La línea definitiva

Los niños estaban dormidos, parecían dos hermosos angelitos pelirrojos.

Eric y Marc descansaban en sus cunas, los ositos de peluche que Maximiliano había traído colocados junto a ellos.

Ariadna estaba sentada en el sofá, las manos cruzadas sobre las rodillas, mientras Maximiliano se inclinaba sobre la cuna de Marc, ajustando la manta con una sonrisa que se desdibujó cuando ella habló.

—Maximiliano, ahora que están dormidos… debemos hablar de algo importante —dijo, su voz firme, clara, cortando el aire con una seriedad que lo hizo tensarse.

Él se enderezó, el cuerpo rígido mientras la miraba, las manos quietas a los lados; una sombra de nerviosismo le cruzó el rostro, las cejas frunciéndose mientras asentía lentamente.

—Claro —dijo, su voz grave pero cautelosa mientras se acercaba al sofá y tomaba asiento a su lado—. ¿De qué se trata?

Ariadna giró el cuerpo hacia él, sus ojos verdes encontrándose con los suyos con una intensidad que lo hizo tragar saliva. Respiró hondo, enderezando los
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