándose en su mano mientras tarareaba una melodía inventada. Se le daba muy bien.—¡Miren, papá! —gritó al llegar a la plaza, sus ojos abriéndose como platos ante el espectáculo.La Plaza Mayor era un mar de luz: arcos de bombillas blancas cruzando de un lado a otro, un árbol gigante en el centro parpadeando con colores, y puestos navideños alineados contra las fachadas rojas, vendiendo figuritas, dulces y adornos. Darcy corrió hacia adelante, deteniéndose frente a un puesto de belenes, señalando una oveja diminuta con una emoción que hizo reír a Víctor.—¡Es tan pequeña! —dijo, girándose hacia ellos—. ¡Podemos comprar una para Señor Gris!Víctor se acercó, arrodillándose a su lado mientras sacaba unas monedas del bolsi
Él se giró hacia ella, las manos en los bolsillos de su chaqueta, los ojos fijos en los suyos esperando de ella una respuesta. Preferiblemente una sincera. Darcy seguía jugando a lo lejos, su risa cortando el aire mientras intentaba trepar un bordillo, dándoles un momento de privacidad en medio de la multitud.Ella respiró hondo, las palabras peleando por salir mientras miraba el suelo, las baldosas frías reflejando las luces en un brillo húmedo. Había ensayado esto en su cabeza mil veces desde que lo vio en La Musa, pero ahora, frente a él, todo parecía desmoronarse.No es que no sintiera que no estaba lista, es que no sabía si sus vidas podían unirse de nuevo, pese a todo.—No sé si es justo decirlo, no sé si tiene sentido después de todo este tiempo, pero… es la verdad. Siempre ha estado ahí, incluso cuando intenté enterrarlo. Si alguna vez te dije que te amo, mis sentimientos no han cambiado nada, Víctor.Víctor se quedó inmóvil, el aliento escapándosele en una nube blanca mientra
El camino desde la Plaza Mayor hasta el apartamento de Víctor en Chamberí era una caminata tranquila bajo el cielo nocturno.Darcy iba adelante, saltando entre las líneas de las aceras con su conejo de peluche gris colgando de una mano, mientras Ariadna caminaba a su lado, la bufanda gris rozándole la barbilla. Las dos charlaban cómodamente, sus voces llenando el aire fresco con una mezcla de risas y preguntas infantiles.—¿Tú crees que las luces son mágicas de verdad? —preguntó Darcy, girándose hacia Ariadna con los ojos brillantes—. ¡Señor Gris dice que sí!Ariadna rio, ajustando los lentes sobre su nariz mientras miraba a la niña.—Podría ser —respondió, su tono juguetón—. Quizás tienen un hechizo que hace que todos sonrían más en Navidad.Darcy asintió, satisfecha, y saltó sobre un charco, salpicando gotas que brillaron bajo una farola.—¡Entonces voy a pedir más luces para mi cuarto! —dijo, y luego señaló a Ariadna—. ¿Tú tienes luces mágicas en tu casa?—No tantas como aquí —resp
Ariadna se sentaban en la cama, un álbum de fotos abierto entre ellas como un tesoro desenterrado. Darcy había insistido en mostrarle "las aventuras de papá", y ahora hojeaba las páginas con dedos rápidos, señalando cada imagen con una mezcla de orgullo y entusiasmo. El álbum estaba lleno de recuerdos de un viaje a Australia, las fotos pegadas con cinta y algunas esquinas dobladas por el tiempo.—¡Mira esta! —dijo Darcy, apuntando a una foto donde Víctor posaba frente a un koala, su cabello revuelto por el viento y una sonrisa enorme en el rostro—. ¡Mi papi era el más guapo de todo el lugar! Todas las señoras le decían cosas, pero él solo me cargaba a mí.Ariadna rio, inclinándose para ver mejor la imagen. Víctor llevaba una camiseta gris y shorts, el sol australiano bronceándole la piel mientras Darcy, más pequeña entonces, se aferraba a su cuello con una risita.—Se ve que eras su favorita —dijo Ariadna, ajustando los lentes sobre su nariz mientras miraba a la niña—. Y tienes razón,
Víctor y Ariadna estaban en el salón, la lámpara de pie arrojando un brillo ámbar sobre el sofá desordenado y las paredes llenas de dibujos infantiles. Ella jugueteaba con el borde de su bufanda gris, el corazón latiéndole como un tambor mientras él se pasaba una mano por el cabello, buscando romper la quietud que los envolvía.—Voy a buscarte algo para que te pongas —dijo al fin, su voz baja y un poco ronca mientras señalaba el pasillo con un gesto nervioso—. No vas a dormir con jeans, ¿verdad?Ariadna sonrió, soltando la bufanda sobre el respaldo del sofá mientras asentía.—Gracias —respondió, la idea de quedarse oficialmente golpeándola con una mezcla de nervios y algo más, algo cálido que no podía nombrar.Víctor desapareció en su habitación, el sonido de cajones abriéndose y cerrándose llenando el aire antes de que regresara con una camiseta gris gastada y unos pantalones de pijama azules, la tela suave y ligeramente arrugada por el uso. Se los tendió, sus dedos rozando los de el
El pasillo del apartamento parecía alargarse mientras Víctor y Ariadna caminaban hacia su habitación, el sonido de sus pasos silbando contra las paredes como un tambor silencioso.El beso en el salón los había dejado temblando, las respiraciones agitadas y las miradas cargadas de un deseo que ninguno podía ignorar. Ella llevaba su pijama —la camiseta gris holgada y los pantalones azules—, y él aún tenía la chaqueta puesta, como si no se atreviera a quitársela y hacer el momento más real. Darcy dormía en su cuarto, ajena al torbellino que se desataba a pocos metros, las estrellitas del techo brillando tenuemente tras su puerta.Víctor abrió la puerta de su habitación, el espacio sencillo pero acogedor: una cama de matrimonio con sábanas azul oscuro, una lámpara en la mesita que arrojaba un brillo suave, y una ventana que dejaba entrar el resplandor de las luces navideñas de la calle. Se giró hacia ella, las manos en los bolsillos, y rio nervioso, rompiendo el silencio.“Mierda. ¡No sé