Ariadna estaba sentada en el sofá de la sala, el teléfono apoyado en una pila de libros mientras la pantalla mostraba a Eric y Marc riendo con gorros de reno torcidos. Maximiliano, al otro lado de la videollamada, sostenía una taza de chocolate caliente, su pareja asomándose al fondo con una sonrisa mientras decoraba un árbol. Era una escena cálida, y aunque Ariadna sintió una punzada de nostalgia al ver a sus hijos tan lejos, la felicidad en sus rostros la reconfortó.Parecía que la estaban pasando muy bien y eso era bueno.Ya Max le había presentado a su pareja a través de otra videollamada con los niños y se notaba que una mujer agradable, muy agradable.Compañeros de trabajo.—¡Mamá, mira! —dijo Marc, levantando una galleta con forma de estrella, migas cayendo por su barbilla.—Es preciosa, pequeño —respondió ella, sonriendo mientras Eric imitaba a su hermano, chocando su galleta contra la pantalla—. Cuídense mucho, ¿sí? Nos vemos pronto.—Feliz Navidad, Ari —dijo Maximiliano asom
Estaba de pie frente al espejo del pasillo, pasándose una mano por el cabello oscuro mientras intentaba que el mechón rebelde de la frente se quedara en su sitio.El apartamento en Chamberí estaba lleno de luz matutina, las cortinas abiertas dejando pasar el brillo frío de diciembre. Darcy estaba sentada en una silla frente a él, las piernas colgándole mientras él terminaba de peinarle el cabello en una trenza torcida pero funcional.Recordaba las veces que había visto los videos tutoriales donde enseñaban a hacer las trenzas y por más que lo repetía… aquello nunca quedaba bien.Ahora al menos ya empezaban a parecer una trenza.Ella sostenía su conejo de peluche gris, tarareando una canción inventada sobre "nieve y galletas" que hacía sonreír a Víctor a pesar de sus nervios.—¡Listo, peque! —dijo, dando un paso atrás para admirar su obra, la trenza un poco desaliñada pero aún pareciendo lo que había intentado: una trenza—. Estás preciosa.Darcy giró la cabeza, mirándose en el espejo c
El corte a los hombros le sentaba bien, las puntas rojizas brillando bajo la luz mientras las acomodaba con cuidado.Había pasado la mañana asegurándose de que todo estuviera perfecto: se duchó con un jabón de lavanda que llenó el aire de un aroma suave, se aplicó una crema hidratante que dejó su piel tersa, y ahora estaba maquillándose con manos temblorosas pero decididas.Un poco de base para igualar el tono, un toque de rubor en las mejillas, y una sombra dorada que hacía resaltar sus ojos verdes detrás de los lentes de montura negra. Terminó con un lápiz labial rosa pálido, presionando los labios para difuminarlo, y se miró en el espejo, soltando un suspiro largo que empañó el cristal.—Tranquila —murmuró, sacudiendo las manos frente a ella como si pudiera desprenderse de los nervios que le zumbaban en el pecho—. Todo está bien.Se enderezó, ajustando los pendientes de plata que destellaban con cada movimiento, y revisó su reflejo una vez más. El vestido blanco colgaba en el armar
Darcy estaba de puntillas frente al mostrador de cristal de La Musa, sus ojos oscuros brillando mientras miraba una tarta de chocolate con crema que parecía sacada de un cuento.Se le aguaba la boca solo de mirarla, demasiado apetecible. Aunque sabía que su padre no la dejaría comer un postre antes del almuerzo, pero eso no significaba que no podía intentarlo.El restaurante estaba lleno de murmullos y el aroma cálido de café y especias navideñas, las mesas ocupadas por gente abrigada que reía bajo las luces colgantes, aunque por la claridad del día estas no se veían de todo, pero el diseño era muy agradable.Llevaba su abrigo azul, el conejo de peluche gris colgando de una mano mientras la otra señalaba el postre con entusiasmo.—¡Papá, esta tiene muchas capas! —gritó, girándose hacia Víctor, que estaba sentado en una mesa cercana, revisando su teléfono con una arruga de preocupación en la frente—. ¡Podemos pedirla después! O ahora.Víctor levantó la vista, una sonrisa cansada cruzán
