Capítulo 2

Cuando estábamos dentro, le ofrecí té al consejero, pero rechazó la oferta y me pidió que me sentara.

—Debo decirte que el trabajo que quiero ofrecerte es muy complicado… porque se trata del príncipe.

—El joven quedó inválido de las piernas desde los catorce años, tras una caída desde lo alto, así que no puede volver a caminar. Necesita una compañera que lo ayude con todo: comida, baño y cualquier cosa que requiera.

—No será fácil, porque él no es sencillo, entre tú y yo. Ha tenido varias sirvientas, y su carácter ha empeorado con cada una.

—¿Y eso por qué? —pregunté, intrigada.

—Es obvio. Es un joven apuesto, casi un adulto, mientras sus hermanos luchan en batallas, conquistan tierras y tienen muchas mujeres y herederos. Él, en cambio, solo puede estudiar, asistir al consejo, cabalgar y tomar decisiones.

—¿Y por qué no tiene mujer?

—Por su condición… sus partes también han perdido la sensibilidad —me interrumpió, dejándome sorprendida.

—Tú decides. Si quieres aceptar la oferta, bien; si no, también tengo otra, pero esta paga es buena. Si fallas, tendrás que buscar otro empleo.

—Yo… —no sabía qué decir, ya que me daba miedo cuidar de alguien cuya vida estaría en mis manos.

—Solo es durante el día. Si decides aceptar, infórmame cuanto antes para poder presentarte, porque si no te apuras, temo que alguien más ocupará tu puesto —dijo, levantándose para irse.

Me despedí y, al cerrar la puerta tras ella, me recosté y me quedé pensando.

Era una decisión complicada, pero la paga era buena, así que mejor lo consultaría con mis hermanos primero.

Cuando llegaron, se dieron un baño y les serví la cena. Antes de que ellos contaran cómo les había ido en su día, decidí hablar.

—Hermanos, el consejero vino hoy y me ofreció un empleo.

—¿Y? ¿Qué te dijo? —preguntó David ansioso, adelantándose a Jessica.

—La oferta es para cuidar al príncipe, ya que está inválido...

—¡Pues ya está! ¡Tómala! Te pagarán mejor que a nosotros —interrumpió mientras comía, y mi hermana y yo lo miramos sorprendidas.

—¿Qué?! ¡Mañana mismo a primera hora irás! Y también harás el desayuno porque... tú todavía estás fresca. A nosotros parece que nos dieron una paliza —dijo, haciéndome reír junto a mi hermana.

—¿Y si lo hago mal?

—Entonces buscas otro. No será el fin de tus días —continuó comiendo.

Me sentí triste por la decisión que mi hermano había tomado por mí, así que comí incómoda, sabiendo que no podía cuestionar mucho a David, o de lo contrario, podría llevarme un moretón en la cara al día siguiente.

El frío seguía igual, así que dormimos cerca de la chimenea, incómodos. Al amanecer, recogí todo y preparé el desayuno, para después irme también.

Fui al mismo lugar donde el consejero y le dije que consideraba el trabajo si aún estaba disponible.

Él me preguntó si estaba segura y, en el camino, me indicó que debía llamarle "Lord" y que no lo mirara demasiado.

Me explicó que tenía cambios de humor repentinos y que, sin importar lo que hiciera, debía ser respetuosa. Si no le agradaba, me despediría o amenazaria con mi muerte.

Asentí a todas sus instrucciones, lo que me puso muy nerviosa. Al ingresar al castillo, que no era muy grande en comparación con otros, hice reverencia cada vez que el anciano me decía hasta llegar a la habitación.

—¿Lista? —preguntó el anciano antes de tocar.

—Sí.

Al entrar, el príncipe estaba comiendo con su madre a su lado, que en ese momento no sabía quién era. Hice una reverencia al igual que el anciano.

—Mi Lord, mi Lady —dijo el consejero.

Pude apreciar en ese momento la belleza del príncipe, sus ojos verde-azulados, aquellos que siempre le habían parecian tan lejanos y superiores, sus hermosas pecas y su hermoso cabello negro ondulado.

Al no recibir respuesta del príncipe, su madre y él me miraron.

—¿Qué? —pregunté, mirando a los tres. El anciano me tiró del brazo y me dijo que debía decir lo mismo que él.

—Pero si usted ya lo dijo —susurré, lo que hizo que el príncipe soltase una pequeña risa, ahogándose. El consejero me dio un codazo y, apresurada, repetí.

—Mi Lord y… mi Lady —hice otra reverencia.

—¿Se burla de nosotros? Nos traes a una... a una, no sé qué es, porque se ve que no es de aquí y no tiene modales —dijo el príncipe molesto, dejando su comida a un lado.

—Perdóneme, mi señor, pero ella dijo que sabe leer y escribir, además de que tiene experiencia cuidando a personas. Ella vino buscando trabajo directamente y pensamos que sería una señal de los dioses, ya que no tuvimos que buscar a otra sirvienta. Además, mírela. Se ve decente, no huele mal y al menos se ha recogido el cabello —dijo el consejero con un argumento persuasivo.

Al escuchar esto, el príncipe le pidió a su madre que se moviera un momento y lanzó la comida al suelo, dejándonos sorprendidos.

—¿Hijo, qué haces? —preguntó su madre.

—Madre, sé lo que hago. Limpia eso, sirvienta, a ver si al menos lo haces bien.

Yo, ofendida y avergonzada, busqué un paño húmedo que había en la habitación y comencé a restregar el piso de rodillas.

—Procedo a retirarme, Lord Patrick y Lady Macalistes —dijo el consejero, y se fue, dejándome sola con temor.

—Madre, estaré bien. Deja que ella empiece a hacer su trabajo.

—Pero… —trató de responder su madre.

—Tranquila... vete. —Su madre le agarró el rostro y le dio un beso en la frente, antes de irse mirándome con desdén.

Al quedarnos solos, continué restregando el suelo para terminar lo más rápido posible.

—¿Vas a estar ahí todo el día restregando eso? Avanza —dijo molesto—. ¿Cuál es tu nombre, sirvienta? En realidad, no me importa, pero si haces algo mal, debo saber tu nombre para maldecirlo. —Me enojaba su actitud, pero recordé lo que me había dicho el consejero.

—Mi nombre es Amber.

—¿De dónde vienes? ¿Vienes sola? —preguntó.

—Vengo de una tribu llamada Mursi, del este.

—¿Y qué haces aquí, tan lejos? ¿Eres una ladrona?

—Nos moríamos de hambre, así que mi hermano, mi hermana y yo decidimos buscar un mejor estilo de vida.

—Qué aburrido —dijo, tomando un libro para leer, mientras yo lo miraba con tristeza, ya que eso era lo único que podía hacer.

—¡¿Qué?! —preguntó enojado al notar que lo observaba, mientras seguía restregando el suelo.

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