Cuando estábamos dentro, le ofrecí té al consejero, pero rechazó la oferta y me pidió que me sentara.
—Debo decirte que el trabajo que quiero ofrecerte es muy complicado… porque se trata del príncipe. —El joven quedó inválido de las piernas desde los catorce años, tras una caída desde lo alto, así que no puede volver a caminar. Necesita una compañera que lo ayude con todo: comida, baño y cualquier cosa que requiera. —No será fácil, porque él no es sencillo, entre tú y yo. Ha tenido varias sirvientas, y su carácter ha empeorado con cada una. —¿Y eso por qué? —pregunté, intrigada. —Es obvio. Es un joven apuesto, casi un adulto, mientras sus hermanos luchan en batallas, conquistan tierras y tienen muchas mujeres y herederos. Él, en cambio, solo puede estudiar, asistir al consejo, cabalgar y tomar decisiones. —¿Y por qué no tiene mujer? —Por su condición… sus partes también han perdido la sensibilidad —me interrumpió, dejándome sorprendida. —Tú decides. Si quieres aceptar la oferta, bien; si no, también tengo otra, pero esta paga es buena. Si fallas, tendrás que buscar otro empleo. —Yo… —no sabía qué decir, ya que me daba miedo cuidar de alguien cuya vida estaría en mis manos. —Solo es durante el día. Si decides aceptar, infórmame cuanto antes para poder presentarte, porque si no te apuras, temo que alguien más ocupará tu puesto —dijo, levantándose para irse. Me despedí y, al cerrar la puerta tras ella, me recosté y me quedé pensando. Era una decisión complicada, pero la paga era buena, así que mejor lo consultaría con mis hermanos primero. Cuando llegaron, se dieron un baño y les serví la cena. Antes de que ellos contaran cómo les había ido en su día, decidí hablar. —Hermanos, el consejero vino hoy y me ofreció un empleo. —¿Y? ¿Qué te dijo? —preguntó David ansioso, adelantándose a Jessica. —La oferta es para cuidar al príncipe, ya que está inválido... —¡Pues ya está! ¡Tómala! Te pagarán mejor que a nosotros —interrumpió mientras comía, y mi hermana y yo lo miramos sorprendidas. —¿Qué?! ¡Mañana mismo a primera hora irás! Y también harás el desayuno porque... tú todavía estás fresca. A nosotros parece que nos dieron una paliza —dijo, haciéndome reír junto a mi hermana. —¿Y si lo hago mal? —Entonces buscas otro. No será el fin de tus días —continuó comiendo. Me sentí triste por la decisión que mi hermano había tomado por mí, así que comí incómoda, sabiendo que no podía cuestionar mucho a David, o de lo contrario, podría llevarme un moretón en la cara al día siguiente. El frío seguía igual, así que dormimos cerca de la chimenea, incómodos. Al amanecer, recogí todo y preparé el desayuno, para después irme también. Fui al mismo lugar donde el consejero y le dije que consideraba el trabajo si aún estaba disponible. Él me preguntó si estaba segura y, en el camino, me indicó que debía llamarle "Lord" y que no lo mirara demasiado. Me explicó que tenía cambios de humor repentinos y que, sin importar lo que hiciera, debía ser respetuosa. Si no le agradaba, me despediría o amenazaria con mi muerte. Asentí a todas sus instrucciones, lo que me puso muy nerviosa. Al ingresar al castillo, que no era muy grande en comparación con otros, hice reverencia cada vez que el anciano me decía hasta llegar a la habitación. —¿Lista? —preguntó el anciano antes de tocar. —Sí. Al entrar, el príncipe estaba comiendo con su madre a su lado, que en ese momento no sabía quién era. Hice una reverencia al igual que el anciano. —Mi Lord, mi Lady —dijo el consejero. Pude apreciar en ese momento la belleza del príncipe, sus ojos verde-azulados, aquellos que siempre le habían parecian tan lejanos y superiores, sus hermosas pecas y su hermoso cabello negro ondulado. Al no recibir respuesta del príncipe, su madre y él me miraron. —¿Qué? —pregunté, mirando a los tres. El anciano me tiró del brazo y me dijo que debía decir lo mismo que él. —Pero si usted ya lo dijo —susurré, lo que hizo que el príncipe soltase una pequeña risa, ahogándose. El consejero me dio un codazo y, apresurada, repetí. —Mi Lord y… mi Lady —hice otra reverencia. —¿Se burla de nosotros? Nos traes a una... a una, no sé qué es, porque se ve que no es de aquí y no tiene modales —dijo el príncipe molesto, dejando su comida a un lado. —Perdóneme, mi señor, pero ella dijo que sabe leer y escribir, además de que tiene experiencia cuidando a personas. Ella vino buscando trabajo directamente y pensamos que sería una señal de los dioses, ya que no tuvimos que buscar a otra sirvienta. Además, mírela. Se ve decente, no huele mal y al menos se ha recogido el cabello —dijo el consejero con un argumento persuasivo. Al escuchar esto, el príncipe le pidió a su madre que se moviera un momento y lanzó la