Ariadna despertó bastante tempano esa mañana, el silencio de la casa envolviéndola como una manta demasiado pesada.Era temprano, el reloj marcando apenas las siete, y lo primero que hizo fue estirar la mano hacia el teléfono en la mesita de noche. La pantalla estaba vacía de notificaciones, ningún mensaje, ninguna llamada. El texto que le había enviado a Víctor la noche anterior seguía sin respuesta, y un nudo se le formó en el estómago mientras lo miraba. Quería pensar que ese no era su número, que su amiga se había equivocado, pero en el fondo sabía la verdad: quizás él no quería saber nada de ella.Se levantó de la cama, el frío del suelo de madera calándole los pies descalzos, y caminó al baño con pasos lentos, casi mecánicos. Cerró la puerta tras de sí, el clic del pestillo resonando en el silencio, y se sentó en el borde de la tina vacía. Las lágrimas llegaron sin aviso, un torrente silencioso que le quemó los ojos mientras se rodeaba el pecho con los brazos, como si pudiera co
La noche había sido muy dura, pero Ariadna veía un nuevo día, sin lágrimas.Ella salió de casa esa mañana con una decisión clara en la mente: necesitaba un cambio. El sol de diciembre brillaba tenue sobre Alicante, las calles aún decoradas con luces navideñas que parpadeaban en la brisa fresca. Su cabello rojizo, largo hasta la cintura, se enredaba con el viento mientras caminaba hacia la peluquería del barrio, un lugar pequeño con un cartel azul y un aroma a champú que la recibió al entrar. La estilista, una mujer de sonrisa amplia llamada Marta, la saludó con un gesto animado.—¿Qué hacemos hoy, guapa? —preguntó, girando la silla para que Ariadna se sentara.Ella se miró en el espejo, los mechones cayendo como una cortina pesada, y respiró hondo.—Quiero cortarlo —dijo, eso era lo que tenía en mente—. Hasta los hombros. Algo diferente.Marta alzó las cejas, asintiendo con aprobación.—Te va a quedar genial —respondió, tomando las tijeras con un brillo en los ojos—. Vamos allá.El so
Víctor estaba sentado en el borde de su cama, la lámpara de la mesita proyectando una luz tenue sobre las paredes blancas de su apartamento en Madrid.Darcy llevaba un par de horas dormida, su respiración suave filtrándose desde la habitación contigua, un sonido que normalmente lo calmaba pero que esa noche apenas alcanzaba a atravesar el torbellino en su mente.Desde que vio el mensaje de Ariadna en su teléfono, no había podido sacarla de la cabeza. "Soy Ariadna. Este es mi número", había escrito ella, y esas palabras simples lo habían arrastrado a un remolino de recuerdos y dudas que creía haber dejado atrás.Eran las once y pico de la noche, el reloj marcando las 11:50 cuando finalmente se decidió a responder. Había dudado durante horas, los dedos temblándole sobre el teclado mientras redactaba y borraba frases. Pensaba que era demasiado tarde, que ella estaría dormida, pero la necesidad de conectar, de cerrar la distancia que los años habían abierto, lo empujó a enviar algo sencil
Ariadna estaba sentada en el sofá de la sala, el teléfono apoyado en una pila de libros mientras la pantalla mostraba a Eric y Marc riendo con gorros de reno torcidos. Maximiliano, al otro lado de la videollamada, sostenía una taza de chocolate caliente, su pareja asomándose al fondo con una sonrisa mientras decoraba un árbol. Era una escena cálida, y aunque Ariadna sintió una punzada de nostalgia al ver a sus hijos tan lejos, la felicidad en sus rostros la reconfortó.Parecía que la estaban pasando muy bien y eso era bueno.Ya Max le había presentado a su pareja a través de otra videollamada con los niños y se notaba que una mujer agradable, muy agradable.Compañeros de trabajo.—¡Mamá, mira! —dijo Marc, levantando una galleta con forma de estrella, migas cayendo por su barbilla.—Es preciosa, pequeño —respondió ella, sonriendo mientras Eric imitaba a su hermano, chocando su galleta contra la pantalla—. Cuídense mucho, ¿sí? Nos vemos pronto.—Feliz Navidad, Ari —dijo Maximiliano asom
