Un pasado que llama

La puerta del apartamento se cerró con un leve clic. Víctor dejó las llaves en la mesita de la entrada, se deshizo del abrigo con un suspiro y alzó la mirada hacia el pasillo en penumbra. Darcy apretaba su mano con fuerza, arrastrando una pequeña maleta de ruedas con dibujos de ositos.

Llevaban más de quince horas en movimiento, entre retrasos, escalas y un vuelo largo desde Washington. A pesar del cansancio, la niña seguía firme a su lado, con esa energía que solo los niños parecen tener a cualquier hora del día o de la noche.

—¿Vamos a dormir aquí esta noche, papá? —preguntó con su vocecita dulce y un dejo de ilusión.

—Sí, princesa —respondió él, con una sonrisa cansada—. Mañana empezamos nuestras vacaciones de Navidad. Madrid nos espera con luces, chocolate caliente y un árbol gigante que tenemos que decorar.

Darcy sonrió ampliamente, revelando los pequeños huecos entre sus dientes de leche. Víctor apagó las luces del pasillo, encendió la lámpara de noche en su habitación y la leva
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