comida al suelo, dejándonos sorprendidos. —¿Hijo, qué haces? —preguntó su madre. —Madre, sé lo que hago. Limpia eso, sirvienta, a ver si al menos lo haces bien. Yo, ofendida y avergonzada, busqué un paño húmedo que había en la habitación y comencé a restregar el piso de rodillas. —Procedo a retirarme, Lord Patrick y Lady Macalistes —dijo el consejero, y se fue, dejándome sola con temor. —Madre, estaré bien. Deja que ella empiece a hacer su trabajo. —Pero… —trató de responder su madre. —Tranquila... vete. —Su madre le agarró el rostro y le dio un beso en la frente, antes de irse mirándome con desdén. Al quedarnos solos, continué restregando el suelo para terminar lo más rápido posible. —¿Vas a estar ahí todo el día restregando eso? Avanza —dijo molesto—. ¿Cuál es tu nombre, sirvienta? En realidad, no me importa, pero si haces algo mal, debo saber tu nombre para maldecirlo. —Me enojaba su actitud, pero recordé lo que me había dicho el consejero. —Mi nombre es Amber. —¿De dónde vienes? ¿Vienes sola? —preguntó. —Vengo de una tribu llamada Mursi, del este. —¿Y qué haces aquí, tan lejos? ¿Eres una ladrona? —Nos moríamos de hambre, así que mi hermano, mi hermana y yo decidimos buscar un mejor estilo de vida. —Qué aburrido —dijo, tomando un libro para leer, mientras yo lo miraba con tristeza, ya que eso era lo único que podía hacer. —¡¿Qué?! —preguntó enojado al notar que lo observaba, mientras seguía restregando el suelo.Mientras seguía limpiando el suelo, el silencio en la habitación se hacía cada vez más incómodo. El príncipe, con la vista fija en su libro, no dejaba de dar pequeños suspiros de impaciencia, como si el simple hecho de estar en la misma habitación que yo le molestara profundamente. —¿Ya terminaste? —preguntó sin apartar la mirada del libro, su voz cortante como un cuchillo. —Casi, mi Lord —respondí con voz temblorosa, aunque apenas quedaba una pequeña mancha en el suelo. Me sentía observada, juzgada por cada movimiento. —Más rápido. No tengo todo el día para verte arrastrarte —dijo con una burla en la voz, sin levantar la mirada de las páginas.Apresuré mis manos, sintiendo cómo mis mejillas ardían de la vergüenza. Quería protestar, decirle que no era justo que me tratara así, pero las palabras del consejero resonaban en mi mente: “Si no le agradas, te despedirá o, peor, te amenazará de muerte.” Terminé de limpiar y me levanté, secándome las manos en el delantal. Me quedé de pie,
Al día siguiente, me levanté antes del amanecer, sabiendo que el príncipe no aceptaría otra llegada tardía. El aire de la mañana era gélido, y mientras me dirigía hacia el castillo, los primeros rayos de sol apenas se asomaban por el horizonte. A medida que me acercaba, sentía una creciente opresión en el pecho. No era solo por el comportamiento del príncipe, sino por algo más... algo que no podía nombrar aún. Al entrar en sus aposentos, lo encontré en la misma postura del día anterior, aunque hoy había algo diferente. A su lado, descansando en el suelo de piedra fría, había un enorme lobo. Su pelaje gris oscuro se fundía con la penumbra de la habitación, y sus ojos, amarillos y penetrantes, me miraban con una intensidad que me hizo detenerme de golpe. —Él es Fenris —dijo el príncipe con una sonrisa ladeada, notando mi incomodidad—. Mi único verdadero compañero. Te sugiero que no hagas movimientos bruscos si no quieres que te ataque. El lobo levantó la cabeza, sus ojos fijos en m
A la mañana siguiente, me levanté sabiendo que el día sería aún más complicado que los anteriores. El príncipe había dejado claro que no me necesitaba más después de haberlo vestido, pero algo en su actitud cambió desde entonces. Ahora, parecía requerir mi presencia más de lo necesario. Cuando llegué a sus aposentos, Fenris ya estaba en su lugar, y el príncipe me miraba con una extraña mezcla de impaciencia y expectativa. —Hoy no te irás tan rápido, Amber —dijo sin siquiera saludar—. Hay más cosas que necesito que hagas por mí. Asentí sin hacer preguntas. Preparé su desayuno como de costumbre, pero esta vez me pidió que me quedara junto a él mientras comía. El príncipe no hablaba, y el lobo a sus pies parecía tan alerta como siempre, pero el silencio era diferente; cargado de una tensión que no lograba descifrar. —¿Siempre fuiste tan callada? —preguntó de repente mientras dejaba el plato vacío sobre la mesa. —Hablar cuando no se me ha pedido sería una falta de respeto, mi Lord