El bullicio de la calle se desvaneció cuando Ariadna, Víctor y Darcy cruzaron el umbral de La Musa, el calor del restaurante envolviéndolos como un abrazo.Las mesas al aire libre seguían llenas, pero ellos eligieron una al fondo, cerca de una ventana con vistas a las luces navideñas que colgaban como guirnaldas en el barrio de las Letras.Víctor bajó a Darcy al suelo, sus botas resonando mientras corría hacia el asiento junto a la ventana, el conejo de peluche gris colgando de su mano como un trofeo de guerra.La habían alcanzado y eso hacía feliz tanto al padre como a la hija. Era una victoria que a ella la llenaba de orgullo, mientras que a Víctor lo dejaba frente a una Ariadna que huyó de su encuentro.—¡Aquí, papá! —ordenó, trepando a la silla con una agilidad que desmentía su tamaño—. Quiero ver la tarta otra vez—no se había olvidado de la sabrosa tarta que había allí.Ariadna se sentó frente a ellos, la bufanda gris deslizándose de su rostro mientras intentaba secarse las lágri
El almuerzo en La Musa había terminado con platos vacíos y una calma frágil entre Ariadna y Víctor, pero Darcy no estaba dispuesta a dejar que el día acabara sin su ansiada tarta de chocolate.El camarero la trajo a la mesa, una torre de capas oscuras y crema brillante que hizo brillar los ojos de la niña como si fuera Navidad adelantada. Víctor cortó un pedazo generoso y lo puso en un plato pequeño, deslizándolo hacia Darcy con una advertencia suave.—Solo un poco, peque —dijo, su tono fingiendo seriedad—. No quiero que te duela la barriga después.Darcy asintió, pero apenas lo escuchó, hundiendo la cuchara en la crema con una precisión infantil. Luego miró a Ariadna, que observaba con una sonrisa divertida, y le extendió el plato con una generosidad inesperada.—¿Quieres un poco? —preguntó, su voz resonando con entusiasmo—. ¡Es la mejor tarta del mundo! Pruébala. Te va a gustar. Amo el chocolate.Ariadna la miró, tomando una cucharita del borde de la mesa.—Claro, gracias —respondió
El sol se había hundido tras los tejados del barrio de las Letras, dejando el cielo teñido de un azul profundo cuando Víctor, Ariadna y Darcy salieron del parque rumbo a la Plaza Mayor.Darcy caminaba entre ellos, saltando con cada paso, el conejo de peluche gris balanceándose en su mano mientras tarareaba una melodía inventada. Se le daba muy bien.—¡Miren, papá! —gritó al llegar a la plaza, sus ojos abriéndose como platos ante el espectáculo.La Plaza Mayor era un mar de luz: arcos de bombillas blancas cruzando de un lado a otro, un árbol gigante en el centro parpadeando con colores, y puestos navideños alineados contra las fachadas rojas, vendiendo figuritas, dulces y adornos. Darcy corrió hacia adelante, deteniéndose frente a un puesto de belenes, señalando una oveja diminuta con una emoción que hizo reír a Víctor.—¡Es tan pequeña! —dijo, girándose hacia ellos—. ¡Podemos comprar una para Señor Gris!Víctor se acercó, arrodillándose a su lado mientras sacaba unas monedas del bolsi
Él se giró hacia ella, las manos en los bolsillos de su chaqueta, los ojos fijos en los suyos esperando de ella una respuesta. Preferiblemente una sincera. Darcy seguía jugando a lo lejos, su risa cortando el aire mientras intentaba trepar un bordillo, dándoles un momento de privacidad en medio de la multitud.Ella respiró hondo, las palabras peleando por salir mientras miraba el suelo, las baldosas frías reflejando las luces en un brillo húmedo. Había ensayado esto en su cabeza mil veces desde que lo vio en La Musa, pero ahora, frente a él, todo parecía desmoronarse.No es que no sintiera que no estaba lista, es que no sabía si sus vidas podían unirse de nuevo, pese a todo.—No sé si es justo decirlo, no sé si tiene sentido después de todo este tiempo, pero… es la verdad. Siempre ha estado ahí, incluso cuando intenté enterrarlo. Si alguna vez te dije que te amo, mis sentimientos no han cambiado nada, Víctor.Víctor se quedó inmóvil, el aliento escapándosele en una nube blanca mientra