Estaba de pie frente al espejo del pasillo, pasándose una mano por el cabello oscuro mientras intentaba que el mechón rebelde de la frente se quedara en su sitio.El apartamento en Chamberí estaba lleno de luz matutina, las cortinas abiertas dejando pasar el brillo frío de diciembre. Darcy estaba sentada en una silla frente a él, las piernas colgándole mientras él terminaba de peinarle el cabello en una trenza torcida pero funcional.Recordaba las veces que había visto los videos tutoriales donde enseñaban a hacer las trenzas y por más que lo repetía… aquello nunca quedaba bien.Ahora al menos ya empezaban a parecer una trenza.Ella sostenía su conejo de peluche gris, tarareando una canción inventada sobre "nieve y galletas" que hacía sonreír a Víctor a pesar de sus nervios.—¡Listo, peque! —dijo, dando un paso atrás para admirar su obra, la trenza un poco desaliñada pero aún pareciendo lo que había intentado: una trenza—. Estás preciosa.Darcy giró la cabeza, mirándose en el espejo c
El corte a los hombros le sentaba bien, las puntas rojizas brillando bajo la luz mientras las acomodaba con cuidado.Había pasado la mañana asegurándose de que todo estuviera perfecto: se duchó con un jabón de lavanda que llenó el aire de un aroma suave, se aplicó una crema hidratante que dejó su piel tersa, y ahora estaba maquillándose con manos temblorosas pero decididas.Un poco de base para igualar el tono, un toque de rubor en las mejillas, y una sombra dorada que hacía resaltar sus ojos verdes detrás de los lentes de montura negra. Terminó con un lápiz labial rosa pálido, presionando los labios para difuminarlo, y se miró en el espejo, soltando un suspiro largo que empañó el cristal.—Tranquila —murmuró, sacudiendo las manos frente a ella como si pudiera desprenderse de los nervios que le zumbaban en el pecho—. Todo está bien.Se enderezó, ajustando los pendientes de plata que destellaban con cada movimiento, y revisó su reflejo una vez más. El vestido blanco colgaba en el armar
Darcy estaba de puntillas frente al mostrador de cristal de La Musa, sus ojos oscuros brillando mientras miraba una tarta de chocolate con crema que parecía sacada de un cuento.Se le aguaba la boca solo de mirarla, demasiado apetecible. Aunque sabía que su padre no la dejaría comer un postre antes del almuerzo, pero eso no significaba que no podía intentarlo.El restaurante estaba lleno de murmullos y el aroma cálido de café y especias navideñas, las mesas ocupadas por gente abrigada que reía bajo las luces colgantes, aunque por la claridad del día estas no se veían de todo, pero el diseño era muy agradable.Llevaba su abrigo azul, el conejo de peluche gris colgando de una mano mientras la otra señalaba el postre con entusiasmo.—¡Papá, esta tiene muchas capas! —gritó, girándose hacia Víctor, que estaba sentado en una mesa cercana, revisando su teléfono con una arruga de preocupación en la frente—. ¡Podemos pedirla después! O ahora.Víctor levantó la vista, una sonrisa cansada cruzán
Una traición reciente lo empujaba a escapar, largarse de allí.Ella lo había engañado… destrozado.Para Maximiliano Valenti, esta no era una noche cualquiera: era su despedida.Se encontraba en un rincón del salón, rodeado de colegas y amigos que ofrecían las últimas palabras de aliento antes de su partida a Valtris, la ciudad donde había decidido comenzar de nuevo. Una elección que no era solo profesional, sino también emocional. Quizás empujado por el dolor, su deseo de alejarse. Irse tan lejos que no fuese capaz de recordarla, pero más importante, no verla.Todavía escuchaba su corazón romperse cuando pasó todo. Y lo recordaba con claridad.(Inicia flashback)Maximiliano estaba sentado junto a la mesa, con una copa de vino en la mano, mirando hacia la pista de baile donde los demás reían y se divertían. Era el aniversario de boda de sus suegros y, como siempre los habían invitado. Amelie, su prometida, se movía con demasiada cautela, sus manos jugando con el borde de su vestido.Fi