Al día siguiente, mientras me dirigía a la habitación del príncipe, sentía una profunda tristeza en el pecho. La imagen de él, derrotado y solo, me había seguido toda la noche, haciéndome imposible descansar bien. Sabía que mi lugar como sirvienta era cumplir con mis deberes y mantenerme distante, pero su dolor había despertado en mí un deseo genuino de consolarlo, más allá de las obligaciones. Quería hacer algo, lo que fuera, para aliviar aunque sea un poco su carga.Cuando llegué a sus aposentos, él estaba sentado junto a la ventana, como el día anterior, mirando el paisaje con esa misma mirada vacía.—Mi Lord, buenos días —saludé con suavidad, entrando con una bandeja de desayuno.Él apenas respondió, un simple movimiento de cabeza que indicaba que me había oído, pero que no estaba dispuesto a hablar. El silencio en la habitación era denso, y la presencia de Fenris a su lado solo acentuaba lo solemne del ambiente.Decidí que debía intentar algo diferente. Aunque el príncipe fuera
El cambio en el príncipe había sido sutil, pero claro. Su exigencia de mi presencia constante se hacía cada vez más evidente. Pasaba largas horas a su lado, leyendo, atendiendo sus necesidades o simplemente acompañándolo en silencio. Aunque a veces mostraba señales de amabilidad, otras, su carácter volvía a ser áspero y difícil de soportar. Era como si luchara consigo mismo, debatiéndose entre aceptarme o rechazarme.Aquel día, sin embargo, su comportamiento tomó un giro más oscuro.Estaba a su lado, leyéndole una historia de caballeros y reyes mientras él permanecía reclinado en su silla junto al fuego. Fenris descansaba a sus pies, siempre alerta, aunque el príncipe parecía más interesado en mi tono de voz que en la lectura misma. De repente, lo sentí moverse inquieto, como si algo lo estuviera incomodando.—Amber, tu voz suena aburrida hoy —dijo de repente, con un tono seco y burlón.Me detuve, sorprendida por su comentario.—Perdóneme, mi Lord, haré mi mejor esfuerzo para mejorar
La luz del amanecer se filtró a través de la ventana, iluminando la habitación de una manera cálida y suave. El príncipe Patrick despertó lentamente, sintiendo la suavidad de la manta a su alrededor. Pero, más que eso, sintió la presencia de alguien a su lado. Al abrir los ojos, se encontró con la imagen de Amber, aún dormida, con el rostro sereno y los cabellos desordenados esparcidos sobre la almohada.Un nudo se formó en su pecho. En un instante, la preocupación por lo que podría suceder si se despertara se mezcló con una extraña alegría. Era como tener un trofeo a su lado, un regalo que había deseado en silencio. La visión de ella allí, tan vulnerable, le llenó de una felicidad que no había sentido en mucho tiempo.Sin poder resistir la tentación, extendió una mano hacia ella, acariciando suavemente su cabello. El contacto lo llenó de un escalofrío, y se detuvo por un momento, temiendo que ella se despertara y lo descubriera. Pero al ver que ella no reaccionaba, continuó acaric
El día había empezado bien, o al menos eso creía yo. Me encargué de todas mis tareas sin contratiempos, como de costumbre, pero cuando llegué a la habitación del príncipe Patrick con su almuerzo, algo salió terriblemente mal. Todo fue tan rápido. Una manzana rodó de la bandeja y, en mi torpeza por atraparla, terminé tropezando con la alfombra. Antes de que pudiera evitarlo, la bandeja tambaleó y, para mi horror, la sopa se derramó en mi delantal. No sé qué fue peor: el calor de la sopa o el sonido de la risa de Patrick. Sí, el príncipe se estaba riendo de mí. ¡De mí! Aún no sé cómo describir lo que sentí en ese momento. ¿Vergüenza? Sí, pero también sorpresa. Jamás lo había oído reír de esa manera, y mucho menos por algo que yo había hecho. Me quedé helada, con las manos temblando mientras intentaba limpiar el desastre que había causado, y todo lo que él hacía era... reír. —Lo siento, lo siento mucho, mi Lord —balbuceé, deseando desaparecer de la faz de la tierra. ¡Qué ridículo ha
Cuando finalmente llegué a casa, sentía que apenas podía moverme. Cada paso era un recordatorio del agotamiento físico y mental que había soportado durante el día. Lo único que quería era cerrar la puerta, dejar caer mi cuerpo en la cama y olvidar por un momento lo que había pasado con el príncipe Patrick. Pero cuando abrí la puerta, me encontré con una escena inesperada. Jessica estaba sentada en la pequeña mesa del comedor con un chico a su lado, conversando animadamente. Su risa ligera llenaba el espacio, contrastando con la tensión que emanaba de David, quien estaba parado a un lado, observando desde la distancia con los brazos cruzados y el ceño fruncido. —Amber, llegaste justo a tiempo —dijo Jessica con una sonrisa brillante, señalándome que me acercara—. Quiero presentarte a alguien. El chico se puso de pie con una sonrisa que me pareció un poco exagerada. Era alto, de complexión media, con una vestimenta que trataba de ser más elegante de lo que probablemente podía permit